
La nuevísima “nueva derecha” política
Carlos A. Gadea
Mucho más que un simple cambio político o de gobierno, la emergencia de un supuesto nuevo ciclo histórico de derecha nos indica que lo que está en curso es un cambio cultural caracterizado por la sinergia entre modernidad y conservadurismo.
Uno de los rasgos que indica ese cambio es la renovación de la esfera privada, instituida en ámbito privilegiado de la vida cotidiana de las personas. Más allá de que la nueva derecha haga público muchos dramas privados, ella se dirige a la esfera pública, en realidad, para reivindicarla, esfera en la que es posible encontrar las fórmulas que corregirían los desvíos sociales y culturales de esta acelerada, flexible, volátil y banalizada vida contemporánea. Se trata, entonces, de una discusión sobre los contornos de la esfera pública y la esfera privada, sobre sus diferentes pesos en la vida individual y social; en definitiva, sobre el eventual y contraproducente efecto cultural de haber sido "politizada", al extremo, la vida cotidiana.
Se trata de un cambio cultural que, inclusive, debe comprenderse en su debido contexto, ya que no es posible considerar países tan diferentes como Francia, Polonia, Estados Unidos, Austria, Brasil, Chile o Argentina pasibles de expresar una derecha política y cultural homogénea y sintomática de un "nuevo ciclo", una derecha organizada y con una ideología plenamente elaborada. Mientras algunos europeos están contrariados con la inmigración, la Unión Europea y la "liberación de las costumbres", la supuesta derecha por estos lados del mundo, en América Latina, se debate en torno a una serie de preocupaciones mucho más relacionadas a sus historias recientes (corrupción, papel del Estado, derechos humanos, crisis económica), a sus desafíos institucionales y a sus nuevas agendas identitarias.
Por más que muchos quieran creer que asistimos a un nuevo ciclo político global de ascensión de una "nueva derecha", no se presenta convincente diagnosticar que gobiernos o sectores políticos definidos como tales se encuentren formando parte de un proceso orgánico y general, con pautas económicas comunes y posicionamientos culturales semejantes. El expresidente Macri en Argentina, por ejemplo, no era igual al presidente Macrón en Francia, ni siquiera conformándose de contextos políticos e históricos parecidos. Tampoco el presidente Piñera en Chile es plenamente compatible con el actual presidente de Brasil, Bolsonaro. Al no tratarse de una situación orgánica, parece mejor entendido como proprio de reacciones puntuales y contextuales a un ciclo político y cultural anterior, el denominado "progresismo" en América Latina, y a un tipo de social-democracia europea, pro-globalización y multicultural que, inclusive, pareció angustiar a amplios sectores populares por la primera vez.
El asunto es que no se explica totalmente el fenómeno del aparecimiento de una "nueva derecha" subsumido a figuras políticas o gobiernos concretos, a medidas económicas específicas y clásicamente definidas como de derecha, o a otras cuestiones que nos transmitan una idea clara sobre la sociedad y el individuo tal cual heredamos de los años de 1980 y 1990. No, necesariamente, la nuevísima "nueva derecha" es asimilable, por ejemplo, a las políticas neoliberales en la economía o a las truculencias de las figuras del poder político y económico real, al autoritarismo o posiciones análogas. Tampoco ayuda asociarla con raigambres "clasistas" u originadas del modelo dualista que oponía grupos sociales e individuos de acuerdo a determinismos economicistas; es decir, conservadores, neoliberales, autoritarios, por un lado, al servicio de las clases altas, en oposición a una izquierda política "justiciera", al servicio de las grandes mayorías.
Es posible constatar que la izquierda política (y cultural) ya quedó atrás. Dejó de ser la vanguardia ética y estética. Hago referencia a aquella izquierda que en el pasado, inclusive, había sido capaz de oponerse a regímenes autoritarios, que se materializó en la defensa por los derechos humanos y las libertades democráticas, y que tuvo su origen en la militancia política en movimientos sociales, sindicatos y partidos a partir de los años de 1960. Refiero, en general, a la generación del 68, que luego pautaría la estética de la "corporalidad de izquierda" que se iba a presentar. Refiero, también, de la que está siendo capaz, en la actualidad, de ofrecer concesiones a regímenes autoritarios en varios lugares de América Latina, de cometer la inmoralidad de ser cómplice con las violaciones a los derechos humanos que se cometen en Venezuela y en Nicaragua. Una izquierda que insiste en mantener una retórica beligerante y de polarización de la sociedad que recuerda la Guerra Fría, de la construcción constante de un escenario (necesario para su sobrevivencia) de un "ellos" y "nosotros". Una izquierda que todavía cree, inclusive, que la pobreza y el deterioro de la sociedad cubana es el resultado de "bloqueos económicos" y no de su falta de libertades en todos los sentidos. La izquierda épica, del espíritu moderno y la modernidad, se terminó transformando en una caricatura de ella misma. Concuerdo, en este sentido, con Mark Lilla cuando afirma que "la izquierda tiene la vieja y mala costumbre de subestimar a sus adversarios y explicar las ideas de ellos como simple camuflaje para actitudes y pasiones despreciables"[1].
Como contrapartida, la nuevísima "nueva derecha" trae una apariencia de modernidad, presentándose con un discurso sobre la novedad y lo nuevo, sobre lo que "está por venir". Transita con mayor facilidad por vías de lo estético: entre los jóvenes, parece existir una substitución de la apariencia de las clases medias hacia una nueva densidad estética ejemplificada, por ejemplo, en la proliferación de tatuajes y piercings, contrastando con la imagen austera y "careta" de tiempos atrás. Ejemplos de este aflojamiento en el estilo de vida y estético se puede encontrar en la figura de la primera diputada transexual en la historia de la Asamblea Nacional de Venezuela, Tamara Adrián, del sector político "Voluntad Popular"[2], cuando bien se sabe que ha sido la izquierda política quien levantó la bandera de la diversidad sexual. Una diputada transexual opositora al chavismo venezolano es todo lo que la izquierda no conseguiría digerir pacientemente. Y ejemplos semejantes no faltan.
Esta modernidad está conducida, por otro lado, por el dominio del lenguaje digital y el manejo de las redes sociales virtuales. La sociedad de la información ha conllevado a una sociedad más abierta, dinámica y plural, en la que la cultura digital y la revolución 4.0 establecieron nuevos desafíos y quiebre de paradigmas acerca de nuestras sociedades organizadas, dirigidas o planeadas. La sociedad en red y las nuevas nomenclaturas acerca del trabajo colaborativo, los desafíos ambientales, así como la exigencia por individuos hiper-reflexivos ante diversos riesgos contemporáneos, también parecieron precipitar reevaluaciones sobre el camino recorrido hasta el momento, sobre nuestros lazos sociales inmediatos, sobre nuestra comunidad próxima. No faltó, en este embale, una revalorización del individuo, que no fue otra cosa que la materialización de un deseo por mayor movilidad social. Aparece, así, cierta exaltación de valores asociados al esfuerzo personal, el trabajo y el mérito propio. Filmes de culto acompañarían este proceso, aquellos que tienen como guion una especie de glorificación del concepto del "self-made man", del suceso alcanzado por méritos propios, filmes que resignifican los valores familiares y de la amistad, de la entrega patriótica, aquellos en que la nostalgia por tiempos pasados remiten a valores morales más fuertes y estables, a la vida comunitaria y segura que se percibe como perdida. Filmes que materializarían un "nuevo giro afectivo", más intimistas, apelativos a la simplicidad de la vida cotidiana, sin grandes pretensiones existenciales.
La nuevísima "nueva derecha" está vinculada con una nueva identidad individualista y global, con preocupaciones tanto religiosas como ecológicas, sobre el "cuidado de sí". Se trata de personas con hábitos saludables, que practican deportes y tienen una posición crítica ante el consumo de drogas. Ven de manera positiva la revalorización de lo cotidiano y lo "normal", la vida familiar y el encuentro en espacios reservados, la sociabilidad del pequeño número. Esto parece ser, al mismo tiempo, un gesto de reserva frente a lo que representó una exaltación de la política por parte de la cultura hegemónica de izquierda en las últimas décadas. Disminuyéndose la centralidad de la política en la cotidianeidad, emerge una modernidad conservadora (salvando las paradojas) de relajamiento individual en respuesta al sacrificio totalizante (colectivista) del modelo anterior.
Pero esta "nueva derecha" es, antes de todo, ecléctica. Un conservadurismo de nuevo tipo es un elemento constitutivo fundamental, en la política y en la cultura, de esta nueva sensibilidad, conservadurismo que critica duramente la inestabilidad excesiva de la vida tanto en sus formas neoliberal como cosmopolita, no importando si se está en una gran metrópoli o en un pequeño centro urbano. De la misma forma, critica las injusticias impuestas por el "capitalismo salvaje" y sus consecuentes desórdenes sociales: la inevitable migración, la contaminación, el crecimiento de los divorcios y los litigios entre parejas, el aborto, la muerte de jóvenes por el uso de drogas, el desempleo. En definitiva, modernidad y conservadurismo entran en sinergia. Ecléctica e híbrida, rural y urbana, religiosa y con tatuajes, pluri-clasista e inter-racial.
Sobre esto, resulta interesante referirse a la reflexión realizada por Mark Lilla al analizar la figura de la joven política francesa Marion Maréchal, de 28 años, nieta de Jean-Marie Le Pen, fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional. Marion, de hecho, pocos trazos comunes tendría con su abuelo, al presentarse sin el discurso beligerante que lo había caracterizado por largo tiempo. Marion era una joven muy informada sobre los diversos problemas globales y eso parecía atribuirle una posición de compromiso político pocas veces encontrado en las nuevas generaciones. Así se la pudo observar en un discurso en la ciudad de Washington en el año de 2018, ante una platea típica de la convención anual de la Conferencia de Acción Política Conservadora. Discursando para un público de republicanos radicales, fanáticos por armas y "absolutistas de la propiedad privada" (palabras de M. Lilla), Marion Maréchal daría un giro interesante en su discurso al atacar el principio del individualismo y afirmar que el "primado del egoísmo" está en la base de todos los males de la sociedad contemporánea. Para Marion, la economía global esclaviza a los extranjeros migrantes, "robando" los empleos de los trabajadores locales. De hecho, para Mark Lilla, Marion es una representante de una tercera fuerza a la derecha en la política (ni clásica, ni populista), que viene movilizándose en torno de las denominadas cuestiones sociales, y que no se siente contemplada en el sistema de partidos francés. Tercera fuerza que sería muy próxima de los llamados partidarios de "La Manif"[3], compartiendo dos principales convicciones: en primer lugar, que un fuerte conservadurismo sería la única alternativa para el "cosmopolitismo neoliberal", y en segundo lugar, que tal conservadurismo puede ganar fuerza con recursos provenientes de los dos lados de la polarización política tradicional entre izquierda y derecha. Es que como recuerda Mark Lilla, sorprendentemente, estos jóvenes conservadores también son admiradores del político demócrata de izquierda norteamericano Bernie Sanders. Si bien rechazan la Unión Europea, la inmigración y el casamiento entre personas de un mismo sexo, también critican la desregulación de los mercados financieros, la austeridad neoliberal, el consumismo, la sociedad de libre competencia desenfrenada y el mero interés económico personal de los individuos. Se presentan preocupados con aquellos ciudadanos más vulnerables, que están endeudados con los bancos, y de manera más directa, aún, con las dificultades de los Estados nacionales europeos de poder actuar de manera autónoma ante el peso de las políticas fiscales impuestas a los países por la Unión Europea y la carencia de políticas soberanas, por fuera de la Unión, para responsabilizarse de manera directa por las cuestiones sociales. En defensa de la familia, estos jóvenes de la "nueva derecha" sostienen que la economía debería subordinarse a los imperativos sociales, y cuando el asunto es el cuidado del medio ambiente, manifiestan preocupación con la degradación ecológica y la calidad de los alimentos que llegan a nuestras mesas. Todo esto, sin duda, parece muy próximo de lo que representa la denominada "doctrina social de la Iglesia", y más cuando parece aliarse el tradicionalismo católico con un sentido práctico de la realidad de la mayoría de las personas. Citando, nuevamente, M. Lilla, esta tercera vía en la política de la derecha contemporánea, al llamar la "atención para problemas reales: un número creciente de nuevas familias, la generación de hijos en edad cada vez más avanzada, la proporción cada vez mayor de madres y padres solteros, los adolescentes inmersos en la pornografía y confundidos con relación a la propia sexualidad, además de padres e hijos estresados que realizan sus comidas diarias por separado, con los ojos clavados en el celular", está diagnosticando que se debe al "individualismo radical" nuestra ceguera hacia la necesidad social de familias fuertes y estables[4].
El "individualismo radical" es para esta nuevísima "nueva derecha" algo prácticamente análogo a una suerte de "defecto moral", que habría conducido al individuo a no referirse a nada más que no sea a él mismo. Al respecto, recuerdo, por ejemplo, y como dato concreto, el boom de la práctica del yoga entre algunos sectores sociales en los últimos años. Esta actitud de "volverse hacia sí mismo", de una promesa de auto-reconocimiento como experiencia que nos devuelve a la vida social, ha sido vista como imprescindible si se quiere, en la sociedad contemporánea, ser percibido por los demás como una persona espiritualizada y, al mismo tiempo, preocupada por su físico. Es por eso que postar stories de su sesión de yoga en Instagram o Facebook da un ingrediente más a una silueta urbana, espiritual, healthy, conectada con el mundo. Ciertamente, hay personas que han encontrado una manera de aliviar su estrés, mejorar su estado físico y abrirse a un estilo de vida que compensa un poco el materialismo de la sociedad moderna. No obstante, según una investigación reciente realizada en la Universidad de Southampton (Reino Unido), los asiduos practicantes del yoga en países occidentales suelen experimentar un fuerte "reforzamiento del ego y la autoestima e, inclusive, tendencias narcisistas". La investigación evaluó la rutina de 93 estudiantes durante 15 semanas de práctica, confirmando que ellos respondían a los test de autoestima de una manera muy cercana al narcisismo en las 24 horas siguientes a cada sesión de yoga[5]. Los investigadores concluirían que, efectivamente, en lugar de combatir el "yo ilusorio" y buscar la unidad con la divinidad que pregonan las filosofías que emplean el yoga (budismo e hinduismo) lo que se provocaría en sus prácticas era un aumento considerable del ego.
El "individualismo radical" a que se hace referencia, en definitiva, resultaría ser sinónimo expresivo de egoísmo y, al mismo tiempo, una manifestación que se localiza, paradójicamente, en la esfera pública. El egoísmo sería ese "defecto moral" que acusan los adherentes de esa "nueva derecha". El "individualismo radical" estaría definido como un desvío moral de algunos individuos en la esfera pública, llevando a creer que la práctica del yoga en las sociedades modernas, por ejemplo, mucho más que un elemento de comunión con la sociedad, se ha mostrado un factor de exacerbación de desapegos y alejamiento de la vida en común. Sin embargo, para esta "nueva derecha", el individuo no puede ser lo mismo que estos impulsos de "reforzamiento del ego" que se exhiben en la esfera pública como forma de politizar, en un sentido particular, esas prácticas. Los cambios culturales recientes más parecen indicar un alejamiento creciente de la esfera pública y una renovación de la esfera privada como ámbito privilegiado de la vida cotidiana, presentándose un individualismo de nuevo tipo. A pesar de que se hagan públicos muchos dramas privados, esta "nueva derecha" llama la atención hacia una suerte de retiro en la política de vida, en defensa de la vida privada, al percibir que sería en la esfera privada donde residiría el capital simbólico, cultural y hasta político de transformación de la vida pública. Se trata, evidentemente, de una discusión que parece establecerse sobre los contornos de la esfera pública y la esfera privada, sobre sus diferentes pesos en la vida individual y social y, por consecuencia, del contraproducente efecto cultural que ha provocado politizar la vida cotidiana.
Las esferas de la vida social (política, economía, cultura, moral, etc.) se han autonomizado cada vez más. Lo que en un aspecto un individuo se puede comprender de izquierda o progresista, en otro se puede descubrir conservador o de derecha. Los jóvenes de "La Manif", por ejemplo, critican los efectos perversos en las relaciones sociales producidas por el neoliberalismo y el cosmopolitismo, mientras se mantienen firmes en la defensa de ciertos principios morales y religiosos que los posicionan contrarios a la legalización del aborto. Muy por el contrario, para alguien que se define políticamente de izquierda tanto la esfera económica como la cultural se presentan subordinadas a una metanarrativa e ideología que los mantendría en apariencia "coherentes" ante el desafío de posicionarse sobre cuestiones como las mencionadas. El neoliberalismo y la legalización del aborto no saldrían de esferas distintas sino correlacionadas, inscribiéndose en una matriz común que se nutre tanto del capitalismo como del patriarcado como del machismo, caras de una misma moneda. No obstante, la nuevísima "nueva derecha" parece realizar un diagnóstico más adecuado sobre las transformaciones culturales recientes, constatando que la agenda económica y política no necesariamente debe ser entendida en correspondencia con agendas culturales o morales, algo fundamental para comprendernos en sociedades complejas como las nuestras. En tal sentido, no dudo en creer que una nuevísima "nueva izquierda" (que aún no la veo) pueda encontrarse con esta "nueva derecha", principalmente en los diagnósticos realizados acerca de ciertas contrariedades en los cambios culturales recientes, como en el énfasis dado a los asuntos sobre las identidades en las discusiones políticas. Tanto para la "nueva derecha" como para una supuesta "nueva izquierda", existen preocupaciones comunes al respecto, cuando, por ejemplo, embestidas culturales que privilegian "guerras identitarias" se transforman en cuestiones políticas determinantes en la limitación de las libertades individuales.
Para la "nueva derecha" existe una amenaza al individuo y su vida social. Para la "nueva izquierda" existiría una amenaza al individualismo, entendido como la expansión de las virtudes, habilidades y deseos en una sociedad compuesta por intereses. Pero esta nuevísima "nueva derecha" está, al mismo tiempo, permitiendo un debate importante, y al que se podrá sumar, en breve, quien sabe, una incipiente nuevísima "nueva izquierda": el debate en torno a si se podrá conciliar las ventajas del individualismo de la tradición liberal y moderna con un sentido de responsabilidad social, sin el cual la vida democrática no tendría posibilidad de existir.
Carlos A. Gadea
Doctor en Sociología. Profesor universitario en Brasil
E-mail: cgadea@unisinos.br
[1] "Dois caminhos para a direita francesa", IN: Piauí, N° 149, p. 35.
[2] De perfil socialdemócrata, el sector político "Voluntad Popular" es considerado, igualmente, como perteneciente a la derecha venezolana. No obstante, este sector ha sido admitido, en 2014, en la "Internacional Socialista", algo que lleva a comprender la complejidad de esta supuesta "nueva derecha" emergente.
[3] Grupo de laicos apoyado fuertemente en grupos de oración de católicos carismáticos, cuya red fue denominada de La Manif pour tous (La manifestación por todos). Se presentan de manera lúdica en el espacio público, más parecido a una Gay Parade de que a una peregrinación. Su agenda de movilización se ha destacado por el combate de lo que se conoce como "ideología de género", el casamiento gay y la defensa de la familia y los valores cristianos.
[4] Mark Lilla, "Dois caminhos para a direita francesa", IN: Piauí, N° 149, p. 34.
[5] Ver "People's egos get bigger after meditation and yoga, says a new study", IN: https://qz.com/1307380/yoga-and-meditation-boost-your-ego-say-psychology-researchers/
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