ENTREVISTA

Si uno es de clase popular, es puto; si es de capa media o media alta, es gay

14.06.2012

MONTEVIDEO (Uypress/Daniel Feldman) - Federico Graña tiene 36 años, trabaja en comercio exterior y es estudiante avanzado de la Licenciatura en Historia. Es uno de los voceros del colectivo Ovejas Negras. Vive en la Ciudad Vieja, es hincha de Nacional, “de un equipo que ya no existe en basquetbol", Las Bóvedas, y vive en pareja hace tres años.

Con él conversamos sobre diferentes aspectos de la comunidad gay, su percepción de la sociedad, la política y también de cómo la sociedad percibe a su movimiento.

Hace poco, a raíz del asesinato en Chile por parte de un grupo neo nazi de un joven gay, hiciste circular un relato personal tuyo muy fuerte. ¿Podés resumirlo?


En realidad eso surgió en una discusión. Lo que pasó con Daniel Zamudio, el joven chileno, me movió muchas cosas, porque mucha gente decía que eso era terrible, lo repudiaba, pero que en Uruguay eso no pasaba o no podía pasar. La única forma de demostrar lo contrario era que la gente contara sus experiencias. Varios resolvimos contar; tal vez yo fui el primero y lo publiqué en mi perfil de Facebook y en algunas de las redes en las que participo. Después la diaria publicó nuestros relatos.

¿Qué pasó concretamente en tu caso?

Tal vez lo clásico entre los adolescentes, en la década de los 90. El tener la primera experiencia con alguien de tu sexo y tu edad, en esa búsqueda medio extraña que hay, el rechazo o la no aceptación; el contarlo y lo otro, contarlo como chiste o broma de algo que pasó y las reacciones del entorno. Primero en el liceo…

¿Te sentiste estigmatizado?

¡Pah!, y de qué manera.

¿Qué edad tenías?

Quince, dieciséis años.

¿Fue con un compañero de liceo?

Sí, sí. Eso se fue filtrando a cada uno de los diferentes ámbitos en que participábamos. Pasó del
entorno más chico del liceo al rumor con sus correspondientes exageraciones, al barrio, al club
– yo jugaba al basquetbol - …

¿En dónde?

En Neptuno. Y pasaron cosas que me molestaron, me jodieron. El extremo fue esa cosa que se pasó de lado a lado, a gente que apenas conocía, y un día, saliendo del club me esperaron a la vuelta de mi casa y tuve que pelear para poder zafar. Creía que no lo lograba, pero pude. Como todo, eso después siguió.

¿Llegó a tu familia?

No sé, capaz que llegó y no fue tomado en cuenta. Yo en ese momento tampoco tenía muchas ganas de hablar con nadie sobre el tema. Con mi familia recién lo pude hablar a los veinte años. Y no este punto en concreto. Mis viejos estaban muy enojados conmigo porque se enteraron de la misma manera que se enteró todo el mundo.

¿Cómo reaccionó tu familia al saber que eras gay?

Hubo de todo. Está todo bien pero con cierta especie de negación. No hubo un respaldo importante en el inicio. Lo puedo entender; pero ahora está todo bárbaro. Voy con mi pareja a la casa de mis padres…

¿Tenés pareja estable?

Sí, sí, hace tres años. Hemos establecido una relación cotidiana y normal con mi familia. Incluso te puedo decir que mis padres han avanzado mucho en el tema; lo discuten. Mi padre es consejero zonal de la zona 1 y a veces, cuando se dan algunas discusiones, él habla de estos temas como parte de su agenda. Como que aprendió y está dispuesto a seguir aprendiendo. Es un tema que ya trascendió lo familiar.

¿Cuándo asumiste públicamente tu condición de gay?

Con mi núcleo de amigos más íntimos desde los dieciocho años. Ese círculo luego se fue ampliando y posteriormente pasé por una etapa, que creo que la pasa todo el mundo, donde pensaba que no tenía porqué hacer bandera sobre el tema; además de ser gay soy un montón de cosas más. Era como una especie de discurso que en cierta medida racionalizaba el miedo a cuando la discusión fuera más pública. El día que tomé una actitud medio extraña, fue fruto de una decisión política. Era candidato al segundo período en el Consejo de Facultad y una de las agrupaciones contrarias a la que yo pertenecía comenzó a escribir en los baños sobre mi “gran problema”: “no votes a un puto” era la consigna. Ahí me planteé que no iba a mentir; no soy hipócrita. No tiene nada de malo ser gay, por lo tanto tengo que salir al público y denunciarlos como lo que son: homófobos, gente que persigue gente, etc.

Entre ese otro montón de cosas que decís que sos, está tu condición de comunista.

También.

Las tenés todas… te falta ser negro.

O judío.

El Partido Comunista no asumió estos temas hasta no hace mucho tiempo. En una época eran perseguidos por los partidos en el poder, expulsados de sus filas.


Seguro, y lo tengo clarísimo. Con Diego Sempol estamos haciendo un trabajo sobre la historia de la homosexualidad en Uruguay y justo nos llamaron unos amigos en común para aportar elementos sobre crímenes y violencia sexual en la dictadura. En ese trabajo escribimos sobre muchas de las cosas que sucedieron en la dictadura, sobre las cuales la gente no está muy informada, porque tampoco la comunidad lo informaba y además porque existía esa bestialidad que generó la impunidad, en la que militantes políticos que pasaron por todas las bestialidades posibles, si a eso se le sumaba el desprecio de toda la sociedad a quienes tenían conductas no heterosexuales… Para ver esas cosas nos extendimos un poco a antes y después de la dictadura, para ver las reacciones de la izquierda frente a estos temas. Está claro. No fue sólo un mecanismo de puertas hacia adentro, de la organización en sí, que trataba de no promover o expulsar o apartar a esas personas. También fue un discurso hacia afuera. En esa misma investigación que hicimos vimos tapas de La Hora Popular, de 1988 ó 1989, donde Esteban Valenti declara a la homosexualidad como enfermedad. Y estamos hablando de uno de los cuadros políticamente más pesados en ese momento del PCU; incluso uno de los que proclamaba la renovación. Obviamente que el tema era complejo en una cantidad de aspectos. Cuando yo ingresé a la UJC, no había asumido aún públicamente mi homosexualidad pero sí había salido con chicos, y en un círculo, en el año 1993, alguien hace un comentario del estilo ese y plantean que querían expulsar a una persona. Ahí me retiré de la UJC y dije que no quería saber nada con los comunistas. No di la batalla, pero me iba. Justo unos compañeros me hablaron y pasé a militar al Partido; no muy fuerte, no era una militancia tenaz. La militancia fuerte empieza entre 2001 y 2002. Cuando se da la crisis de la Juventud Comunista, en 2003, vuelvo a la UJC y entre las primeras cosas que hago es poner estos temas en discusión. No lo hice yo solo. Y esa discusión fue saldada en 2005. En el último congreso del Partido hay aprobadas una cantidad de propuestas que van más allá del matrimonio igualitario.

Actualmente seguís militando en el PCU. ¿Integrás el Comité Central?

Soy suplente.

Cuando hacen convocatorias muchas veces hablan de gay, lesbianas, transexuales; diversas minorías sexuales. Hay gente que dice: yo a los gay me los banco, pero no a los trans. Es algo así como decir que cada uno haga de su culo un pito, pero no con los trans porque son “otra cosa”. ¿Lo son?

Nuestras convocatorias generalmente van más allá de la identidad de las diferentes minorías, más allá de la orientación sexual. Eso lo fuimos aprendiendo con el trabajo. Si ves todo el trabajo del movimiento LGBT normalmente está basado en lo que tenía que ver con el 28 de junio, centrado en el día del orgullo de ser, y eso no es muy convocante. ¿Quién más puede sumarse al orgullo de ser, salvo los que son? Además, en una sociedad como la nuestra, bastante hipócrita, señaladora, perseguidora con la gente. ¿Quién va a tomar el riesgo de salir a la calle sólo a decir que “es”? Las marchas de los 90, incluso las de 2002, 2003, con suerte superaban las cuatrocientas personas. Nuestra discusión estratégica, como Ovejas Negras, fue realizar una marcha que ampliara; no sólo estamos aquellos que tenemos ciertas identidades sino también todos aquellos que no están de acuerdo con que se las persiga o seamos ciudadanos de segunda. Comenzó ahí una movilización muy grande, rodeada de la FEUU, las feministas, Mundo Afro, etc. Fuimos armando una alianza grande; el PIT CNT de a poco se fue sumando – ahora es un aliado central en una cantidad de cosas -. Tú decías que existen esos niveles de aceptación. En primer lugar, ninguna de las identidades es la misma cosa. Con respecto a esos niveles de aceptación, es interesante, porque fue el mismo proceso que vivió en las décadas de 1970 y 1980 el movimiento que nació como el más fuerte, que fue el norteamericano. Dicho movimiento camina hacia lo más aceptable por el resto de la sociedad. ¿Quiénes encabezaron dicho movimiento? No eran los gay, eran mujeres trans. Son las más agresivas en la respuesta, desde el punto de vista de la acción. Toman un protagonismo muy fuerte en 1969, 1970. Ves las fotos y podés apreciar a Rivera, que es una chica hija de puertorriqueño y venezolana que nació en Nueva York, en la primera fila. Entonces aparece esa tesis de que esa gente es rara. Y esa tesis copa a todo el movimiento y finalmente se come a todo lo “raro”. Lo raro terminan siendo las chicas y chicos trans – estos totalmente invisibilizados - ; las lesbianas también entran dentro de lo raro y más radical. Esto hace que el movimiento norteamericano sea cooptado y copado por varones blancos, de capas medias, intelectuales, que son los que mayoritariamente dirigen el movimiento. Si leés algunos libros, ves que esa es la discusión con la que Foucault, desde su propia condición, pega más fuerte con el tema de los dispositivos y la identidad. Termina sosteniendo que no se puede hacer política desde la identidad, porque al vos apropiarte de ese factor estigmatizante que te deja afuera, igual caés dentro del dispositivo de poder. En las décadas de 1970 y 1980 América Latina estaba en otra cosa y no existía esa discusión, salvo algunos artículos en Argentina. Se da una discusión en los 90, con Judith Butler a la cabeza, que se termina transformando en una de las teóricas del movimiento, y por eso aparece esa Q, de queer. Por eso algunas veces ves LGTBQ. Queer es como un concepto de lo raro, que abarca todas estas identidades, tratando de buscar una especie de categoría que englobe a todo.

¿No hay conflictos o picas entre las diferentes identidades?

Obviamente que las hay. Cómo no las va a haber en el caso de la población trans femenina, la cual tiene como única salida laboral en la inmensa mayoría el comercio sexual; donde pasan por la expulsión de sus hogares y del sistema educativo. Viven en la calle, en pensiones, pagando todo más caro; no tienen documentación que se corresponda con el género que portan culturalmente, con el que viven. No acceden a préstamos o a tarjetas de crédito. Como todo, además, tienen un problema con el mercado: hay ciertas edades en la que no valen más en el mercado sexual. Eso, esa forma de vivir, hace que muchas veces puedan mirar a una cantidad de gay de capas medias como una especie de pechos fríos.

Son los privilegiados.

Claro, somos privilegiados. Y si comparamos con las lesbianas, también somos privilegiados. 

En esa escala a que te hacía referencia, el lesbianismo está menos aceptado que la homosexualidad masculina.

Es que todo eso tiene que ver con la concepción de género de la sociedad; con esa evaluación de que vale más el hombre que la mujer. Eso también implica jerarquías en el comportamiento sexual. Entonces, lo mejor es una pareja heterosexual legalmente casada; después vienen éstos que están juntados y después van entrando los otros órdenes. Obviamente fueron mayoritariamente rechazados, pero el que más fácil entra es el de los pibes. Y tiene que ver con el hecho de ser varones. Eso no quiere decir que no haya rechazo, éste sigue siendo grande.

Quizás sea el menos rechazado.

Porque puede lograr una cantidad de construcciones, no sólo intelectuales sino también de valor simbólico para la sociedad que a los otros les resulta más difícil. Al ser varón es más fácil tener éxito que si sos mujer. Esas cosas te terminan metiendo dentro del sistema por conveniencia y no por aceptación.

Vos te sentís hombre.

Sin duda. A veces pareciera que existe una única forma de ser hombre y una única forma de ser mujer; existen diversas formas, por eso de habla de femineidades y masculinidades. Eso no tiene que ver con el corte de la orientación, sino con el corte de que hay un modelo de varón que es autoritario, proveedor; el hombre de la casa. Basta ver publicaciones de los años 1940, 50 y 60, donde la España franquista es paradigmática. Manuales donde se le decía a las esposas que cuando llegara el marido no hablaran porque “cualquier cosa que tú quieras hablar es menos importante de lo que él tiene para decir”. Ese es el modelo de varón que se ha construido históricamente.

También se plantea la interrogante de, en una relación gay, quién hace el papel de hombre y quién el de mujer.


Son cosas distintas a discutir. Una cosa es la identidad de género: aquella persona que biológicamente tiene un sexo pero vive con otro y construye su identidad desde otro sexo, que vendría a ser la población trans y otra cosa es – y ahí tiene que ver Foucault – el personaje del homosexual. Cuando digo el personaje me refiero a la identidad. Cuando leés libros, te aparece: híper afeminado, híper esto, híper lo otro; débiles físicamente. Esa imagen la arma la psiquiatría en el siglo XIX. Ese prototipo que se largó como “detecte al bicho raro”, hacía que muchos varones, cuando tuvieron como objeto de deseo a otro varón, ocuparan el único rol que conocían, que era ese, el híper afeminado, débil, etc. En realidad eso no tendría que ver; no se es más o menos por tener menos habilidad para lo manual o ser más débil físicamente. Además, ese rol vendría a ser el pasivo, el que ocupa el lugar de la mujer. Leés a Martí en varias de sus publicaciones, y su problema eran los intelectuales “afrancesados”. No afrancesados por tener influencia cultural de Francia. Su metáfora tenía que ver con la homosexualidad para criticar la dependencia ideológica con las metrópolis. Eso atraviesa a todas las ideologías: ninguna se salva en los siglos XIX y XX.

La sociedad uruguaya, en estos momentos ¿está en un rebrote conservador o se está abriendo?

Está en el medio. Ahí me pongo leninista: es un tema de correlación de fuerzas. Uno puede avanzar en derechos y no saber que se avanza si no los hace propios. Eso le compete a la comunidad en sí; que es un problema que todavía tenemos como comunidad LGTB, más allá de la sociedad. Pienso que no existe la comunidad; es mi opinión personal. No porque quiera un gueto como en San Francisco o porque quiera una cosa territorializada, sino porque no existe esa especie de solidaridad; de darse cuenta que vos estás en determinada situación, que sos discriminado y no ponés el hombro a los que están más en el horno de tu propia gente. O no asumir el costo de decirlo públicamente, que es un acto de militancia. Basta ver la película Milk. En ese propio acto capaz que matás cuatro o cinco discursos de los más feroces. El Uruguay avanzó, pero si comparamos algunas leyes con Argentina, estamos lejos. Acá se buscó la amplitud para incluir a la derecha. El Uruguay tiene eso, buscar la ley más amplia, la cosa que nos abarque a todos y en realidad no termina abarcando a nadie. Sí es un derecho que se gana, pero no profundiza. Se busca que estemos todos contentos, hay como un miedo a la confrontación. Creo que en estos temas, como en muchos otros, es necesaria la confrontación. Da la sensación que este es un país que avanza, cuando en realidad lo único que hace es tolerar. Tolerar no es respetar, no es algo que sea bueno para una sociedad democrática.

Te tolero pero siempre que estés lejos…

Y sí; la tolerancia no implica el diálogo o el intercambio; implica dejar ser, nada más.

¿Tienen idea de cuántos gay hay en Uruguay?

No; podemos hacer las estimaciones que hace todo el mundo, que habla del entorno del 10% de la población. Ni siquiera podemos estimar la cantidad de personas trans, que son las más visibles. Cuando digo ni siquiera, me refiero a que es gente que está en situación de riesgo. 

Tal vez sea la población que está en más riesgo. Está el caso de las travesti que fueron asesinadas casi simultáneamente a Zamudio en Chile, y sin embargo la repercusión en los medios fue escasa.

Fue antes, y eso también habla hasta de la propia comunidad. Lo de este chico en Chile lo defino como un crimen paradigmático. Fue asesinado un gurí de capa media, universitario, lindo y buena gente. Que lo diga yo es terrible, pero por eso golpeó de esa manera a la sociedad chilena. Todos esos factores, de clase, prejuicios vinculados a la intelectualidad, influyen. Esto no lo inventé yo pero lo repito siempre: si uno es de clase popular o media baja, es puto; si uno es de capa media o media alta, es gay. Y si uno tiene muchísimo dinero, es un excéntrico; no tiene culpa. Esas cosas realmente existen. Ahora están haciendo un documental, sobre el movimiento “putos peronistas”. Son un movimiento político vinculado a la corriente K. Ellos gritaban “el puto es peronista, el gay es gorila”. Esto tiene que ver con que dentro de la propia comunidad hay discriminación.

Volvamos a los grados de aceptación. Hay gente que acepta el matrimonio igualitario. Que se casen, pero que no adopten.


Esa discusión ya la perdieron, pasó desapercibida. Se dio con la ley de adopción.

Pero no me refiero a lo estrictamente legal sino a cómo es percibido por mucha gente.

Sí, sí. Pero lo cómico es que acá el camino se hizo al revés. Acá lo primero que se aprobó fue la unión concubinaria; lo segundo, la adopción; tercero, la identidad de género y recién vamos por el matrimonio igualitario.

Pero te insisto; el planteo de muchos es que la pareja homosexual no es el mejor entorno para la educación de los hijos.


Es una ridiculez. Los homosexuales no salieron de un repollo; salieron de hogares heterosexuales. No todos salieron de hogares heterosexuales disfuncionales, donde faltó el papá o la mamá. Yo salí de un hogar con papá y mamá con los roles definidos en la forma clásica. Desde la más tierna infancia existen estas orientaciones; el problema es que son reprimidas. El homosexual comienza a ser duramente atacado a mediados del siglo XIX; ese ataque se profundiza con la sociedad victoriana y uno de los factores de ello es que no produce mano de obra, en una sociedad que camina hacia la masificación de la mano de obra. Obviamente también se le incorpora un componente vinculado a lo religioso.

Pero ¿qué marco de educación y libertad de opción tiene un niño o una niña criados por una pareja homosexual?


Acá lo interesante es ver cuál es el proceso que se ha dado en sociedades donde ya hace tiempo los niños pueden ser adoptados por parejas homosexuales.

¿Por ejemplo?

Canadá, algunos Estados de Estados Unidos, países nórdicos; hay doce o trece países y estamos hablando de casi dos décadas de experiencia. Incluso hay casos en nuestro país, de niños que vivían con dos papás o dos mamás. Conozco varios. Antes, una persona soltera podía adoptar. Después esa persona podía tener una pareja del mismo sexo y el niño convivía con ellos. En los lugares donde se han hecho estudios, se verifica que los niños criados en hogares de la diversidad, para llamarlos de alguna manera, son muchísimo más respetuosos de lo diferente que otros. Esto no es un dogma, no es una religión donde yo quiero adoptar para conseguir un gay o una lesbiana más. Nadie plantea eso. De vuelta, por lo conciso y concreto, ver la película Milk. Ver cuando los republicanos, en la década de 1970, acusaban al docente gay de posible contagio de la homosexualidad. No es contagiosa. El día contra la homofobia es el 17 de mayo, que coincide con la eliminación en 1990 por parte de la OMS de la definición de la homosexualidad como enfermedad. Eso genera otra situación: si estos no están enfermos, ¿qué pasa con los que tienen problemas con los homosexuales? Se hizo un estudio con varones declarados heterosexuales. El estudio se hizo en varias universidades de EE.UU. y se analizó los niveles de homofobia. Todos eran enfrentados a escenas de sexo explícito entre varones. A aquellos que no tenían ningún problema de homofobia les resultó como ver un dibujo animado. Los que tenían un nivel más fuerte de homofobia fueron los que más se excitaron con las escenas.

¿Cómo sigue esta historia?

Recién empieza. Depende de dónde nos paremos. Si lo hago como miembro de una organización gay, sigue con la aprobación del matrimonio igualitario, con reforzar el movimiento, que la gente se sienta segura, respetada, que una cantidad de uruguayos y uruguayas sientan que tienen derechos. Que tengamos la posibilidad de acceder a lo que todos pueden acceder.

En el gobierno del Frente Amplio ¿hay más apertura?

Hay de todo. Tenés una barra, que le digo mi barra, que nos fuimos conociendo militando juntos.

¿Hay corte generacional?

En estos temas sin duda. Los jóvenes sin duda han crecido con estos temas. Pero tenés casos de heroicos, como Margarita Percovich, que siempre estuvo. Daisy Tourné es otra; mayoritariamente son mujeres las que más apoyan. Daniela Payssé y Bertha Sanseverino también son personas que apoyan y con las cuales se puede hablar. Mayoritariamente son mujeres. En el “veteranaje” y no tanto, en el caso de los varones, es más jodido. Están los que te dicen que aprueban lo que planteás pero que existen otras prioridades, o te dicen que el mundo no pasa por ahí. Puedo entender a ciertos compañeros, que están formateados en otra época. Los puedo entender. Lo que no puedo entender es que frenen cosas sin dar la discusión.

¿Sucede eso?

Creo que en algunos casos sí, sin decir lo que realmente piensan.

¿Hay diferencias entre Montevideo e Interior, en cuanto a la aceptación del tema?

Sí, y además hay diferencias entre los distintos Interiores. No es lo mismo las ciudades grandes que las pequeñas. Donde más chico es el pueblo más difícil de llevar es la marca. Pero el trabajo de los gurises es admirable. Que me digan qué organización política mueve cincuenta o sesenta personas en Salto, por ejemplo. O cuarenta en Paysandú. Jóvenes de verdad.

¿Está en tus planes adoptar?

Hay que discutirlo. En lo personal, antes no me lo planteaba, ahora puede ser. No lo hemos discutido en la pareja. Creo que se puede dar.

 

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2012-06-14T14:39:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias