A 3 de la Partida del pastor Castro

Juan Raúl Ferreira

07.06.2018

Hoy hace tres años de la muerte del Pastor Emilio Castro. Padrino delos exiliados, voz de los oprimidos, luz de los que tenemos Fe y ejemplo aún para quienes no la tienen. De niño cuando le veía en la TV Blanco y Negre nunca imaginé que hablaría en su propia Iglesia para despedirlo.

Ya lo había hecho no hacía tanto cuando sus 80 años de edad. La Iglesia Metodista del Uruguay, lo celebró con una ceremonia religiosa, muy ecuménica. Así como había sido la vida de Emilio Castro. Naturalmente que allí fui y muy bien acompañado. Mi madre quiso ir y evocar en la liturgia, tantos años de apoyo recibido y de afecto compartido. Mi emoción fue muy grande cuando el Presidente de la Iglesia, el Reverendo Oscar Bolioli me escribió pidiendo dijera algunas labras sobre cómo había sido su relación con Wilson, conmigo y mi familia.

EL Ministerio y la vida del Pastor Castro, van mucho más allá que la relación que tuvo con nosotros. Pero es la parte que conozco y me propongo, como lo hice en aquella maravillosa ceremonia ecuménica, compartir con ustedes. No si antes contarles, de la ceremonia misma. El ecumenismo se hizo presente como en la vida misma de Castro. Estaba Mons. del Castillo, así como los obispos o cabezas de diversas denominaciones protestantes. Cuando llegué advertí que había olvidado usar una corbata que me regaló la primera vez que le visité en Ginebra, y que debajo de una barca estilizada dice "Eikoumene."

Pensar en Emilio Castro, es imposible sin pensar en todos los vasos comunicantes que unieron nuestras vidas. Primero, su iglesia, a la que dedicó su vida, la Iglesia Metodista. Cuando llegué a EEUU tras la muerte del Toba y Zelmar, trabajé en la WOLA una oficina ecuménica auspiciada por varias Iglesias Protestantes, la Iglesia Católica y la B´nai B´rith judía. Las oficinas estaban en el edificio Metodista. De hecho, frente a la Corte Suprema de Justicia y entre el Capitolio las oficinas del Senado, era la única edificación privada de esa zona. En realidad el edificio se  erige allí desde la época de la ley seca, de cuya defensa se hizo cargo el protestantismo que se oponía al consumo de alcohol.

Mi Jefe, hasta el día de hoy uno de mis mejores amigos, el Reverendo Joe Eldridge, era Pastor Metodista, siguiendo los pasos de su padre. En Tennessse donde ejercía el ministerio, pasé las primeras fiestas Navideñas lejos de mi familia y fui asimilando muchas tradiciones metodistas. Al entrar el jueves pasado al repleto templo de Constituyente y Barrios Amorín, observé la despojada Cruz que preside el Altar delante del órgano y recordé que los metodistas no usan crucifijo. EL sentido de  la Cruz es a partir de Jesús Resucitado. La Cruz de la vida de cada uno de nosotros solo se puede llevar con su ayuda y por eso prefieren no recordarlo clavado al madero, sino "como anduvo la mar" reza la leyenda andaluza.

Otro referente que nos unía era el propio Oscar Bolioli, entonces Presidente de los metodistas en Uruguay. Durante la dictadura todos los metodistas estaban bajo sospecha., No solo por su hambre y sed de Justicia, sino porque además desde su tempo fue asesinado Acosta y Lara el 14 de abril negro y no faltó alguna mente enferma que creyera que las autoridades de la Iglesia habían sido funcionales al hecho. Oscar llegó a EEUU a sustituir al Rev Wipfler como Director de América Latina del Consejo Nacional de Iglesias, una de las instituciones que auspiciaba a la WOLA. Nos hicimos amigos y su condición de uruguayo me acercó más a la institución de las iglesias americanas y me permitió compartir uno otro compatriota solidario el seño del regreso.

A Castro le conocí en una época muy linda de mi vida. Era cuando la televisión no había invadido los hogares. No había cuatro o cinco por casa sino una por familia.  Era todo un programa ir a lo de mi abuela a ver el viejo aparato en blanco y negro. Podíamos ver dibujitos hasta la hora de "Conozca  su Derecho" donde debatía con Reich Cintas, los Padres Espadachino y López García, Manuel Liberoff (desaparecido en Buenos Aires en el 76) y Nelson Pilosoff entre otros. Allí con ese tono tranquilo y convencido de voz, escuchaba su voz razonable que no necesitaba de la vehemencia retórica para convencer y transmitir.

Lugo vino el exilio. Yo le veía a menudo en EEUU, en México. Su ascenso en el Consejo Mundial de Iglesias de Cristo en Ginebra, le llevó a ser el Secretario General de la Organización. Iba mucho a Londres, sonde las puertas del hogar de mis padres se le abrieron de par en par. No era habitual. Su apartamento Rivermill era una especie de refugio donde compartían entre ambos sus nostalgias. Mamá tenía en su cartera un papelito manuscrito que decía "en caso de emergencia, llamar al Pastor Castro tel. Tal." Siempre me hizo gracia porque tenían amigos en Londres, en cambio Castro vivía en Ginebra. Pero por algo llevarlo consigo le daba una especial tranquilidad.

Cada visita de Castro era una bendición, y así era recibida. Un día discutían entre ambos, si cocinaba uno o el otro, quién hacía el  postre... Les pregunto "¿Por qué tanto lío si es un buen amigo y de confianza?" Papá me miro sobre sus lentes y serio me dijo "Juancito, es el Papa protestante." Su humor había dado por tierra la reforma, Lutero, Calvino y unos cuantos pontífices romanos.

Antes de cenar el bendijo la mesa. Nos tomamos de la mano. No recuerdo sus palabras, si la vibración interna que me llegó hasta el alma. Ahí me di cuenta que era el mismo Emilio Castro que escuchaba casi de niño en la televisión. El del tono de voz< suave (nunca le oí levantarla ni leía ira en su rostro). Propio de los tienen dentro de sí la irresistible, avasalladora e invencible fuera del Amor. ¡Cómo no dar gracias al Señor, en esta su Semana, por la vida de Emilio Castro y que la suya haya tocado la nuestra!

Primero se fue mi Padre. Oscar nos mandó desde Ginebra un telegrama que emanaba Fe y celebración una vida. Pocas veces conserve un pedazo de papel con ese cariño. Pocos ocias después nos reuníamos con mi madre y tomados los tres de la mano, con los ojos cerrados, su oración fue un bálsamo de Paz. Mamá preguntó por él cuando faltaba poco para cerrar sus ojos para siempre. Pero Emilio se había ido un par de años antes que ella.

No había venido a Montevideo nunca sin visitarnos. Una de las últimas veces, Emilio nos contó de la enfermedad que nos aquejaba. Hablamos poco, nos dijimos todo lo que nos unió en la vida, con miradas y en silencio. Les dejé a solas. Cada tanto pasaba y les veía tomados de una mano tirándose a húmedos ojos, sin tristeza, con mucha emoción.

Cuando la Junta Departamental le designó Ciudadano Ilustre de Montevideo, fuimos con mi madre. EL Parkinson le había quitado movimiento y expresión de la mirada. Temí por él. Pero cuando le sostuvieron el micrófono para que agradeciera, la Sala de Sesiones se llenó de elocuencia. Recuerdo algo que quizás solo pudieron aquilatar los que , con él habíamos compartido el exilio. Dijo "qué idioma cruel el español en algunas cosas. A los refugiados nos daban un documento de viaje donde en Inglés decía "stateless" pero en español "apátrida". A los que lejos de ella no hacíamos mas que orar, recordar y pelear por la Libertad de Nuestra Patria."

Hace pocos días entregué algunas fotos inéditas a Nicolás Iglesias Schneider. Emilio, sentado con el a punto de nacer, Grupo de Convergencia Democrática . Había alquilado un Hotel , para tipo retiro, fuera de las distracciones dieras de cada uno, pudriéramos redactar nuestras bases y declaración constitutiva. Y allí estaba entre nosotros Emilio sugiriendo, corrigiendo, combatiendo.

Un día, por eso que algunos se atreven a llamar coincidencias, me llama su hermana. Emilio había venido a Uruguay estaba mal. Internado en el Evangélico y había pedido para verme. Fui lo más rápido que pude. Estaba ya en coma. Le tomé la mano, y no importa si fue real, sensación o un estado del alma. Sentí su sonrisa y su aprende manos que el físico ya no le daba fuerzas, para hacerlo. Sentí su sonrisa... y Se fue con el Padre que tanto quiso.

Un par de días después le  despedía en su propia Iglesia mayor. Su muerte me acercó mucho a Oscar. Este debía hacer de Bolioli y de  Emilio Castro en mi vida.

Oscar me invitó a escribir en la obra Iglesia en Dictadura, donde la gigante figura de Emilio aparece junto a la de grandes jugados por su pueblo como los obispos Partelli y Mendhiarat de la Iglesia Católica, el Rabino Rosenthal de EEUU. Dentro de poco se estrenará una política sobre el tema con una óptica ecuménica. En dicha documental, se nos filmó juntos alrededor de una misma mesa a Belela Herrera, a Oscar y a mi.

Esa noche a mi me operaban y Oscar llevó a Belela a su casa. Mientras que yo iba al quirófano, Oscar moría apacible en su casa. Por eso desde entonces, no puedo pensar, sentir ni extrañar a uno sin el otro.

Dr. Juan Raúl Ferreira

Columnistas
2018-06-07T08:37:00

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