Columna de Ciencia y Tecnología

Juan Valle Lisboa

20.09.2016

Durante su conferencia en la reunión de la Sociedad de las Ciencias Cognitivas de 2011, Noam Chomsky se refirió a la época en que comenzó a desarrollar sus actividades diciendo: “cuando comenzamos a trabajar (...) todos estos enfoques asumían que el lenguaje no existe como un objeto de investigación independiente (...) yo llamo a esto el enfoque del lenguaje inexistente”.

El siguiente conferencista, el psicólogo Michael Tomasello, dijo al empezar su charla “yo soy de los que cree que el lenguaje no existe”.

Chomsky se refería a la visión dominante en la psicología de los años '50 del siglo pasado, que sostenía que el lenguaje se aprendía asociando secuencias de palabras a pensamientos no verbales. La revolución de la lingüística generativa se basó en la observación de que saber un lenguaje quiere decir saber generar y entender un número infinito de oraciones, pero habiendo experimentado un número finito. Por ejemplo, es muy improbable que el lector haya leído antes las oraciones que aquí se presentan y sin embargo podrá notar que son oraciones del español, que se refieren a situaciones e ideas concretas que esperamos pueda entender. Esto demuestra que aprender un lenguaje no puede ser memorizar una lista de las oraciones posibles de un lenguaje. Más sutil es el hecho de que muchas otras propuestas de como aprendemos y generalizamos tampoco parecen ser suficientes para explicar lo que decimos, lo que podemos decir y lo que jamás diríamos. Estudiar qué tipo estructuras constituyen un lenguaje, y como hacen las personas para saberlo ha sido el trabajo de los lingüistas desde entonces. Una de las hipótesis centrales de Chomsky, sumamente atacada por sus detractores, es la de la pobreza de estímulo; no hay suficiente evidencia en lo que un niño percibe como para aprender las reglas del lenguaje. Por lo tanto esa evidencia debe venir de la biología y eso implica una gramática universal.

Sin embargo, la inicial esperanza de que este enfoque nos abriría la puerta a entender cómo el cerebro aprende el lenguaje, se diluyó al mismo tiempo que la lingüística se sumía en lo que se dio en llamar las "guerras lingüísticas". Desde entonces conviven muchos enfoques y al menos dos visiones antagónicas en el estudio de la Psicología y Neurobiología del lenguaje. Por un lado, la visión chomskyana, que supone a la capacidad para aprender el lenguaje como parte de la biología y por otro, la que expone entre otros Tomasello, que concibe al lenguaje como un producto particular de las habilidades más generales de los humanos, pero no de un "instinto para aprender el lenguaje". Es en ese sentido que, para Tomasello, el lenguaje no existe.

Si bien podemos concebir un continuo entre medio de estas posturas, en esta columna me atrevo a sugerir que la verdad está más cerca de Chomsky que de Tomasello.En primer lugar el lenguaje es Universal y todos los humanos no afectados por patologías pueden aprenderlo. Toda cultura humana que se haya relevado alguna vez tiene un lenguaje articulado y complejo. Otros aspectos de la cultura humana son más particulares. Por ejemplo, la escritura fue inventada hace unos 6000 años y hay culturas que nunca la desarrollaron. Lo mismo pasa con la matemática (aunque todos tengamos capacidades para reconocer cantidades y manipular elementos geométricos).

Por otro lado, el aprendizaje del lenguaje por los niños es muy natural e incluso ocurre sin una enseñanza directa de los padres. Si bien nos maravillamos con las tecnologías lingüísticas que nos ofrecen los teléfonos, las tablets y la internet, estas requieren una gran elaboración y programación, y aun así palidecen frente a las capacidades de los humanos. Un niño de 4 años ya sabe mucho más de lenguaje que cualquier aplicación de Google. Esto contrasta con el aprendizaje de cosas mucho más simples. Hay estudiantes universitarios que a pesar de haber tomado un curso universitario de cálculo integral nunca pueden resolver algunos problemas de ese dominio que un sitio web resuelve en segundos. Eso por sí solo debería hacernos pensar que hay algo natural en aprender un lenguaje, incluso sin tener que recurrir a la interesante hipótesis de la pobreza de estímulo.

Pero hay más. Varios registros de la historia muestran que cuando se ponen en contacto diferentes culturas, inventan una lengua imperfecta (un pidgin) que es luego ampliada y sofisticada por los niños que crecen escuchándola, transformándola en un lenguaje criollo. Quizás el ejemplo más espectacular de algo similar es el de la lengua de señas de Nicaragua, inventada por niños sordos en los recreos y en las veredas de las escuelas, y posteriormente (luego de que los lingüistas aconsejaron al gobierno Sandinista proteger a este proceso) en las clases de las escuelas. En pocas generaciones pasaron de no tener una lengua articulada a crear un lenguaje de señas complejo, similar en esa complejidad a las lenguas de señas de otros países y a las lenguas orales.

Claro, esto solo refutaría las visiones empiristas radicales, para las cuales no hay más en la constitución humana que sentidos y mecanismos generales de aprendizaje. La visión de Tomasello es más sofisticada. Este autor, sostiene que hay efectivamente aspectos específicos  de la cognición humana que tienen un sustrato biológico particular, pero que lo central es un conjunto de capacidades para cooperar y no algo específico para aprender el lenguaje. En una serie de experimentos muy originales, Tomasello muestra de manera convincente que niños y chimpancés no difieren en varias capacidades cognitivas, pero sí lo hacen en la capacidad para entender y para responder a las intenciones de otros, y en la voluntad de iniciar una comunicación que no sea en beneficio propio. Tomasello argumenta que no se han encontrado verdaderos universales del lenguaje que no puedan explicarse por la cognición humana y las propiedades del mundo físico.

Tomasello deja afuera cosas bien demostradas. Por ejemplo, los primates más cercanos son incapaces del aprendizaje basado en imitación vocal. Y esta no es una facultad fácil de adquirir. De hecho, en las especies de pájaros que esto ha sido estudiado, es una facultad especial que requiere de una serie de estructuras y procesos neurobiológicos específicos. Es interesante que el aprendizaje del canto de los pájaros pasa por fases de desarrollo similares a las del aprendizaje del habla en los humanos, y que si un pájaro no tiene experiencia con co-específicos durante un período sensible, genera una canción alterada. Sucesivas generaciones de pájaros que aprenden a partir de esa canción alterada terminan produciendo una canción similar a la de los co-específicos, lo que recuerda a la creación de lenguas criollas o a la lengua de señas nicaragüense. Esto habla de la presencia de aspectos biológicos específicos del aprendizaje de una parte del lenguaje, esto es, el habla.

La neurociencia cognitiva del lenguaje agrega un conjunto de evidencias, a mi juicio muy difíciles de encajar en el filo-empirismo tomaselliano. Por un lado, el hecho de que se puedan identificar redes neurales específicas vinculadas al lenguaje, comunes a los humanos que hablan lenguas muy diferentes hace difícil creer que no haya un sustrato biológico único del aprendizaje del lenguaje. Esto es así incluso en la lengua de señas que comparte muchas de las redes neurales involucradas con el habla, redes que son distintas a las empleadas en la cognición numérica, el reconocimiento de objetos o la elaboración de planes de acción. Las redes que se activan en el lenguaje muestran ser sensibles a las categorías de la lingüística y a la estructura jerárquica predicha por las teorías lingüísticas, algo ausente en el procesamiento, digamos, de los rostros o incluso de la música. Más aún, se ha demostrado que bebés de 3 meses (antes de haber empezado a hablar e incluso antes de fases importantes del balbuceo) activan estas redes frente al habla pero no frente a sonidos del habla pasados al revés (que no se utilizan en ninguna lengua humana).

Quizás lo que es más difícil de sostener es lo que Tomasello propone para la generalización lingüística. Este autor y otros observan que los niños son muy conservadores inicialmente en el uso de ciertas estructuras del lenguaje y no las generalizan. Sólo después de una gran experiencia que podría incluir más instancias de aprendizaje, son los niños capaces de usar esas formas libremente. Tomasello propone una serie de mecanismos que, sostiene, son generales y permiten aprender cualquier lenguaje humano. Dado lo poco precisa de sus propuestas es difícil evaluar tal aseveración. Podría ser el caso que los mecanismos propuestos no permitan aprender realmente los lenguajes humanos; o que aprendan cualquier cosa incluso de lenguajes jamás vistos (e imposibles). Podría ser que sí permitieran aprenderlos pero que de forma velada utilicen mecanismos específicos para el lenguaje, ergo, que fueran una implementación de la gramática universal y no una alternativa. Las teorías lingüísticas cercanas a Tomasello (la gramática de construcciones, por ejemplo) parece ser de este último tipo.

Muchos defensores del enfoque de Tomasello apelan al aprendizaje de las redes neuronales artificiales como ejemplo de que su enfoque es viable. Es un buen candidato. Las redes neuronales artificiales se inspiran en los postulados neurobiológicos del aprendizaje, y están detrás de muchas aplicaciones novedosas que surgen del tratamiento de los llamados 'big data'. Como modelos de la cognición, se presentan como mecanismos generales de aprendizaje. Pero eso es falso. Nadie ha propuesto un modelo capaz de aprender todo lo que un humano aprende; hay una gran cantidad de modelos, todos ellos parecidos pero no iguales, que aprenden cada uno de ellos pequeñas sub-partes de un pequeño problema que integra aspectos de un dominio de la cognición humana. Cabe la posibilidad de que esa profusión modelística sea hija de tener mal la teoría general. Después de todo, una de las redes neuronales artificiales utilizadas por Google para aprender imágenes consta de casi tantas unidades neuronales como neuronas tiene una abeja, y cada una de las unidades es al menos un millón de veces más rápida que una neurona y puede almacenar establemente datos que una neurona no podría. Sin embargo la abeja no sólo reconoce imágenes; vuela, recoge néctar y polen, navega en el espacio, y transmite a sus congéneres la ubicación de las fuentes de comida. Es claro que es poco lo que sabemos de las redes reales de neuronas y de sus propiedades, pero creo que es claro que no existe el superaprendizaje; existen mecanismos específicos para aprender los aspectos de la vida que los seres vivos necesitan para vivir en su nicho ecológico. Y si es así, no es raro pensar que entre esos mecanismos está el lenguaje y sus particularidades. Eso no le quita valor a las contribuciones de Tomasello. Creo yo que integrando lo que de bueno tienen cada uno de los enfoques seguramente entenderemos más del lenguaje que rindiéndonos a los antagonismos superfluos que impone la vida académica actual.

 

Juan Valle Lisboa es Dr. en Ciencias Biológicas, docente e investigador en el Instituto de Fundamentos y Métodos y el Centro de Investigación Básica en Psicología de la Facultad de Psicología. Es investigador grado 3 del PEDECIBA y nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores.

Correo de contacto: juancvl@gmail.com

Columna Ciencia y Tecnología
2016-09-20T09:16:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias