La tristeza no tiene fin

Daniel Feldman

04.05.2015

Tristeza nâo tem fim, felicidade sim

Tristeza nâo tem fim

Felicidade sim

(Vinícius de Moraes - Antonio Carlos Jobim)

El miércoles 29 de abril, sobre las tres de la tarde, lo vi en la Rambla de Pocitos. Se aprestaba a tomar asiento en uno de los bancos del tradicional paseo, en la esquina con la calle Martí, ahí donde si dejamos de observar el mar y volvemos la vista, podemos apreciar el orgulloso y añejo pino que supo acompasarse a la "piqueta fatal del progreso" y permanecer.

Yo iba enfrascado en mis pensamientos, algo habitual en mis diarias caminatas por la costa, cuando tuve que esquivar al hombre cano, de paso un tanto cansino, mochila al hombro, y con un cartelito en su solapa izquierda que decía "LA TRISTEZA NO TIENE FIN".

No era la primera vez que lo veía. En más de una ocasión se habían cruzado mis devaneos y su alegato. Luego de unos cuantos pasos, tal vez después de haber recorrido unos cincuenta metros y ya cerca de Avenida Brasil, paré y estuve a punto de desandar el camino y acercarme para inquirirle sobre el porqué de su manifiesto.

Por un instante dudé, y ello me obligó a retomar el paso y continuar mi senda.

Durante los casi tres quilómetros por los que siguió mi caminata, no cesé de preguntarme cuál sería, y de qué dimensión,  la tristeza que acongojaba a este hombre para hacerla explícita urbi et orbi.

Decenas de situaciones pasaron por mi imaginación, desde la muerte de un ser muy querido, un amor que se escabulló como la arena de la mano, que por más trucos que se intente, luego de poseer una cantidad, se va y se va, dejando apenas unos magros granos, que más que en un placer se convierten en una molestia . Pensé también en la pérdida de un buen pasar económico y hasta -por qué no- algún desequilibrio emocional ajeno a cualquiera de las causas precedentes.

A medida que me alejaba y agregaba más y más posibles causas a su infinita tristeza, sentí cierto remordimiento debido a lo que calificaba como timidez por no acercarme a preguntar.

Cuando llegué a casa, el rostro del hombre -al igual que en otras ocasiones- se había borroneado totalmente, pero en mi retina permanecía nítido el cartel de su solapa: LA TRISTEZA NO TIENE FIN.

A veces estoy triste, y otras, soy un hombre triste. En esos momentos, pienso que tal vez la vida sea una acumulación sin fin de tristezas con instantes de felicidad. En otras ocasiones, me siento feliz, soy una persona inmensamente feliz, temerosa de que un instante de tristeza ose interrumpir la dicha.

No sé, capaz que el hombre quería decirle al mundo que estaba vivo, que sentía la capacidad de experimentar la tristeza, y es muy difícil esa experiencia sin haber pasado, aunque sea una sola vez, por el disfrute de la alegría.

De todas formas, no me arrepentí de no haberlo encarado. Al fin y al cabo, me dije, ¿quién soy yo para inmiscuirme en su estado de ánimo? ¿Qué derecho tenía a intentar traspasar las puertas de sus sentimientos? ¿Por qué tendría que haber una explicación para todo? Porque en definitiva, mi curiosidad iba en la dirección de pedirle una explicación de su tristeza.

¿Y si no había una explicación? Si simplemente me decía ¿a usted qué le importa?

Puede ser que este mundo que nos exige ser felices 24x7x365, al estilo de alguna campaña publicitaria que alaba las bondades de un producto, no tenga cabida para el hombre de las tres de la tarde de la rambla montevideana.

No fue difícil esquivar su mirada, pero su cartel -LA TRISTEZA NO TIENE FIN- parecía un imán que nos conducía a bucear en muchos de nuestros recuerdos más escondidos, postergados, a los que innumerables veces pretendemos ahogar pero, al igual que cuando intentamos sumergir un corcho, apenas los soltamos y dejamos de ejercer presión vuelven a la superficie y nos dicen que no tienen fin.

En suma, cada uno vive su vida. Algunos como la quieren vivir. Otros, como pueden vivirla. Otros tantos como una mezcla de lo que se puede dentro de lo que se quiere... En todas ellas, la tristeza tiene su lugar.

Y así, cada vez que me acuerdo del hombre de la rambla, vienen a mí las voces de Vinícius, Toquinho y Maria Creuza diciendo: tristeza nâo tem fim; felicidade sim.

 

Daniel Feldman. Periodista


 

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2015-05-04T00:09:00

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