Año 1962: las primeras semillas

Edgardo Carvalho

28.08.2012

Hace cincuenta años, en el curso de 1962, se produjeron en Uruguay, en el término de pocos meses, varios acontecimientos políticos inusuales, que introdujeron cambios en el panorama electoral.

Cambios que muchos juzgaron entonces poco significativos o incluso puramente cosméticos. Y que sin embargo, creo que podemos identificar como las primeras semillas de un proceso político transcendente, semillas que terminarían arraigando y generando un cambio histórico en nuestro país: el advenimiento de la izquierda al gobierno nacional.

En nuestra época, los aniversarios cada vez suscitan menos interés. Se vive en y para el presente, al ritmo de un clic o de un “tweet”. Por lo general el pasado se ignora masivamente y el futuro, aunque se lo invoque, interesa poco, en realidad. Sin embargo, muchos de los hechos que vivimos hoy son imposibles de comprender cabalmente si no se les inserta en la realidad en que se gestaron y desarrollaron

Es imposible saber dónde estamos y sobre todo, hacia dónde vamos, si se ignora de dónde venimos. Estas líneas se proponen evocar algunos hechos, algunas decisiones, en las cuales pueden rastrearse los primeros pasos de una izquierda que comenzaba a buscar y transitar los caminos que finalmente la llevarían al poder el 1 de marzo de 2005.

Hace cincuenta años nacía dentro del Partido Colorado la lista 99, se fundaba el Partido Demócrata Cristiano y los dos partidos históricos de la izquierda uruguaya, el Partido Socialista y el Partido Comunista, comparecían electoralmente en alianza con sectores provenientes de los partidos tradicionales, y bajo lemas y con números de lista distintos de aquellos que los habían identificado desde su fundación en las primeras décadas del siglo.

Unas cuántas cosas que hacen de las elecciones nacionales de noviembre de 1962 algo distinto, diferente, aunque la suma de votos reunidos fuera de los partidos blanco y colorado no varió significativamente.

El panorama general era muy claro. Aproximadamente el 92 o el 93% del electorado votaba a los partidos tradicionales. Todos los demás partidos (los dos partidos de izquierda y la Unión Cívica, un partido católico de centro) se repartían el 7 u 8% restante, ocupando las posiciones correspondientes en los órganos legislativos, desde las que hombres como José Pedro Cardoso, Arturo Dubra, Vivian Trías, Germán D´Elía, Rodney Arismendi, Enrique Rodríguez, Dardo Regules, Tomás Brena y otros, se enfrentaban en memorables batallas parlamentarias al peso abrumador de las bancadas tradicionales. Resulta difícil imaginar y valorar ahora lo que era el trabajo de esos legisladores. Un trabajo apoyado en la sacrificada militancia de hombres y mujeres que luchaban sin pausa contra la todopoderosa maquinaria política y electoral de los partidos tradicionales, hombres y mujeres que aportaban su esfuerzo y muchas veces su sacrificio personal aún sabiendo bien que trabajaban por ideales que solo podrían concretarse en un lejano futuro, del que muy probablemente no formarían parte.

1958: rotación de los partidos tradicionales en el gobierno.

En 1955, como consecuencia del agotamiento del modelo económico de crecimiento “hacia adentro”, con industrialización basada en la sustitución de importaciones, proteccionismo y subsidios a través de cambios múltiples, el sector público como gran empleador clientelista, estancamiento de la producción agropecuaria y una inserción internacional que ya no se adecuaba a los cambios ocurridos tras la segunda guerra mundial, se inició en Uruguay un prolongado período en que el crecimiento económico fue prácticamente nulo, como señala Gabriel Oddone, en “El declive”, una obra clave para comprender lo que ocurrió con la economía y con la sociedad uruguayas en el siglo XX.

Un gráfico extremadamente ilustrativo allí contenido (gráfico 3.1), nos muestra que (medido en dólares de 1990), el PIB por habitante, que había sido de U$S 5.391 en 1954 solo alcanzaba en 1973 (19 años después!) a U$S 4.974. El PIB per cápita involucionó en ese prolongado período a una tasa promedio anual de -0.3, dando origen a una disputa redistributiva permanente, en que los distintos sectores sociales pugnaban sin descanso por conservar su parte en la renta nacional.

Estuvo allí el origen de la creciente conflictividad social a la que se asistirá a partir de 1955, si bien ya había habido atisbos de ella en años anteriores, como la huelga de ANCAP y la subsiguiente huelga general de los gremios solidarios en 1952, yugulada con aplicación de medidas prontas de seguridad, prisión de dirigentes sindicales y despido de cientos de trabajadores, entre ellos el padre de quién llegaría, medio siglo después, a la Presidencia de la República, el Dr. Tabaré Vázquez.

Como consecuencia del creciente descontento suscitado por el deterioro de la economía y en un marco de grandes movilizaciones obreras y estudiantiles, a lo que se sumó el apoyo de un poderoso movimiento
de productores rurales, el Partido Nacional, después de 93 años, logró triunfar en las elecciones de noviembre de 1958 y obtuvo la mayoría del Consejo Nacional de Gobierno. Cabe recordar que desde 1952 y hasta la reforma constitucional de 1967, el Poder Ejecutivo se ejerció en régimen colegiado, correspondiendo seis consejeros nacionales a la mayoría y tres a la minoría.

Sin embargo, las movilizaciones masivas, con las que se había logrado la sanción de la ley orgánica de la Universidad y de varias importantes leyes laborales, no derivaron en ningún cambio significativo en el peso electoral de los partidos menores, que las habían apoyado sin reservas y con todo el peso de su militancia. Apenas algunos miles de votos más fue toda la magra cosecha.

El desplazamiento del Partido Colorado del gobierno de la República representó un verdadero terremoto electoral que solo benefició al otro gran partido político, en el que se canalizó el extendido descontento popular y la esperanza de cambios sustanciales en una situación que nos alejaba cada vez más de aquel país en el que pocos años antes muchos habían repetido orgullosos la consigna electoral colorada, “como el Uruguay, no hay”, que parecía simbólicamente confirmada hasta por el mítico triunfo de Maracaná.

El gobierno blanco introdujo profundos cambios en el manejo de la economía. La ley de reforma cambiaria y monetaria, de diciembre de 1959, eliminó el sistema de cambios múltiples, tendió a liberalizar la economía e impuso una política monetaria restrictiva. Se produjo una fuerte devaluación, firmándose en 1960 el primer acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. En los dos primeros años se obtuvo un crecimiento del PIB y una baja sensible de la inflación. Luego, en la medida en que las causas de fondo del estancamiento económico no habían sido atacadas, los problemas volvieron a replantearse, agudizados, con elevadas tasas de inflación. Se sucedían los conflictos sindicales y se asistió a la organización de sectores de trabajadores rurales, con resultados dispares (trabajadores arroceros de Treinta y Tres, remolacheros de Paysandú, luego los cañeros de Artigas), impulsada fundamentalmente por militantes del Partido Socialista, entre ellos Raúl Sendic. El triunfo de la revolución cubana, el 1 de enero de 1959, suscitó un vasto movimiento de solidaridad, confrontado a la violencia desatada por organizaciones de extrema derecha en todo el país.

En ese marco, al interior del Partido Nacional aparecieron figuras con relieve parlamentario que marcaron claras diferencias con las políticas seguidas desde el gobierno. El Ministro de Industrias y Trabajo del gobierno blanco, el Diputado Enrique Erro, en cuya secretaría trabajaba el joven José Mujica, encarnó discrepancias que lo llevaron a protagonizar un fuerte enfrentamiento con el gobierno, que terminó con su destitución, en medio de un escándalo político sin precedentes. Ariel Collazo, un joven diputado del sector más avanzado del partido, con antecedentes como dirigente estudiantil, se destacó en el movimiento de solidaridad con Cuba y por su apoyo a las reivindicaciones laborales.

En el Partido Colorado, en oposición frontal al gobierno blanco, resalta la figura de Zelmar Michelini, el más brillante portavoz parlamentario batllista, con relevante actuación en el debate de la ley de reforma cambiaria y monetaria, a cuya sanción se opuso con intervenciones demoledoras. Michelini, con antecedentes como dirigente estudiantil (fue Secretario General de FEUU) y sindical (AEBU), encarnaba la tendencia más progresista dentro del batllismo, reivindicando su legado de lucha

por la justicia social, la igualdad de oportunidades y la defensa del trabajo nacional, al tiempo que se manifestaba muy crítico con las prácticas clientelistas que estaba corroyendo a los partidos tradicionales.

Esta era en grandes líneas la situación política del país al comenzar un nuevo año electoral, 1962.

Las elecciones de 1962: se emprenden nuevos caminos.

El fracaso del gobierno blanco, la frustración de las esperanzas de cambio del electorado, la agudización de los conflictos, las movilizaciones y el descontento social, la irrupción de la revolución cubana en el imaginario
colectivo, el proceso hacia la unificación del movimiento obrero en una sola central, todo llevaba a pensar en la posibilidad de un giro importante de la opinión pública, materializado en un vuelco hacia los partidos de izquierda. Parecía haberse abierto una oportunidad histórica.

Y es aquí, en el análisis de la coyuntura política y electoral, en la lectura de los signos del futuro, donde los partidos de la izquierda uruguaya, dan un paso fundamental, que unido a otros desarrollos, en otros sectores, marca a mi juicio el inicio del proceso que conduciría, años después, a la fundación del Frente Amplio.

Bajo la dirección de Vivián Trías y Rodney Arismendi, el Partido Socialista y el Partido Comunista, en lugar de buscar como meta principal el crecimiento electoral de sus organizaciones, apostaron por el camino de construir alianzas con sectores provenientes de los partidos tradicionales. Sectores que compartían con la izquierda puntos de vista básicos sobre la realidad del país y los cambios necesarios, pero no suscribían sus definiciones ideológicas ni sus propósitos finalistas acerca de la sociedad del futuro.

La agudeza de su razonamiento político llevó a ambos dirigentes a concluir que los grandes desplazamientos de opinión pública hacia la izquierda no podían canalizarse por el conducto, estrecho para ese fin, de partidos ideológicos, sino que demandaban la creación de nuevos y amplios cauces, en que pudiera manifestarse fluidamente el deseo de cambios de sentido progresista que latía en vastos sectores del electorado.

Y es muy importante señalar que en el marco legal de la época y en las condiciones concretas de los acuerdos posibles, un paso como ese implicaba no solamente una aguda visión política sino también grandeza personal, en la medida en que suponía abandonar largas tradiciones partidarias simbolizadas en lemas, símbolos y números de lista, para presentarse electoralmente a través de lemas accidentales, lo que hacía imposible acumular por sublemas y obligaba a la presentación de listas únicas. Lo que en la realidad implicaba que los máximos dirigentes cedieran posiciones de privilegio, que legítimamente ocupaban en las listas de su partido, a figuras provenientes de otros sectores políticos.

El hecho de que las direcciones de ambos partidos de la izquierda histórica fueran capaces de superar todas esas dificultades, representó un paso decisivo, que anunció y facilitó, la evolución política posterior. En el caso del Partido Socialista, donde la nueva presentación electoral originó la renuncia nada menos que del fundador, Emilio Frugoni, acompañado por otros afiliados, ese paso fue particularmente complejo, pero la gran mayoría del partido acompañó a Vivián Trias y José Pedro Cardoso. En el Partido Comunista, desde 1955 encabezado por Arismendi, no hubo divergencias con la nueva línea, al menos que trascendieran.

Fue así que en noviembre de 1962, el habitual panorama de la izquierda se vio alterado totalmente. Por un lado, la comparecencia del Frente Izquierda de Liberación (FIDEL), con su lista 1001, en la que se agrupaban el Partido Comunista, el MRO de Ariel Collazo, otras figuras provenientes del Partido Nacional e incluso una agrupación batllista radical. El Partido Socialista votaría bajo el lema Unión Popular, lista 4190, junto con el sector nacionalista encabezado por Enrique Erro y la Agrupación Nuevas Bases, en que canalizarton su participación política numerosos intelectuales, entre ellos Roberto Ares Pons, Carlos Real de Azúa, José Antonio de Torres, Mariano Arana, Helios Sarthou y muchos otros.

En el sector mayoritario del Batllismo afloraban diferencias entre la conducción del ex Presidente Luis Batlle y las propuestas renovadoras de la tendencia encabezada por Zelmar Michelini, al que acompañaba Hugo Batalla, un dirigente conocido , abogado de la Intendencia de Montevideo cesado en su cargo por haber acompañado la huelga de los trabajadores municipales.

Esas diferencias terminaron estallando el 4 de mayo de 1962, cuando en un acto público realizado en General Flores y Lorenzo Fernández, Batalla se refirió a la necesidad de realizar una autocrítica capaz de explicar la derrota del Partido Colorado, en lugar de continuar atribuyéndola tan solo a las campañas difamatorias lanzadas por la prensa blanca contra el gobierno de Luis Batlle. Al día siguiente, éste respondió en su diario, Acción, con un furibundo artículo titulado: “Batalla nos ataca”. La ruptura estaba consumada y la posibilidad, que se había barajado en un principio, de marcar votos bajo el número 515, fulminada. Nacía la lista 99.

Era una propuesta renovadora y progresista, integrada también por otros sectores batllistas, pero que desde su inicio se identificó con la arrolladora personalidad política de Zelmar Michelini. Y es llamativo que la canción con que la 99 acompañó su exitosa campaña electoral, (un verdadero hit en la época) sintetizaba ese planteo y, probablemente sin avizorar la proyección de esas palabras, apuntaba al futuro: “por el viejo camino de Batlle/con un nuevo calor popular…unido el pueblo al privilegio vencerá”.

Los vientos de cambio soplaron también ese año en el seno del viejo partido católico de orientación centrista, la Unión Cívica, donde desde 1958, al ritmo de los cambios en la realidad del país, latía el fermento de una Juventud Demócrata Cristiana ya de orientación claramente progresista. En febrero de 1962, bajo el impulso de Juan Pablo Terra, la Unión Cívica aprobó el cambio de denominación y programa del partido, que pasó a llamarse Partido Demócrata Cristiano y quedó, a partir de entonces, identificado con las definiciones políticas de una fuerza de izquierda moderada.

Resultados dispares, siembra de futuro

Las elecciones de noviembre de 1962 tuvieron resultados dispares. Fueron reñidas, pero en definitiva y a pesar de lo que muchos creían, el Partido Nacional pudo conservar el gobierno por una pequeña diferencia de votos. El Poder Ejecutivo pasó al sector de la Unión Blanca Democrática. En el año electoral, el gobierno nacionalista se había esforzado por obtener un resultado favorable, y lo logró. Se ancló el tipo de cambio, con la consabida pérdida de reservas, pero el ritmo de devaluación del peso se detuvo ese año. La factura quedó pendiente para el año próximo, cuando hubo que hacer frente a esa cuantiosa pérdida de reservas, una vez más, a través de una fuerte devaluación.

En el campo de los sectores políticos que analizamos, los resultados fueron diversos. Exitosos para la 99, el PDC y el FIDEL. Muy malos para el Partido Socialista. La votación de la Unión Popular se redujo respecto a la que había obtenido el PS en la elección anterior. El aporte de votos por parte del principal sector aliado presumiblemente no existió. Y como consecuencia del criterio aceptado para ordenar las listas de candidatos, el partido perdió su representación parlamentaria, que no recuperaría hasta 1971. El hecho de que haya podido transitar esa larga travesía del desierto y recuperar luego todo su peso político, demostraría una vez más el arraigo del Partido Socialista como un actor fundamental en la escena política de la izquierda uruguaya.

Pero la semilla del cambio quedó sembrada, y bien sembrada, germinando durante años en lo profundo de la sociedad. La izquierda uruguaya comenzó en 1962 el aprendizaje de algunos hechos esenciales para su
futuro.

El primero, que no existe una sola, sino varias izquierdas. Y que si bien puede haber entre ellas diferencias ideológicas, que se reflejan necesariamente en el objetivo final que se proponen , un objetivo a concretar en algún momento indefinido del futuro, si logran superar la tentación exclusivista y sectaria pueden transitar juntas una prolongada etapa histórica en que se procesen los cambios necesarios y posibles para avanzar en la mejora de las condiciones de vida de nuestro pueblo y abrir caminos de justicia social, libertad y plena vigencia de los derechos

humanos. No hay atajos, los cambios auténticos en la vida política y social son siempre lentos, graduales, acumulativos. Y no hay más remedio que construirlos con la participación de todos los que alientan una común aspiración de progreso.

El segundo hecho que comenzó a incorporarse a la conciencia de la izquierda uruguaya en 1962, es que solo un comportamiento signado por la amplitud política y en que se asegure el equilibrio y el respeto de todas las posiciones, puede generar y desarrollar una verdadera y estable unidad política, en la que nadie está condenado necesariamente a perder su identidad.

La experiencia de 1962 demostró por último que en un estado de derecho todas las limitaciones que surjan de reglas electorales, pueden sortearse. Por complejos que resulten los procedimientos, las vías electorales democráticas siempre abren un cauce para impulsar el cambio político.

Debieron pasar nueve años, años en los que ocurrieron muchas cosas en nuestro país y muchas de ellas trágicas y dolorosas, para que las semillas sembradas en 1962, dieran un fruto que probablemente ni los más optimistas de quienes protagonizaron los hechos políticos y electorales de ese año, imaginaron. Pero me ha parecido importante que cinco décadas después recordemos el comienzo del largo camino por el que seguimos transitando y a aquellos hombres que con su compromiso y su visión comenzaron a construirlo.

Edgardo Carvalho

 

Columnistas
2012-08-28T15:21:00

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