Querido hijo

Esteban Valenti

29.12.2021

Pasamos la Nochebuena en casa de tu hermana y nos juntamos unos cuantos, más de 20, entre tus hermanos, tus hijos –estaban los cinco–, tu querida Paula, tu prima Cynthia, la tía Susana, tu nieto Salvatore, tu nuera Leticia, el Chino y su mamá Estela, tus sobrinos Marco, Julieta y Ramiro, Selva y yo. Fue una noche extraña, forzada, queríamos ser felices, como cuando logramos juntarnos y estaban tú y Giorgio, pero hay vacíos enormes, irreparables. Flotaban en el ambiente, entre nosotros, oscuros y ni siquiera nuestro eterno sentido romano e irónico de la vida logró superar.

Estas fiestas son siempre el choque entre los encuentros y las ausencias. Está vez las últimas fueron muy duras, irreparables.

Ustedes no faltaron solo físicamente, sino en el humor, en las bromas, en el clima de alegría forzada como si pudiéramos evadirnos. Nunca en mi vida pasé una navidad tan triste, tan artificial aunque lo que nunca faltó es la comida, hasta el vitel toné de Giorgio. Pero hicimos el esfuerzo y nos juntamos. Además despedíamos a Paula y tus hijos chicos que al otro día se iban a vivir a Washington, a otro mundo, tan lejano de nuestra comarca.

Además faltaba Diego y los cuatro Piñeiro que casi siempre estuvieron con nosotros y son parte de nuestra familia. Y el 25 de diciembre el "enano" Diego volvió a cumplir años. Pero no estuvo. Una noche forzada, impuesta por el calendario y la partida de los tuyos, dolorosa.

Ya nunca más nos volveremos a juntar todos. Y hay que retorcerse el alma para aceptarlo.

No es nuevo para nosotros porque desde siempre las fiestas eran un momento de encuentro, pero también de ausencias, de dolores. Supongo que les sucede a muchas familias.

Hubo regalos, como siempre, yo de casualidad y con la ayuda de mi querido amigo Fernando Olivari, encontré unas cerámicas, muy similares a las que fabricábamos en 1974 en el taller del Mercado Modelo. Fue tu primer trabajo, tenías cinco años y para estar algunas horas contigo, me acompañabas a limpiar con una esponjita húmeda las piezas salidas del horno. Y como todo lo que hiciste y hacías, ponías toda tu seriedad y empeño. No era un juego era tu trabajo y lo cumplías prolijamente.

A las pocas horas de estar trabajando preguntabas siempre y con insistencia que había para comer y yo cocinaba sobre el horno para cocer las cerámicas, encima del agujero de la chimenea, un menú repetido: papas, arroz con condimentos. Que junto con Fernando, Cedar, tú y yo nos devorábamos con pasión y mucha hambre. Parece una eternidad, tenías solo cinco años y yo 26. Yo no vivía en casa con ustedes, en el apartamento de Decroly 5071 en Malvín hacía casi dos años.

Fueron tiempos muy amargos. La noche del sábado 29 de junio de ese año, 1974, terrible, violando todas las normas de la clandestinidad fui a visitarlos a casa. Ni siquiera teníamos teléfono para conversar un rato, los extrañaba mucho. En las derrotas, las soledades y las ausencias se sufren mucho más.

Tu madre, Ana había colocado en el balcón la manguera verde que señalaba peligro. Un grupo del ejército, comandado por el alférez Miguel Dalmao, Jefe del S2 (a cargo de inteligencia militar), habían montado una ratonera. Era ese mismo oficial miserable y cobarde que pocas horas antes había detenido a Nibia Sabalzagaray, mi querida compañera, una profesora brillante de literatura de 24 años y la llevaron a la brigada de Comunicaciones nro. 1 en la calle Casavalle 4600 y en pocas horas la asesinaron por torturas. Y fue tan miserable ese oficialito cobarde, que junto con médicos cómplices, multiplicaron su crimen y dijeron que se había suicidado. Más miserable, más porquería, más cobarde imposible. Y ese asesino hizo toda su carrera militar y llegó a general, votado por mis compañeros y visitado en el hospital militar cuando agonizaba por mi presidente. Todavía me da asco.

Más asco me da que sus superiores (era un simple alférez en el momento de la detención y el asesinato) pero los tenientes, los capitanes, los mayores, tenientes coroneles, coroneles y hasta los generales, todos se lavaron las manos, como grandes cobardes que siempre fueron.

Caro Pablo, con ese alférez miserable y a los cinco años tuviste un cruce de palabras, mientras ocupaban nuestra casita, le dijiste que tu papá tenía un arma mucha mejor que la de ellos y que si volvía se haría cargo de todos. Saliste a tu madre, que no había manera de pararla. Los milicos revisaron nuevamente toda la casa... Se quedaron seis días en la ratonera, a la que se sumaron a tu abuelo Cesar López y al tío Darío Muslera, que fueron a averiguar qué sucedía. Siete mayores y tres niños en 45 metros cuadrados...

La semana pasada estuve en la colocación de una placa en la puerta de ese tenebroso cuartel de Casavalle donde asesinaron a Nibia y me encontré con varios compañeros y compañeras de esos tiempos. Nibia es para todos nosotros una espina terrible clavada en nuestras almas. Cuando la mataron tenía cinco años menos que mi nieto mayor, Adrián, el padre de Salvatore, ella estaba por casarse con Paco Laurenzo, era feliz y dulce como pocas personas he conocido. Y tiene que ver con nuestros encuentros navideños, porque siempre que nos juntamos para conmemorar las fiestas tradicionales, nos faltan muchos, demasiados y entrañables amigos y compañeros. Insustituibles. Otro es Raúl Feldman asesinado por la triple A, ese mismo año en Buenos Aires precisamente el 24 de diciembre, de 16 balazos. Tenía mi misma edad, 26 años, nacimos exactamente el mismo día.

En esta oportunidad las piezas de cerámica colorida y artesanal de Olivari que llevamos para regalar, me recordaron que una madrugada, Fernando, Cedar Viglietti,  tu madre y tus hermanos se mudaron de Malvín a una casita diminuta en Izcua Barbat, porque la situación era insostenible. Los milicos, tan llenos de "inteligencia" seguían vigilando y allanando el viejo apartamento de Malvín tres años después. Figura en los archivos oficiales. Eran tan feroces como cobardes, burros y corruptos tres años después de que ustedes se mudaran...

De esa época, de los tiempos de Buenos Aires, siempre con mi Pablo, serio y empecinado que quería acompañarme a todos lados, o en Italia cuando nos juntamos en el año 1978 y al regresar al Uruguay en 1984, tengo clavada una espina que la llevaré hasta la muerte, por lo tanto no por mucho más tiempo, la cobardía de no haber esperado a esa bestia cobarde de Dalmao y  haber arreglado cuentas, cuando me enteré del asesinato de Nibia. Efectivamente yo tenía una pistola ametralladora M3 calibre .45 y el asesino se lo merecía. Pero no esa no era la línea política y me faltaron cojones. Y nunca me arrepentiré suficiente. La asesinó en 1974 y fue procesado con prisión por unanimidad  el 8 de noviembre de 2010. ¡Estuvo libre 36 años!

No quiero irme de este mundo, ahora tan lleno de sombras propias, de dolores irreparables y callarme esas cosas. Si lo hubiera hecho, seguramente hubiera podido mirar a los ojos con mucho más orgullo, al ojito desviado de Pablo, a su tremenda inteligencia y creatividad, al cariño que generó en todos sus compañeros del Banco, del gobierno uruguayo (que era el de Jorge Batlle), pero que encaró con toda su pasión porque era un servicio al país que le había encomendado su querido amigo y profesor Rafael Guarga, y que cumplió con todo su empeño y responsabilidad.

Hubo criminales que ensuciaron nuestra sociedad durante años y convivimos con ellos, por civilidad, por sentido democrático, para tratar de cerrar heridas. ¿Solo por eso?

A tantos años de distancia un general del ejército actual, que fue designado comandante en jefe por los míos, y protegido hasta la náusea, fue a visitar a los jefes y a los asesinos y torturadores a la cárcel de lujo donde están alojados, en Domingo Arena. Ahora es senador de la república y hacemos política con él como si nada hubiera pasado, poniendo la forestación por encima de la decencia y los principios.

El domingo  a la una de la madrugada, cargados de valijas los tres, Paula, Luca y Allegra se pusieron en marcha. Hay que trabajar, vivir, estudiar y les dieron esa oportunidad. Los veremos por el celular y alguno podrá viajar en algún momento. Yo lo dudo.

Se perfectamente que no recibirás esta carta, que eres solo un puñado de polvo disperso en el mar, cerca de tu casa en la playa, pero al menos tengo la ilusión que podemos hablarnos, discutir, abrazarnos y olvidarnos que un 13 de julio del 2021, pocas semanas después de Giorgio, te moriste en Argentina porque en ese país nadie te vacunó, ni siquiera con una dosis. Tenías 52 años, estabas totalmente sano y el próximo 11 de enero cumplirías años nuevamente.

Se me han caído grandes sueños, por eso me aferré a mi querida y entrañable familia, lo más amplia, abierta y de todos. Porque todos nos merecemos un refugio.

Chau Pablo

Esteban Valenti
2021-12-29T06:42:00

Esteban Valenti.

Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias).