Pegame el grito
Pablo Tosquellas
27.11.2020
El desempleo que ha producido la pandemia ha pegado fuerte en el ánimo de los trabajadores, de quienes están en seguro de paro y, también, de la mayoría de quienes son emprendedores a cabalidad y viven su rol dentro de la sociedad con pasión sin molestar a nadie.
El autor de esta columna hace 8 meses que está desempleado. No sólo lo siento en mi bolsillo sino por, sobre todas las cosas, en la tara mental que padezco. Por haber mirado las cuatro temporadas de The Crown de un tirón, el otro día ingresaba una doncella al edificio de mi madre, agaché la cabeza y le dije: "Su majestad".
He recibido más bocinazos e insultos de los automovilistas que cuando era adolescente y jugaba al fútbol en la calle porque transito como una ameba por la vía pública. Las trabajadoras de las redes de cobranza me ven en entrar al local y recitan mi cédula de memoria como si fuera el Himno Nacional porque saben que desde hace 8 meses que paso a cobrar un giro. Gracias muchachos (mis pulmones no opinan lo mismo). ¿Pagar una cuenta? ¿Qué es eso? La única cuenta que puedo pagar es la cuenta del olvido.
Claro está, que también me reuní y hablé con hombres y mujeres que encabezan diferentes proyectos y empresas para visualizar la posibilidad de ingresar a trabajar con ellos. En todos los casos me decían más o menos lo mismo: "Si sale algo te pego el grito" o "Si se abre un hueco, te pegamos el grito".
Y acá me quiero detener. Hay una tendencia zurdo-vaga-perezosa mental en la cual todos los empresarios son oligarcas. O sea, en el lenguaje de esta runfla son garcas. Ellos creen que estas personas se juntan entorno a una mesa redonda de roble a encontrar la mejor fórmula para desangrar a sus trabajadores mientras fuman puros. Que todos son los que firman cheques sucios a hurtadillas y mandan a sus empleados a seguro de paro so pretexto de que los ingresos cayeron cuando la publicidad a vista de un miope creció. El efecto pandemia.
Y no es así. La mayoría son honestos, se desvelan por sus iniciativas, se amargan por tener que mandar a una persona al seguro de paro -muchas veces son como hijos para ellos por la cantidad de tiempo que llevan en la empresa- y no están para hacer fortunas sino para hacer cabezas.
Ellos son la viva expresión de la pintura expresionista de Edvard Munch, en donde el noruego refleja una figura que simboliza a un hombre moderno en un momento de profunda angustia y desesperación existencial.
Mientras tanto a algunos de nosotros nos toca esperar en el banco de suplentes, pero siempre fieles al equipo, mirando de reojo al director técnico a vez si de una vez por todas nos pega el grito y volvemos a la cancha para demostrar lo que sabemos: crear.
Pablo Tosquellas
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias