EPITAFIOS: Giovanni en el jardín de los naranjos amargos

Daniel Feldman

24.02.2021

Ludovico Manin fue el centésimo vigésimo y último dogo de Venecia, obligado a abdicar luego de que Napoleón, harto ya de las demoras de La Serenissima en acceder a sus exigencias, amenazara desde Gratz con pasar por la República cual Atila al frente de sus hunos.

 

Venecia, la Serenissima Repubblica di Venezia o la Serenissima Repubblica di San Marco, en honor a su patrono, se debatía en aceptar el final de su milenario Estado, con su armada reducida a poco más de trescientas naves, la décima parte del número que ostentara en su esplendor, cuando era ama y señora de los mares.

Claro, los mares ya no se limitaban al Mediterráneo y su área de influencia; el mundo, desde fines del siglo XV con el descubrimiento de América y a partir del XVI con la apertura de nuevas rutas, se le escapaba de las manos a los vénetos, que parecían destinados a volver a quedar encerrados en sus 118 islas.

Más de mil años transcurrieron desde que Paolo Lucio Anafesto se encaramara en 697 con el título de dux, o dogo o doxe, tal como era el nombre en veneciano. Y desde él -el primero- hasta Ludovico, todos, salvo algún desvío, se apegaron a la fórmula de juramentar que acataban la supremacía constitucional sobre la suya personal.

Manin asumió, según señalan algunos añejos documentos, el 10 de marzo de 1789 y sus inicios, sucediendo a Paolo Renier, si bien no tienen una conexión de causa efecto, fueron contemporáneos al comienzo de la revolución francesa, que sí tendría influencia directa sobre su caída.

Hombre de fortuna -para acceder al cargo de dogo había que serlo, ya que debía costear de sus propias arcas todas las diversiones y fiestas populares, incluido el popular carnaval- no era bien visto por numerosos miembros de la aristocracia que lo consideraban un recién llegado a la liga de los potentados, aunque están los que sostienen que su riqueza ya le sonreía en la cuna. Tal vez por esas habladurías es que también era considerado un poco tacaño, al punto que dicen que dicen que se decía de él que "il doge Manin dal piccolo cuore, è stretto di mano perché è nato friulano" (algo así como El dogo Manin de corazón pequeño, es medio apretado de mano -vamos, tacaño- porque nació en Friuli).

Giovanni -de quien no se conserva apellido ni sobrenombre- fue su fiel sirviente y amanuense, acompañándolo en venturas y desventuras. Se cuenta que tenía adoración no solo por el dogo sino también por su cónyuge, Elisabetta Grimani, mujer de alma sencilla, poco afecta a la farándula de la época, que pasaba gran parte de su tiempo refugiada en Murano y que, fruto de una larga enfermedad falleció en agosto de 1792, siendo la última en tener funerales de Estado como dogaressa.

Ludovico Manin no se resignaba a ver caer la República, y Giovanni, fiel intérprete de los pensamientos de su señor, apeló a su impronta guerrera (que también la tenía) y se puso al frente de las tropas de la resistencia acantonadas en el fuerte Sant'Andrea. Fue desde ahí que el 20 de abril de 1797 disparó las únicas salvas soltadas por la Serenissima en el conflicto, de suerte tal que dieron en hundir la nave francesa La Liberateur de l'Italie, lo que enardeció a Napoleón, que desde Austria emitió el ultimátum al que hacíamos referencia al comienzo.

El 12 de mayo, en acuerdo con el Consejo de los Diez, Ludovico Manin decidió capitular, y dos días después, acompañado de su fiel Giovanni, abandonaba el Palacio Ducal, en la plaza de San Marco, para recluirse en su residencia de San Stae, sin quedarse a presenciar la firma del tratado de sumisión que pondría fin al milenio de la Serenissima República de Venecia. A pesar de que le fue ofrecida la jefatura del gobierno municipal interino, Manin hizo honor a su dignidad y su juramento constitucional, no lo aceptó, devolvió sus atributos y muy pocas veces se lo volvió a ver por las calles o canales de la ciudad en sus años de sobrevida.

Giovanni, hombre instruido, siempre sostenía que todo aquello que iba, algún día volvía. Fue así que, en el palacio personal de Ludovico, reprodujo el Jardín de los naranjos amargos, el Pomeranzengarten, creación de Heinrich Schickhardt, ubicado en Leonberg, Baden-Württemberg, Alemania. Obra del siglo XVII, le había sido encargada a Schickhardt por Sibila de Anhalt, duquesa viuda de Württemberg, y el artista se había inspirado en los italianos, el paradigma entonces de la jardinería renacentista.

Naranjos amargos porque amarga es la derrota, solía decir Giovanni, mientras elegía los mejores frutos para su patrón.

En ese jardín, rodeado de las amargas naranjas, el 24 de octubre de 1802 cerró sus ojos definitivamente Ludovico Manin y su cuerpo recibió sepultura en la Iglesia de Santa María de Nazareth.

Pocos días después Giovanni -cuya edad nunca se supo- decidió seguir los pasos de su jefe, sin pedir más que ser enterrado a la sombra de uno de los naranjos, con una placa que dijera: "Reposa aquí Giovanni, fiel servidor del dogo Ludovico Manin, que un día, un lustro después de capitular ante las tropas de Napoleón, se dejó morir de tristeza."

 

"EPITAFIOS" es una serie de narraciones históricas reimaginadas por el autor.

 

Imagen: retrato de Ludovico Manin

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Daniel Feldman
2021-02-24T01:20:00

Daniel Feldman | Periodista