El canto del cisne del fútbol sudamericano
Marcelo Marchese
09.07.2014
Para convertirse en el deporte rey el fútbol necesita de la lucha de contrarios.
Nada más funesto para Peñarol que Nacional baje a la B, así como la bajada de River perjudicó a Boca y a todo el fútbol argentino. Entre las diferentes rivalidades que alimentan al fútbol cual gasolina a un motor a explosión, ninguna más trascendente que la rivalidad entre el fútbol europeo y el sudamericano, sea a nivel de selecciones o de clubes. Desde el nacimiento de esta rivalidad se enfrentaban dos concepciones del fútbol contrapuestas: uno disciplinado y físico como el europeo, y otro exuberante y pletórico en dribblings y paredes, un fútbol mágico, como el sudamericano. Los puntos más altos de esta contraposición los marcó Uruguay y Argentina en el proceso que va del 24 al 30, y luego Brasil desde el 58 al 70. A partir de allí, lenta pero persistentemente, las cosas comenzaron a cambiar. En la década del 60 Sudamérica conquistó 6 copas intercontinentales contra 4 europeas, pero en los últimos 9 años conquistamos 3 contra 6. En los últimos dos mundiales asistimos a finales europeas y posiblemente nos encontremos ahora frente a esa triste realidad.
Si bien el triunfo de Alemania sobre Brasil fue sumamente justo, pues durante todo el campeonato Alemania jugó al fútbol y Brasil no jugó a nada y uno se alegra porque ganen los que apuestan al juego, como España en el 2010, no podemos sino amargarnos ante esta culminación del proceso por el cual Europa se ha despegado de nuestro fútbol. Ciertos factores externos, digamos, contribuyeron a la goleada. El primer gol enmudeció al estadio y desconcentró a Brasil y el segundo lo aniquiló. El resto del partido fue un trámite con un sólo equipo en la cancha. Brasil no pudo, frente a su público y ante la inmensa ilusión pulverizada, levantarse de esa parcial derrota y el resto vino por añadidura. Aún le queda a Sudamérica la chance de que Argentina acceda a la final, y aunque en un partido de fútbol cualquier cosa puede pasar, lo más probable, en función del fútbol desplegado hasta ahora, sería que triunfe Holanda con su crack Robben.
América era un continente inexpugnable para los europeos, pero los cambios operados en el fútbol, que también devienen de los cambios operados en nuestras sociedades, explican la decadencia sudamericana. Nuestro fútbol paga tributo a dos realidades aniquiladoras. La primera es que sus cracks, con veinte años, ya viajan al fútbol europeo para perfeccionarlo. Se nutren de ellos, aprenden de ellos y mejoran su nivel jugando con ellos y a la hora de hacer una selección, en tanto España juega con un cuadro aceitado desde el Barcelona, Alemania juega con un cuadro aceitado desde el Bayer. Al pasar, mencionemos las similitudes entre estas dos selecciones y estos dos cuadros: equipos en que todos defienden y todos atacan, que se la juegan al control del balón poblando el mediocampo y rotando constantemente el balón hasta encontrar el espacio desde el cual te aniquilan. La gran diferencia que vemos entre Alemania 2014 y España 2010 es que Alemania tiene el plus de su físico y su juego aéreo y apenas un menor control de pelota.
Pero volviendo al hilo principal, las selecciones europeas están conformadas con jugadores que juegan todos el mismo fútbol, como si dijéramos, hablan el mismo idioma, pero las selecciones sudamericanas están formadas con jugadores que juegan desperdigados por el mundo, habituados unos al fútbol español, otros al fútbol alemán, al portugués, francés o ruso. El poderío económico del fútbol europeo, que deviene del poderío económico europeo, marca esta primera tendencia perjudicial para Sudamérica. La segunda gran diferencia es que ellos destinan recursos para sus selecciones. Los Paco Casales europeos, si existieran, estarían considerablemente contenidos por las políticas oficiales que además determinan procesos donde se preparan quince años para ganar un mundial. Nosotros somos dominados por nuestras fuerzas centrífugas, la lumpenburguesía que domina nuestro fútbol, y lo que es peor aún, y esto es en suma el elemento determinante, nuestras sociedades han deteriorado las canteras de cracks.
Ante el fútbol europeo disciplinado, Sudamérica generaba equilibrio a base de cracks endiablados como Maradona y Pelé. Nuestras favelas y villas miseria los fabricaban por doquier. Ahora, mientras en Europa apenas despunta un fenómeno inmediatamente lo encajan en una escuela de fútbol, como resultado de la ruptura de nuestro tejido social que ha incrementado la tan mentada inseguridad, la villa miseria y la favela ya no son las escuelas de fútbol de antaño, así como no vemos en Montevideo botijas jugando en las calles. Los padres, razonablemente, temen que sus hijos salgan a jugar por ahí y por eso no hay punto de comparación entre los cracks que aún genera el interior de nuestro país, más seguro, con respecto a la capital (1). La explicación de fondo de la pobreza de nuestro fútbol radica en nuestro deterioro social que ninguna cifra de exportaciones de soja o pasta de celulosa puede ocultar: cada vez es más peligroso jugar en los potreros creadores de grandes futbolistas.
Sudamérica, más lúdica que la culta Europa, nos dio a Scarone, Schiaffino, Pelé, Maradona, Suárez y Messi, y seguirá generando grandes futbolistas, hábiles y pícaros como el Pepe Sasía, que con cada dribbling vencían al rival y a la pobreza que los perseguía desde la cuna, pero inevitablemente, si las cosas siguen así, y nada anuncia un cambio, cada vez generaremos menos artistas de la pelota. Por eso, aunque aplaudamos al fútbol total desplegado por Alemania, y aunque no aprobamos la avaricia demostrada por los técnicos brasilero, argentino y uruguayo, y a pesar de que nos desagradan las ventajas otorgadas a los locatarios, ayer vivimos una de las peores y más tristes derrotas de nuestra Historia futbolística, y la reacción del continente profundiza nuestra tristeza. Ni siquiera en el fútbol, máxima expresión de esa otra cosa, prevalece un sentimiento latinoamericano, y si ayer asistimos a la algarabía de quienes festejaban la derrota brasileña, no queremos ni pensar lo que sucedería ante una derrota argentina.
Esto de ninguna manera es una mirada suficiente o soberbia ante aquellos que viven el fútbol de otra manera. Cada uno vive el fútbol como quiere, y sobre todo, como puede. Allá aquellos que disfrutan la derrota sudamericana, tienen todo su derecho. Nosotros, con todo respeto, pero sobre todo con respeto total a la sinceridad, lo percibimos como un sentimiento desnaturalizado. Vamos mal, y si festejamos la posible derrota Argentina, vamos muy mal. Sin sentimientos nacionalistas, pero con un amor absoluto por nuestra tierra, que es una cosa muy diferente, encenderemos una vela roja al lado de una vela negra para que la selección Argentina que representa a nuestro continente soporte la alerta naranja que se le avecina. Ojalá que en contra de todos los pronósticos y de toda lógica, el Espíritu del Fútbol que anida en los botines de Messi nos de una alegría y le haga una moña al tiempo, difiriendo para más adelante nuestra ruina inexorable.
(1) Los espacios para jugar fútbol 11, digamos, son mayores también en el interior. El futbolista de Montevideo practica más en canchas chicas, un fútbol totalmente diferente.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias