Ellos, los culpables de la pandemia
Andrea Valenti
22.03.2021
Hambrunas, pestes, plagas, han sido muchos los males que han azotado la humanidad a lo largo de su historia. Hemos avanzado y logrado incontables mejoras, pero de todos los flagelos hay uno que no hemos podido vencer. La necesidad de achacarle la responsabilidad de todas nuestras dificultades a ellos: los otros.
Debe haber cientos de estudios al respecto, pero irremediablemente frente a sucesos dramáticos, la posibilidad de encontrar un responsable parecería que contribuye a esa tan necesaria sensación de control. Las antorchas han pasado de moda pero las hogueras siguen más vigentes que nunca y a toda candela.
A nivel internacional, apenas los primeros tentáculos de la epidemia alcanzaron el viejo continente, enseguida se hicieron visibles los primitivos síntomas. Estaban adormecidos, latentes, asintomáticos. El virus venía de lo ajeno, donde "vaya a saber que bichos se comen". Innumerables, pequeños y no tan pequeños actos de racismo se hicieron visibles. La ponzoña está ahí a flor de piel. Sola hace falta despertarla.
A nivel local, ante los primeros signos de preocupación, los culpables evidentes fueron los jóvenes. Insensatos jóvenes, como es posible que no actúen como adultos y sigan creyéndose jóvenes a pesar del clima de plomo que los rodea. Locos, sabiéndose inmortales, como nos hemos creído todos a esa edad.Al poco tiempo, más peligroso aún, alguno que otro insinuó que los culpables pertenecían a un partido político o una tendencia. No faltaron del otro lado los que esgrimieron a voz en cuello que las fiestas clandestinas en el este glamoroso y los amigos de La Rural eran los responsables de este desbarranco. No hace mucho, el Presidente, suponemos con el afán de crear conciencia sobre la necesidad de acudir a vacunarse dijo que "faltaban brazos". Peligrosamente cayeron en el brasero los que más han puesto el brazo en este último tiempo: educadores y personal médico. Ardieron las redes sin misericordia.
Parece mentira que a pesar de tanto aprendizaje no hayamos comprendido el más básico de todos los conceptos, que para superar ésta, al igual que otras muchas calamidades necesitamos ponernos en los zapatos de otros y solo así podremos salir todos juntos.
Todos en algún momento podemos caer en la tentación de buscar un culpable y es mucho más fácil elegir uno, cómodamente identificable, que explorar la verdadera causa del problema. Por eso hay que estar atentos.
Es verdad, hay gente en la vereda de enfrente. Tenemos una minoría de apáticos, descreídos de todos y todo, personas que confunden información con conocimiento, temerosos de conspiraciones planetarias, pero no son el enemigo, son nuestros colegas, nuestros vecinos, nuestros amigos y parientes. A muchos de ellos les preocupa su salud y la de los suyos y creen genuinamente que las decisiones que toman son las correctas.
En primer lugar frente a esta Pandemia en particular, habría que preguntarse que responsabilidad y que podemos hacer cada uno de nosotros y nuestras comunidades. El virus surgió en China pero poco reflexionamos sobre la causa, la depredación del hábitat de cientos de especies animales que sucumbe bajo la maquinaria que alimenta el consumo desenfrenado de todo el planeta. Sobre el hecho que esa misma maquinaria a la que todos mantenemos mientras miramos al otro lado, genera más CO2 que continentes enteros.
A pesar de los avances tecnológicos, en ciencia y medicina, de la globalización, de la "Liberté, Egalité, Fraternité" cuando al fin vislumbramos una salida posible, unos pocos países acaudalados acapararon el setenta y cinco por ciento de la producción mundial de vacunas. Contrariamente a las recomendaciones de todos los expertos, que dejaban en claro el riesgo para los países del tercer mundo e incluso para ellos mismos en caso de mutaciones más virulentas y peligrosas. Quizás sea oportuno pensar que haremos en la próxima. Porque habrá una próxima.
Esta pandemia es la primera desde la masificación de las redes sociales, pero no es la primera donde las noticias falsas demostraron su peligrosidad. En el siglo XIV, durante la epidemia de peste negra, la más mortífera de la que se tiene registro, para encontrarle un sentido a tal magnitud de desgracia, se acusó a una minoría de ser los responsables de las muertes y la miseria generalizada. El falso rumor de que los judíos envenenaban los pozos de agua surgió en el Castillo de Chillón, en Suiza, cerca de una de las principales vías fluviales de la época, donde se transportaban bienes e información. Las ciudades más cercanas a la red de noticias falsas fueron las más propensas a perseguir a sus comunidades judías.
Seis siglos después, nuestra red es mucho más grande y poderosa que un río pero nos debemos serias conversaciones sobre los algoritmos, la importancia de los medios de comunicación independientes y la peligrosidad de las fakenews.
Por último, en un pequeño país pero con la capacidad de alimentar cincuenta millones de personas, donde compatriotas recurren a los contenedores de residuos en busca de alimentos, donde familias enteras viven al resguardo de unas latas, donde nuestras cárceles están atiborradas de jóvenes, donde la violencia es cada vez más moneda corriente, deberíamos quizás interpelarnos, qué más podemos hacer cada uno de nosotros para no tener alienados en nuestra propia comunidad. Si nos hacemos inmunes a esas realidades visibles, difícilmente podamos cuidarnos entre nosotros frente a un virus invisible.
Andrea Valenti