Oh, qué será
Ismael Blanco
22.04.2016
Hace unos 25 años en Brasil, descubría un programa de televisión donde un tipo absolutamente enajenado, de apariencia psicópata, relataba hechos policiales de la manera más tenebrosa y morbosa posible, llenos de detalles truculentos llegando al máximo paroxismo de la prensa amarilla.
Concluida su narración gritaba locamente clamando por la pena de muerte contra los presuntos victimarios, mientras golpeaba con ensañamiento una fusta contra la mesa, que junto a la silla donde se sentaba formaban su única escenografía.
Para más datos "el programa" se hallaba antes del informativo central de uno de los canales de Río de Janeiro, digamos que era la entrada en calor.
Presumo que esta imagen vino a mí mientras seguía en directo el linchamiento político por parte de la mayoría de los diputados del Brasil a la presidenta Rousseff. Uno, a esta altura no se asombra fácilmente, pero admito que el grado de grosería y salvajismo era digno de competencia para con el enajenado conductor televisivo.
Por estas horas he escuchado a todas las voces que se han referido al tema, de derecha e izquierda del dial y del escenario político. Han surgido opiniones con matices en cuanto a si se está frente a un "golpe parlamentario" o si se está recorriendo un procedimiento constitucional ante un hecho grave.
Si se tratara de esta última hipótesis, como no me guardo opinión sobre el tema ni especulo con las declaraciones de otros, digo que no escuché en la sesión parlamentaria ni un serio fundamento ante tan grave acusación y mucho menos que se acompañara con pruebas para que se sostenga imputación alguna.
Creo que ya pasadas las horas queda en evidencia que el proceso que se lleva adelante es absolutamente forzado y artificial y lo que se busca es destituir a una presidenta no por motivos jurídicos, sino absolutamente políticos. Si mi planteo está en lo cierto, se trata de un hecho gravísimo donde una mayoría parlamentaria circunstancial, utiliza su correlación para sustituir la voluntad mayoritaria de la ciudadanía.
Entonces si no hay fundamento jurídico y lo que hay es sólo una coyuntural correlación de fuerzas que hace uso de un instrumento constitucional, estamos ante una situación de abuso y arbitrariedad. No es posible por tanto fundarse en la constitución para tan extrema medida si no existe un indudable bien jurídico lesionado. Por tanto de avanzarse en un juicio político en estas condiciones, aunque no se lo llame "Golpe": es "Golpe".
No puedo dejar de traer a colación que en nuestro país también se utilizó un procedimiento constitucional, concretamente el artículo 115 de nuestra Carta Magna para echar del Parlamento a José Germán Araújo. La derecha se sirvió de su correlación de fuerzas, ya que contaba con 2/3 de votos del Senado para aplicar la norma referida. Este hecho marcó una de las mayores vergüenzas de nuestro parlamento cuando se desinvistió a un senador electo por el pueblo acusándolo falazmente de haber cometido el delito de asonada. Un castigo y a la vez un intento de domesticación de la oposición de izquierda en aquellos tiempos no lejanos.
El domingo pasado el mundo pudo ver una farsa, una abominable canallada. La demostración más deplorable de parte de una derecha atorranta, burra y burda y también la de una izquierda absolutamente desbordada, arrinconada y falta de respuestas salvo honrosas excepciones. Me resulta inconcebible aceptar que en nuestras tierras pudiera haberse dado una sesión tan patotera donde el atril permanentemente estuviera rodeado de barras bravas.
A los ojos de todos quedó en evidencia que además de traidores y traidorzuelos, de corruptos y corruptores, de oportunistas y aprovechados de todo tipo había algo peor aún, lo que vimos fue una tremenda demostración de odio, del rencor más absoluto contra lo que en Brasil se ha venido construyendo desde hace más de una década.
Es evidente que lo acontecido en la sesión de diputados donde se votó el "impeachment" a Rousseff, fue una puesta en escena asquerosa, una patraña ruin y despreciable, un espectáculo digno de un circo romano.
Sin embargo me da, que lo sucedido en Brasil nos obliga a un particular análisis que genere el desafío de pensar y reflexionar sobre las razones de la actual crisis política, buscando hallar respuestas claras y concretas que eviten la ambigüedad, la autocompasión o lo peor de todo, la justificación de que las cosas sólo sucedieron por la acción de los sectores más reaccionarios y sombríos de ese país.
Nadie puede discutir que en la última década y media en Sudamérica han surgido gobiernos posneoliberales caracterizados por la vuelta al estado de desarrollo social, con particular acento en los criterios distributivos de la economía, con una agenda profunda en derechos, como respuesta a la oscuridad de cerca de 40 años de hegemonía de una derecha devastadora que incluyó a sangrientas dictaduras y que sembró en nuestras sociedades la pobreza, la desigualdad y la persecución.
Y si bien todo esto es cierto, sería contrafáctico negarlo, en esa obra y a la vista de los acontecimientos queda en evidencia que ha faltado ideología, fundamento filosófico y robustez de pensamiento. No hace tanto que he escuchado a encumbrados dirigentes y algún que otro funcionario amanuense destacar y subrayar al pragmatismo y la búsqueda de los resultados sobre la conciencia. Primó el criterio primordialmente asistencial, imperioso en una primera etapa de urgencia, al necesario e imprescindible criterio que surge de la interacción cultural y política que sólo se da desde el llano, desde la organización política y social y nunca desde la burocracia del poder, que da lugar a que medren vicios, desviaciones y patologías letales como la corrupción.
Por estas horas pensaba que lo peor de todo no es que se hayan estancado las economías de nuestros países, al fin y al cabo el desarrollo y los movimientos del capitalismo no están bajo nuestro dominio, lo más preocupante es que se nos hayan estancado las ideas.
Dr. Ismael Blanco