Hermanos caminantes
Azul Cordo
09.07.2014
La migración de niños, niñas, adolescentes, familias enteras, que salen desde Honduras, El Salvador, Guatemala, y cruzan México hacia Estados Unidos, explotó en las manos de las autoridades, ante las denuncias por violaciones a los derechos de las personas migrantes y el encierro al que son sometidas, como en zoológicos humanos.
En las rutas del sur mexicano, primer cuello de botella de este éxodo hacia un sueño que pronto puede volverse pesadilla, los caminantes se mimetizan con otros hermanos de los pueblos vecinos que les abren las puertas de sus casas humildes, donde pueden descansar y seguir.
"Tengo un zoológico en mi estómago", describe Juan al terminar de pasar una infinita frontera.
La frontera no es el cruce de Guatemala a México; en todo caso, es todo México, y son las chapas y muros que separan los Estados Unidos Mexicanos de los Estados Unidos de América. La frontera es el tren conocido como la Bestia y los coyotes. La frontera son los soldados vaciando la única mochila que lleva una familia de cinco integrantes. La frontera son las maras violando mujeres y niñas, en cualquier retén improvisado.
La frontera se diluye en la casa de Alicia, al borde de la ruta, donde recibe a los "hermanos caminantes" que acaban de cruzar Guatemala, pero que no vienen solo desde allí. "Los de Guatemala se parecen a nosotros. Estos hermanos que están llegando, no. Estos son más altos, algunos rubios". Alicia es chaparrita: calza unas sandalias de cuero gastado, viste una falda violeta oscuro que le cubre más que las rodillas; su rostro calmo se adorna con dos pequeñas argollas plateadas que cuelgan de las orejas y peina una trenza larga que le roza la cintura.
Vienen desde Honduras y El Salvador. Golpean la madera de la puerta en plena noche cerrada, con tanta mala suerte que la luna está creciente y ni siquiera les ilumina el camino. Solo se ven sus sombras cuando Rubén abre apenas la entrada y observa sus perfiles que se recortan cansados.
Entran arrastrando los pies sobre el piso de material. Las sandalias gastadas, los pies hinchados. Alicia les prepara pronto un café y ofrece unas tortillas de maíz y frijoles negros, pero no quieren comer ahora. Tienen sed y la espalda rota de sus pasos firmes al costado de la carretera desde hace días; tantos, que perdieron la cuenta.
"Dicen que como viven allá 'no es vida'", recuerda Diego, quien también abre su casa y ofrece sus hamacas para dormir a familias enteras de migrantes que quieren llegar al norte.
"Son 50 kilómetros entre la frontera geográfica con Guatemala y la real, en Tenosique, Tabasco (México), donde se han concentrado los reflectores por los abusos a los migrantes", indica el portal Desinformémonos.
Decenas de familias caminan por la carretera; Tenosique quedó atrás. Ahora están mucho más cerca de Palenque (Chiapas, México) que de Tabasco. Solo en ese tramo ya llevan 90 kilómetros.
Antes se veían más varones y mujeres cruzando solos. Ahora hay familias: cruzan con dos, tres, cuatro niños y niñas; muchas veces son los más pequeños quienes cargan el bolso o mochila con pertenencias. Y a andar con lo puesto.
"Esto no lo había visto así antes". "Así" quiere decir en forma masiva, en decenas y centenares de familias que pueden verse andando por las sinuosas carreteras. Un fenómeno que se profundizó a este nivel en los últimos tres o cuatro meses, señalan integrantes de organizaciones sociales que defienden los derechos humanos en la región.
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La película "La Jaula de oro" cuenta la historia de tres adolescentes guatemaltecos, a los que se les suma un indígena tsotsil, que quieren cruzar México para llegar a Estados Unidos.
Si una ve la película, además de conmoverse por lo narrado, también puede afirmar: "Qué situación tan terrible estarán viviendo en sus países de origen como para atreverse a pasar por todo esto y querer llegar al Norte"; también una puede preguntarse por qué lo hacen y, finalmente, para qué. El protagonista del film, cuando logra cruzar a Estados Unidos, acaba trabajando en un lugar donde se procesa carne, escena que funciona como metáfora de lo que viven las personas migrantes en el imperio.
"No se puede hablar de migración sin hablar de economía y de Estado policiaco", afirma la periodista y activista mexicana Lydia Cacho. "Desde 1994, el Tratado de Libre Comercio ha dejado a Centroamérica y México sin posibilidades de crecimiento", añade.
"Los estudios demuestran que esa migración masiva de la infancia es provocada por el miedo a perder la vida en manos de los cárteles, de pandillas, por violencia intrafamiliar y violencia institucional. No van atrás de un sueño, sólo huyen de la pesadilla", sentencia Cacho.
Esta semana que pasó, la bomba de tiempo de los miles de niños, niñas y adolescentes que llegan a la frontera que se extiende a lo largo de tres mil kilómetros, estalló en las manos de las autoridades mexicanas y estadunidenes y visibilizó en portales de la prensa internacional que tres de cuatro menores sin acompañantes detenidos por la Patrulla Fronteriza en 2014 son originarios de El Salvador, Honduras y Guatemala: 47.017 detenidos en lo que va del año.
Las últimas investigaciones del Instituto para las Mujeres en la Migración (Imumi) de México indican que "miles de niñas, niños y adolescentes de Centroamérica y México huyen de sus países debido a que su integridad y seguridad están en riesgo". La respuesta de Washington ha sido incrementar el número de espacios con características carcelarias para encerrarles. "Esta crisis humanitaria no será solucionada si las autoridades responsables se niegan a discutir la venta de armas desde Estados Unidos, así como la demanda de drogas de ese país, las reglas del TLC y las políticas migratorias restrictivas, y si siguen negando la importancia de atajar la violencia de género y familiar en cada región", advierte Cacho.
En el estudio Niñez migrante no acompañada en la región norte y Centroamérica, el Imumi indicó que de octubre de 2013 a junio de 2014 más de 51 mil menores de edad fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza, de los cuales 12.146 son de nacionalidad mexicana y de ellos, 1.200 son niñas, según datos de la US Border Patrol Statistics (Estadísticas de la Patrulla Fronteriza de EE.UU.).
El Imumi precisó que la violencia estructural en su país de origen, la pobreza y la reunificación familiar son los principales factores que ocasionan la migración de las niñas de Centroamérica.
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Un mango cae sobre el techo de chapa de la casa de Alicia. Llueven frutas. Una cuota de Macondo respira en esta parte cercana a las montañas del Norte de Chiapas. Bajo el mosquitero blanco -una lívida protección-, Sara toma aire y luego suspira despacio. Piensa en los rincones donde debió ocultarse para llegar hasta allí. Recuerda las milpas que cruzó; cómo se mimetizó con otros mexicanos que también iban en su dirección.
Aunque la luz de la cocina estuvo prendida toda la noche, recién con el primer claro del alba divisa las figuras de sus dos compañeros de viaje, balanceándose apenas sobre las hamacas en la habitación. Alicia les ofrece un café, unos huevos revueltos, con arvejas y chile rojo, mientras unas tortillas terminan de cocerse en el comal. Una cotorra repite quejidos graciosos sobre un tirante.
La dueña de casa saca rápido a las gallinas hacia el patio trasero. Sara las esquiva cuando va hacia el baño que queda a su izquierda, al fondo del terreno. Piso de tierra, telas colgando. La puerta pequeña deja a la vista prácticamente todo su torso, pero nadie la ve. Nadie circula por la galería. Luego vuelve a cruzar el patio, bordeando la cocina, para llegar hasta la pileta y el jabón. Enjuaga su rostro, refresca su nuca, sus pómulos, su frente. Lava sus dientes con un fuerte y corto buche. Por último refresca sus pies. A veinte pasos está la ruta.
Azul Cordo