50 años del Plan Cóndor: memoria y acción. Diego Romaniello
21.11.2025
A fines de 1975, en Santiago de Chile, representantes de los regímenes dictatoriales de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay se reunieron para consolidar uno de los sistemas de coordinación represiva más sofisticados, ambiciosos e institucionalizados del continente: el Plan Cóndor.
El Plan Cóndor implicó secuestros, torturas, violencia sexual, ejecuciones, desapariciones forzadas, allanamientos ilegales, robos, apropiación de bebés, extorsiones y amenazas en territorio de los países miembros. Su momento más intenso se dio entre 1975 y 1978, especialmente en 1976, con el golpe cívico-militar en Argentina y con atentados perpetrados fuera de América Latina.
Con el retorno de la democracia en la región, la persistencia inclaudicable de madres, abuelas, familiares y organismos de derechos humanos dio forma a una consigna que ningún Estado pudo seguir ignorando: ¿Dónde están? Ese reclamo unificó a miles de familias en el Cono Sur y se transformó en una exigencia ética y política para esclarecer las responsabilidades del terrorismo del Estado.
El juicio del Plan Cóndor en Argentina permitió reunir y sistematizar uno de los acervos documentales más importantes sobre estos crímenes: más de 100.000 páginas y 106 cajas de material probatorio. La judicialización fue posible gracias al esfuerzo de sobrevivientes, familiares, activistas, periodistas, profesionales de la justicia y académicos que debieron atravesar fronteras y sortear obstáculos para lograr que la verdad saliera a la luz.
Uruguay tiene su capítulo más doloroso en el secuestro y asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, perpetrado el 18 de mayo de 1976 en Buenos Aires. Michelini, fundador del Frente Amplio, denunciaba desde su banca parlamentaria el golpe "en cámara lenta" que avanzaba en Uruguay. Gutiérrez Ruiz, presidente de la Cámara de Representantes y dirigente del Partido Nacional, también se encontraba exiliado tras denunciar las violaciones a los derechos humanos en su país. Ambos estaban bajo amenaza y con los pasaportes anulados por las autoridades uruguayas, lo que les impedía buscar refugio seguro.
La madrugada del secuestro, tres vehículos Ford Falcon trasladando comandos armados irrumpieron en los domicilios donde vivían Michelini y Gutiérrez Ruiz con sus familias. Los secuestraron, robaron pertenencias, amenazaron a sus allegados y los trasladaron a centros clandestinos. El 21 de mayo, sus cuerpos aparecieron dentro de una camioneta abandonada junto a los de Rosario Barredo y William Whitelaw, militantes uruguayos también desaparecidos previamente. Los cuatro habían sido brutalmente torturados y ejecutados. Dentro del vehículo se dejaron panfletos falsos intentando adjudicar los crímenes a organizaciones de izquierda: un método repetido del Plan Cóndor.
A 50 años de aquella maquinaria represiva, la historia nos exige no olvidar. Y también nos exige actuar. Porque lo que se olvida, se repite.
Hoy el imperialismo ya no opera mediante dictaduras ni pactos explícitos para violar derechos humanos, pero sigue presente en mecanismos de control económico, cultural e ideológico sobre la región. Por eso es imprescindible defender nuestra identidad latinoamericana, nuestra cultura originaria y nuestra solidaridad entre pueblos. Artigas nos recordaba que "nada debemos esperar sino de nosotros mismos", y esa verdad continúa vigente: la soberanía es una lucha cotidiana que se ejerce en cada ámbito político y social.
Vivimos un momento particularmente delicado. Los discursos de odio circulan con facilidad, se viralizan, se disfrazan de sentido común y erosionan la convivencia democrática. Y mientras eso pasa, el descreimiento político crece. Lo vemos en la calle, en el trabajo, en nuestras propias familias. Lo vemos sobre todo en las y los jóvenes, que muchas veces sienten que la política no habla de su vida, de sus problemas, ni de sus sueños. Ese alejamiento no puede dejarnos indiferentes; tiene que dolernos un poco. Porque cuando la política se vacía, otros ocupan ese lugar con mensajes simplistas, violentos o directamente antidemocráticos.
Quienes tenemos responsabilidades públicas debemos detenernos y preguntarnos qué estamos haciendo, qué dejamos de hacer y qué tendríamos que hacer mejor. La respuesta, creo profundamente, siempre vuelve al mismo punto: memoria y educación. Sin memoria, nos volvemos vulnerables; sin educación, perdemos las herramientas para pensar y transformar el mundo que habitamos.
Lo que no hagamos hoy, lo que no expliquemos, lo que no defendamos, lo que no enseñemos, va a ser el arrepentimiento del mañana. Y si algo nos enseñó la historia del Plan Cóndor es que la indiferencia nunca es una opción. Frente al olvido, siempre la memoria. Frente al odio, siempre la democracia. Frente al miedo, siempre la organización y el diálogo entre generaciones.
Dedicamos esta columna a la memoria de las víctimas del Plan Cóndor, a sus familias, a sus amistades y a quienes, día a día, siguen trabajando para que la verdad prevalezca y la justicia sea finalmente completa.
Diego Romaniello, Edil Departamental por Compromiso 711 - Frente Amplio y Presidente de la Comisión de Cultura de la Junta Departamental de Montevideo
Facundo González, Activista social y asesor político en la Junta Departamental de Montevideo.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias