Oro gris, nuestra riqueza en estos tiempos
Andrea Valenti
17.04.2020
Irónicamente se le llama también oro gris al metal producto de la combinación de columbita y tantalita; un componente fundamental arrancado de las entrañas de África que hace posible que celulares, tabletas y ordenadores puedan funcionar para alegría de todos nosotros. Pero no me refiero a ese elemento. Hablo de los aproximadamente 350 gramos de materia que tiene un ser humano dentro de su cabeza al nacer.
A diferencia de ese otro oro, nuestro cerebro va aumentando su tamaño a medida que crecemos pero la capacidad de riqueza en este caso no es solo una cuestión de peso. Hace pocos días leí la frase de un académico mexicano que pregonaba que en esta época de conocimiento, cincuenta y cinco personas que dieron origen a WhatsApp generaron el mismo valor de mercado que toda la gente que se levantó durante un año a trabajar en quince países de Centroamérica y el Caribe.
Naturalmente el estado nutricional de un niño es uno de los componentes imprescindibles para que pueda alcanzar su máximo potencial. Supongamos que en nuestra querida América Latina logremos este paso indispensable para que nadie se nos quede atrás. Una vez conseguido, de todos modos tenemos otros dos grandes desafíos con nuestros niños y jóvenes en los que no estoy segura que estemos enfocados. El primero es lograr que nuestra gente genere ideas novedosas que aporten valor. Eso es educar en creatividad. El segundo, pero no menos importante, es lograr que nuestros estudiantes experimenten placer con el aprendizaje. Además de un derecho universal para la construcción de una sociedad más justa, la calidad de nuestra educación marca las posibilidades de Uruguay como país competitivo pero principalmente las posibilidades de cada individuo. ¿Qué porcentaje de alumnos será consciente que aprenden para ellos mismo y no para zafar de lo que les pregunta la maestra? ¿Está nuestra educación acompañando los cambios y las exigencias de estos tiempos? En muchos aspectos me animaría a decir que no. Algunas cosas han cambiado muy poco o nada desde que yo ocupaba un banco en alguna escuela. En algunos casos ni siquiera ha cambiado el banco.
Sin duda hay una infinidad de aspectos a considerar para una buena educación, un tejido intrincado de complejidades técnicas, un presupuesto a la altura, formación continua, calidad de sus docentes y una larga lista de temas a contemplar; pero es indiscutible que el valor educativo y social de la creatividad se ha dejado notoriamente de lado y no se trata solamente de ponerle más creatividad a la educación, lo que hace falta es poner más educación en creatividad. Es menester de una sociedad competitiva lograr que se convierta en un objetivo de formación y como veremos debería serlo por muchas otras buenas razones. Me da un poco de temor cuando leo una serie de recomendaciones teórico-metodológicas, con unas actividades bien definidas y estructuradas de cómo hacer para que la creatividad fluya cual manantial de los alumnos. No existe una creatividad absoluta, de ahí la complejidad del concepto. No hay forma de enseñarla de manera directa. No son las mismas habilidades las de un científico, un músico o un diseñador. No hay un plan de acción que enseñe a tener ideas divergentes y originales, para ello el propósito primordial de los educadores y de las instituciones educativas desde la escuela hasta la universidad deberá ser en primer lugar: generar el clima.
¿Qué quiere decir esto? Actualmente nuestro sistema educativo hace un gran énfasis en la reproducción de conocimiento, en la memorización de contenidos y en un entrenamiento de los procesos lógicos. Esto representa un número reducido de nuestras habilidades cognoscitivas. Nuestra educación está orientada a la solución de los problemas, pero no en encontrarlos. Es como si estuviéramos mirando hacia el pasado. Además generalmente las actividades están enfocadas a un único resultado correcto, no hay lugar para la investigación de otras soluciones posibles y mucho menos para otros acercamientos diferentes a un problema.
Dejemos en claro inicialmente que estamos hablando de un concepto amplio que desborda las ideas tradicionales que asocian creatividad únicamente con producción artística. No es un espacio reducido donde relajarse, ajeno a todas las asignaturas. Los educadores deberán analizar las propias prácticas educativas y ver las posibilidades de incluir procesos creativos en ellas. Tampoco es lo mismo hacer nuestro trabajo de manera creativa, que en el caso de maestros y docentes es más que necesario, que generar las condiciones para que florezca la creatividad en otros; se tiene que formar una cultura de la creatividad. Valido para escuelas, empresas y organizaciones en general.
Cuando no se comprende que ésta debe ser transversal a todas las disciplinas es bastante común considerar que es en las áreas de arte donde los alumnos pondrán todo de ellos mismos, pero hasta en estos casos muchas veces termina siendo un arte escolarizado, alejado de su naturaleza transformadora que se reduce a la producción de algunos adornos decorativos claramente prediseñados, que para alegría de mamá y papá recibirán en sus respectivos días conmemorativos. Quien tenga más de un hijo podrá ser por ejemplo el afortunado poseedor de dos imanes de heladera de tortuga con tres años de diferencia.
En cambio hay algo especial cuando el producto se debe exclusivamente a nuestra imaginación. Los niños lo saben, porque es algo único. Como decía Chuck Jones, el creador del Coyote y el Correcaminos, cuando un niño te traiga un dibujo, míralo con atención, pero mira sobretodo la cara del niño y sabrás cuando realmente está orgulloso.
Por otro lado generar ese clima propicio implica inevitablemente respeto por la individualidad y ayudar a descubrir y desarrollar un propio estilo de aprendizaje. Si le preguntan a cualquier maestro si desea tener alumnos creativos, su respuesta sin duda será afirmativa. Sin embargo en varios estudios muchos maestros han rankeado a sus alumnos con determinados rasgos de personalidad, más estrechamente vinculados al pensamiento creativo, como los menos preferidos. Los docentes valoraban más en estos casos, la prontitud al realizar la tarea, la receptividad a las ideas de los demás o la aceptación a la crítica. El clima adecuado debe estar anclado en el conocimiento, porque sin él no habrá tampoco acto creativo apropiado, útil y aplicable, pero tiene que animar a la divergencia de razonamiento, porque de otra manera nuestros niños no van a amanecer un día mágicamente con esta manera de pensar. ¿Cómo se transforman las ideas? Por choque de ideas, por el surgimiento de nuevas ideas, por ver las cosas de manera diferente, por una restructuración de la información disponible. Un alumno creativo será cuestionador, imaginativo, combinará conceptos mezclando cosas aparentemente diferentes y tendrá una tendencia innata a complicar su vida y la del docente.
Tendríamos que preguntarnos si hay un espacio y un tiempo destinado a que los niños piensen, investiguen, lean, se expresen, hagan las cosas a su manera, experimenten y se equivoquen. Todo eso dentro de la escuela. En resumen, para qué le pongan sus emociones y su sensibilidad. Los educadores en tal caso deberán estar disponibles para las preguntas y para acompañarlos en la búsqueda. Se necesitan escuelas donde el conocimiento no se perciba como algo acabado e inmutable. Se requiere cierto gusto por la incertidumbre que invite a los alumnos a explorar dentro del conocimiento y fuera de una clase. ¿En estos momentos de tanto escepticismo debido a la pandemia, donde miles de alumnos pueden compartir sus miradas únicas, desde sus realidades tan diferentes, no será justamente propicio aprovechar y hacer algo que no sea tratar de reproducir la "normalidad" de un aula? ¿Qué deberían recordar de este período tan particular?
Los niños y los jóvenes saben cuándo concurren a sus escuelas y liceos como va a ser su próxima clase, muy parecida a la anterior. Día tras día, muchas veces muy similares entre ellos, previsibles y monótonos. No debería ser la norma el aburrimiento de tantos niños en los centros de estudio, seres que por naturaleza son curiosos e indagadores. Es un gran desafío para los educadores de hoy día competir con mundos virtuales y despertar la curiosidad de sus alumnos, pero por suerte hay muchos que se las ingenian y son excelentes docentes. La profesora de filosofía de mi hija le asignó a cada alumno un filósofo y les pidió que le crearan una cuenta de Instagram que reflejara su pensamiento filosófico. Los resultados fueron absolutamente extraordinarios. Otro joven docente para solucionar la deserción de su clase, última materia del viernes, elaboró un sofisticado sistema similar a un videojuego donde los alumnos iban recibiendo poderes, bonus e implementos varios a lo largo de la semana que les permitían tener ventaja para los desafíos grupales de los viernes. El éxito fue rotundo. La necesidad de una solución es la madre de la creatividad, pero la diversión, es sin duda el padre. El origen de la palabra escuela viene de la antigua Gracia, skholé, la parte del día dedicada al ocio. Los griegos asociaban el tiempo libre con el aprendizaje. Los romanos le decían al lugar donde se iba a aprender: Ludus, la misma palabra que utilizaban para juego. A lo mejor algo, se nos perdió por el camino.
Pero muy poco podrán hacer los docentes por si solos si la organización educativa no contempla los demás factores que potencien esta nueva mentalidad. Ni que hablar de que poco se podrá hacer cuando el esfuerzo sea individual. Hay notables educadores pero al igual que otros tantos aspectos de la educación, la creatividad se deberá trabajar a lo largo de todo el proceso de un estudiante. Las acciones individuales con el tiempo corren un gran riesgo de desgastarse y naufragar. Los esfuerzos puntuales logran solo resultados puntuales.
La tarea de los educadores es la de estimular el talento cuando es aún potencial y ofrecer condiciones que faciliten su desarrollo y también porque no, es la de reconocerlo posteriormente a su expresión. En Liverpool una profesora de música tuvo como alumnos a Paul y George. Tuvo como alumnos a la mitad de los Beatles y no notó nada fuera de lo común. ¿Cuántas destacadas personalidades de la música, el arte y la ciencia habrán pasado inadvertidos en alguna escuela? Por suerte muchos son resistentes a la indiferencia y a veces incluso a la incomprensión y el rechazo. Lamentablemente esto es también lo que le pasa a unos cuantos maestros y profesores, porque el rechazo a quien se anima a hacer las cosas de manera diferente no es un triste privilegio exclusivo del alumnado.
La renuncia a la creatividad muchas veces comienza en la infancia. Un solo comentario hiriente puede en ocasiones bastar para que sepultemos nuestra búsqueda creativa.
Como en muchas otras cosas la responsabilidad no recae solo en el sistema educativo sino también en el entorno social y especialmente en las familias. El estudio del Dr. D. W. MacKinnon de la Universidad de Berkeley, sobre el que hacer de la personas creativas que involucró entre otros a cuarenta de los arquitectos más renombrados de su época, indicó que muchos de los sujetos "creativos" siendo niños habían disfrutado de un grado de autonomía de sus padres que les había permitido desarrollar un juicio independiente, curiosidad y libertad para explorar su universo y tomar decisiones de manera autónoma pero razonable. Al mismo tiempo habían sido motivados a ser indagadores e imaginativos por uno o ambos padres. Una visión bastante apartada de la supervisión omnipresente asentada en las posibilidades tecnologías que actualmente tienen algunos progenitores. Quisiera ver por otro lado cuantos de nosotros nos animaríamos a realizar litros de una melaza pegajosa a base de cerezas de aspecto sanguinolento, esparcirla chorreante por toda la cocina, muebles incluidos y todo para que el nene logre la toma que imaginó con su cámara nueva, como hizo la arriesgada mamá de Steven Spielberg cuando éste era apenas un niño.
La creatividad tiene que ver con el desarrollo de la confianza en uno mismo. Cuando los sistemas educativos apuntan a la homogenización atentamos contra la originalidad de las ideas y el valioso aporte personal. No solo niños y jóvenes deben poder expresar su individualidad y sus ideas sin temor, deben ser motivados a ello. - Dime que premias y te diré que valoras -. Está muy bien recompensar el esfuerzo académico en los centros de enseñanza pero entonces premiemos también a los que tengan habilidades deportivas, musicales, interpretativas, expresivas, a las preguntas más originales, a quien se anime a las soluciones más ingeniosas y arriesgadas, a quien tenga una percepción diferente. Abraham Maslow decía que el hombre creativo no es un hombre común al que se acrecentó algo, creativo es el hombre común al que nada se sacó. Algunos seguramente destacarán sobre los demás porque la genialidad siempre tendrá ese componente adicional, ese ingrediente misterioso que aunque se domine la técnica, se tenga una pasión ilimitada, un virtuosismo asombroso y una tenacidad inquebrantable, Salieri nunca será Mozart. Pero en cambio, tengo la convicción de que potenciar la creatividad de nuestros niños y jóvenes les dará herramientas para cuando tengan que enfrentar eventos difíciles en sus vidas. Entonces podrán evaluar posibilidades, visualizar las situaciones desde distintos puntos de vista, buscar resoluciones alternativas a los problemas y finalmente, transformar esas experiencias en algo constructivo. A lo mejor la creatividad tenga un poco que ver con la felicidad.
Andrea Valenti