Tan solo una ilusión
Daniel Feldman
05.06.2019
Tan solo una ilusión
Como muchos otros conceptos o palabras de nuestro uso cotidiano, ILUSIÓN tiene su origen en el latín: illusio, -onis, que nos remonta a tiempos pasados, tal vez a unos 3.000 años atrás, cuando en el centro de Italia y al sur del Tíber, en el Latium, los latinos -pequeños grupos integrados casi exclusivamente por campesinos- usaban esa lengua. Mucha agua corrió Tíber abajo, el latín fue apropiado por estamentos más altos de la sociedad y hoy -sin entrar en la discusión sobre si lengua muerta o no- su presencia se reduce a escasos brotes de resistencia erudita y unos cuantos monumentos.
Pero no vamos a hablar del latín; volvamos al español, a la ilusión y a sus definiciones. Quiero concentrarme en dos:
a) Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
b) Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
¿Puede una ser causa y la otra consecuencia? ¿Hay choque entre ellas? ¿Se oponen? ¿Cuánto de frustración hay en la primera, luego de descubierto el engaño, el "espejismo"? ¿Cuánto hay en la segunda, a veces, de querer tapar el engaño de la primera? (Y los que saben dicen que la acepción segunda, la esperanza, es patrimonio únicamente del español).
Puede ser que en estas sus dos acepciones pauten nuestra vida, nos hagan vivir en un mundo de ilusiones, de imágenes causadas por el engaño de nuestros sentidos, o de atractivas esperanzas
Yo no sé muchas cosas, es verdad
Digo tan solo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
decía el poeta León Felipe, ya citado en un programa previo, y también afirmaba que sabía todos los cuentos.
En esta época de redes sociales omnipresentes y omniscientes la felicidad parece ser el estado permanente de quien se precie de existir. La sonrisa para la selfie, el paisaje espectacular, la comida pronta para degustar, la gran familia... todo parece apuntar a un mundo en armonía, donde parece haber sido lograda la abolición de la segunda ley de la termodinámica.
A lo largo de la historia de la humanidad hemos asistido o hemos tomado conocimiento de la enorme e incesante mejora en un sinnúmero de factores e indicadores materiales, que van, entre otros, desde la salud hasta la riqueza. Entonces, a más opulencia más felicidad ¿no? No lo parece. ¿Cómo medir la felicidad? ¿Es posible cuantificarla, más allá del intento de algún país de sustituir el PBI por el PFI en sus mediciones de bienestar?
Y sin embargo compramos el espejismo de que sí es posible, y tal vez en forma inconsciente oscilamos de una a otra definición de ilusión: espejismo y esperanza; vamos de un lado a otro. Creemos pero no podemos, esperamos pero no lo logramos. Pasamos de la percepción patológica de estímulos externos a la elaboración de caminos de redención masiva (o simplemente individual y egoísta).
El gran químico ruso-belga Ilya Prigogine tituló uno de sus libros TAN SOLO UNA ILUSIÓN. Especializado en termodinámica del no equilibrio, de procesos irreversibles y en el análisis de un nuevo estado de la materia, las estructuras disipativas, Prigogine gustaba de escapar de la rigidez de ciertas ecuaciones y refugiarse en la interdisciplinariedad.
En uno de sus libros comenta la correspondencia entre Albert Einstein y su íntimo amigo, Michele Besso, a quien el genio despidió a su muerte de la siguiente manera: "Michele me ha precedido de poco para irse de este mundo extraño. Eso no tiene importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la diferencia entre pasado y futuro no es más que una ilusión, aunque sea tenaz".
Capaz que en nuestro día a día estamos navegando en una inmensa y tenaz ilusión.
(*) Columna emitida en el programa radial LA PUERTA, por FM CIUDADELA 88.7 el martes 4 de junio de 2019
Daniel Feldman | Periodista