MONTE VI - CRÓNICAS CAPITALINAS: Erythrina crista – galli
Daniel Feldman
26.02.2016
Muchas veces incorporamos a nuestro léxico diario palabras o denominaciones del lenguaje “común”, y desconocemos que hay otra forma de llamar a las cosas, sea por su nombre científico o por su verdadera acepción.
Algo de eso pasa muy a menudo con el nomenclátor de la ciudad.
Erythrina crista - galli. Permítanme dar un rodeo antes de entrar en tema. Me gusta a veces usar el camino más largo y perderme en los meandros de rebuscadas explicaciones. Si no, la nota me quedaría muy corta.
Recuerdo la primera vez que escuché las palabras Erythrina crista - galli. Fue en ocasión de un encuentro con estudiantes de una universidad del sur de Brasil, cuando un compañero de Facultad, más avanzado en la carrera que yo, en un sublime intento de galanteo hacia una norteña -escuchado por quien esto escribe- le explicó, mientras tomaba una flor de ceibo en su mano para brindársela, que ese era el nombre científico de nuestra flor nacional.
Yo no era muy dado a la botánica, pero retuve el nombre y ¡claro!, me cayó la ficha. Erythrina, por el color rojo; crista - galli, por su similitud con la cresta del gallo. Por supuesto que no eran necesarios los estudios universitarios para llegar a esa conclusión. Sí, tal vez para saber que ese era el nombre científico de una flor que en la escuela nos enseñaban a venerar, como parte de la simbología que daba identidad a nuestra patria (valga aclarar que también a la vecina orilla, ya que es la flor nacional de la República Argentina).
Volvamos a los meandros. ¿A qué venía la explicación del nombre científico de la flor del ceibo? La situación que relaté sucedió hace más de 35 años y me quedó una especie de fascinación con ella por lo que fue un "descubrimiento científico", fungiendo de oyente indiscreto de una escena a la que debía ser totalmente ajeno. Tal fue la fascinación que ejerció -y ejerce- que a veces, ante situaciones que se me presentan como equívocas, divergentes o que tienen más de una lectura, puedo exclamar, para asombro de quienes estén interactuando conmigo, "¡Erythrina crista - galli!", como una suerte de "eureka" redimido.
Eppur si muove, dicen que dijo Galileo. Y nosotros, la seguimos llamando ceibo.
Pero bien, dejemos a un lado los meandros y vayamos al asunto.
No nos es ajeno que muchos lugares de la ciudad a los que denominamos de una manera, en realidad tienen por nombre real otro.
A manera de ejemplo vayan dos: la que casi todos llamamos Plaza del Entrevero, debido al monumento de José Belloni inaugurado en 1967, donde según los entendidos una montonera de indios y gauchos evoca las primeras luchas de la patria oriental, tiene por nombre real Plaza Fabini, que no es en homenaje al consagrado músico de Solís de Mataojo, Eduardo, sino a Juan Pedro, político colorado que fuera intendente de Montevideo entre 1943 y 1947.
Otro ejemplo lo encontramos a un par de cuadras, donde se ubica el quilómetro cero del país, en la Plaza de Cagancha, Cagancha o también llamada Libertad.
La denominación de "Plaza de Cagancha" tiene su origen en un decreto de febrero de 1840, que conmemoraba la victoria de don Frutos sobre el entrerriano Pascual Echagüe en la Batalla de Cagancha, a orillas del arroyo homónimo, en el Departamento de San José. En mayo de 1864 y ante el inicio un año antes de la insurrección de Venancio Flores, el presidente provisional Atanasio Cruz le cambió el nombre y pasó a denominarse "25 de Mayo". Finalizado el conflicto en febrero de 1865 con la llamada "Paz de la Unión", la Plaza de Cagancha volvió a ser Plaza de Cagancha.
Con su columna de la paz en el centro de la Avenida 18 de Julio, ha sido y es llamada indistintamente como Cagancha o Libertad. Sin embargo, la verdadera Plaza Libertad se encuentra en el Barrio Ituzaingó, cerca del Hipódromo de Maroñas.
Me gusta caminar la ciudad, y uno de los espacios que más me atrae es la Rambla capitalina. Me invita por su estética, por su vista y por su carácter de espacio democrático e inclusivo por excelencia.
Cambio mis caminatas, retorno a lugares, y siempre descubro algún punto o perspectiva que de alguna manera ejercen cierta fascinación.
Recuerdo que en la década de 1980, en ocasión de usufructuar una beca en la ciudad de San Pablo, cada varios meses viajaba hacia Montevideo en los famosos buses de la compañía TTL, que ponían 32 horas en realizar la travesía. El ómnibus salía a las 22 horas de San Pablo, y arribaba a Montevideo - luego de uno pernoctar dos noches en el mismo- sobre las 04:30 de la madrugada. Invariablemente, no descendía en el destino, ubicado en la Plaza de Cagancha (o Libertad) y pedía para bajar en la Rambla y Buxareo. Ahí, así hiciera el más inclemente de los fríos, con mi valija a cuestas, me sentaba en uno de los bancos de la desierta parada de ómnibus y contemplaba mi anhelada Rambla.
Pero volvamos a la actualidad y tratemos de ir al meollo del asunto a partir de las diferentes asociaciones de ideas que he venido realizando en voz alta.
Decía que me gusta caminar la ciudad, y en especial me gusta caminar la Rambla. Más de una vez me he detenido a contemplar la Plaza ubicada en la confluencia de la calle 21 de Setiembre con la costa, la cual trata de abrirse camino hacia la playa pero es detenida por la Prefectura Naval.
Otrora supo albergar a las famosas piscinas públicas, que comenzaron a desaparecer hace ya más de una década, cuando luego de haber pasado de la órbita de la Comisión Nacional de Educación Física a la Intendencia de Montevideo, abandonaron su función habitual y se convirtieron en espacios de piscicultura. Hoy las piscinas ya no existen y el lugar alberga cinco obras escultóricas.
Viniendo desde el oeste, la primera corresponde a un busto del poeta, novelista, ensayista y pintor libanés Gibran Khalil Gibran, que también tuvo sus incursiones por la política, al fundar en 1910 la sociedad "El eslabón de oro", que pretendía liberar a los árabes del dominio otomano. Falleció en 1931 de cirrosis y tuberculosis.
Si seguimos caminando hacia el este, nos encontramos, bien sobre la vereda, casi en la calle y mirando al mar, un busto de Luis Sambucetti, distinguido violinista y compositor enancado entre fines del siglo XIX y principios del XX.
Uno se puede preguntar qué mira Sambucetti, y efectivamente, si seguimos la dirección de su mirada, nos topamos primero con otro busto, en esta ocasión del brasileño Alberto Santos Dumont, pionero de la aviación, ingeniero e inventor.
Dándole la espalda a Santos Dumont y apuntando su red a la Prefectura, una escultura de un joven pescador (confieso que no me resultó fácil dilucidar qué era), réplica de una original del escultor italiano Pedro Astorri, que fuera ubicada en el lugar, según algunos indicios, en la década de 1920, y según otros en la de 1950.
Ya en el extremo este de la Plaza nos topamos con una Venus que no tiene mayores detalles, pero que muestra su esbeltez patrocinada por el mar y el paisaje urbano que hace de fondo.
Muy bien. Pero ¿cómo se llama la Plaza?
Los desafío a hacer la misma prueba que hice yo. Un día de semana, sobre el mediodía, me instalé en el lugar y fui parando o acercándome al azar a personas que hacían su dosis diaria de ejercicios al pasar caminando por el lugar, o utilizando los juegos para actividades físicas. Incluso dialogué con gente que descansaba a la sombra de alguna de las palmeras y que, según me manifestaron, lo hacían habitualmente.
Encaré a 27 personas. Ninguna supo decirme el nombre cierto de la Plaza. La mayoría de las respuestas fueron contundentes en afirmar que era Trouville. Incluso un agente de la Prefectura que montaba guardia en unas instalaciones de una feria que por esos días se mostraba, resultó titubeante ante mi pregunta, tal vez pensando que podía ser un truco de algún oficial superior tratando de pescar en falsa escuadra a un subordinado:
- "La verdad que no sé, señor; nosotros la conocemos como Trouville, pero no sé si es ese el nombre", me respondió con amabilidad pero con expectativa.
- No señor, le respondí, adoptando cierto aire militar, que por supuesto no se me da. El nombre de la Plaza es Daniel Muñoz, agregué, para luego agradecerle por su buena disposición.
Efectivamente, la Plaza ubicada en la Rambla de Pocitos donde otrora estuvieran las piscinas públicas lleva por nombre Daniel Muñoz, en homenaje al escritor, periodista -que publicara muchos de sus trabajos bajo el seudónimo de Sansón Carrasco-, diplomático y político, que tuviera el beneplácito de ser el primer intendente de la inicialmente conocida como la muy fiel y reconquistadora San Felipe y Santiago de Montevideo, hoy Montevideo, a secas.
Un descubrimiento para muchos, como lo significó para mí cuando tomé cuenta de ello.
Sin embargo, cuando paso frente a ella, aunque no haya ningún ceibo, de un tiempo a esta parte, la sigo llamando Erythrina crista - galli.
Daniel Feldman | Periodista