Caso Marisel: las palabras y las cosas
Azul Cordo
12.05.2013
El caso del asesinato de la asistente social Marisel Luis Garmendia conmocionó a la sociedad uruguaya esta semana y dio para las más variadas opiniones y adjetivaciones al respecto, no solo durante charlas de trabajo, conversaciones en el ómnibus o en la cola del banco, sino -y sobre todo- en los medios de comunicación.
Estas discusiones versaban sobre una problemática presente con la que respiramos a diario en nuestro país y a la vez mantiene una ajenidad que debería alertarnos: la violencia hacia las mujeres. En sus más variadas formas (no solo la 'doméstica'). A la que me referiría como 'violencia machista' si no fuera porque me esperan condenas por 'feminista radical'. Y estas críticas banales pierden de vista o, mejor dicho, nunca ubican en el centro del debate lo central: cuestionar el ejercicio del poder de los hombres sobre las mujeres, un poder que se sostiene culturalmente y de las maneras más sutiles.
Caso Marisel Luis: una asistente social de 31 años se encuentra en un baile benéfico en la localidad de Goñi, Florida. Un tambero, A.A.C.G., se acerca a ella y le dispara en la cabeza. Marisel agoniza durante quince horas. Fin de escena 1.
Julio 2012: Marisel Luis se acerca a la Seccional Policial N° 13 de Florida a denunciar que estaba siendo acosada por un hombre. La policía radica su 'queja'. Fin de escena 2.
Mayo 2013: Marisel Luis es asesinada de un disparo en la cabeza por el hombre que la acosaba desde mediados de 2012. Marisel había radicado una queja. La policía señala que esta no era suficiente para mantenerse alerta ante estos actos reiterados de violencia. Fin de escena 3.
Mayo 2013: El auto de procesamiento de A.A.C.G. determina, tras la pericia del psiquiatra forense que el victimario 'no es capaz de apreciar la ilicitud de sus actos'. 'Impresiona como portador de un delirio pasional y de reivindicación de tipo erotomaníaco. Este tipo de paciente tiene una ilusión delirante de ser amado'. El fallo lo declara 'inimputable' y el hombre permanece internado en el hospital Vilardebó, mientras avanza el caso. Fin de escena 4.
La escena 1 fue retratada en los primeros días con unas descripciones cercanas a caricaturizar al asesino: el lunes 6, Subrayado reseñaba la escena del crimen y entendía que 'el tambero perdió los estribos'.
También en El País, dentro de la crónica sobre el entierro de la asistente social, realizó un perfil de A.A.C.G. bajo el subtítulo 'Un ermitaño', previo a definir que: 'A.G. (el tambero) "se enloqueció" cuando vio a la mujer que acosaba desde hacía tiempo bailando con otro joven. "Lo iba a matar al novio y después se iba a pegar un tiro", dicen'.
Como 'ermitaño' lo caracteriza: 'A.G. es conocido por todos en Goñi. Este productor rural de 47 años era de pocas palabras, "ermitaño" coinciden muchos.
A.G. estaba separado de su esposa y es padre de tres hijos. Se dedicaba de lleno a su trabajo, y participaba en las reuniones de los tamberos de la zona, que como es sabido forma parte de la vasta cuenca lechera del país. Según aseguran los pobladores de Goñi que fueron consultados, la joven asistente que se había ido a trabajar a la capital se había convertido en una obsesión para el tambero.
Dado su perfil no debe descartarse que aquella noche concurrió al baile benéfico, una tradición en el diminuto poblado, sabiendo que la encontraría allí. Algunos vecinos contaron que se lo vio charlando con otros vecinos.'
E incorpora declaraciones de conocidos que salvan las culpas de A.A.C.G. y refuerzan un perfil que se distancia de un violento acosador: "No tenía problema ninguno, 're-prolijo' se portó, había tomado media 'whiscola', estaba fresco. Yo había conversado con él cinco minutos antes, era muy conocido, un tipo laburante, nunca había tenido un problema y de mujeres, menos que menos. Por eso no sé lo que pasó...", narró uno de los vecinos que aún no podía salir de su perplejidad'.
El artículo no informa que la ex esposa del tambero le radicó al menos tres denuncias por violencia doméstica y actualmente vive en otro pueblo y lleva adelante un tratamiento psicológico por las secuelas de las acciones violentas que recibió.
El manual que publicó TNU en 2012 sobre 'Líneas editoriales para el tratamiento informativo de la violencia contra la mujer' indica que: 'Resaltar en la crónica aspectos físicos o actitudes agradables del victimario, predisponen a la "comprensión" del delito. ("Es un excelente profesional, muy amable con los vecinos"). El varón violento suele apelar a un discurso convincente y elaborado que se contrapone a la dificultad que tienen las mujeres para expresar su conmoción ante la violencia. No es atenuante que el agresor sea alcohólico o esté desempleado. Hay muchos hombres sin trabajo y con problemas de adicciones que no maltratan a las mujeres. En general, las crónicas sexistas suelen hacer hincapié más en los factores que supuestamente predisponen a la agresión que en las verdaderas razones de la violencia'.
La escena 4 ameritó títulos como el de este domingo 12 en El País: 'La ley no perdona un minuto de locura'. ¿Un minuto de locura es seguir a la mujer que se acosa desde diez meses atrás hasta un baile en un pueblo, ir hasta la casa, buscar un arma, volver al baile y dispararle en la frente? ¿Perdonar?
El lenguaje construye la realidad y por tanto también construye roles y estereotipos. En el periodismo, donde el tiempo siempre nos corre de atrás, deberíamos evaluar el tipeo de determinadas palabras y adjetivos. Evaluar hasta dónde el impacto y hasta dónde construir conocimiento sobre los hechos, e incluso poder acercarle otras perspectivas a quienes leen.
Cierto es que en Uruguay está vigente la ley de Violencia Doméstica (N°17.514) y que este caso, como bien indicó la directora del Área de Políticas de Género del Ministerio del Interior, Marisa Lindner, queda excluido por no tratarse de un caso de violencia 'puertas adentro'; pero que entonces debía contemplarse como uno de 'violencia de género extrema'.
Entender, los y las periodistas primero, que la violencia de género es la que ejercen los varones hacia las mujeres por su condición de tal, por aplicar el ejercicio de poder de ellos sobre nosotras, por nuestra sola condición de mujeres, es trascendental. Para luego no calificar como violencia de género cuando una mujer agrede o mata a un varón.
Luego, bueno sería salir de la anécdota, del morbo y de la historia individual, porque esto desdibuja la cuestión social: es decir, que la violencia -en su formas física, sexual, patrimonial, psicológica- está presente en nuestras casas, nuestras oficinas, nuestros barrios, nuestro Parlamento, nuestras plazas, nuestras escuelas, liceos y facultades, nuestras calles.
Cuando se individualiza, y queda en que A mató a X, no se asume la responsabilidad social y el problema nos queda ajeno.
Otro deber de las y los periodistas sería poder recuperar aquellos casos de violencia que no llegaron a la fatalidad de la muerte, también para ver que la violencia hacia las mujeres no es solo cuando una de nosotras muere. Muchas otras sobrevivimos y esto también merece la pena ser contado. Para empoderarnos, para sentirnos menos solas, para buscar salidas, soluciones, juntas.
Hay que pensar nuevas formas de nombrar esta realidad para entender que la violencia es también, por ejemplo, pensar un recorrido de vuelta a casa que evite determinadas calles y horarios, que nos coarta la libre circulación porque queremos evitar acosos, esquinas oscuras y 'piropos' que no halagan a nadie.
Azul Cordo