Mate e identidad nacional

Daniel Vidart

21.02.2013

Se ha dicho más de una vez que el mate, al amparar con su cobertura folklórica los distintos estratos sociales del pueblo uruguayo, ha influido poderosamente en la caracterización de nuestra identidad.

Pero no seamos tan umbilicalistas,  tan centrados en nosotros mismos, a tal punto que por alabar con exceso las costumbres ciertas  y las pretendidas virtudes nacionales,  mucha  gente, sin conocimiento del mundo o  con carencia  de información, da la espalda al Otro y  desdeña lo que  ignora", según dijera Antonio Machado.


Identidad e identificación
No solamente los uruguayos somos materos, o mateadores  como convendría decir. Lo son los paraguayos, los argentinos y los brasileños del área meridional. También los chilenos del valle central, Santiago abajo, y particularmente los de la isla Chiloé,  a quienes llaman chilotes. Por su lado los  indios mapuches, que habitan el sur de Chile, se han aficionado al mate  desde los tiempos de la Colonia. Empero,  las estadísticas demuestran que el consumo de yerba per cápita es mayor entre nosotros que en los países hermanos. Dicho rasgo cultural, que así se dice en la jerga antropológica, no nos confiere identidad sino que contribuye a nuestra identificación.

Identidad no es lo mismo que identificación y viene bien aclarar este punto pues permite  clarificar y afinar ambos  conceptos, que en estos lares andan  entreverados.
En efecto, la identidad es una demanda personal o grupal que reclama un modelo étnico, que se remite a un paradigma existencial para espejarse en él: por ejemplo, la tan llevada, traída y  mitológica garra charrúa. Aunque existe un grupo de soñadores fundamentalistas y racistas- tataranietos de indios que ellos suponen charrúas, no se nos debe ni puede atribuir, temerariamente, ese prestigioso ancestro.  Dichos charrúas y caharruomános, habitantes de una utópica Charrulandia una ínsula Barataria del espíritu-  ignoran, u olvidan, que los guaraníes reducidos habían entrado torrencialmente a estos pagos  a raíz de la disolución de las Misiones Jesuíticas en el año 1767.

Mas tarde, nutridos escuadrones  de combatientes guaraníes   sirvieron con Artigas en su última y desesperada defensa, y otros fueron arreados por Rivera luego de su reconquista del territorio de Misiones, en poder de los brasileños. Allí, en esos núcleos advenedizos, y no entre los poquísimos charrúas sobrevivientes, se multiplicaban  los racimos de genes heredados de sus  ancestros por los paisanos de  pelos chuzos y  ojitos de yacaré .

Antes de Salsipuedes y Mataojo los charrúas, que jamás entregaron  así como así sus mujeres a la lujuria de los criollos, no pasaban los 600, como lo testifican veraces documentos de la época. Y de los sobrevivientes, unos 300 entre mujeres y niños,  no puede esperarse una muy caudalosa descendencia, si bien la hubo. Actuales dictámenes de exagerados  universitarios calculan en 35 % los descendientes de los charrúas, sin pruebas de ADN a la vista y, por añadidura, con desconocimiento de las aportaciones de la  cepa guaraní.
El mismo error recae sobre  los pretendidos incaicos , que así califican  los cronistas deportivos a los  afroamericanos de las costas del Perú que juegan muy bien al fútbol.


Machacando sobre caliente
Vuelvo al controvertido tema de las diferencias existentes entre identificación e identidad. Se es idéntico a un ente determinado, reconocido como  portador espiritual  de valores patrocinantes. Si se apela  al  ídem,  existe un modelo al que imitamos y  nos confirma.  No se puede ser idéntico a cosas. Sí a hombres del mismo género y especie.  Se trataría entonces  de  una figura folklórica, o de un héroe epónimo, o de  una etnia  fundadora que llegó desde el exterior, o de una cepa ancestral enraizada en el terruño. La identidad cobra sentido a partir de la  aspiración de un sujeto o un grupo de sujetos a ser y comportarse como aquel ente modélico.

En consecuencia, responde al voluntarismo personal o colectivo de asemejarse lo mas posible al  paradigma encarnado por  un tipo ideal.  La búsqueda, o reconocimiento, o asunción explícita de la identidad constituye una aspiración, cargada de pathos, de  afectividad  proveniente   del alma de la persona  o de la conciencia social ojo, asi se dice pero la conciencia pertenece a un sujeto y no a una multitud-  del pueblo en cuyo seno ella actúa. Va desde  adentro hacia afuera; apunta, como arriba señalé,  a un prototipo ideal, cuando no idealizado: el indio, el negro, el gaucho, el criollo oriental, el muchacho de barrio, el paisano de tierra adentro,  el canario chacarero, el esclarecido burgués montevideano, el abuelo inmigrante. Tras la identidad se agazapa una paternidad, una projimidad moral y carnal.  Cada uno de estos arquetipos es señalado como portador de cualidades distintivas, de visiones del mundo y de la  vida propias  de su  clase social y declinación cultural.

Va un  ejemplo personal, si me lo permiten.  A mi me dicen  vasco pues mis apellidos  Vidart por parte de padre y Bartzabal por parte de madre me remiten a ascendientes  de Iparralde ( ipar, norte; alde, lado), o sea  el Pais Vasco enclavado en territorio francés.  Y me gusta además lucir  la  txapela, es decir la clásica boina. Me identifican, o creen identificarme, desde la cáscara, desde los indicadores externos, como dicen los sociólogos. Pero una cosa es la cáscara y otra el grano. Y  el grano de mi identidad, es lo que tiene que ver con las profundas motivaciones sentimentales y volitivas de una elección existencial. Si bien cultivo con cariño la memoria  de mis ancestros euskeras, aquellos danzarines de la mascarada de Zuberoa, me siento identificado con el ser terrígeno, con la procesión de vidas y memorias que arranca con los paleocriollos de la Patria Vieja, que pasa por los neocriollos  descendientes de la oleada inmigratoria del siglo XIX y que  llega hasta los poscriollos de nuestros días,  luego de haber atravesado, como un filón intrusivo, los estratos  culturales y los matices generacionales que tienden un continuum  étnico  entre el  oriental de ayer y el uruguayo contemporáneo. Soy triétnico además, pues una retatarabuela era una guaraní misionera  y la otra  tatarabuela una negra riograndense. Y no por ello soy ni me siento indio o negro, como mas de un compatriota en tales condiciones genealógicas reclama. No hay razas blanca, negra, amarilla o cobriza.

Hay, si el término cabe ras en árabe significa  cabeza, y la voz se utilizaba  para caracterizar la cabeza de ganado-  una sola raza, la humana. Y punto. Lo demas lo pone la cultura, no el color de la piel o la forma de la cabeza, entre los rasgos mensurables y descriptivos que distinguen las etnias. Por otra parte, aunque quiero mucho al Uruguay, mi patria y país, me proclamo, como los estoicos, ciudadano del mundo . No en vano  soy antropólogo. Nada de lo humano me es ajeno, como dijera, hace muchos siglos atrás, el romano Terencio.


Modelos identitarios
El modelo que orienta la aguja imantada de la identidad tal como muchos la conciben-   está  cargado de escalas  axiológicas, de ideas  e ideologías, de declinaciones  donde dialogan el anima  sensible con el animus racional. La identidad no se define porque tomemos mate, y  nos guste el fútbol,  y juguemos al truco, y escuchemos- cada vez menos, y los muchachos minga - la voz nigromántica de Carlos Gardel. Ni tampoco  porque desde afuera nos consideren  seres grises o almaceneros minoristas de un anémico paisito , término este que rechazo con vehemencia.

La identidad propiamente dicha apunta a  lo que subyace  en lo psíquico, en  lo íntimo, en  la cultura internalizada y ejercitada,  y no en las objetivaciones visuales y táctiles que conforman  los dispositivos materiales. Estos  no van mas allá de la epidermis, a veces pintoresca, de las cosas.

Vestirse de gaucho, montar  el caballo los domingos, adornarlo  con arreos de lujo y galopar con la golilla al viento, libre  de las preocupaciones del ajetreo urbano, no convierte a nadie en gaucho. Tal es lo que sucede con  la nostálgica comparsa de profesionales  y comerciantes que visten  chiripá y chapona, calzan  botas de potro y hacen cantar las nazarenas  en esas  sociedades criollas donde se come asado con cuero y se matea interminablemente  mientras los gauchos de talabartería  - que han leído a Faulkner, visitado el Louvre y manejan   ecuaciones diferenciales -  imitan la parla de la gente de estancia.


El mate y su mundo
El mate, repito,  es un rasgo material que apunta a la identificación y no a la identidad. Se trata de algo que se advierte  desde afuera y que, efectivamente,  está afuera de la persona que lo bebe. Constituye un indicador  objetivo, descriptible. Su nombre deriva de   la calabacilla con la que se sirve esa infusión hecha con unas hojas canchadas, sapecadas y molidas cuyo alcaloide, la  mateína, provoca un hábito, un vicio , e incluso una adición.

Por extensión se llama mate, voz quechua y no guaraní,   al    contenido de dicho porongo o galleta, según el aspecto asumido por el  fruto de la Lagenaria vulgaris, la planta  cuyos frutos semejan botellas, dado que lagena en latín tiene ese significado. Tomar mate no nos hace mas uruguayos puesto que, como antes dije,  matean a la par nuestra los paraguayos, argentinos, brasileños, chilenos australes y, aunque parezca cuento, los mismísimos sirios de un Medio Oriente en ascuas, convulsionado a más no poder.


El eterno retorno
Hay que ser cuidadoso cuando se pisa las arenas movedizas donde se entreveran las cartas de la identidad con las de la identificación. La cédula que nos distingue en tanto  documento personal no es de identidad  sino  de identificación. El mate, lo mismo que la cédula, nos identifica como pueblo, como colectivo, como conglomerado nacional, como "república de materos" tal cual  escribí en un ensayo sobre el tema.

Pero la identidad es otra cosa, mas escondida, mas sutil, y aún mas caprichosa. Es la resultante de aquellas convergencias históricas provenientes del sentir y del querer individuales y/o sociales que desembocan en el estuario de la nacionalidad. Y la nacionalidad  posee  una carga  simbólica de carácter anímico, un acento interior que, hablando en términos pascalianos, se manifiesta como una verdad del corazón.   El mate, en cambio,  es un signo material. Materiales son el artefacto y sus enseres. Material es el acto de  prepararlo, cebarlo y  beberlo en soledad o en compañía.

Sepamos distinguir entonces  entre el signo que se ve, que se toca, que es al cabo un objeto, o un acto, y el símbolo intangible e invisible, que es una imagen, una representación mental.
No obstante, debajo de la piedra  está  el cangrejo. De lo material se asciende a lo no material, al universo significativo  de los mores, de las costumbres que caracterizan a un determinado grupo humano, identificándolo, esto es, distinguiéndolo del Otro. Y luego, como Marx advertía, hay un retorno descendente, temprano o tardío, desde la superestructura a la infraestructura. El símbolo entonces impregna al signo y lo metamorfiza.

La identidad se refiere al quiénes somos -  o suponemos  que somos  - los uruguayos. La identificación tiene que ver con el cómo somos. En este aspecto se puede responder que sí, que el mate nos caracteriza en cuanto que integra un cuerpo  de usos y modos de hacer referidos a  los rasgos externos del ser nacional. No obstante, y lo repito, si bien  un riograndense  y  un chilote son mateadores, ambos tipos humanos difieren de los nuestros. Por otro lado  téngase también  en cuenta que entre nosotros no hay un abstracto y arquetípico  manteador, o yerbeador, o verdeador: es preciso  aclarar que  los materos residen  en el campo crudo y  en la ciudad, y no se trata solamente de  que uno cebe el mate con la pava y el otro con el termo. En efecto, existen otras  diferencias impuestas por las  distintas tipologías tanto en el orden de los trebejos como en el de las personas. Todos los uruguayos aficionados al mate  permiten ser identificados por ese   común denominador ; no obstante, mas allá de dicha generalizada  coincidencia, los grupos sociales o comarcales  que lo beben  reclaman  identidades no canjeables entre si. Se trata de un reclamo existencial que no puede ser reducido a un común denominador por el sortilegio de la yerba y el chamán de la bombilla.


Un esbozo filosófico
Yo no creo en una monolítica identidad nacional uruguaya. Un nutriero de San Luis al medio, un granjero de Colonia Valdense, un peón ecuestre  de una estancia sanducera del Queguay, un poblador del Barrio Borro o un acaudalado residente de Carrasco, -valgan estos pocos ejemplos-,  si bien comparten una misma "historia patria " , un lenguaje y ciertas tradiciones, poseen subculturas que los diferencian, y a veces tan profundamente que puestos uno junto con el otro no logran entenderse del todo ni mediante  el intercambio de palabras ni por sus respectivas cosmovisiones.

Un amigo colombiano me preguntó hace años   si es cierto que a diferencia del tradicional "cafezinho" de Brasil, que en algunos  bares se toma de parado en un par de minutos, el mate requiere de un "tempo" especial. Y mi interlocutor agregó, para mi sorpresa, si ese descanso en el diario ajetreo  que se toman los uruguayos es una característica propia que nos  tornaba  más "sabios". Es preciso aclarar que mucha gente trabaja y matea a la vez. Se trata de los que realizan trabajo intelectual, de quienes asisten a reuniones informales, de aquellos profesores que se atreven a tomarlo en clase. Y algo que el colombiano pasó por alto: mucha gente camina o viaja, ya como conductor, ya como conducido, sin abandonar el mate de bombilla doblada. En cuanto a lo de la posible sabiduría creo que el preguntón le apuntó al clavo y dio en la herradura.

No creo que exista una diferencia palmaria, en lo que se refiere a la prisa y  la pausa,  entre la demanda temporal  del cafezinho  bebido al paso y el del  mate tranquilo.  Como antes dije, existe un matero ambulatorio que carga el termo mientras se camina y succiona. Naturalmente que el cafezinho al pie del mostrador se sorbe en un santiamén, al margen del tempo filosófico,   mientras  un litro de  agua rinde para muchas cebaduras y dura cierto tiempo, según el apuro o la cachaza del matero.

Si bien beber un litro de agua, ensillando mas de una vez al mate, lleva su tiempo, existen modalidades  signadas por distintas  exigencias de la vida cotidiana. Una cosa es el matero sedente y otra el matero  caminante. En el caso del matero sentado en un rincón del rancho o de la casa, que  matea con el alma llevada  por  la ininterrumpida corriente del pensamiento , como llamaban al río de la conciencia James y Bergson, se establece una especial relación entre el adentro y el afuera. Ese cebador  solitario, esa mujer u hombre quietos,  realiza un buceo íntimo o un vuelo imaginativo  cuyos alcances y sentidos escapan de toda intención o planeamiento. Auxiliado  por el lazarillo  de una muda evocación, entregado a un tenaz  soliloquio interior, sorbiendo recuerdos, armando proyectos, contemplando en el humo de la pava una danza  de antiguos fantasmas, aunque también acudan los  fantasmas de lo nuevo como decía Ray Bradbury, el actor o la actora de esa peripecia doméstica, al ascender   de lo físico a lo psíquico y de allí a lo  metafísico, cruza, sin saberlo, desde  la orilla de lo material a la orilla de lo espiritual. También en el caso de la rueda - con el cebador que reparte, con el mate que circula, con la conversación que es cosida por la aguja de la bombilla y los hilos de agua que ascienden  desde el vientre verde del la yerba-, la sociabilidad crece como los corales, en capas concéntricas, a medida que se repite el viaje circular de la calabacilla,  continente y  contenido a la vez.  Entonces   las soledades individuales se funden en el grupo solidario que, celebrando sin saberlo un arcaico ritual,  escucha  el llamado de una hermandad secreta, aunque no expresada por solemnes palabras. Estas palabras de reconocimiento, de agradecimiento, de contentamiento,  si bien   no se animan a nacer, arden  como un  trashoguero dentro  de los corazones. Las palabras  corrientes, las que   crepitan como el pororó en la olla,  son las madrinas  del recreo, las mensajeras de los temas que giran, como las calesitas, sobre el eje de los asuntos cotidianos: cosas del diario vivir, sucedidos , chismes,  novelerías  y rutinas . Se entibian entonces  los rigores de la  intemperie y las soledades del desierto ambiental si se está en campaña, o íntimo si se vive en la ciudad.  Los mateadores,   confundidos  en un fugaz nosotros gracias a ese reconfortante  olvidapenas,  saldrán luego al encuentro de  las horas  del hastío que carcome o de  las jornadas del trabajo que aliena. Pero el sabor cálido y amargo de la yerba les calentará a la vez las tripas y las almas, y mientras  persista  ese regusto, y sople el viento de energía que viene desde los escondidos alcaloides, no se sentirán ni perdidos ni solos en  los campos de la emoción o en  los paisajes de las nostalgias.

La pausa del mate, cuando es realmente una pausa, no es la nodriza de la sabiduría. La sabiduría se aprende en el camino, tomándole el sabor a los seres  y a las cosas - y de ahí su nombre - , pues es algo más y algo menos que el  conocimiento Es la gota de miel del higo de la vida, el estandarte dorado y melancólico de la madurez. Es la condecoración crepuscular otorgada  por el trato con los hombres y con el mundo; es un don tardío que se hace presente  cuando  ya se  camina con el sol a la espalda y los ojos comienzan a mirar  hacia adentro, hacia las cenizas de la esperanza y las brasas de la comprensión, ambas guardadas en el rescoldo de la experiencia.  Por otra parte debemos huir de aquella   pausa que de tan larga y repetida   manea la acción,  transformando al "mate haraganote", como lo llamara Enrique Amorim, en el padrastro de la inopia, en el emisario de la pereza, en el sepulturero de la aventura vital. Hernandarias, el criollo paraguayo que anduvo por estas tierras matando indios bravos a principios del siglo XVII,  era declarado enemigo del mate, pues éste, a su juicio,  hacía a los hombres "viciosos, haraganes y abominables". Ni tanto ni tan poco, pero el que "se queda", el que convierte al mate en el aliado de la  "cansera " consuetudinaria, en el albacea de la frustración, va por mal camino...     


Los materos de Siria
Finalmente, el amigo preguntón me tiró una puñalada trapera  al inquir si sabía que en Siria la mitad de los ciudadanos tomaban mate, lo que podría, de algún modo, hacernos parecidos a ellos.
Si la mitad de los l5 millones de sirios tomara mate la exportación de la yerba constituiría un gran negocio para los países yerbateros  del MERCOSUR, le contesté. Creo que la fantástica cifra debe ser drásticamente reducida. Pensemos en 5 millones de materos, lo que también me parece demasiado. No obstante, tras la exageración se escondía  una extraña verdad. Y al conocerla, estoy seguro que la sorpresa de muchos desinformados será mayúscula.

Descartemos de entrada los archipiélagos de materos en medio del  mar de tisanas y brebajes locales de todo tipo que se beben  en aquellos países  donde residen los rioplatenses peregrinos: en Australia, en Canadá, en España, en Israel, etc. se toma mate, pero ese hábito  tal vez no vaya   mucho  más allá de la generación de los trasterrados. En mis andanza por el extranjero he visto llorar a varones   de pelo en pecho al no encontrar la yerba de sus amores en los almacenes de ultramarinos ¿.Llorarán así sus hijos y nietos, ya amañados al clima cultural imperante en países cuyas costumbre culinarias difieren de las nuestras? Veremos. El tiempo y las noticias - siempre deformadas y flechadas-   de los mass media se encargarán de comprobarlo.
Y ahora vamos al caso de Siria, que tan mal  está pasando su pueblo en estos ensangrentados días.

Se trata, a todas luces, de algo particularmente  novedoso. La microhistoria de la vida cotidiana  nos cuenta que entre fines del siglo XIX y principios del XX la República Argentina recibió unos 200.000 inmigrantes   sirios, muchos     de los cuales eran del tipo " golondrina", esto es, braceros zafrales. Dichos  inmigrantes, que aprendieron a matear en sus escasos ocios, volvieron a su patria aficionados al áspero gusto del cimarrón, a su caliente mensaje de energía y sociabilidad. Pero fue hacia los años 30 del siglo pasado, según cuentan los cronistas, que la yerba mate y su verde tisana inundaron la localidad de Yabrud, cuna de la familia extensa de los Menem. Y desde ese núcleo  el vicio" se fue extendiendo en círculos concéntricos a otros puntos del país asiático. Los datos  económicos cantan. En el año 1998 fueron hacia Siria 10 millones de quilos y los otros 4 millones exportados por los paises productores marcharon hacia otros rumbos. Chile se situó por entonces en el segundo lugar. No era este un fenómeno nuevo. Las estadísticas comerciales de  1940 muestran  que por ese entonces  iban hacia Siria 45.000 kilos anuales. Esta cifra fue creciendo torrencialmente, para la extrañeza de muchos. Los destinatarios bebían y beben la tisana individualmente. Hay carencia de bombillas. No así de recipientes, pues en esa comarca del Medio Oriente existe una especie de zapallito cuyo aspecto y naturaleza se asemeja a nuestros porongos.
Esta presencia masiva de la yerba, del mate y de los materos no ha modificado en un ápice la personalidad de base del  habitante de Suriyah, que asi se dice en árabe el nombre del país.

Hay algo más. Desde  Siria la yerba marchó al Líbano, lo desbordó según dicen, y desde hace algún tiempo, si no estoy mal informado, los comerciantes argentinos estudian la posibilidad de  extender el mateísmo hacia otros países  de aquella conflictiva región.

Los rioplatenses que viven en el exterior han establecido vías  informales - visitas de amigos y  familiares, importadores ad hoc - para estar bien o mal  abastecidos de yerba. Pero esa noticia de varios millones de  sirios musulmanes  al pie del mate a mas de uno dejará   estupefacto. ¿Serán  tantos los émulos del amargo rioplatense? Sea lo que fuere nuestras identidades son muy diferentes, no obstante el consumo de la yerba mate y la profusión de materos en la Siria contemporánea.


Peregrinación a las fuentes
Veamos a ver ahora cómo y cuándo surgió la costumbre de beber  el té de yerba.
El mate es una tisana preparada con una especie de Ilex, el     denominado paraguariensis  (en buen latín debe escribirse paraquariensis) por el naturalista francés Saint Hilaire. Hay muchas variedades de esta planta en América. Y aunque por estos lados se ignore, dichas variedades  hermanas han prohijado bebidas que se conocen desde muy lejana data  en otras latitudes. En el Ecuador, por ejemplo, los indios  jíbaros  beben guayusa  junto con sus perros  antes de salir a cazar.  De tal modo todos tendrán energías para soportar  largas jornadas venatorias. En otras ocasiones se toma colectivamente para  proporcionar alegría y honrar a los espíritus de la selva. También se  administra a los niños como medicina. Esta bebida se ha difundido entre vastos sectores de la población ecuatoriana, que la   mezclan con trago para convertirla en remedio

El mate, nuestro (¿?) mate, tal cual se le conoce, tuvo su origen entre los guaraníes del Paraguay. Su historia es larga. Los españoles se aficionaron a la tisana indígena  prontamente, sin importarles las condenas de los jesuitas, que la calificaban como una  " yerba del demonio". Pero cuando los padres agrónomos  domestican la planta e inician su cultivo, convirtiéndose así en los difusores de una  costumbre  censurada en sus comienzos por la Iglesia y los gobernantes españoles de nuestras comarcas, se invierten los calificativos. Como la exportación de la yerba da lugar a un bien remunerado negocio la infusión maldita,  la  " bebida del demonio",  se convierte entonces  en el "benéfico té del Paraguay " o " te de los jesuitas". Se  difunde por toda la cuenca del Plata. Se le exporta a Bolivia, a Chile, a Perú. Los padres misioneros quisieron  desplazar el consumo de la coca con la imposición del mate, cuyo alcaloide no posee la potencia de aquel dinamógeno tradicional. Enviaron yerba a las minas de plata de Potosí. Fracasaron.

Los charrúas, los guaycurúes, los yaros, y otros indios se aficionaron a la yerba mate. Los españoles y criollos la consumieron con fruición e introdujeron otros trebejos y otras modalidades en los aspectos  técnicos y ceremoniales del acto de matear. Pero no se trataba de una difusión gratuita, imitativa, producto de una moda. El mate atrapa. Su suave alcaloide concede claridad a la mente y fuerza al cuerpo. Crea adición. Aunque quienes  matean se resistan al calificativo, constituyen un género específico de drogadictos. Y como tales necesitan su dosis diaria y cuando el alcaloide falta se produce una crisis, pequeña o grande, en el organismo y la mente del consuetudinario consumidor.

Ampliemos un poco mas esta historia temprana del mate narrada por los cronistas e historiadores coloniales. Como dije antes, los jesuitas fueron los grandes difusores del mate en América meridional, luego de haber sido sus furibundos detractores. Lograron, por un tiempo, imponerlo en ciertos sectores sociales del Perú, Bolivia y Chile. Hoy se exhiben  en los museos los ejemplares de la parafernalia artísticas  del mate en esos países. Las posteriores condenas, ya en el siglo XX, fueron las de los médicos higienistas. Se advirtió acerca de los peligros de contagio en el caso del uso colectivo. Pero esas advertencias no prosperaron. No obstante, hay quienes solo lo beben con sus íntimos, con personas conocidas, o en absoluta soledad. Durante la dictadura un sector político de la población uruguaya lo esgrimía como una insignia social, como un indicador de rebeldía. Desafiaba  a las  axiologías  burguesas y a la soberbia de los fierros  mateando sin ceremonias en sitios antes defendidos por un muro de  prohibiciones que , para quienes  las acataban , eran el producto las "buenas costumbres" y que, para  quienes las transgredían, constituían  meros prejuicios de clase. Eso sucedía al revés de lo que hace la perdiz. Allí, mateando, sosegaban   los gritos. Pero  en otro lugar escondían los huevos.
La forma de tomar mate ha conocido una larga evolución y sus trebejos han cambiado a lo largo del tiempo. Se trata de una larga historia.


La etapa indígena
Los guaraníes   preparaban el caa-í  hirviendo previamente el agua en un recipiente de barro cocido llamado itacuguá. Dicha agua se vertía en  la calabacilla que nosotros conocemos como mate, denominada  caaiguá  por los guaraníes.  En dicho recipiente vegetal se echaba la yerba, someramente procesada, y se bebía mediante una cañita hueca, el tacuapí, rematada en su parte inferior por un filtro esférico trenzado con finas fibras vegetales.  Cuando los españoles inventan la bombilla metálica este filtro, según su forma, será llamado coco, una voz proveniente del quechua kokko, que significa fibras trenzadas. El coco original era  esférico. Cuando tenía forma  alargada y achatada  se denominaba  paletilla.

En cuanto a los recipientes, además de los de origen vegetal  - los poros según la nomenclatura quechua o los  porongos según la  guaraní, y  las galletas, llamadas así  dada su morfología peculiar y sin duda las preferidas por los materos de ley -  se han fabricado de metal, de porcelana, de madera o de guampa.


¿A más o a menos?
Se ha preguntado por parte de algunos futurólogos  si en el Uruguay el   hábito del mate se va a incrementar con el tiempo, si se mantendrá en el actual nivel, que por cierto es grande,  o si se  reducirá su consumo. 
Es difícil predecir lo que vendrá. En la actualidad los adolescentes prefieren la cerveza al mate, pero si en la casa, en la barra, la Universidad y los altos del trabajo obrero  se matea, dicha práctica establece un  fuerte nexo entre las generaciones, asegurando así  la continuidad de la costumbre.

Hay un hecho que puede incrementar su consumo, por lo menos en los sectores  sumergidos de la sociedad: a falta de comida se recurre al mate cocido, al engaña pichanga  de un  alcaloide benefactor  que, si bien no alimenta, permite sacar fuerzas de flaqueza.


La mateada popular a cielo abierto
Lo que sigue fue por mi  escrito cuando la economía del Uruguay era floja y el pueblo salía lenta y dolorosamente de una cruel e insolente  dictadura cívico-militar. Lo transcribo porque no está demás recordar, en esta situación de libertad y prosperidad ciudadanas que hoy se disfruta en la patria, lo que sucedía en  aquellos tiempos perros.
El precio actual de la yerba  espanta   a los materos de pocos  recursos, y hasta tal punto que si continúa creciendo  el empobrecimiento del pueblo uruguayo, acogotado por el Marcado Mundial y los ladrones de cuello blanco que lo dejaron con el culo para arriba, habrá que secar la yerba al sol  y tomar mates lavados a  falta de otra cosa. No se si las negras nubes de miseria que han tapado al sol de nuestra bandera  convertirán velozmente  a la República de materos en una República de menesterosos. Pero nadie puede predecir la historia del futuro. Como decía Almafuerte, " todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte". Fuimos, más de una vez, un pueblo de sobrevivientes. Si  peleamos duro y sacamos al aire lo que los varones  deben tener,  seguiremos viviendo y creciendo.
Fin de la transcripción de un relato pergeñado en un  cercano ayer.


Historia, y no tan antigua
Y termino ya, con  una recapitulación somera del asunto. El centro de expansión de la yerba y el mateo fue el Paraguay, no el Uruguay. Los jesuitas quisieron llevarlo a otros sitios de Sudamérica, para dar fuerzas al indio sometido a duros trabajos en las minas, fincas y  haciendas. Hubo  en Lima, Potosí y Santiago bebedores de mate en las clases altas. Quedan como testimonio recipientes  de plata y oro o de porcelana  ornada con angelitos, bombillas labradas y retobadas con pasadores, anillos y virolas de fantasía. Hoy por  hoy, salvo la zona austral de Chile, el mate se ha concentrado en la Argentina, Paraguay, Uruguay y sur del Brasil. Dejemos de lado lo de Siria, que se enmarca en otro proceso cultural e histórico que, casi seguramente, no conoce la rueda fraterna que ata manos, bocas y almas con un mismo hilo de amistad y confianza. Y señalemos de nuevo que donde existen colonias de emigrados de los citados países americanos prosperan archipiélagos de mateadores en medio de océanos de tisanas extrañas, o muy  conocidas como  en el caso del té originario del Asia o el café de origen etiópico, hoy sembrados en paises de clima propicio y gustados en todo el mundo.


Un apunte postrero
Bueno, aquí va  un  apunte postrero, dado que  existe un arte, o artesanía o  técnica  de cebar, que no puede desconocerse so pena de echar todo a perder  en el momento supremo.
No voy a intentar ahora una descripción precisa acerca de la disposición de la yerba, el modo de humedecerla y hacerla hinchar, la temperatura ideal del agua caliente, la manera de colocar la bombilla, el pulso que se requiere para que el agua le ponga una golilla al reborde de la boca sin que  se derrame o "llore" , y todos los etcéteras que hacen buena y disfrutable a la cebadura, ya la del mate cimarrón, ya la del mate dulce, siempre señorero.  La voz cebar viene de cibus, que en latín significaba alimento. Se ceba al animal para engordarlo. Por extensión se dijo cebar un arma, cuando se la cargaba con el fulminante, la pólvora, el taco y la munición, baqueta mediante. Y cebar el mate, al cabo una expresión metafórica, quiere decir alimentarlo, mantenerlo sin que se lave, operación unida a otras como son el "darlo vuelta" cuando se requiere, el " bostearlo"  o el "ensillarlo", maniobras sutiles  que convierten a  este proceso en todo un rito, en una destreza inmanente a la baquía , por no decir  savoir faire ,  criolla.

En realidad, el asunto del cebar como se debe no se trata de un  arte  sino, rebajando la cosa al nivel del pueblo, de buen pulso y buen ojo. El saber  cebar un mate  requiere largas horas de aprendizaje; es hijo de una experiencia servicial y orgullosa a la vez, y ha merecido estudios tan lindos y entretenidos como  el que el argentino Amaro Villanueva dedicó al Arte de Cebar en un  libro publicado en el año 1962.

Bueno, con lo que hasta ahora he escrito, que es irremediablemente escaso, supongo que  el lector, sin duda insatisfecho, procurará  saber más acerca de esta costumbre tan arraigada entre nosotros. Que aprenda a preguntar a los viejos mateadores, que mire atentamente como se apronta y sorbe el cimarrón, que practique buscando la esencia y de ser posible la excelencia de esa tradición criolla  y que, de espaldas a la praxis,  madre de toda la cultura humana, se anime eludiendo la tiranía del ordenador-  a  consultar libros, pues  los hay, y muy interesante

Daniel Vidart
2013-02-21T14:06:00

Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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