El machismo perjudica también a los hombres
Carlos Vivas; Homero Bagnulo
02.05.2019
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) publicó a fines del año pasado un número especial dedicado a la salud de los hombres, que nos aporta información que consideramos relevante y que compartiremos en la presente columna.
De especial interés nos resulta el editorial de su directora Carissa F. Etienne, titulado "Addressing masculinity and men's health to advance universal health and gender equality".
En el mismo, se hace hincapié en las diferencias epidemiológicas entre los hombres y mujeres, en lo que respecta a la mortalidad y morbilidad por las enfermedades no comunicables, y la vinculación de este hecho con determinados comportamientos incluyendo la violencia y la salud mental. Refiere que, en casi todos los países del mundo, los hombres mueren varios años antes que las mujeres y por tanto la expectativa de vida del hombre es menor. En comparación con las mujeres los hombres tienen una mortalidad 4 veces mayor por causas externas y 7 veces mayor de morir violentamente por un homicidio. Pero también la cardiopatía isquémica es un 75% más alta comparada con su contraparte femenina.
Lo que está determinando la mayor parte de esta diferencia, se atribuye al estilo de vida determinado por el tabaquismo, el alcoholismo y las ingestas alimentarias poco saludables. Otra característica en la cual se insiste es la menor utilización de los servicios médicos por parte de los hombres.
Gran parte de estos comportamientos que elevan los riesgos, se vincula a los roles en que la sociedad educa y genera comportamientos diferenciales entre hombres y mujeres. Así los hombres adoptan conductas que toman riesgos y también menosprecian el cuidado de su salud. Estas normas predominantes en muchas de las sociedades latinoamericanas, es lo que reconocemos como comportamientos "machistas". Así otro dato que el trabajo destaca es que mientras que en las mujeres un 19% de las muertes se consideran prevenibles, en los hombres la cifra alcanza prácticamente al doble, 36%.
La imagen que el varón pretende proyectar de si mismo, explica gran parte de la muerte prematura, dado que se vincula tanto a sus conductas de riesgo (elevado consumo de alcohol, drogadicción, comportamientos sexuales riesgosos, deportes peligrosos, conducción temeraria, etc). En el mismo sentido incide el estrés que le genera el sentirse único responsable del bienestar económico de su familia. Así, en situaciones de marginación social la ausencia de proyectos vitales y de menor tolerancia a la frustración se comprueba una mayor tasa de suicidios.
Estas actitudes, que algunos llaman patrones de conductas, no están determinados biológicamente, y por ende son susceptibles de modificaciones beneficiosas. El agente de cambio es el conjunto valores que constituyen los llamados capital social y capital cultural de cada sociedad. Al respecto cabe citar las conclusiones del trabajo de Geert Hofstede sobre las variaciones culturales de cada sociedad. A lo largo de varias décadas, Hofstede realizó estudios estadísticos en casi todos los países del mundo evaluando la significación de las respuestas obtenidas frente a un mismo cuestionario. En los últimos 20 años varios autores obtuvieron los mismos resultados aplicando variaciones de dicho conjunto de preguntas. Referente al papel que las distintas sociedades adjudican a cada sexo se establece que las únicas diferencias absolutas entre hombre y mujer son las vinculadas a sus papeles respecto a la reproducción. Así se entiende que los empleos "masculinos" o "femeninos" varíen en cada país. Por ejemplo, las mujeres predominan en la medicina rusa y en la odontología belga, mientras que los hombres constituyen la mayoría de la enfermería holandesa y de los administrativos en Pakistan. Aunque hay acuerdo en que el paso del tiempo varía los puntos de valor cultural de cada sociedad, si se comparan las tareas del hombre y de la mujer en la sociedad tradicional y en la moderna se comprueba líneas claras de continuidad. El hombre, que históricamente se encargaba de las tareas lejos del hogar (cazar, luchar), en la actualidad mantiene esos rasgos pero adaptados al tiempo actual: da respuestas con extrema confianza en sí mismo, es competitivo, y le gusta adoptar el papel de "duro". Por su parte la mujer que en la sociedad tradicional se encargaba del cuidado de la casa, de los niños y de las personas en general, actualmente prefiere reforzar las relaciones afectivas del mundo laboral y de su entorno vital.
Cuando Hofstede propuso un cuestionario centrado en el tema: ¿cuáles serían las características de su empleo ideal?, los hombres prefirieron los trabajos que les permitieran aumentar las ganancias, obtener reconocimiento, ascender en la escala jerárquica y que les ofrecieran desafíos. Por su parte, las mujeres destacaron que su trabajo ideal debía permitir el mantenimiento de una buena relación con los jefes y con sus colegas, y que les brindara la posibilidad de vivir ellas y sus familias en una zona acogedora. En menor medida señalaron que preferían trabajos que estimularan la labor en equipo y que les brindara la seguridad laboral. Estas diferencias permitieron establecer una diferencia entre sociedades "masculinas" y "femeninas". En el primer caso las respuestas de la mayoría de los hombres y de las mujeres se alineaban dentro de los dos grupos ya definidos. Por el contrario, cuando la mayoría de las respuestas, con independencia del género de quien responde, coincide con las opiniones predominantes de las mujeres, se dice que se trata de una sociedad "femenina". Uruguay se ubica en el tercio de países "femeninos", que es liderado por Suecia y otros paíeses escandinavos. En el tercio de países más masculinos destacan todos los países anglo-americanos, los germánicos, de Europa del Este; en Asia China y Japón, y en Latinoamérica Venezuela, Colombia y México. Un aspecto que entendemos vale la pena resaltar es que las diferencias entre ambos géneros respecto a su ideal de trabajo disminuyen con la edad, y que a partir de los 45 años ya no se aprecian diferencias entre ambos grupos.
El editorial ya citado, insiste en la escasa investigación que ha documentado las relaciones entre la masculinidad y la situación sanitaria de los hombres, a diferencia de un elevado numero de estudios que se han focalizado en los efectos negativos de las igualdades de género y la desigualdad "toxica" en la salud de las mujeres. Falta poner una mayor atención en las relaciones de la identidad masculina y los determinantes de las enfermedades en ellos. La autora considera necesario una mayor dedicación al tema específico de la salud de los hombres, para mejorar los resultados que permitan llegar a una salud universal. Entender la influencia que tienen en la salud ciertas creencias y comportamientos, permitiría también entender la relación entre masculinidad y otros determinantes sanitarios. Combatir la "masculinidad tóxica" posiblemente permita reducir variadas formas de violencia que se expresan en la sociedad, así como enfermedades de trasmisión sexual, embarazos no deseados, padres ausentes y comportamientos irresponsables en el cuidado de su descendencia.
Es fácilmente comprobable que todo lo que relata la Dra. Etienne en su editorial, también sucede en nuestro país. Unas pocas cifras, pero irrebatibles para demostrarlo. Así la expectativa de vida de los hombres en Uruguay es de 74 años, mientras que en las mujeres es 81 años. Estos 7 años de diferencia, son de las mayores diferencias comunicadas por los países. En cuanto a los accidentes esta diferencia en mayor todavía, el 68% suceden en hombres, mientras que el porcentaje disminuye a 32 para el sexo femenino. Similar situación hallamos para los suicidios, la tasa en nuestro país, como es bien conocido una de las más elevadas del mundo, es de 19,64 cada 100 mil habitantes. De estos el 80.6% lo llevan a cabo hombres.
Consideramos que tal como lo propone la OPS, es necesario desarrollar estudios de campo y adoptar medidas específicas para atender la situación planteada dada la contundencia aplastante de las cifras que se conocen para nuestro medio.
Dres. Homero Bagnulo; Carlos Vivas