Mansa la Mansa: El coronavirus en las playas de Punta del Este
Alejandrina Morelli
19.12.2020
La playa Mansa en diciembre, de lunes a viernes, está más mansa que nunca. Hasta almejas tratando de hundirse en la arena encontramos hoy, al caminar por la orilla.
Los que habitan esta zona tratan de aprovechar los días de sol entre semana antes que llegue el malón de la temporada y yo no escapo a las generales de la ley. Apenas puedo cruzo, me zambullo en el mar un par de veces, aunque todavía este fría el agua, y me instalo a leer a R. Carver. (no me canso de releerlo porque me gusta su manera poco formal de relatar pequeñas cosas cotidianas, sin héroes ni moralejas: la vida misma.)
Mansa la Mansa a la tardecita, después de las 4.00 y hasta que se pone el sol.
Un profesor de natación da órdenes a sus alumnos, que no pasan el metro y medio, para que se zambullan de a uno y naden en una línea paralela a la orilla. Allí van: uno, dos, tres... seis y siete cabecitas asomando como una hilera de patos silvestres, cada uno con su salvavidas atado al tobillo flotando a su lado, como un acompañante silencioso.
Mansa la Mansa cuando no hay turistas. En un costado las alumnas de un colegio - digo porque llevan el mismo equipo deportivo- juegan al vóley-playa aprovechando el viento suave y la arena tibia. Y más allá un grupo de muchachos calientan la pelota de futbol para un picadito que no tienen muchas ganas de empezar.
Se nota que recién empieza el verano. Los niños estrenan trajes de baño de colores, salvavidas y baldes que en marzo estarán gastados, descoloridos, rotos y tal vez abandonados.
Me pregunto por qué disfruto tanto este año de estas cortas escapadas a la playa. Y la respuesta me llega como un desagradable ciclón. El fin de semana llega gente de todas partes, en especial de Montevideo, en donde los casos de Coronavirus están subiendo de forma exponencial y entonces la mansedumbre de la Mansa se transforma.
Triste la Mansa, triste.
Estaba un sábado tomando sol boca abajo, apoyando mi mejilla en el libro abierto y casi dormida al calor tibio de diciembre y escucho que a mis espaldas una argentina era interrogada por dos señoras uruguayas: "¿Cuando llegó? ¿Hizo la cuarentena? ¿Se queda a vivir?" Yo sabía todas las respuestas porque la semana anterior le había hecho el mismo "test antivirus" de vecino de sombrilla, test que se repite ante cada argentino o brasilero que asoma por aquí.
Cuando terminó esa parte de la película que ya había visto, me integré a la charla. Una de las señoras que interrogaba era una médica de Montevideo que protestaba porque la habían convocado a volver al ruedo, ya que se está necesitando personal sanitario.
"Ahora protesta, pero cuando la tormenta se desate va a tener que salir a colaborar" pensé con el peor pesimismo. En lugar de decirle eso traté de ser atenta y como había dicho que tenía un apartamento en la zona, le sugerí que se quedara, que iba a estar más segura aquí, dados los números de contagios por día que había en Montevideo y de que nosotros aún teníamos pocos casos locales. (hace un par de semanas todavía era así).
Entonces la señora que estaba al lado y que hasta entonces había permanecido callada, me dijo: "Si usted le tiene miedo a los que vienen de Montevideo, mejor ni le digo de dónde soy yo". No hizo falta que le preguntara, con mi cara de sorpresa alcanzó, "soy del Chuy" - anunció ¬ como quién sabe que tira una bomba...
No atiné a nada... Entre los argentinos que se cuelan por las fronteras limítrofes y los brasileros que entran como pancho por su casa, la sensación de estar siendo invadidos me sofoca. Me di media vuelta y me fui al agua, aunque estaba helada y el sol se estaba poniendo en el horizonte dejando crecer el viento.
"¿Se asustó?" - alcanzó a decirme antes de que me zambullera en el mar...
El primer día lindo de la semana la argentina que se vino a vivir aquí estaba en el mismo lugar de siempre, a metros de dónde yo suelto mi bolso, lo más cerca posible del camino de retorno.
"Se rieron mucho de vos -me dijo- las señoras que estaban el otro día comentaron, cuando te fuiste, el susto que te habías pegado. "
No pude evitar sentirme avergonzada por sentir que todos los que llegan de afuera, en especial los fines de semana, son extraterrestres que nos invaden trayendo las siete plagas de Egipto. Ese mirar al otro de esa forma, como si del mismo diablo se tratara, ese cuestionario que va a determinar que siga dirigiéndole la palabra o me dé media vuelta, me hace sentir muy mal. ¿Será que este mirar con distancia, que este no abrazo y esta desconfianza se nos meterán en el alma para siempre? Siento nostalgia de la era pre pandemia y no me gusta acostumbrarme. No me gusta cómo vamos a sentirnos los unos con los otros, después, cuando esto acabe y no haya más virus, pero tampoco más clases presenciales porque descubrimos que por Internet pueden asistir alumnos del más alejado pueblo del país, alumnos de cualquier edad porque la escuchan desde casa, sin tomar frío y alumnos que no tienen para pagar el transporte. Tal vez tampoco haya más espectáculos teatrales o shows musicales presenciales porque es fácil sacar la cuenta y demostrar que cien entradas a 300 pesos suman menos que 1000 a 100 o 3000 a 50 y, además: es más democrático.
Aunque ahora haya almejas en la playa siento nostalgia del tiempo que se fue y no me gusta nada la Nueva Normalidad que llegó para quedarse. No me gusta nada demonizar al otro, no me gusta nada esta distancia, no me gusta nada esta sensación de invasión a la Mansa que sigue siendo Mansa y triste... la Mansa.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias