"La Modernización China", más que un libro. Federico Rodríguez Aguiar
08.10.2025
Hace unos meses, compartía algunas reflexiones sobre La Modernización china, el libro del presidente Xi Jinping. En aquel texto señalaba que el autor plantea una idea clave: la modernización no es propiedad exclusiva de Occidente.
Hoy, tras releer el libro con más calma, puedo decir que esa frase resume mucho más que una declaración política. Es, en realidad, el punto de partida de una visión que intenta redefinir qué entender por progreso.
El libro de Xi Jinping funciona como una especie de mapa conceptual del camino que China ha recorrido en las últimas décadas. Pero también como una guía para pensar el futuro, en la que se entrelazan economía, gobernanza, cultura y cooperación global. La idea de "una modernización con características chinas" cobra sentido al observar cómo el país ha articulado crecimiento económico, estabilidad política y una narrativa cultural que le da coherencia a todo el proceso.
En esta segunda lectura, hay tres aspectos que merecen destacarse. El primero tiene que ver con la planificación y la continuidad institucional. Xi subraya que el liderazgo del Partido Comunista Chino ha permitido sostener una estrategia de desarrollo de largo plazo, algo difícil de lograr en sistemas sujetos a cambios bruscos cada pocos años. Las metas no dependen de ciclos electorales, sino de planes quinquenales que marcan prioridades, recursos y tiempos. Este esquema, más allá de cualquier valoración ideológica, ha permitido coordinar esfuerzos en infraestructura, tecnología, educación y lucha contra la pobreza con una consistencia notable.
El segundo aspecto es la noción de prosperidad común. A diferencia de los modelos centrados en el crecimiento a cualquier costo, la modernización china busca distribuir los beneficios del desarrollo. No se trata solo de producir más, sino de garantizar que ese progreso alcance a una población de más de 1.400 millones de personas. Es un desafío inmenso que requiere planificación y políticas redistributivas, pero también un cambio cultural: la idea de que el éxito colectivo es más importante que la acumulación individual.
El tercer eje está relacionado con la cultura y los valores. Xi Jinping rescata conceptos de la tradición filosófica china -como armonía, prioridad al pueblo o visión inclusiva del mundo- y los incorpora al discurso del desarrollo. No son simples referencias históricas; son pilares de una identidad que busca equilibrio entre bienestar material y cohesión social. La modernización, dice el autor, debe integrar civilización material y espiritual. En ese sentido, el progreso no se mide solo en términos de PIB o tecnología, sino también en el fortalecimiento de los lazos comunitarios y en la capacidad de vivir en armonía con la naturaleza.
La sostenibilidad ambiental, de hecho, ocupa un lugar central. El texto insiste en que no puede haber desarrollo a expensas del entorno. Desde la transición energética hasta la protección de ecosistemas, el objetivo es lograr una "armonía entre humanidad y naturaleza" que trascienda el discurso y se refleje en políticas concretas.
En el plano internacional, Xi dedica varios pasajes a explicar cómo esta visión se proyecta hacia afuera. Iniciativas como la Franja y la Ruta o los mecanismos de cooperación Sur-Sur expresan la idea de una modernización compartida, donde el progreso de un país no depende del retroceso de otro. "No buscamos imponer nuestro camino", escribe, "pero creemos que nuestras experiencias pueden ofrecer referencia a otros países en desarrollo". Esa frase resume el espíritu de una cooperación que, al menos en el plano discursivo, busca equilibrar las relaciones globales.
Si el libro tiene un mensaje central, es que la modernización no debe confundirse con occidentalización. China intenta demostrar que es posible crecer, innovar y mejorar la calidad de vida sin abandonar su propia tradición cultural ni su estructura política. Desde luego, se trata de un modelo singular, con matices y contradicciones, pero que ofrece un punto de partida interesante para el debate sobre el desarrollo en el siglo XXI.
Al mirar este proceso desde América Latina, la obra invita a repensar cómo los países pueden adaptar sus caminos a sus realidades locales, sin copiar esquemas externos. En tiempos en que los desafíos globales -la desigualdad, el cambio climático, la digitalización- exigen respuestas creativas, la experiencia china funciona como recordatorio de que no hay una única forma de modernizarse.
Meses atrás escribía que La Modernización china era una declaración programática. Hoy, me atrevería a decir que también es una invitación: a pensar el desarrollo desde la diversidad, con raíces propias y mirada global.
Esa invitación al diálogo entre modelos y realidades no se queda en el plano teórico. También se manifiesta en los múltiples espacios de intercambio académico y técnico que China promueve con distintos países.
Solo en el último año, más de 150 profesionales uruguayos participaron en algunos de los más de 250 seminarios y programas de formación ofrecidos por el Gobierno de la República Popular China, a través del Ministerio de Comercio (MOFCOM), su Embajada en Uruguay -con un equipo que impulsa y acompaña activamente estas iniciativas- y la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional.
Estas instancias, que abordan temas de desarrollo, innovación, sostenibilidad y gestión pública, son un reflejo concreto de esa modernización compartida que busca construir conocimiento y progreso desde la cooperación.
Federico Rodríguez Aguiar. Analista en Marketing, egresado de la Universidad ORT-Uruguay, con sólida formación en estrategias comerciales y desarrollo económico. Su trayectoria académica está complementada por diversas certificaciones y cursos internacionales en áreas clave como la gestión pública, cooperación internacional, y liderazgo.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias