PAISAJES URBANOS – La increíble y triste historia del museo abierto… y vacío

Daniel Feldman

16.08.2021

La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada es una celebrada novela del premio Nobel Gabriel García Márquez, que incluso fue llevada al cine en una versión dirigida por el mozambiqueño Ruy Guerra, con la actuación de la mítica Irini Lelekou, mundialmente conocida como Irene Papas.

Pero nada más alejado del sufrimiento de Eréndira ni la maldad de su abuela pretende este relato. Simplemente fue una asociación de ideas que me condujo a titular de esta manera.

Por motivos que no vienen al caso, recuerdo con exactitud el día: jueves 5 de agosto, deambulando en una tarde de clima atípico para estas fechas, llegué a las puertas del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), en el parque Rodó.

Es de esos lugares a los que no da pena volver, más allá de que lo que esté en exposición sea de nuestro gusto o no en materia estética. Mi última visita había sido en ocasión de la muestra Picasso en Uruguay. Pandemia de por medio, el retorno fue quedando postergado, hasta que se dio.

Luego del correspondiente control de temperatura pude ingresar a la planta baja, la única habilitada en ese momento. Dos hileras de obras del maestro Torres García hacían los honores a quien ingresara, conviviendo con varias otras del acervo permanente. En una de las paredes, luego de pasar por el archifamoso Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, de Juan Manuel Blanes, quedé parado en seco ante un óleo de apenas 34 x 30 cm, en el que si estaba antes nunca había reparado, o no me había convocado como en esta ocasión.

Se trata de Estudio, de José Miguel Pallejá, un joven pintor compatriota del siglo XIX, que vivió apenas entre 1861 y 1887. Al decir de Daniel Muñoz, que firmaba sus artículos como Sansón Carrasco, en una nota publicada en el diario La razón en 1884, destacando la modernidad adelantada del pintor, afirmaba "Usted, mi querido Pallejá, ha venido tal vez demasiado temprano".

El deleite con la pequeña maravilla de Pallejá valió por sí solo el viaje.

Luego de estar absorto un largo rato, reparé en que, a pesar de la "avidez" que a diestra y siniestra se dice tener por retomar actividades de todo tipo, incluidas las culturales, yo era el único visitante en la imponente arquitectura del MNAV.

Por un instante -tal vez por dos instantes- me sentí un monarca. Superado el destello de egoísmo -humanos somos al fin- traté de cerciorarme de lo precedente afirmado. Mientras recorría una y otra vez las instalaciones, tratando de pisar lo más suave posible para no despertar vaya a saber a quién, comprobé, una y otra vez, que era el único.

Simplemente fue una asociación libre, decía al principio, sin ninguna otra vinculación que titular la nota. Claro, si me agarra un psicólogo me va a decir que mi asociación no está exenta de un porqué.

Es cierto. Evoqué la tristeza, al punto que se convirtió en el núcleo de mi pensamiento. Claro, no había una Eréndira explotada y abusada por su abuela desalmada, pero, tristeza al fin, estaba en un enorme espacio cultural, perpetuador y generador de ideas, sin nadie más. Las comparaciones son odiosas, cierto, pero no pude evitar pensar en no sé cuántas otras actividades o espacios que poco aportan y, sin embargo, deben tener a miles esperando agazapados su reapertura.

Y aquí, únicamente un mudo extintor, adosado a una pared y cumpliendo con celo su tarea, fue testigo de mi tristeza.

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Daniel Feldman
2021-08-16T00:01:00

Daniel Feldman | Periodista