Sobre el origen del chancho jabalí, sus andanzas
Marcelo Marchese
Se supone que el chancho jabalí que actualmente es plaga en nuestro país deviene de unos jabalíes que introdujo Anchorena hace un siglo y que, escapándose algunos, hicieron este desastre.
Habría que ver si este animal no tiene vínculo con un chancho salvaje que vivía en estas tierras antes de que naciera Anchorena y que sería, ora un chancho anterior a la llegada de los conquistadores (al menos existe una palabra guaraní para un chancho salvaje y tenemos a propósito un cuento de Quiroga) ora un chancho traído por los conquistadores
Cualquier piara de chanchos que se escape de un chiquero, en pocas generaciones se convierte en nuestro chancho jabalí o algo muy parecido, primero porque nadie le corta los colmillos y segundo porque pierde esas dimensiones en los cuartos traseros que tiene el chancho común, es decir, los jamones. La vida salvaje lo transforma en un animal más atlético, menos monstruoso, en el sentido de mejor proporcionado, pues se sabe que el chancho actual, como el perro, el caballo, la vaca, el maíz, el trigo y casi todos los animales y plantas que usamos o comemos, es resultado de una lenta selección de la humanidad para su beneficio.
El chancho jabalí hace destrozos en las plantaciones y en las majadas de ovejas y es difícil de combatir, pues tiene una dieta muy variada y se refugia en los montes, incluso en las vastas extensiones de montes de eucaliptus que venimos plantando alegremente y además tiene la virtud de poder desplazarse en una noche cuarenta kilómetros.
Es un animal muy fuerte y considerablemente inteligente. En cierta ocasión, varios criollos perseguían a caballo a un chancho de estos hasta que lo perdieron de vista y sólo volvieron a verlo cuando el chancho cruzó por debajo del caballo del último jinete descerrajándole la barriga con sus colmillos. Tuve la oportunidad de pasar el dedo por uno de esos colmillos afilados como una navaja.
Me asombra que una piara de éstas no haya matado a nadie. Un guardaparques me dijo que en una quebrada se encontró con un jabalí que estaba comiendo bulbos de helechos y para su desgracia el jabalí también se encontró con él. Por un segundo, sospecho, se miraron cara a cara, hasta que el jabalí decidió atacarlo y el guardabosques trepó a un árbol con la velocidad de la desesperación. El chancho gruñó un rato y se fue. Mi amigo tuvo suerte, a diferencia del protagonista del cuento de Quiroga, que comete el error de dispararle a uno de los chanchos que iba al frente de la piara, en vez de dispararle a algún rezagado. Según Quiroga, si subís a un árbol después de esta macana, se quedan esperando hasta lograr su propósito, una muerte deshonrosa para cualquier cazador y particularmente lamentable para cualquier ser humano, incluso un vegetariano.
Existen varias formas de cazar jabalíes en nuestro suelo, como las trampas donde se coloca como carnada un pedazo sangrante de oveja, o las expediciones de caza. Al parecer, una opción es cazarlos cómodamente desde un helicóptero, considerada, como se ve, poco ética. Si yo fuera un productor rural al cual los chanchos le están generando un daño considerable, lo mataría desde un helicóptero o lo que fuera, pero desde el punto deportivo es muy poco elegante. Otra forma de cazarlo es con perros, de igual manera que hacían los hombres primitivos. Se usan los dogos o algún otro animal, que lo acorralan y luchan con él hasta que el cazador le pega uno o varios disparos apropiados. Normalmente queda algún perro tendido. Existen cazadores que consideran indigno valerse de perros para estos menesteres y se enfrentan sólo ellos con sus rifles ante esta fiera peligrosa. Esos son a mi gusto los cazadores más macanudos, o en todo caso, los que disfrutan más su deporte. Son los sibaritas de la caza del chancho jabalí.
Y de esta manera terminaba el relato contado en una rueda, si no fuera porque un tertuliano, Gerardo Luis Bello Arcaus, hizo la siguiente acotación: "Nada de tiros ni de helicópteros. La verdadera caza del jabalí de la que puede jactarse un hombre es con jauría de perros y a facón. Cuando los perros que hayan sobrevivido la carrera que extenuó al fiero animal y a la pelea, lo estaquean, como a un cristo rabioso, el baquiano se apea de su montura y hunde su facón en la garganta de la presa. Dicen que una vez estaqueado el chancho los perros no lo sueltan para volver a morder porque esperan la estocada definitiva del mejor amigo. Y dicen también los que dicen más, que el jabalí, como si reconociera a su verdadero enemigo en el hombre, hace un último esfuerzo mientras lo mira a los ojos intentando zafar para ganarle el mano a mano. Por lo que el cazador depende en ese momento de la fuerza y la pericia de los perros y de la oportunidad y la certeza con que hiera al condenado". A esta acotación siguió la de otro tertuliano, Fernando Castiglione, que dijo: "No es en la garganta, el cuchillo debe entrar por atrás de la paleta (escápula) hasta el corazón".
Y este relato y sus acotaciones sirven de ejemplo para comprender cómo llegaron a nosotros los cuentos populares. Alguien inicia un relato y otro lo corrige o le agrega algo y luego viene un tercero que lo depura y así, de boca en boca, se elimina lo erróneo o lo que estaba de más y lentamente, resultado de la corrección de miles de contadores, llega a nosotros lo esencial y por eso los cuentos populares tienen una fuerza que difícilmente un autor en solitario pueda igualar.
Esta cuestión es cualquier cosa menos intrascendente, pues nos lleva a apreciar cómo cualquier obra de arte no es otra cosa que el resultado de una lenta elaboración colectiva, y eso comprende desde el más original y fantástico de los cuentos hasta las antiguas catedrales. Luego nos lleva a pensar cómo la construcción, o el descubrimiento de la verdad, es obra del trabajo colectivo, cómo un relato o una idea va siendo contrastada por cada hombre y sólo encuentra eco aquello que fuera verdadero y aquí llegamos a una tercera consideración, que refiere a que así como un cuento se hace más verdadero a medida que los hombres lo pulen, también se hace más hermoso.
Todo se encuentra indisolublemente unido. A partir del origen, andanzas y riesgos de una bestia, hemos llegado a esa consigna de los poetas, esos seres que nos hablan de la unidad de todas las cosas cuando nos dicen que "la belleza es verdad y la verdad, belleza" y con esas palabras heredadas y hermosas por ser verdaderas nos despedimos del lector.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias