La Resistencia

Ismael Blanco

21.11.2016

La Resistencia podría parecer un palabra pretérita y hasta fuera de contexto. Sin embargo, vivir implica en gran parte o en su totalidad si se quiere, resistir. Descubro que la resistencia tiene pensamiento pero también tiene mucho de obstinación, firmeza y tenacidad. Resistir como una forma digna de vivir.

Uno puede pasarse por este mundo sin concretar el sueño anhelado, el bien común, la fraternidad y la emancipación humana,  sin alcanzar la revolución perfecta, la sociedad de panes, peces y rosas. No obstante en el hecho de resistir se conquista la libertad, esa que posee la característica de ser incoercible, la que se lleva adentro,  la que vive y se muere con uno, la que no se doblega, la que nos interpela, la que nos inquiere, la que habita en nuestra consciencia, la que no podemos engañar.

Es recomendable presentarse ante la existencia sin falsos dilemas, sin nostalgias, sin melancolías pero sí con mucha memoria, esa tan necesaria y que se hace imprescindible para construir los mejores proyectos. Es que los proyectos sin memoria no son nada, son una finca vacía, es la arquitectura individualista y sin compromiso, una construcción sin cimientos, son pilares en el fango.

Hoy tenía pensado referirme a otras cuestiones, sobre hechos coyunturales vinculados a la mentira, la hipocresía, a la derecha manipuladora y a los medios sobre la que se sustenta. Pero lo pospongo, digamos que me planteo otras urgencias. Es que resistir al fin y al cabo es también tener paciencia para dejar que el tiempo ubique a las cosas en su lugar. No tengo prisa... ya hablaré del tema.

Pensaba que ni el peor dolor, ni el mayor abuso pueden cambiarnos y que depende de uno mismo cómo andar por este mundo  e irse de él sin traicionar y sin traicionarse.

Se me ocurre que es con esta postura que Antonio Gades podía decir con la más absoluta de las dignidades, cuando recordaba los infortunios de su vida, que el escaso patrimonio que le había dejado su padre consistía  en un puñado de principios que le permitían decir aquello de que en "mi hambre mando yo".

Percibo que sin mala fe y con las mejores intenciones se transita peligrosamente cuando se confunde la autocrítica, el cuestionamiento ante las desviaciones, la  legítima  introspección intelectual con un accionar autodestructivo que por momentos observo se realiza con saña desmedida.  En ocasiones  posicionados sobre un púlpito revestido de pureza, en algunos casos discutible, para concluir que ya no hay nada para hacer e incendiar la pradera.

Recordaba a Ernesto Sábato en "La Resistencia" cuando decía que "resignarse es una cobardía, es el sentimiento que justifica el abandono de aquello por lo cual vale la pena luchar, es, de alguna manera, una indignidad".

Hace rato que perdí las certidumbres pero no el optimismo.

Lo digo ahora y no porque me apetezcan todos los tabacos, ya casi no fumo... pero nos necesitamos todos.

La existencia supone entonces, trazar un plan, donde bajo nuestra responsabilidad las ideas se ponen en acción a cuenta y riesgo también  de nuestra naturaleza contradictoria, mezquina, ególatra e insondable.

Para que se entienda sin rebusques ni elusiones de ningún tipo, cada día pienso más a la vida como una proyección, en lo que puede venir más que en lo que me pueda dejar,  como algo que nos trasciende, batallando sin tregua contra la reiterada tentación de suponernos por encima de todo,  como si fuéramos profetas o elegidos.

Si hay algo que por estos tiempos me subleva es que se perdió la capacidad de rebeldía, de esa que al decir de Albert Camus se trata de la "un hombre que dice no. Pero que si se niega, no renuncia ya que es un hombre que dice sí desde éste, su primer movimiento".

 Percibo que se desestima y cuando no, se desprecia, la capacidad de escuchar y se aturde con el sonido del onanista que se satisface escuchándose a sí mismo, que se acompaña con la resonancia del bien mandado, del numerario y se vocifera desde los balcones y monta en retirada.

Siempre ante la postura de la resignación y el hartazgo se me presenta la imagen  del campo de concentración Buchenwald donde al momento de su liberación, salían del mismo miles de hombres, harapientos, mal alimentados, la mayoría de ellos enfermos, en algunos casos mutilados, marcados por la tortura para siempre, marchando disciplinadamente, llenos de alegría y furia al combate,  iban al frente "del Este" armados  para hacer justicia y vindicar a sus hermanos.

Podría pasar que alguien, aún en estos días con ciertos pruritos o reparos, se pregunte que fenómeno ocurre en estas situaciones donde hombres sobrevivientes, que conocieron la barbarie y la degradación fueran en busca de sus verdugos para hacer justicia con orgullo y entusiasmo sin detenerse a llorar y sin lamentarse.

Prefiero siempre lo anterior, a la exaltación del individualismo como una guerra de posiciones, que junto con la perención del pensamiento colectivo y el esfuerzo por convencer, se da paso a la exaltación del pragmatismo puro, donde a mediano plazo las victorias se convierten en derrotas.

Transformar las circunstancias sigue siendo la demanda de los que menos tienen, de los alejados del poder, de las mayorías, cualquier otra actitud implica asumir el camino de la restauración.

Resulta llamativo que no se advierta, hace sólo unas horas escuche que un señor muy aseñorado, autodenominado de derechas cuya sinceridad e intrepidez le reconozco y agradezco -nobleza obliga- anunciaba que cuando en unos pocos años la actual oposición se torne oficialismo, al menos la mitad de las leyes laborales de la última década, serán derogadas.

Por momentos y salvando las distancias en el tiempo viene César Vallejo y  dice:  ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!

Ismael Blanco
2016-11-21T12:09:00

Dr. Ismael Blanco