CUCHILLO DE PALO: Sully. Oh, my captain! My captain!

Aureliano Rodríguez Larreta

29.03.2015

La tragedia de los Alpes, más la conmoción aumentada al revelarse la causa y el causante de esta insanía, me llevan a ofrecer nuevamente al lector esto que escribí hace seis años.

No dejo de pensar en la desesperación de ese comandante que no conseguía abrir ni derribar la condenada puerta. Otra vez, vayan estas palabras en homenaje a todos los comandantes y pilotos de aviación que minuto a minuto, en todo el mundo, cuidan de la vida de millones y millones de personas.

Una pausa en la política, cuando en todo el mundo la gran protagonista de los últimos días y semanas ha sido la vida. En el río Hudson, Chesley Sullenberger III ha levantado una ola de esperanza. Eso de ser responsable por vidas humanas. Esa pasión de volar. Ese temple para conducir. Esa demostración de que el ser humano, con sencillez espiritual, puede no encontrar límites, y tocar el cielo.

La vida me ha permitido la fortuna de volar con bastante frecuencia, desde los aviones a hélice hasta los actuales. Es decir; me ha permitido ser llevado por los aires muchas veces, por aquellos que de verdad vuelan, los pilotos aviadores. Y siempre, sin proponérmelo pero invariablemente, en los salones de embarque me he detenido a observar a las tripulaciones cuando se dirigen al avión.

Sin desdeñar los uniformes más o menos elegantes diseñados para las más o menos bonitas azafatas, ni las maletas con rueditas y sus imaginables contenidos, lo que nunca he dejado de estudiar es el aspecto del comandante. Primero hay que identificarlo, pues suele distinguirse, en primer lugar por su edad. Ha de ser el menos joven de los hombres, probablemente canoso, por cierto en plena madurez, y con algunas aristas que lo diferencian de los demás.

El capitán se mueve con más "cancha", insinúa separarse un pelín de sus compañeros, casi no conversa, y anda con el aire de quien conoce cada centímetro del espacio que atraviesa. Tal vez lleve la gorra un tanto ladeada o volcada hacia atrás, y maneje su uniforme con esa soltura que sólo da la veteranía. Una vez identificado, me pongo a analizar cómo se presenta; cómo se encuentra física y psicológicamente, a juzgar por algunos signos externos.

No importa si el comisario de a bordo parece haberse ido de juerga la noche anterior, o si una azafata va medio nerviosa. Lo peor que podrá ocurrirles es volcar un café. Pero el comandante tiene que dar la total sensación de que ha descansado muy bien; su afeitado debe ser impecable, el blanco cuello de su camisa ha de brillar, y el conjunto de su aspecto y sus actitudes deben despedir tranquilidad, dominio y confianza.

Otra instancia necesaria, ya iniciado el vuelo, es aquel momento en que el capitán abre el micrófono desde su puesto de comando y se presenta a los cientos de personas a las que ha de conducir, dando algunas informaciones. "Les habla su comandante". "This is your captain speaking". La calma y la seguridad de su voz deben convencer a los pasajeros, ésos que le han confiado nada menos que sus vidas, como el más eficaz de los tranquilizantes.

Este escrutinio casi involuntario ha sido siempre mi seguro de viaje.

Días pasados, en cuanto apareció Sully en las pantallas, reconocí en él al comandante ideal, aquél al que podría identificar al instante, en el salón de embarque. Lo más corriente, cuando ocurre un accidente de aviación, es que las cajas negras revelen los detalles de la tragedia, el error humano, el fallo técnico, el pánico, la desesperación. Esta vez, las cajas negras del Hudson dieron prueba de algo admirable, que alcanza el grado de proeza por cumplirse en esa hora límite, en ese finísimo umbral que separa la vida de la muerte.

Son apenas tres minutos de diálogo entre Sully, la torre de control de La Guardia y otros aviones. No hay un error, una desatención ni una defección. Cada cual cumple su función con dedicación y presteza. Sólo que Sully ya no tiene potencia en las turbinas para aterrizar, y debe desechar todas las alternativas que se ponen a su disposición.

Las últimas palabras de Sully son "OK, nos vamos al Hudson". Se percibe entonces el drama del controlador, que ya no puede hacer más, y atina a decir: "Lo siento, otra vez". Y luego el silencio.

Sully, que ha mantenido informados del problema a sus 150 pasajeros, les previene que van a posarse en el río y que se preparen para sentir un fuerte choque. Pero él tiene todos los conocimientos y toda la experiencia del mundo para amerizar levantando la nariz del avión de manera que sea primero la parte trasera la que tome contacto, evitando una mayor colisión con la superficie y un posible hundimiento. El resto es conocido.

Un pequeño filme de la juventud del cineasta alemán Wim Wenders mostraba a un VW escarabajo que caía en un río y flotaba como una balsa, pues su carrocería era estanca. Lo mismo hizo Sully. Siempre me ha gustado volar sobre las alas y mirarlas, maravillado. A los pasajeros del Hudson los salvaron las alas de Sully.

Esto me ha hecho recordar un conocido precepto de la tauromaquia: "citar, templar y mandar". En la vida de piloto de Sully, el consejo se transforma: "saber, templar y confiar". La sabiduría y sencillez de este capitán no permiten que se le suban a la cabeza los humos de tanto homenaje. Nadie más que él debe saber que esa "proeza" se cumple todos los días en todo el mundo, y en silencio.

13 de febrero de 2009.

Aureliano Rodríguez Larreta

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2015-03-29T12:25:00

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