La barbarie occidental o el desarrollo en carne viva
Marcia Collazo
20.07.2012
Soy lo que dejaron, soy toda la sobra de lo que se robaron. Un pueblo escondido en la cima, mi piel es de cuero por eso aguanta cualquier clima . Latinoamérica. Calle 13
Inagotable, impetuoso, casi lacerante, el caudal de la creación artística latinoamericana me sigue maravillando. Es que el arte latinoamericano, como pocos o poquísimos, hunde sus manos en los dolores y las miserias más profundas del ser humano, y las levanta llenas de sangre espléndida, de altivo desgarro, de llaga luminosa. Y cuando eso sucede, el arte es más arte, porque enaltece su objeto y contribuye a denunciar, con toda la rotundidad de las revelaciones viscerales, que por detrás del abuso, la indiferencia, la soberbia y la insensatez de algunos, sigue latiendo la esencial condición humana, capaz de levantarse una y mil veces sobre sus ruinas.
Hoy me propongo acompañar la consabida reflexión sobre las ideas latinoamericanas con un poco de música; y lo haré recurriendo al tema Latinoamérica , creado por el grupo puertorriqueño Calle 13. Importa señalar que entre las artistas participantes en el video clip de esta canción, figura la peruana Susana Baca, dos veces ganadora del Premio Grammy e ilustre investigadora de la música afroperuana, quien fue además Ministra de Cultura del Perú en el año 2011. Participan también la brasileña María Rita y la colombiana Totó la Momposina; el tema se canta alternativamente en quechua, en español y en portugués y se utilizan instrumentos musicales de los más variados orígenes étnicos. Múltiples entrecruzamientos, pues, de disciplinas y oficios, idiomas y países, saberes, pensares y sentires que se amalgaman en el rico humus americano, para ofrecernos sus siempre novedosas y polifacéticas expresiones.
En orden a la idea de desarrollo, que titula este artículo, la primera pregunta que me surge es la siguiente: ¿el famoso binomio desarrollo-subdesarrollo, con el cual nos vienen atacando desde hace ya medio siglo, no es acaso una reedición edulcorada de la vieja dicotomía civilización - barbarie? Según los cultores de la terminología en cuestión, una nación subdesarrollada es la que no ha logrado llevar adelante el modelo que el capitalismo occidental considera conveniente, sustentable y mensurable.
Medición requieren las cosas: lo que se puede medir se puede conocer, o al menos se tiene esa ilusión, ya que el cerebro humano necesita mutilar la realidad para poder entenderla; y esto -en la marejada de las incertidumbres humanas sobre el mundo-, ya es para muchos un consuelo, de manera que se nos siguen aplicando fórmulas lógico matemáticas y se nos muestran cataratas de cifras que estarían indicando, con la rotundidad de una condena a muerte, nuestro siempre menguado grado de desarrollo.
Así como desde el binomio civilización barbarie, es bárbaro todo aquello que se aparte del arquetipo occidental, ya sea en fenotipo y genotipo humano, como en expresiones culturales y concepciones filosóficas sobre el mundo, así también es subdesarrollada una sociedad que no cumpla con los cánones del pretendido desarrollo, perfectamente traducido en escalas que la tecnocracia se encarga de elaborar a los efectos de su aplicación, recomendación o imposición; y esa aplicación no tiene vuelta, réplica o posibilidad de contradiscurso. Las recetas del desarrollo, infaliblemente acompañadas de algún préstamo internacional más o menos suculento, deben ser implementadas de manera frenética, constante, imparable, ciega a toda idea que no sea la concebida por el propio sistema arquetípico, y esas recetas exigen que las acciones concomitantes sean adoptadas sin pausa, sin pena y sin piedad.
Trabajo en bruto pero con orgullo,
aquí se comparte, lo mío es tuyo.
Este pueblo no se ahoga con marullos,
y si se derrumba yo lo reconstruyo.
Tampoco pestañeo cuando te miro,
para que te acuerdes de mi apellido.
La operación cóndor invadiendo mi nido,
¡Perdono pero nunca olvido!
Para mantenernos dentro de la terminología creada por los centros de poder a efectos de suplantar la ya exhausta dicotomía civilización-barbarie, sólo resta decir que América Latina vendría a formar parte del Tercer Mundo; ello, entre otras cosas, significa que el territorio americano no juega en primera división sino en tercera; no tiene ventanas a la calle sino a un pozo de aire; no es un centro de expansión imperialista sino un receptáculo de dicha expansión: el margen, la orilla, la periferia de otra cosa que siempre está un paso delante.
Ya para Hegel, el Nuevo Mundo era, por nuevo, incompleto, inmaduro, inferior: un mero eco del Viejo Mundo, un reflejo de algo externo y ajeno . Sus habitantes mismos eran inferiores: desde que en el siglo XVI estalla la polémica sobre la condición y naturaleza del indio, se crean mecanismos de tutela para su protección, como por ejemplo las encomiendas, creadas por las Leyes de Burgos (1512), que en los hechos se convirtieron en el más feroz medio de expoliación imaginable. Los indios son inferiores porque son naturales (tanto como podría serlo un ejemplar cualquiera de la flora y de la fauna), y siéndolo, están fuera aún de la historia y de la filosofía, dimensiones que pertenecen a un estadio superior del espíritu. Y de los indios se pasa, por una transición facilísima, a cualesquiera habitante más o menos humano- el Nuevo Mundo: si nació aquí, es inferior por naturaleza, y si se vino de otro lado, es inferior por estulticia.
Y esto se afirmará a porfía, aunque antes y después se levanten en la misma Europa algunas voces que claman por un poco de lógica, como la del propio Montaigne, para decir que Aquellos a quienes se llama bárbaros, son seres de una civilización diferente la nuestra . Menuda conclusión. Y añade: encuentro que no hay nada salvaje y bárbaro en esta nación sino que cada uno llama barbarie a aquello que no entra en sus costumbres .
Germán Arciniegas afirma, por su parte, que la filosofía de Hegel leída por un latinoamericano, nos desconcierta . En primer lugar, Hegel no habla de los indios, porque no los conoce. Su discurso está dirigido a los mestizos, especialmente a los criollos; en segundo lugar, niega valor de reconocimiento a estos últimos, en una típica actitud de orgullo etnocentrista, ya que al nacer en América se han contaminado, de algún modo, de la debilidad natural y congénita del continente. Por lo tanto, la incapacidad que Hegel atribuye a América no es ni siquiera la de los indios; es la de los emigrantes europeos, venidos a convertirse aquí en inmigrantes primero y en criollos después. Arciniegas se rebela contra semejante trato injusto y exclama: ¿Podrían señalarse diez nombres de vascos de los que se quedaron en Francia o en España, que lleguen a la grandeza de Bolívar en América? . En buenos términos: hasta en las principales cátedras de filosofía del viejo continente se nos ninguneaba.
Podemos ver, así, que dos grandes marcas de fuego se ciernen sobre los destinos americanos, para quemar la frente del continente como el símbolo de una ordalía: la primera fue la polémica sobre el indio, ya aludida, que inauguró el pensamiento americano arrojando una sombra de sospecha sobre la capacidad de los habitantes de este suelo de gobernarse a sí mismos. Polémica llevada adelante, recuérdese, por y para los españoles; en ella el indio jamás fue visualizado como sujeto cabal y, por ende, no se pensó siquiera en consultar su opinión sobre su propio destino.
La segunda fue la filosofía de la historia hegeliana, de tan honda influencia en nuestro continente, que puede decirse sin temor a exageración, que cualquier programa de historia universal de los liceos uruguayos sigue siendo, detalle más, detalle menos, una réplica del sistema de filosofía de la historia universal concebida por Hegel.
Ante semejante alud ideológico, la única posibilidad que América ha tenido y sigue teniendo de trascender el eurocentrismo casi asfixiante de la visión occidental sobre el mundo, es la elaboración de su propio discurso filosófico: un discurso encaminado a rescatar aquello que se considere propio de América; y para hacerlo deberán hundirse en el barro fermental las manos del filósofo. Esta es la universalidad de la filosofía: la de hacer ver las particularidades y las circunstancias de cada ser humano y de cada pueblo en el tiempo y en el espacio que les toca vivir.
El propio Montaigne, ya citado, afirma, en referencia a la sustentación de una idea por alguien; una idea propia, característica, y por ello mismo irrenunciable: Por mi parte estoy persuadido y Sócrates lo ordena, que, quien tiene en el espíritu una idea viva y clara, la producirá, ya sea en Bergamasque (dialecto italiano) o por señas si es mudo .
Y por eso también, dirá Juan Bautista Alberdi en 1842 , que así como existe una filosofía griega, una romana, una francesa y una inglesa (hecho indiscutible, más allá de que todas ellas toquen temas universales, inherentes al ser humano como tal), es preciso hacer ver que también puede y debe existir una filosofía americana, que será la que se ocupe de los problemas americanos. Hemos tenido oportunidad de precisar en anteriores artículos que ello no significa ir a contrario de ningún otro pensamiento, sino marchar en complemento, en suma, en multiplicación de relatos y visiones del mundo, a efectos de encontrar la inflexión de la voz propia, por un lado, y por el otro, lograr sacudirse el viejo lastre de la barbarie tan incesantemente endilgada a estas tierras, fenómeno que, en todo caso, es de larga data en occidente.
Como señala Edgar Morin , a fines del siglo XV surge en Europa una barbarie ligada a la idea de nación, que se caracteriza por un afán obsesivo de purificación étnica y religiosa.
En el siglo XVIII, ese mismo occidente creará las ideas emancipatorias de libertad, igualdad, fraternidad y felicidad, que darán paso al ciclo de las revoluciones liberales en Europa, cuyo antecedente se remonta a la revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra; sin embargo, como bien señala Leopoldo Zea , se dará la paradoja de que los mismos que enarbolan ese mensaje libertario para el Viejo Mundo, lo retacean en el Nuevo.
Cuando, a mediados del siglo XIX, se extiende la revolución industrial desde Inglaterra hacia otros países europeos como Francia, Alemania y Holanda, el impacto de esa revolución llegará a América, pero no para impulsar su comercio y su industria sino para proveer a los europeos de nuevos mercados y materias primas.
Puede verse así, la reiteración del mismo fenómeno: las ideas que nacen en Europa, con determinados objetivos de desarrollo político, económico, social o humano, se convierten al llegar a América en más de lo mismo; es decir en beneficio y dominación, dominación y beneficio, que corre en exclusivo provecho de los centros de poder exteriores.
Tal vez por eso, el estribillo de la canción Latinoamérica, del grupo Calle 13, repite:
Tú no puedes comprar el viento.
Tú no puedes comprar el sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.
BIBLIOGRAFÍA:
Alberdi, Juan Bautista. Ideas para presidir a la confección de un curso sobre filosofía contemporánea. 1842.
Arciniegas, Germán. Hegel y la historia de América. Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid. Nº 461. 1988
Hegel, G. F. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Ed. Revista de Occidente. Madrid. 1974
Montaigne, Michel. Ensayos. 1579.
Morin, Edgar. Breve historia de la barbarie en Occidente. Paidós. Bs. As. 2006
Zea, Leopoldo. Discurso desde la marginación y la barbarie. Anthropos. Barcelona. 1988
Marcia Collazo
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias