Cárcel de Libertad: los círculos del infierno. Graciela Barrera

04.08.2025

No se trata de ninguna comedia ni muchos menos de una divina, sin embargo, no puedo dejar de encontrar un paralelismo con la obra de Dante Alighieri al visitar el viejo celdario de la Unidad Nº 3 del INR - Libertad.

Un edificio totalmente colapsado que ha ido sufriendo el paso del tiempo perdiendo gran parte de su estructura original y que hoy luce convertido en una especie de colmena infame donde la oscuridad, el aire viciado y la decadencia se convierten en pena adicional para los privados de libertad que allí se alojan. Y tal es el parecido con aquella obra de la literatura clásica que a medida que se ascienden por sus pisos nos vamos acercando al cielo, que sin ser nada del otro mundo bien puede llamarse el paraíso...

Inhumano y degradante

La visita al penal de Libertad (Unidad Nº 3 del INR) había sido reprogramada desde hace un tiempo; la delegación parlamentaria de la que formé parte ese día como miembro de la Comisión Bicameral de Seguimiento Carcelario (junto a varios compañeros diputados), se dispuso a cumplir con un requisito ineludible de todo parlamentario: conocer la realidad para poder cambiarla. Una delegación que tuvo una buena representación de diferentes partidos y que entre sus asistentes tuvo al comisionado parlamentario de cárceles -Dr. Juan Miguel Petit- y a la Dra. Ana Vigna, asesora del Ministerio del Interior, una de las co-redactoras del Libro Blanco, hoja de ruta para la transformación de un sistema penitenciario que agoniza. 

En el lugar esperaba la directora del INR, Ana Juanche y un grupo de asesores, junto a las autoridades del centro penitenciario.

Bajo una lluvia que por momentos fue intensa, el tramo que nos llevaría hasta el celdario principal se realizó sin sobresaltos. Aquella enorme estructura construida en 1972 y que aloja a más de 750 reclusos, hace parte de un complejo penitenciario clasificado como de máxima seguridad en el que se alojan autores de delitos graves (en su gran mayoría homicidas y condenados por narcotráfico, estos últimos en el sector denominado "La Piedra").

Ni Dante lo hubiera imaginado así

Aquel edificio originalmente construido tras la singular fuga tupamara del penal de Punta Carretas, (conocida como "el abuso"), fue construido sobre enormes pilares que impidieran cualquier intento similar a aquella mediante túneles. Sus primeros moradores fueron los presos políticos que fueron alojados durante el período de la dictadura cívico militar que sufrió nuestro país.

Una vez recuperada la democracia, el lugar se llenó de presos comunes que rápidamente fueron incrementándose sin que ningún gobierno pudiera detener esa tendencia sino todo lo contrario. Con el tiempo y tras un motín que destruyó aquellas instalaciones, la estructura del lucernario y sus diferentes pisos con andariveles que recibían luz natural, se reconvirtieron en espacios lúgubres y oscuros a los que pesadas losas compusieron cada una de las plataformas que cerró el paso de la luz y sumió en una oscuridad casi absoluta a los pisos inferiores. Enormes planchadas de hormigón sellaron cada piso en un intento por evitar la comunicación entre los mismos, convirtiendo esos lugares en verdaderas cuevas.

La desidia, la falta de controles, el sostenido abandono presupuestal para atender la privación de libertad fue deteriorando este lugar hasta convertirlo en uno de los peores en materia estructural junto con "las latas", cerradas definitivamente por el fallecido Eduardo Bonomi.

Del infierno al ¿cielo?

El infierno se hace presente desde el primer piso, no hay espacio para purgatorio alguno que pudiera prepararnos para lo que veríamos ni bien iniciada la visita. La oscuridad, la humedad, la falta de higiene, la precariedad de las instalaciones eléctricas, forman un combo perfecto de lo peor que uno pudiera imaginar como espacio de castigo. Detectada nuestra presencia las mirillas se llenaron de rostros y manos que requerían nuestra atención. Aquellos rostros nos interpelaban de forma urgente. Poco nos importaba saber que estaban allí porque habían cometido delitos aberrantes. Mantenerlos en esas condiciones no solo es inhumano, es una tortura que los aleja de cualquier intento rehabilitador que se proponga.

Ese piso es el de seguridad, allí están los que requieren ser protegidos porque corren riesgo de vida por amenazas recibidas en la misma cárcel que ocupan. Deudores por consumos que no pagaron, vendetas que acarrean desde el afuera, o vaya uno a saber las razones. Todos los allí alojados tienen algo que les impide la permanencia en otros sectores menos lúgubres que este. 

A medida que ascendemos por las escaleras la luz mejora en calidad, así como la limpieza y estado de las celdas. Nada como para elogiar demasiado, pero notoriamente superior al infierno de aquel primer círculo. Cada piso se supera a sí mismo hasta llegar al último donde el lucernario original deja pasar la luz junto con la lluvia en razón de la ausencia de varias chapas que se aprecian de forma notoria. Comparado con el resto del celdario podemos decir que es el cielo, pero a poco de conversar con algunos de los allí alojados concluimos que es un piso que comparte similares calamidades con los anteriores, haciendo que este supuesto cielo fuera otro círculo más del mismo infierno.

La tranca o la falta de patio es la regla común en todos los círculos de este infierno uruguayo, donde la falta de recursos humanos lleva a un modelo de gestión deficitario y en el que la proporción de operadores penitenciarios es notoriamente inferior a la de policías. Algo que confirma que la gestión está enfocada casi que exclusivamente en la seguridad y no en la rehabilitación propiamente dicha.

El encierro es la única medida que se aplica en un espacio donde las condiciones de reclusión son de las peores que se pueda imaginar sistema penitenciario alguno. Sabido es que el nivel de hacinamiento actual no permite la clausura definitiva que aconsejan las autoridades, pero es prioritario cambiar este panorama cuanto antes.

La ausencia de patio es un reclamo que se repitió en todos los pisos visitados, junto con la ausencia de materias educativas para cursar por parte de los internos. Muchos de ellos relataron que durante la pasada administración se redujo notoriamente la cantidad de materias comparado con las que tenían hasta fines de 2019. Si no tienen patio, ni comisiones laborales y/o educativas, y la única alternativa es la celda bajo llave, poco podemos esperar de su estancia en la prisión como un proceso que los rehabilite. ¿No?

Madre con coraza

Hay mucho por hacer en el sistema penitenciario, pero cerrar estos círculos del infierno que representa el celdario de Libertad debiera ser una prioridad. No es posible rehabilitar a nadie si lo mantenemos 24/7 encerrado, en un ambiente viciado, sin la mínima posibilidad de higienizarse (algunos no se bañan hace 6 meses), sin un colchón o una frazada.

Cada vez que concurro a un centro penitenciario me armo de una especie de coraza que me aleja de ser la mamá de Alejandro, no sé cómo, pero lo hago y eso me permite ver esas realidades despojada de todo rencor o sentimiento negativo. Duele tanto perder a un ser querido que entiendo a quienes no reaccionan como yo, porque yo estuve en ese lugar y sé lo que se siente, pero entendí que tenía un papel que cumplir y que podría ayudar a que otros no sufrieran lo mismo. Por eso, sin dejar de entender que quienes cometieron delitos aberrantes (con daños muchas veces irreparables), deben pagar su pena, creo que es mejor hacerlo de manera que comprendan que hay un camino diferente que se puede transitar sin que nadie termine lastimado. Un trayecto que les permita entender que no hay derecho a causar un daño a otro, que hay alternativas para resolver conflictos y que no puede ser el crimen o el delito una forma de vida.

La visita nos dejó el sabor amargo de una realidad muy dura de un sistema penitenciario en estado terminal que urge atender. Fue una visita muy removedora para todos, y me permito afirmar que sirvió para sensibilizarnos al punto de asumir el compromiso de trabajar incansablemente por cambiar esta realidad. Sin banderas políticas, con sentimiento republicano y humanista, que permita reconstruir un sistema de privación de libertad como el que pensó el constitucionalista. Una cárcel que no mortifique a sus presos, sino que persiga "la reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito" (Art.26 Constitución Nacional). 

Abrigo esperanzas de que esta penosa realidad la vamos a cambiar, con pequeños pasos, pero haciendo camino al andar.

 

Graciela Barrera. DiputadaMPP - Espacio 609 - Frente Amplio

Columnistas
2025-08-04T10:47:00

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