Aquí y ahora. Las denuncias por violencia de género.
Carlos Pérez Pereira
27.08.2020
Howard Fast: "El dios estaba desnudo desde el principio, solo faltaba que una voz proclamara el hecho". "El dios desnudo" de HF, Santiago Rueda Editor- BA 1958
La violencia de género, el ejercicio del poder por el macho dominante en una sociedad patriarcal, no existe desde anteayer. Es un problema social milenario que ahora, en tiempos de cambios revolucionarios, aparece con todo lo descarnado que es. Porque las víctimas han acumulado actos y voces de rebeldía que, vueltos masa crítica, proclaman su intención de no soportar más la explotación, la prepotencia, el destrato, los techos de cristal y pisos resbalosos, el acoso, la violación y el asesinato, es decir: el ejercicio impúdico e impune del poder machista allí donde se perpetre.
Hoy como ayer, en otras instancias y contextos, estamos hablando de víctimas y de victimarios. Y de impunidad. A las víctimas del terrorismo de Estado se les negó "el momento" para hacer sus denuncias y les bloquearon, mediante leyes y pactos políticos, la oportunidad de hacerlas. "No ha lugar", dijeron los jueces. "No están dadas las condiciones"- dijeron los políticos. "Un plebiscito determinó que no procede"-dijo la mitad de la sociedad uruguaya. Los reclamos de verdad y justicia demoraron décadas en prosperar y muchos delitos siguen impunes, con demandas aplastadas por el paso del tiempo y el silencio de los delincuentes y de quienes hoy aún los apañan y defienden.
También a las víctimas de conductas machistas de hoy, les estamos poniendo todo tipo de impedimentos para que denuncien lo que padecieron. Para ello utilizamos desde pretextos de tiempos electorales hasta conspiraciones de la derecha o cualquier otra excusa dilatoria. ¿Estamos dispuestos a ser cómplices de estas impunidades, porque nos afectan y nos sumerjan en conflictos individuales y hasta de grupos, o corporativos, más dolorosos de enfrentar?
Por la naturaleza constante de este tipo de delitos y de victimarios, esta historia no es nueva y se repite con explosiones cada tanto, dependiendo de los contextos. Y cada vez que aparece, ya no sabemos si debemos reaccionar ante una comedia, o ante una tragedia. Me refiero a la reacción que tenemos ante las revelaciones, que dependerán de si nos ofenden o no, si nos afectan en lo personal o en lo político. Lo que nos hace dudar de si, en nuestras reacciones, estamos pensando sinceramente en las víctimas, o en nuestros intereses personales o corporativos. No tomamos en cuenta las dificultades para denunciar estos hechos, ni lo que tienen que sufrir al re-victimizarse quienes se animan a actuar, o las sanciones sociales o de grupo y hasta las reacciones de los victimarios desde su prestigio profesional o social. Tampoco desconocemos que pueda haber oportunistas inescrupulosos que busquen ensuciar el terreno, pero para eso están las denuncias a fiscales y los procesos penales. Y no solo, porque convendría que también hubiera más empatía para entender a las víctimas, que no siempre están dispuestas a terminar en los estrados judiciales.
Hay quienes se arrogan autoridad (¡cuando no!) para exigirles a las denunciantes, que tengan en cuenta "el momento" en que hacen las denuncias y vean "las consecuencias de sus actos". O la más agresiva de todas las interpelaciones: "¿Por qué no lo hicieron antes?", exigencia que no escuchamos, por ejemplo, en la avalancha de denuncias contra los curas pedófilos, ni siquiera por las autoridades de la Iglesia involucrada. La ortodoxa táctica de echarle la culpa a la víctima, viene reforzada por apelaciones a fidelidades políticas y/o filosóficas. Esta actitud nos parece no solo incoherente, sino hasta de mal gusto. Cuando aparecieron abusos contra niños en las iglesias, todos, al toque, clamamos por justicia y por reconocimiento y amparo a las víctimas. Exigimos que se esclarecieran y se aplicaran penas. Mares de tinta y de discursos con demandas de justicia contra las "impudicias pedófilas eclesiásticas". No hicimos caso de los reclamos de "no es el momento", o a las especulaciones sobre conjuras o delirios diabólicos que denigraban a los santos varones de la sotana, cuando eran pedófilos manipuladores niños indefensos a su cargo.
Entonces, cuando nos toca, lo menos que debemos pedir es coherencia y no saltar a la defensiva, con utilización de recursos que antes negábamos a otros. Quien piense que por ser "compañero", o por ser de izquierda, o por ser idolatrado por sus luchas en favor de los pobres, de los trabajadores o de la Humanidad entera, está eximido de culpa, alienta la impunidad de la peor manera, con un doble efecto sobre las víctimas. Además del hecho en sí mismo que padecieron, las extorsiona emocionalmente para que no hagan las denuncias que corresponden.
Por mi parte no estoy dispuesto a callar, ni a pedir que callen, denuncias de abuso o de acoso a mujeres, niños, niñas o adolescentes, y mucho menos si son perpetrados por quienes suponía que jamás cometerían tales atropellos. Ocurran donde ocurran, y sean quienes fueren.
Para la izquierda, esto no debe desmerecer la lucha por los cambios sino todo lo contrario: debe servir para limpiarnos de todo lo sombrío que adquirimos en la vida con actitudes patriarcales machistas contra las mujeres, y de ejercicio de poder para abusar de niños, niñas y adolescentes.
Debe servir para que seamos mejores seres humanos, y para eso no hay mejor momento y mejor oportunidad que aquí y ahora.
Carlos Pérez Pereira
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias