¿Quién gobierna este mundo desbocado?
12.09.2025
OTHER NEWS (Por Esteban Cabal* – Diario Red)- ¿Hasta qué punto nuestros gobernantes son meros títeres de los poderes fácticos de las altas finanzas?
El cantante altermundista Manu Chao fue muy explícito sugiriendo una falta de control por parte de los líderes políticos, y una carrera desenfrenada hacia un futuro incierto: "dudo que haya alguien al volante. Los que mandan no saben a dónde nos llevan" (El País Dominical, 19 de agosto de 2007).
En su novela "La conspiración Maquiavelo", ambienta en Madrid y Barcelona, el escritor Allan Folsom describe una organización de poderosos al estilo del Club Bilderberg, una red secreta que logra controlar a los principales líderes del mundo. Este autor también tiene una versión del asunto: «no creo que exista una orden secreta dispuesta a gobernar el mundo, pero sí a velar por su status quo y a conservar su actual control económico».
En una memorable entrevista de enero de 2021, el entonces vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, fundador de Podemos, reconocía en Onda Cero que se ha dado cuenta de que «estar en el Gobierno no significa estar en el poder» porque ningún rico ni ningún poderoso»está dispuesto a aceptar fácilmente una decisión, por muy democrática que sea. Esa presión, incluso, nos habla de una democracia limitada».
El presidente norteamericano Bill Clinton, cuyo famoso lema electoral rezaba "¡es la economía, estúpido!", llegó a reconocerlo en cierta ocasión diciendo: "cuando uno es presidente y ve que son otros los que toman las decisiones, sabe que se puede ser un presidente virtual, un primer ministro virtual, cualquier cosa virtual".
¿Quién manda aquí? Según la narrativa oficial, la de las instituciones, "la soberanía reside en el pueblo" y el poder lo detentan "las naciones soberanas". Pero todos sabemos que no es toda la verdad, las decisiones más importantes se toman en privado, en "petit comité", a puerta cerrada. Luego se oficializan en organismos transnacionales y, por último, los serviles políticos adoptan en cada país medidas en aplicación de esos acuerdos.
Vivianne Forrester, autora de "Una extraña dictadura", nos lo explica así: "todos los centros nerviosos de la sociedad están controlados por un régimen que delega en los políticos para llevar a cabo decisiones ya tomadas de antemano en lugares como la OCDE, el Banco Mundial o el FMI".
No es fácil averiguar quién gobierna el mundo, quién ostenta el poder real. Desde una visión simplista, que dista mucho de la realidad, algunos creen que el poder mundial está en manos del inquilino de turno de la Casa Blanca, o del presidente de la Reserva Federal, o del sionismo internacional, etc. Pero ninguno de ellos unilateralmente tomó la decisión de bombardear Libia en 2011. Formalmente la decisión se tomó primero en el Consejo de Seguridad de la ONU, luego en el Cuartel General de la OTAN. Por último, los consejos de ministros de los países implicados acordaron movilizar las tropas necesarias, los barcos, los aviones. Probablemente, sin embargo, la decisión ya había sido tomada con mucha antelación en los cenáculos conspirativos de la elite financiera, en reuniones secretas de un puñado de banqueros y representantes de las grandes corporaciones transnacionales, en su mayoría aglosajones. Una vez más primaron los intereses comerciales. El control sobre los recursos, sobre el petróleo y el agua potable, y no la defensa de la libertad, fue la verdadera causa de la tragedia humana.
El escritor regeneracionista Joaquín Costa distinguía a finales del siglo XIX entre dos tipos de constitución: La constitución formal, que era la conformada por las normas políticas supremas del Estado, y la constitución material, equivalente a la distribución efectiva del poder económico y del poder real. En la España del siglo XIX, la constitución formal era la descrita por la Constitución de 1876 (el Rey, las Cortes y la legislación de sufragio, que a partir de 1890 era universal) mientras que la constitución material estaba conformada por una densa red de oligarcas, de caciques, de terratenientes y de sus sistemas clientelares, que eran los que de verdad imponían su poder en España.
Esta dicotomía entre poder teórico y poder fáctico, entre constitución formal y constitución real, está presente en todo tipo Estados que reconozcan el sufragio universal. ¿Por qué? Porque, en teoría, en Europa Occidental y en Estados Unidos, el pueblo es soberano y todos los ciudadanos, en la medida en que están investidos del derecho de sufragio, deciden de igual manera la dirección del proceso político. Pero en la práctica, el poder económico está concentrado en muy pocas manos: la banca y sus Fondos de inversión (Vanguard, Black Rock), las grandes petroleras, las quimico-farmacéuticas, el complejo militar industrial o la «aristocracia financiera» formada por los directivos que controlan las empresas cotizadas.
Por este motivo, desde la generalización del sufragio universal a finales del siglo XIX, ha sido necesario para la elite articular mecanismos que aseguren que el proceso político sea en efecto dirigido, no por los ciudadanos, sino por los poderes fácticos. Esto se logra a través del control de las agencias de inteligencia, de los medios de comunicación, encargados de pastorear a los ciudadanos por los senderos que marca el establishment y mediante la transferencia de buena parte de las políticas económicas a instituciones no electas como los Bancos Centrales o la Comisión Europea, lo que constituye una vulneración manifiesta del principio de «reserva de ley», que impone que toda regulación que afecte a los derechos de los ciudadanos (incluido el derecho de propiedad) debe de ser aprobada por instituciones electas.
El poder fáctico, ni está legitimado ni siempre busca la legitimación para ejercerse, pero ejerce de facto (de hecho) el poder aunque no lo haga de iure (legalmente) ya que su mera existencia le hace ser determinante. La mayor parte de las veces no es necesario que se imponga por la fuerza: le basta con explicitar, o incluso con sugerir sus deseos para que se conviertan en realidad. La clave de su ejercicio es su capacidad de control de mecanismos externos a la política para lograr poder político, como por ejemplo el dominio de recursos vitales o estratégicos, que le dan el control de la ideología dominante, la sociedad y la economía. Por ejemplo, en vez de controlar un gobierno de turno, controlar o influenciar su legislación, de manera legal o casi legal. El papel central que juegan los «poderes facticos» pone en duda la solidez, la estabilidad y la legitimidad de la democracia en muchos países.
Hay muchos tipos de poderes fácticos, como por ejemplo la Iglesia católica, pero sin duda el más influyente de todos ellos es el de los grandes conductores económicos, íntimamente vinculados al lobby sionista: la banca y las grandes corporaciones multinacionales.
¿Tiene la Unión Europea un funcionamiento democrático? Evidentemente no. La capacidad de decisión no recae sobre el Parlamento Europeo sino sobre la Comisión Europea, que es todo menos un gobierno responsable. Sus miembros no responden ante el Parlamento Europeo, que por otra parte no puede ejercer un control político directo sobre la Comisión. La presidenta, Úrsula von der Leyen, no ha sido elegida por los ciudadanos.
Lo peor no es eso. Lo peor es que ni siquiera la Comisión Europea es quien verdaderamente toma las decisiones más importantes. Puede que usted no lo sepa pero quienes de verdad gobiernan la Unión Europea son los miembros de una organización cuyo nombre desconocen la mayoría de los europeos: la Mesa Redonda de los Industriales o o European Round Table of Industrialists (ERT).
La ERT es un foro neoliberal creado en 1983 que reúne alrededor de 50 jefes ejecutivos y presidentes de los bancos y las principales empresas multinacionales de filiación europea que cubren una amplia gama de sectores industriales y tecnológicos, cuyo objetivo es influir en las políticas públicas. ¡Y vaya si lo consiguen!
La ERT no solo elabora programas estratégicos de austeridad y de privatización de empresas públicas en los ámbitos de la sanidad, la educación, el agua y el transporte público, que inmediatamente son adoptados como propios por la Comisión Europea, sino que diseña las grandes infraestructuras (energéticas, autopistas, líneas ferroviarias, etc.), planifica y cuantifica las principales inversiones públicas que se deben realizar en territorio europeo a la medida de los intereses de los bancos privados y sus multinacionales.
Tenemos la prueba fehaciente gracias al intrépido Olivier Hoedeman, miembro del Observatorio Corporativo de Europa (CEO), una ONG que promueve la transparencia y que investiga y cuestiona el poder de los grupos de presión.
En diciembre de 1993, la cúpula de ERT celebraba una reunión plenaria en sus oficinas de Bruselas. En ese momento, Hoedeman y otros activistas asaltaron la sede de la ERT de forma pacífica. Los líderes de la ERT se asustaron y abandonaron el edificio, no sin antes dar aviso a la policía. Los activistas registraron los archivos, fotocopiaron un montón de documentos importantes y los sacaron de allí antes de que llegara la policía. De esta manera, tuvieron acceso a una ingente cantidad de información que, una vez analizada, puso de manifiesto que la Comisión se reunían de forma habitual y en absoluto secreto con la ERT, y que todas las grandes infraestructuras realizadas por la Unión Europea en los años precedentes habían sido diseñadas por la ERT.
En un artículo publicado en Ctxt (22/05/2019) Eduardo Luis Junquera explica como los intereses de las grandes empresas amenazan una Europa social en la que prevalezcan los intereses de los ciudadanos. Y cuenta que Olivier Hoedeman "resaltaba en 2016 las sorprendentes similitudes entre la Red Transeuropea de Transportes, el proyecto de infraestructuras más importante y caro de la historia, que fue establecido en 1990 y cuyo presupuesto era de 400.000 millones de euros, y un informe de la ERT, cuya propuesta fue copiada casi punto por punto por la Comisión Europea.
Este caso fue descubierto a raíz de una denuncia que CEO recibió en 1993 por parte de una asociación de defensa medioambiental del sur de Francia. En la denuncia, la organización describía su lucha porque no se construyera una autopista en la zona del Valle de Aspe, cerca de la frontera con España. En el informe "Remodelando Europa", financiado por la ERT y redactado por tres empresarios: Wisse Dekker (presidente de la ERT desde 1988 hasta 1992), Pehr Gyllenhammar y Jérôme Monod, se dictan las líneas maestras que van a transformar el continente. Dekker fue director ejecutivo de Phillips, el gigante holandés de la electrónica, entre 1982 y 1986; Gyllenhammar fue director ejecutivo de Volvo, el fabricante de automóviles sueco, entre 1970 y 1994; y Monod dirigió Lyonnaise des Eaux, una empresa de aguas de Francia entre 1980 y 1997.
Olivier Hoedeman describió el informe como un "Manifiesto político escrito por líderes industriales". Para Hoedeman, era sorprendente que tres ejecutivos de alto rango (tres personas no elegidas democráticamente y no sometidas al control de un parlamento) hubieran escrito un texto que sirvió para cambiar por entero el aspecto de Europa".
Andrew Gavin Marshall, de Occupy.com, afirma que "la ERT continúa hoy impulsando las ideologías e intereses del poder corporativo y financiero a costa de los intereses de los trabajadores y de la población en general".
Que los bancos y las corporaciones privadas diseñen los programas que luego van a ejecutar las Administraciones Públicas con el dinero de los contribuyentes, es algo sumamente habitual. Así funciona el mundo, por lo menos en occidente, en los países de la OTAN. ¿Hasta qué punto nuestros gobernantes son meros títeres de esos poderes fácticos de las altas finanzas?
En España tenemos el caso análogo, recientemente dado a conocer, de Cristóbal Montoro, que desempeñó el cargo de ministro de Hacienda en dos ocasiones: la primera entre 2000 y 2004, con José María Aznar, y la segunda entre 2011 y 2018, con Mariano Rajoy. Esta vez con un asqueroso componente de corrupción política que podría llevar a Montoro a la cárcel.
Como todos sabemos, Montoro creó un Gabinete jurídico privado como tapadera para cobrar multimillonarias comisiones ilegales a ciertas corporaciones privadas a cambio de cambios legislativos que les favorecían fiscalmente. De esa manera, eran grandes compañías privadas quienes redactaban las leyes que luego aprobaría el Consejo de Ministros.
Pero volvamos a la corrupción institucional en el ámbito global. El caso del FMI es mucho más sangrante. Esta institución se nutre con los fondos aportados por los países miembros, que a su vez proceden de sus sufridos contribuyentes. Ahora bien, los contribuyentes occidentales no pueden controlar lo que los gerentes del FMI hacen con lo que, a fin de cuentas, es su dinero. Y el FMI utiliza estos fondos para sujetar y someter políticamente a estados soberanos mediante el crédito, mediante la deuda. Recordemos que la deuda ha sido a lo largo de la historia un instrumento fundamental de control político en el marco de las sociedades.
Del mismo modo, el FMI es utilizado por el poder financiero como ariete para introducir medidas que políticamente serían inasumibles por cualquier parlamento democrático. Además de exigencias de tipo presupuestario, el FMI está imponiendo la privatización de las principales empresas públicas, así como la liberalización del mercado de trabajo.
A finales de 2011 se dio a conocer el análisis más completo jamás realizado en torno a las redes corporativas globales. Las conclusiones indicaban que existe una "súper entidad" compuesta de un reducido número de empresas estrechamente vinculadas -tanto que pueden considerarse una unidad- que controla prácticamente todo el pastel político-financiero del planeta.
El estudio, realizado por los investigadores suizos Stefania Vitali, James B. Glattfelder y Stefano Battiston, sugiere que nuestra tendencia a desestimar la teoría conspiratoria, de lo que podemos llamar "corporatocracia", se basa en nuestra inhabilidad de comprender los alcances de esta red de pertenencia corporativa global, la cual había demostrado ser demasiado compleja para análisis previos.
Los resultados muestran que 737 compañías controlan 80% de la red corporativa transnacional y que solo 147 -lo que los investigadores llaman una "súper-entidad"- controlan más del 40% de esta red global. La lista de las primeras 50 compañías del ranking de control global incluye a Barclays, Axa, Capital Group Compnies, JP Morgan Chase, UBS, Merrill Lynch, Deutsche Bank, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Bank of América, ING, BNP Paribas, etc. Es decir, las multinacionales del Club Bilderberg y del Foro de Davos.
Louis de Brouwer, consultor internacional de la ONU-UNESCO y autor del libro "Las mafias político-económicas que dirigen el mundo", afirma que "el poder político es ejercido a nivel mundial por un pequeño grupo de individuos sin escrúpulos que se encuentra en EEUU, un país gobernado por dirigentes de diversas sociedades secretas, y que "casualmente" coincide que son los dueños de los seis principales bancos. Este pequeño grupo dirigente constituye el cerebro que domina el mundo".
Otra versión que se aproxima bastante a la verdad, aunque no la abarca por completo, es la expresada por Walter Rathenau, ministro alemán de Asuntos Exteriores durante la República de Weimar, cuando el 24 de diciembre de 1921, advirtió en el Wiener Press: «solamente 300 hombres, cada uno de los cuales conoce personalmente a los otros, gobiernan de hecho en Europa. Ellos eligen a sus sucesores entre los miembros de su propio entorno. Esos hombres tienen en sus manos el poder para impedir o terminar con cualquier estado de cosas que consideren irracional». Pocos meses más tarde, el 24 de Junio de 1922, Rathenau fue asesinado por sicarios de ultraderecha. Los pistoleros que le ejecutaron fueron apresados y los tribunales germanos los juzgaron con sospechosa benevolencia. Cuando Adolf Hitler llegó al poder en 1933, hizo erigir un monumento en homenaje a los asesinos.
Presumiblemente, Rathenau se refería al ya extinto "Comité de los 300", heredero de la Compañía Británica de la Indias Orientales. Este es sólo uno de los "hilos de Ariadna" que conduce al centro del poder global anglosajón, pero hay muchos otros: la Mesa Redonda (Round Table) de Cecil Rhodes, cuyo nombre se inspira en el mítico Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda; dinastías aristocráticas muy antiguas a las que pertenecen algunas casas reales europeas, encabezadas por la más poderosa de todas, la de Inglaterra; la Sociedad Fabiana cuyas ideas inspiraron la filosofía del "capitalismo sin fronteras" de Ayn Rand, autora de "La Rebelión de Atlas" y amante ocasional de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 1987 y 2006. Estas ideas fueron adoptadas como propias por la elite que, desde hace siglos, controla la banca y las finanzas internacionales. Para ellos, la política debe subordinarse a la economía, a las necesidades de los grandes empresarios y las multinacionales.
En "El nuevo orden mundial: ¿realidad o fantasía?" Ricardo Lomoro se pregunta: "¿Quién gobierna el mundo? ¿Los líderes del grupo de los ocho países más desarrollados del planeta, el G-8, que se reúnen una vez por año en distintos lugares del planeta? ¿Acaso son los "técnicos" del FMI y del Banco Mundial, o tal vez los 15 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea? ¿Quién y cuándo toma las decisiones? Las declaraciones finales que se publican al término de las cumbres entre poderosos son a menudo vacías, apenas un manojo de orientaciones vagas que no reflejan el curso del mundo. ¿Dónde se toman entonces las decisiones? ¿Quién las elabora? En realidad, detrás del telón de la política-espectáculo existe una serie de cenáculos casi secretos donde, sin testigos indiscretos, casi sin periodistas y hasta a veces sin mujeres, se juega el auténtico destino del mundo. No se trata de un "club" religioso, ni de un círculo embebido en alguna mística extraña, ni de un grupo alimentado por la idea de un complot universal. Son sencillamente poderosas organizaciones secretas compuestas por magnates de las altas finanzas, estrategas, hombres políticos de gran vuelo y militares».
En realidad, todos estos grupos o poderes fácticos forman parte del mismo entramado, y la actividad de las poderosas instituciones transnacionales promovidas y lideradas por ellos, permite a algunos autores afirmar que, efectivamente, existe una especie de conspiración para instaurar un gobierno mundial plutocrático. Este conglomerado de fuerzas oligárquicas, con tentáculos tan poderosos como el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), verdadero gobierno en la sombra de los EE.UU., constituye el verdadero poder que sustenta el "Estado Profundo", el establishment que decide lo que es "políticamente correcto", lo que se puede decir y lo que no, lo que se puede hacer y lo que no.
Los verdaderos amos del mundo occidental son un puñado de familias dinásticas cuyo poder se remonta incluso a los tiempos del Imperio Romano en algunos casos. Otras son de "sangre azul", pertenecientes a la nobleza negra veneciana; o de origen judío, o descendientes de los piratas ingleses que dominaron los mares y hasta gobernaron la India y Madagascar. Algunos de sus apellidos son bastante conocidos: los Rothschild, los Rockefeller, los Warburg, los Krupp... Pero otros permanecen instalados en el anonimato. Con la décima parte de sus fortunas podríamos erradicar definitivamente el hambre y la pobreza en el mundo.
Estas familias oligárquicas, que regentan un imperio financiero y controlan los Bancos Centrales y la emisión de moneda, están permanentemente en contacto, se reúnen en secreto para maquinar la forma de incrementar su influencia, sus fortunas, y para distraer a la opinión pública con señuelos y cortinas de humo. Son la elite global. No es un poder monolítico, sus disputas son frecuentes, pero está bien organizado, desarrolla agendas y estrategias a muy largo plazo que jamás trascienden al gran público y tiene enormes recursos a su disposición: materias primas, dinero, armas, ejércitos, servicios secretos, tecnología, gobiernos y medios de comunicación.
Pero afortunadamente no vivimos en un mundo unipolar. Y no son invencibles. Los planes de la elite financiera euro-americana se frustraron tras la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Con la disolución de la Unión Soviética en 1991, parecíamos abocados a la pesadilla orweliana de un mundo totalitario y unipolar, pero contra todo pronóstico, el mundo es hoy más multipolar que nunca y además, el poder se desplaza velozmente hacia el Oriente. La globalización, impulsada por las elites anglosajonas desde los años 70, está teniendo ese imprevisto efecto colateral.
China, junto a Rusia y los países de la órbita de los BRICS, representan ya un contrapoder capaz de disputar con éxito a las elites occidentales, básicamente EE.UU y los países de la OTAN, la hegemonía mundial en casi todos los ámbitos. En el terreno militar (capacidad nuclear incluida), en el económico y en el tecnológico, son ya superiores. Y en población, en territorio y en recursos naturales también superan con creces el poder de la oligarquía euro-americana y sus áreas de influencia.
José Saramago, Premio Nobel de Literatura fallecido en 2010, escribió poco antes de morir: "no tengamos la inocencia o ingenuidad de creer todo lo que nos dicen; tenemos que ser críticos. No tenemos la democracia, tenemos la Plutocracia, el poder de los ricos. El poder real lo tiene el dinero, las multinacionales".
Pero todo puede cambiar.
*Esteban Cabal es periodista madrileño, ha sido redactor jefe de la revista Natural. Es autor del libro «Gobierno Mundial», que tuvo un gran impacto en medios intelectuales. Conocido por su activismo social y político, ha liderado distintas organizaciones ecologistas, pacifistas y de solidaridad, fundaciones diversas e iniciativas editoriales.
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