El Brasil autoritario: cinco votos y cómo explicarlos
Adriana Marrero
10.10.2018
El Brasil...
Silvia. Tiene 36 años y trabaja de empleada doméstica en la casa de una pareja de destacados intelectuales nordestinos, fervientes creyentes en la educación y en la igualdad de oportunidades.
Animada por sus patrones, Silvia terminó la enseñanza media. Hace cinco años, rindió el vestibular -examen de ingreso a la universidad- para estudiar enfermería. Gracias a los cupos especiales que el gobierno de Lula reservó a mujeres afrodescendientes, logra su lugar en la universidad. Dispuesta a seguir adelante, Silvia abandona a su esposo analfabeto que se oponía a sus estudios, y se muda con su hija a otra ciudad. El esposo de Silvia, vota a Bolsonaro.
En la familia de mis amigos intelectuales, hay una pequeña revuelta. Uno de los hijos se ha declarado abiertamente a favor de Bolsonaro. "No quiero oír propaganda fascista en mi casa" dice mi amigo. El hijo mayor, con más experiencia, calla. Conmigo, se queja de la delincuencia, de las dádivas de Lula a gente que no trabaja, y de la corrupción. Recientemente egresado de una universidad privada -perdió el vestibular para la pública el mismo año que Silvia lo salvó- ya trabaja en Brasilia y para él, el cielo es el límite. Quiere construir una identidad propia, sin sentir culpas por la desgracia de los demás, y sin sentir vergüenza de ser un varón casi blanco e hijo de una familia acomodada. La ideología de su padre, no le convence. Finalmente, su padre, que antes lo sabía todo, ha terminado siendo, a sus ojos, un conservador, que defiende un status quo corrupto y decadente, con líderes presos, que ha fomentado la vagancia y la violencia urbana. Rehúye la pregunta, pero su discurso no deja lugar a dudas: también vota a Bolsonaro.
Su novia, una abogada de 24 años, blanca como la leche, que ejerce privadamente su profesión mientras hace un postgrado, ha visto mundo. Vivió en Sevilla, gracias a un intercambio académico, y su visión del Brasil está permeada del proyecto independentista catalán y de la crítica al lastre de los sectores más rezagados para el desarrollo de las naciones. "No se puede avanzar si siempre estamos haciendo transferencias de los sectores más avanzados hacia los más atrasados", dice. "La carga, es demasiado grande". Brasil, a diferencia de Cataluña, no puede desengancharse de los vagones de los que tira. Pero puede hacerse algo para que pesen menos. Sólo basta poner las cosas en su debido lugar. Lucía, vota a Bolsonaro.
A diferencia de mi amiga, que es doctora y profesora en la universidad, su hermano apenas ha alcanzado la enseñanza media. Vive con ellos, en la enorme casa de la playa, haciendo pequeños trabajos como mensajero, chofer, o casero. Ya en sus cincuenta, no logra conformar pareja. Le gustan las mujeres jóvenes, mucho más jóvenes que él, porque le brindan más seguridad. Pero las chicas de hoy, las que él alcanza a conocer, no aceptan establecer relaciones asimétricas o machistas, saben el tipo de vida y de hombre que quieren, y él está lejos de poder ofrecer algo así. Se siente solo, humillado frente a su hermana académica y su cuñado intelectual, dependiente económicamente, y desvalorizado en lo único en lo que podía afirmar, hasta hace poco, el orgullo de su identidad: el ser un hombre, y un hombre heterosexual, en una sociedad donde, ser mujer, no valía nada, y ser gay, era una vergüenza. Quiere volver a sentirse orgulloso de sí. Claudio, vota a Bolsonaro.
Estos cinco expresan el núcleo duro de la estructura social brasileña, fuertemente anclada en la desigualdad y en una férrea jerarquización donde todo es examinado a la luz de unos pocos factores básicos: el dinero, el sexo, y la infinita variedad de los tonos de piel. Pero bien sabemos que el fascismo ha triunfado en muchos lados más.
...Autoritario
Lejos en tiempo y espacio -mitad del siglo pasado, en Estados Unidos y Europa- una multitud de filósofos, sociólogos y psicólogos, se propusieron explicar el apoyo popular al fascismo. En 1941, procurando comprender el fenómeno del nazismo en Alemania, Erich Fromm publica "El miedo a la libertad", en el que explora la psicología del sujeto moderno sometido a una tensión entre el avance de las libertades individuales y el consecuente crecimiento de su inseguridad frente al mundo. Cuanto más libre es, más inseguro se siente. En este marco amplio, bastará una circunstancia socioeconómica facilitadora, como una crisis, para que resurja el autoritarismo que pudo haberse conformado mucho antes. Angustiado por la inseguridad que le provoca la crisis repentina, el individuo se dispone a abandonar su libertad, con tal de obtener seguridad y la protección del poderoso: Se somete, se subordina a aquel que lo pueda proteger o prometa hacerlo. Pero como consecuencia, también demanda sumisión y sometimiento a los demás, y lo exige de modo absoluto.
El concepto de "personalidad autoritaria", atrae a otro judío exiliado en Estados Unidos, un filósofo fundador de la Escuela de Frankfurt, quien, en su nueva patria, trabaja como sociólogo. En su famoso trabajo "La personalidad autoritaria" (1950), Theodor Adorno y sus colaboradores, interesados en dar una expresión empírica a la teoría de Fromm, se proponen "estudiar al sujeto potencialmente fascista cuya estructura de personalidad es tal que le hace especialmente susceptible a la propaganda antidemocrática". Y ¿Qué hace un filósofo trabajando como sociólogo en Estados Unidos, cuando es inspirado por una teoría sicológica? Muy fácil: una encuesta. De la misma, aplicando la famosa "Escala F", Adorno encuentra nueve características que identificarían a un "autoritario". Y atención, porque esto es interesante. Ahí van: 1) Convencionalismo, o adhesión rígida a los valores de la clase media bienpensante; 2) Sumisión autoritaria, o la tendencia a obedecer incondicionalmente a los líderes o a quienes considera superior; 3) Agresividad autoritaria, o intolerancia a todo aquel que discuta los valores establecidos; 4) Rechazo a la reflexión, a la introspección, al autoexamen; 5) Superstición y estereotipia, o la idea de la existencia de entes o valores eternos, y la tendencia a juzgar al mundo de modo inflexible según los mismos; 6) Inclinación al criterio "poder-subordinación" o "fortaleza y debilidad" como guía para el ordenamiento del mundo y de sus relaciones, donde el sujeto se identifica con los poderosos o con los que aplican la fuerza; 7)Destructividad y cinismo, o sea, la hostilidad y el ataque permanente al sistema, a los demás o a los distintos; 8) Tendencia a la proyección, es decir, a atribuir a los demás los sentimientos e impulsos violentos de uno mismo; 9) Una preocupación exagerada por el sexo y la ortodoxia en la identidad y relaciones sexuales.
Aunque fue un importante paso adelante en la comprensión del fenómeno, el trabajo de Adorno ha sufrido importantes críticas metodológicas y hasta teóricas ya que, bien visto, la escala F sólo describe a cabalidad el autoritarismo de derecha. Para decirlo con claridad: ¿alguien duda de que existe también un autoritarismo de izquierda? Por ello, diez años más tarde, Milton Rokeach (1960) aplica una escala de "dogmatismo" que pretende medir también el autoritarismo de izquierda y otras formas de intolerancia social, tales como las que tienen lugar en ámbitos académicos, como las ciencias sociales, las humanidades o las artes. Para el autor, todas las formas de dogmatismo, independientemente de sus contenidos ideológicos, tienen una característica en común, como es la existencia de un sistema de creencias cerrado, que es inmune a la crítica y a la evidencia externa. Cuanto mayor es el dogmatismo, habrá mayor glorificación de su líder y una denostación de los líderes "enemigos", una defensa a ultranza de la cohesión del propio grupo, una infravaloración de otros, mayor aislamiento y autoafirmación, la creencia en una sola verdad que es convertida en la "causa" de su acción, y un rechazo al diferente y a todo lo que no pertenece al grupo propio.
Otros estudios han impactado todavía más en la comprensión del fascismo. Stanley Milgram, en 1961, inicia su célebre estudio "Obediencia a la autoridad" que fuera recogido en varios filmes comerciales. Su descubrimiento dejó atónitos tanto a especialistas como a legos. Según el estudio, casi dos tercios de las personas que se sometían al experimento, estaban dispuestos a aplicar choques eléctricos mortales a otros, siempre que una autoridad se los pidiera con suficiente convicción[i]. En 1973, Philip Zimbardo estudió el modo cómo 24 varones jóvenes blancos, saludables, con educación universitaria, adoptaban el rol de "carceleros" o "prisioneros", al cual fueron asignados aleatoriamente. En su cárcel ficticia, los carceleros rápidamente adoptaron conductas abusivas, violentas, y sádicas; los prisioneros aceptaron ese trato humillante y desarrollaron trastornos emocionales importantes, al punto de decidir no abandonar el experimento aun cuando podían hacerlo. El propio Zimbardo se vio influido por el experimento, que debió ser interrumpido a los pocos días de iniciado. Otros experimentos como los de Sherif de 1954 en Oklahoma, o el de "La tercera ola" (dramatizado en el film "La Ola", dirigida por Denis Gansel, 2008), muestran el mismo fenómeno: puestos en las circunstancias adecuadas, casi cualquier persona es capaz de comportarse de modo autoritario, violento y humillante hacia los demás, y convencerse de que tiene derecho a comportarse de esa manera, mientras los humillados desarrollan sentimientos de desvalorización y hasta de justificación de su situación de víctimas.
Cinco votos y cómo explicarlos
Poco queda para explicar acá. Lo que hace falta es pensar y repasar los puntos anteriores, mirar hacia los costados y, si es le es posible, hacia usted mismo. ¿Ha encontrado demasiada similitud entre lo que ha leído y su forma de ver del mundo, de relacionarse con los demás, o de actuar en la realidad política? ¿Ha aprovechado el cargo o la posición que ocupa para usarlo a su favor, para obtener ventajas, o ejercer violencia contra sus "enemigos"? ¿Cree que todos son corruptos, acomodados o inútiles? ¿Cree que sus ideas son las únicas válidas? ¿Le preocupa con quién se acuestan los demás, o que alguien piense que usted es homosexual? ¿Sigue a un líder que le parece único e insustituible? ¿Cree que las cosas se solucionan usando la fuerza?
Mucho cuidado. Usted podría ser un votante potencial de Bolsonaro. O de alguien como él.
Adriana Marrero
[i] En el experimento se planteaba una situación en la cual un sujeto experimental actuaba como "maestro" que dirigía preguntas a otro sujeto (actor y cómplice del investigador) que actuaba como "aprendiz". Cuando el aprendiz respondía incorrectamente una pregunta, el maestro debía oprimir un botón que descargaba cargas crecientes de electricidad. Realmente, el mecanismo no funcionaba y el aprendiz sólo fingía sufrir, desmayarse y hasta morir. Pero el maestro no lo sabía. El investigador, que supervisaba la situación, actuaba como la "autoridad" que ordenaba al maestro que siguiera efectuando las descargas, por más desgarradores que fueran los gritos del aprendiz. Ningún maestro se detuvo antes de descargar 300 voltios sobre el aprendiz que le tocó en suerte.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias