“Potestad“: Solarich pone el cuerpo para recordar y la palabra para no olvidar. José W. Legaspi

03.11.2025

Tuve la oportunidad de ver dos veces este monólogo del argentino Eduardo Pavlovsky, interpretado por nuestro actor y dramaturgo Iván Solarich. Y asistí a dos Master Class del mejor teatro posible.

 

Estrenada originalmente en 1985, Potestad es una pieza fundamental del teatro político rioplatense, un monólogo que explora la subjetividad del represor durante la dictadura cívico-militar. A través de un discurso fragmentado, delirante y profundamente humano, Pavlovsky expone el drama de un médico apropiador de una niña, oscilando entre la negación, la culpa y la locura.

Primera Master Class. El actor se sobrepone ante lo imponderable: la desidia de un mal espectador

Pese a que los productores y directores de la obra (Kajamarca, por un lado, y Florencia González Dávila y Vital Menéndez, por otro) advierten más de una vez, mientras los espectadores aguardamos para ingresar al maravilloso Palacio Taranco, que por favor, tengan a bien apagar los celulares, no faltó, esa primera vez la o el distraído (preservemos su identidad) que hizo caso omiso de la advertencia lo que provocó, como suele ocurrir, el trepidante e incómodo sonido característico de una llamada o notificación. 

Señora o señor, todos sabemos que si vamos a ver una obra interpretada por Iván Solarich no estamos ante un bisoño de la actuación, sino ante un curtido actor con más de cuatro décadas sobre las tablas. Ese molesto e insoportable sonido, si estuviéramos ante un monólogo de humor o sarcasmo, seguramente, el actor lo integraría a la obra en una situación que, ojalá dejara en evidencia la desidia de no apagar el móvil.

Pero en una obra, un monólogo, que Solarich asume con una precisión casi quirúrgica, cuya interpretación no busca la identificación con el personaje, sino la exposición del horror cotidiano que habita en el lenguaje del poder, con una economía de gestos y una corporalidad contenida pero tensa, que la pericia del actor convierte el escenario en un espacio mental: un territorio de ruina moral y desintegración psicológica, tal sonido puede provocar una debacle.

Ocurrida la desgracia he aquí la primera Master Class de Solarich, emocionado, con lágrimas en los ojos, todavía en personaje, musitó: "así no puedo seguir"... Todas y todos los allí presentes, creímos que esa honesta y cruda expresión formaba parte del texto.  

Pero no.

Solarich, palabras más, palabras menos, sin dirigir la mirada hacia el origen del fastidio, se disculpó, expresó su desazón, se volvió a disculpar y pidió permiso para parar unos minutos y ver si podía retomar.

TODOS los presentes nos quedamos sentados, esperando como continuaría la obra, con un clima definitivamente roto que costaría muchísimo recomponer. Personalmente, desée en mi más interno y salvaje rincón del alma que ingresaran tres personas vestidas sobriamente y se llevaran de la sala al desencadenante de tal fastidio. Cosa que por suerte no ocurrió, aunque debo confesar que lo hubiera aplaudido de pie.

Iván volvió al improvisado escenario, y con texto en mano, no solo retomó el monólogo sino que recreó un clima dificilísimo: su voz continuó, quebrada entre la arrogancia y el desconcierto, haciendo visible lo invisible, es decir, la banalidad del mal, la monstruosidad disfrazada de normalidad.

Tremenda labor del actor que se sobrepone a la estupidez humana y cierra de manera excelente el texto. Aplaudimos de pie, al final, premiando el esfuerzo y la capacidad actoral.

Segunda Master Class. El actor logra una expresión contundente que conmueve a los asistentes.

En esta segunda ocasión, pudo disfrutarse ampliamente la puesta, sobria y despojada, que potencia la dimensión ética del texto: Potestad no es solo una obra sobre el terrorismo de Estado, sino sobre la fragilidad de la verdad y la necesidad de la memoria. En la interpretación de Solarich, la obra trasciende su contexto argentino y se proyecta hacia el Uruguay posdictadura, interpelando la persistente sombra de la impunidad y el silencio.

Al final, lo que Solarich logra es un acto de restitución simbólica: poner el cuerpo para recordar, poner la palabra para no olvidar. Su Potestad es una herida abierta que obliga al espectador a mirar de frente el rostro del verdugo, pero también el del ciudadano que elige no ver.

Otra vez, aplausos interminables, de pie.

Si usted no la vio, no desespere. En mayo volverá a exhibirse en una nueva sala teatral que amenizará notas previas de las que iremos dando cuenta en estas páginas. 

No puedo terminar sin citar al genio de Iván Kmaid, "usted no puede, no debe dejar de verla"

José W. Legaspi
2025-11-03T11:53:00

José W. Legaspi