No es la genética, es la organización social
Juan Manuel Sánchez Puntigliano
18.09.2021
La palabra genética al igual que el término cuántico se han vuelto comodines para los que buscan dar cierto halo de solidez científica a lo que dicen. Por supuesto, hay quienes hablan con mucha solvencia de tales temas: nadie va a dudar que Gonzalo Moratorio tiene propiedad cuando habla de genética como Stephen Hawking la tenía sobre física cuántica.
Pero como regla general, estimado lector, ponga un manto de cauteloso escepticismo cuando alguien utilice algunos de estos dos términos. A menos claro, que se trate de un acreditado especialista en tales campos.
Para empezar, la genética mal entendida ha sido utilizada para justificar discursos racistas incluso hoy en día, cuando se ha demostrado que tales creencias no tienen el menor asidero científico. Pero por otro lado, por que como humanidad sabemos menos de genética de lo que la gente suele suponer.
Muchos piensan que la genética es un idioma que los científicos hablan fluidamente. Lo cierto es que se trata de un lenguaje del cual apenas comprenden algunas pocas palabras. Incluso, hoy en día cuando se realiza un PCR para detectar si alguno de nosotros tiene COVID-19, lo que se hace es comparar el código genético del patógeno que portamos con el del famoso COVID. Pero no significa que los científicos sean capaces de entender lo que está escrito allí.
Por otro lado, los docentes nos encargamos justamente del área humana que no es genética, no aquello con lo que se nace sino lo que puede ser inculcado. La genética es justamente una limitante, una claudicación.
No entremos en fantochadas de razas o nacionalismos, hablemos de condiciones genéticas claras e identificadas como el Síndrome de Down. Si bien, por suerte hemos podido quitarnos muchos prejuicios con respecto a afecciones como esta y hoy en día hay personas con Síndrome de Down que son miembros plenos de nuestra sociedad, teniendo independencia económica y a veces, incluso, títulos universitarios. Otros tienen grados mayores de dificultades intelectuales, no llegando a veces a poder caminar o controlar esfínteres. Nadie va a discutir que en estos últimos casos, la genética se vuelve una barrera muy difícil de sortear.
Pero salvo cuando hablamos de condiciones genéticas claras y estudiadas, los éxitos y fracasos del sistema educativo deben atribuirse al propio sistema y a la sociedad que los rodea. Porque como muchas veces las circunstancias familiares y sociales son grandes aliados a la hora de educar. En otros casos se vuelven grandes enemigos. Cuando el entorno no valora la educación ni la formación se ve como un camino para una vida mejor, los educadores realizamos la tarea cuesta arriba.
Esto me lleva a la siguiente pregunta. ¿Qué tanto apoya y estimula a la educación la sociedad uruguaya de hoy en día? Yo creo que muy poco. Para empezar vivimos en un mundo que estimula las soluciones rápidas y las gratificaciones inmediatas. Todo proceso educativo va a ser necesariamente de cierto aliento y quien lo atraviese inevitablemente va a tener que pasar por momentos de frustración. Nadie va a poder entenderlo todo en cinco minutos ni le van a salir las cosas bien en el primer intento. Lo dicho anteriormente, no quita que sea necesario buscar estrategias para hacer el proceso de aprendizaje más estimulante y menos árido.
Por otro lado, la educación ha sido tradicionalmente una herramienta por la cual buena parte de la sociedad se asegura cierta estabilidad económica y un mínimo nivel de ingresos. Sin embargo, hay una idea bastante extendida que el mercado laboral uruguayo no premia adecuadamente la formación. Lamentablemente he oído demasiadas veces la expresión contacto mata currículum. Como también mucha gente sobre calificada para la función que desempeña o que sencillamente sienten que han invertido demasiado esfuerzo en su educación para el rédito económico que están obteniendo.
Si bien, en mi caso particular he dedicado tiempo a estudiar determinadas cuestiones por pura curiosidad y porque entiendo que existe un desarrollo personal que va más allá de lo económico. Pretender que toda la juventud de un país estudie sistemáticamente por el valor intrínseco del estudio es bastante iluso.
Ni hablar de mecanismos más sutiles que de alguna manera operan y que evidentemente a alguien son funcionales. Recuerdo en determinados contextos, comentar al pasar que estaba en los últimos años del liceo o comenzando la facultad y que me miraran como si fuera un Premio Nobel. De alguna manera, se ha construido en algunos sectores de la sociedad la idea de que completar el liceo es algo lejano e imposible, al menos para ellos. Ante semejante panorama, no se les puede culpar por desistir de un esfuerzo que dieron por perdido antes de comenzarlo.
Sin embargo, hay que reconocer que tal vez haya algunas peculiaridades en Colonia que expliquen su mejor desempeño educativo. Cuando estuve en Nueva Helvecia, llamó mi atención el detalle de que en la plaza principal no había un monumento a Artigas sino a los fundadores. Es una simple cuestión simbólica, pero a fin de cuentas es un recordatorio de que la comunidad no la hacen los hombres extraordinarios sino que la realizamos entre todos. Aquel mismo día, nuestra anfitriona, nos explicaba a mi mujer y a mí que si bien ella trabaja en un liceo público, el involucramiento social con el centro educativo es tal, que en algunos sentidos puede asimilarse a un liceo privado.
Quizás también, la economía del departamento, centrada en el turismo y en la industria lechera, precise de trabajadores formados y está dispuesta a pagar salarios acordes a ello.
Pero hablar de organización social es más complejo que hablar de genética, requiere tocar relaciones de poder, injusticias y proponer nuevas reglas de juego que pueden perjudicar a intereses muy poderosos.
Juan Manuel Sánchez Puntigliano es docente de UTU y Monitor de Sala en el Museo Figari.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias