Maradona no fue ni será dios, es inolvidable y eterno
José W. Legaspi
26.11.2020
Los seres humanos, comunes, buscamos permanentemente ídolos que nos justifiquen la existencia. Nos fanatizamos con ellos, los creemos “más nuestros” que de nadie, y los convertimos en seres perfectos, “a imagen y semejanza”. Y nos equivocamos feo.
Javier Calvelo / adhocFOTOS
No terminamos de entender que los seres humanos somos nuestras virtudes y TAMBIÉN nuestras miserias. Por eso somos humanos. Nada más simple. Pero claro, la enfermiza necesidad de idolatrar "seres perfectos", tallados y esculpidos en la arcilla de nuestras propias limitaciones, nos lleva a crear y destruir, diariamente, a "los elegidos".
Eso hacíamos con Diego Armando Maradona.
Desde sus inicios como futbolista, medios de prensa, periodistas, hinchas y público en general nos dejamos llevar por la magia extraordinaria de su zurda, la impecable visión y análisis del juego que tenía, y nos olvidamos que era un ser humano.
Nuestra devoción creció hasta niveles increíbles, alcanzando su paroxismo en el mundial de México 86: desde el fútbol llegaba el nuevo ídolo de multitudes, que desplazaría en el "merchandising" a los más grandes hasta el momento: desde los Beatles, pasando por cualquier otro ídolo destacado por el amable lector, hasta el mismo Che Guevara.
Nos olvidamos que cuando idolatramos no hacemos otra cosa que deslumbrarnos con las virtudes, las genialidades, aquello que brilla, que es fácilmente visible, del objeto de nuestra admiración, sin preocuparnos ni interesarnos "por el lado oscuro" de la Luna.
De 1986 en adelante el fanatismo se mantuvo intacto. "El Diego", como familiarmente lo mencionábamos, seguía subiendo cuál "barrilete cósmico" hacia las mieles de la devoción absoluta y multitudinaria. ¡Y cómo no iba a seguir elevándose después de aquellos dos goles ante Inglaterra, muestra de "picardía y viveza" el primero, y de una absoluta genialidad el segundo!. En pocos minutos "el ladrón y el artista", como definiera Eduardo Galeano.
Pocos avizoraron o se detuvieron a pensar en el ser humano.
Conocíamos TODO lo que hacía y dejaba de hacer el ídolo: festejamos los nacimientos de sus hijas como propias, sus cumpleaños como si fueran los de un familiar, y las excentricidades y anécdotas, contadas hasta el día de hoy por un excelente narrador oral como Guillermo Cóppola, nos hacían reír a carcajadas, mientras envidiábamos su éxito y su fortuna.
Y he aquí un elemento clave: nosotros, sujetos portadores de esa fiebre, de esa idolatría, depositamos en el objeto de la misma, nuestras frustraciones y deseos.
Y eso hacíamos, hicimos y hacemos con "el 10".
El "amor", la admiración, siguió aumentando inexorable hacia el Mundial de Italia 90. Con un agregado: Maradona era "el sudaca" que triunfaba en el adorado y deseado norte.
Y si faltaba algo para completar la aureola "santísima", jugaba en un ignoto equipo del sur de Italia, Nápoles, que el imaginario de los tanos del norte, "rico y culto", solía ubicar más cerca de África que de la misma Europa.
Esos, los "ricos y cultos", lo silbaron, lo denostaron, lo rompieron, en ese mundial, al punto de hinchar por Alemania en la final, que ganó con gol de Brehme en el minuto 85. ¿Quién no sintió empatía ante las lágrimas del dolor físico y espiritual del ídolo? ¿Quién no compartió su espíritu confrontativo hacia "los del norte"?
Después, la caída.
Los idólatras vieron "caer" a dios. "Descubrieron" que el ídolo era humano, que tenía sombras. Y apareció ante los medios "el otro" Maradona, el que no nos había importado un pito: el que consumía cocaína, el que era "encontrado sospechosamente con otro hombre en una cama", el que era juzgado por la Justicia y por todos, ahora, en el derrape. ¡Tan fácil embarrar a los dioses!
Y eso hicieron. Hicimos. Una y otra vez.
Después vino su recuperación física y el intento de volver para el Mundial 94, pero su final ya estaba decretado y embarrado.
Y volvió a levantarse y embarrarse una y otra vez hasta que dejó de jugar al fútbol, hace más de 20 años. ¡MÁS DE 20 AÑOS!
Sin embargo, siguió "siendo noticia".
Su adicción, su entorno, los hijos que fueron apareciendo, sus peleas mediáticas, sus denuncias "de que lo robaban", sus amoríos y aventuras, su "desintoxicación" en Cuba, su amistad con Fidel y Chávez, sus declaraciones políticas, sus idas y venidas, su necesidad enfermiza del lente con el foco prendido, del micrófono y "el éxito", hasta este 25 de noviembre, cuando su corazón dijo basta.
Admiré y admiro al futbolista. No vi uno mejor ni más completo. Ojalá no me quede con eso y surja otro mago con la pelota y con su carácter y entrega en una cancha. Ojalá.
Pero esa admiración no se queda en lo futbolístico, como dicen ahora algunos "puritanos" de la vida y de la especie humana.
Admiré y admiro al que se enfrentó al poder económico que vive detrás y dentro del fútbol, el que peleó sin tregua por unir a todos los futbolistas contra ese poder.
Admiré y admiro "al dios sucio y pecador, el más humano de los dioses", por esa tan maravillosa como humana síntesis de las virtudes y las debilidades, que siento como propias.
Murió Diego Armando Maradona, y será inolvidable, eterno e irrepetible. En sus luces y sus sombras.
José W. Legaspi