Atracar en puertos sin muelles, tarea ingrata. Ernesto Kreimerman
19.10.2025
En mayo de 2018, Agustín Canzani publicaba en Nueva Sociedad una reflexión que vale la pena recordar: "El principal partido de la izquierda progresista uruguaya se encuentra en un proceso de tensiones y debates internos. El espíritu del Frente Amplio, la fuerza gobernante en el país, ha sido siempre el de la resolución de las divergencias a través de los consensos. Concebido como una gran familia en la que conviven diferentes grupos que representan tradiciones e ideologías políticas distintas, el Frente Amplio tiene ahora el desafío de promover una nueva mirada progresista para Uruguay. En ese proceso debería evitar convertirse en aquello que nunca ha querido ser: una izquierda radical de mera vocación testimonial y pasaje anecdótico por el poder, o una socialdemocracia descafeinada que pierde su base social". Tan significativo como desafiante era el título de esa columna: "El Frente Amplio en la encrucijada. Debates, tensiones y matices en la izquierda uruguaya". Canzani pone el acento en la dinámica de gobernanza del FA. Lo resume así: "En la historia del FA el consenso ha sido posible sobre dos bases: la grandeza de las mayorías y la lealtad de las minorías... integradas al diálogo y la negociación, y atendidas en algún aspecto de sus posturas, aun siendo menos importantes cuantitativamente, responden apoyando la posición tomada". Pero los tiempos pueden ser insensatos, demorados, y esa armonía puede consumir la energía que requiere dinamizar la gestión de gobierno. Desde una actitud humilde, el FA, como proyecto político, está basado en el "bloque social de los cambios", social y teóricamente variado y diverso, que avanza sobre la base de consensos. Sin embargo, el problema se profundiza cuando el contexto económico se vuelve más restrictivo, acotando las posibilidades de avance en determinadas políticas públicas e imponiendo límites a herramientas clave para dar continuidad a un modelo redistributivo. El incremento del déficit fiscal también restringe el aumento del gasto y compromete algunas modalidades de gestión pública. Los cambios en los procesos de integración regional, sumados a una nueva realidad proteccionista y belicista, desafían el corsé de la política exterior, condicionado por el debilitamiento del multilateralismo. La necesidad de un rumbo más elaborado y sofisticado puede abrir nuevas opciones frente a la rigidez de dos bloques nacionales claramente definidos. Algunos efectos no deseados de ciertas reformas requieren pensar en una "segunda generación", con el consiguiente desgaste político que ello implica.
Cuestiones tercas...
Cómo seguir, hace un lustro y ahora, sigue siendo la misma pregunta, aunque en un contexto de mayor inestabilidad y rigidez. El FA ha hecho un recorrido que lo devolvió al gobierno nacional, pero ese trayecto dejó asuntos pendientes. Hay desafíos que deberán resolverse al mismo tiempo que se desarrolla el gobierno. Ello requiere liderar y encauzar las inquietudes y los debates. Una condición no escrita es asumir esa labor con audacia y sensatez, con valentía y realismo. El FA necesita reconocerse en ese debate y en esas políticas, evitando caer en lo que nunca fue: ni una izquierda testimonial y anecdótica, ni una socialdemocracia edulcorada que renuncie a su identidad de origen y acción. Y tanto a más como a menos, esta no sería aún una encrucijada, pero sí un riesgo. Lo único viable es definir transformaciones sustentadas en las fuerzas sociales del cambio, con rigurosidad técnica y viabilidad política. Uruguay y el Frente Amplio se caracterizan por su vitalidad democrática, su fortaleza institucional y su capacidad de alternancia, arraigada y sólida. Más aún, si se los compara con la región y el mundo.
Sin concesiones
Óscar Bottinelli, una de las referencias del análisis político en nuestro país, ha puesto énfasis en las cuestiones emergentes del resultado electoral de 2025. La primera de ellas es el equilibrio de bloques, que no deja lugar a otra alternativa y que presenta aspectos positivos, como la posibilidad de transitar negociaciones, alcanzar acuerdos y, como conclusión, fomentar la moderación. Esto también podría leerse como una ralentización de las políticas de transformación que están en el espíritu fundacional del FA, pero no como una renuncia a ellas. Del último ciclo electoral se acentúa un factor clave: una "paridad" muy compleja, con una segmentación diferente marcada por la metropolitanización de la izquierda, resultado de no haber logrado quebrar la resistencia en el interior del país. Los retrocesos en territorios ganados y perdidos requieren revisión, para que la izquierda transforme la frustración en política eficaz. No es válido justificar el revés en la propia dificultad, pues ese es un dato apriorístico de la realidad. Tampoco lo es consolarse con lo que se fue y ya no se es. Este punto es significativo. Desde el gobierno nacional, el FA impulsó políticas que contribuyeron a profundos cambios positivos en la construcción de una institucionalidad con creciente descentralización, pero las estructuras departamentales del FA no han sabido o no han podido transformar eso en capital político. A saber: la creación de los municipios (2010), que significó un cambio histórico en la estructura del gobierno local; el fortalecimiento de las intendencias, mediante sustanciosas transferencias presupuestales, tanto automáticas como por convenios de gestión; y la consolidación del Congreso de Intendentes como espacio de coordinación intergubernamental, con mayor incidencia en la definición de políticas nacionales con impacto territorial. En concreto: aumento del Fondo de Desarrollo del Interior, sistema de transferencias condicionadas y políticas sectoriales con enfoque territorial. Así, el Frente Amplio no solo generó un tercer nivel de gobierno (los municipios), sino que aumentó las transferencias de recursos y competencias hacia intendencias y localidades. Sin embargo, la autonomía real de los gobiernos locales dependió de otros factores, como la capacidad de los gobernantes y la debilidad institucional frente al peso del nivel central. Todo ello fue muy positivo, pero los resultados de las elecciones municipales fueron pobres. El FA retuvo Montevideo, Canelones y Río Negro, pero perdió Salto. Como señala Bottinelli, el Frente gobierna territorios donde vive el 57 % de la población, pero el resultado dejó sabor a poco. Y esto, a partir de un "error muy grande de diagnóstico" por parte de la conducción frenteamplista.
Atentos al presente
Al coincidir con esta mirada, resulta claro que es necesario afinar la lectura de los procesos sociales y territoriales, para que, a partir de nuevos enfoques, no se repitan derrotas. Es preciso corregir aspectos de la gobernanza de la coalición y proyectar un reordenamiento territorial de los recursos políticos de la fuerza a nivel nacional. En este primer año, intenso y desafiante, el gobierno se ha ido afianzando, pero, naturalmente, muchas de sus dudas y opacidades han dejado situaciones que deben analizarse. No necesariamente se trata de errores, pero tampoco se transformaron en aciertos ni en respuestas naturales frente a las complejidades del acto de gobernar. Es cierto que navegar hacia puertos sin muelles es una tarea ímproba. Requiere paciencia y la capacidad de proyectar escenarios posibles para que pocas cosas sorprendan. Y, sobre todo, recordar que cada decisión política debe estar arropada por estrategias de información que le otorguen solidez y fundamentos.
(*) Publicado originalmente en El Telégrafo, 19/10/2025. Reproducido con autorización expresa del autor.
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