Cafuné
Federico Filippo
El portugués siempre me gustó, su sonoridad, sus palabras parecidas al italiano y al castellano, sus escritores insignia están entre mis preferidos, Jorge Amado, Machado De Assis, Clarice Lispector, João Guimarães Rosa y José Saramago.
Hago el intento de hablar portugués, en parte porque me gusta pero también porque es el idioma de Paula, y por consiguiente de nuestro hijo Luca, como lo será de nuestra hija Allegra. El portugués, para quienes hablamos castellano, tiene algunas cosas graciosas. Por ejemplo a los vasos le dicen copo y a las tazas le dicen xicara y a las copas le dicen taça. Un entrevero lingüístico que no hace más que demostrar el tronco común que todos estos idiomas compartimos, el latín.
Todos los idiomas, sin embargo, y por más tronco común que tengan, crean sus propias palabras, palabras que no se corresponden con ninguna otra en los demás idiomas, son el resultado de diferentes culturas entremezcladas, de orígenes lingüísticos diferentes que se cruzan con nuevas culturas y, en definitiva, son el resultado de la historia que le va dando forma a cada pueblo. El portugués tiene una de esas palabras que me gusta particularmente, es cafuné. No existe en castellano, en italiano, en inglés ni en francés. Su traducción vendría a ser el gesto de acariciar o hacer mimos en la cabeza de alguien para provocarle placer y en caso de los niños para ayudarlos a conciliar el sueño. Se trata más bien de un gesto, no es un verbo, un gesto que es una pura demostración de afecto, se práctica cuando queremos a alguien, cuando nos sale jugar con su cabello como demostración de cariño, de atención o de afecto. El portugués tiene una palabra para definir y referirnos a ese tipo de demostraciones. ¿A quién no le gusta un cafuné?
Como no existe su traducción en otros idiomas es lógico pensar que sus orígenes se remontan a los indios que habitaron Brasil antes de la llegada de los conquistadores. Seguramente portugueses y españoles veían como los antiguos pobladores de América practicaban el cafuné con sus hijos o con sus parejas. Quizás un español, o quizás un portugués, cansado de ir por ahí conquistando tierras, evangelizando indígenas, trayendo supuesta modernidad y progreso a estas tierras, vencido por el cansancio que da adoctrinar nuevos pueblos para la corona, en viaje, en medio de mosquitos y la selva, exhausto de tanto navegar y tanto descubrir, un día se acercó a una india y le pidió si por favor no le hacía eso, eso que veía que se hacían entre los indios. El portugués seguramente gesticuló eso, hizo el gesto, se acarició él mismo su cabeza para que la india comprendiera a que se estaba refiriendo. Y la india seguramente hizo un esfuerzo por entender al visitante, lo miró atenta y al ver ese gesto seguramente terminó por comprender y habrá exclamado con satisfacción, ahhhh cafuné. Eso, eso, cafuné, asintió el portugués.
Seguramente ese mismo portugués le contó a otros portugueses que los indios y las indias de estas tierras junto con el oro y todas las riquezas del nuevo mundo hacían una cosa que se llama cafuné. ¿Qué es eso preguntaron los demás? Es el gesto de acariciar la cabeza con suavidad, así como en otras tierras son famosos por los masajes acá en el nuevo mundo se práctica el arte del cafuné, le explicó el primer portugués que lo recibió. Los portugueses que se animaron a acercarse a las indias habrán recibido más de uno su propio cafuné. Algunos incluso habrán regresado a sus tierras, luego de batallas, de masacres, de conquistas, de contagios, y habrán puesto a dormir a sus hijos luego de varios meses de viaje y comenzaron a hacerle un suave y tierno cafuné. Los niños del viejo mundo habrán quedado sorprendidos ante tal gesto de sus padres conquistadores. ¿Qué haces papá? Habrá preguntado más de uno. Nada, le respondería él, te hago algo que aprendí de los indios en las nuevas tierras, algo que le hacen a sus hijos para que se duerman mejor.
Tiene que haber sido así, el cafuné se terminó por imponer, y perduró hasta nuestros días, es parte del idioma que hoy se habla en todo Brasil, luego de tanta destrucción e injusticias sigue perdurando la ternura del indio americano. Un símbolo de lo que nos intentaron dar frente a lo terrible que nosotros reservamos para ellos.
Federico Filippo (*)
(*) Como decía mi abuelo, "Cittadino del Mondo"
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias