Por qué el astori-bergarismo es más necesario que nunca
Carlos Pérez Pereira
02.02.2024
Cuando Danilo Astori, en vísperas del primer gobierno del FA, fue designado como futuro ministro de economía del previsible gobierno de Tabaré Vázquez, muchos respiraron hondo, y tranquilos. ¿Qué quedó de aquellas enseñanzas, ya que dispensamos tantos halagos al Contador y su política?
Hoy, a la luz de un escenario de cambios, habría que ver cuál es la capacidad pulmonar de algunos para recuperar el aire, calmarse y otear el horizonte más allá de junio, octubre y noviembre. No será fácil emular a Tabaré, por más que se lo cite casi a diario.
Dicho de otro modo: hay que ver cuál es la capacidad de timonear la nave en el mundo difícil que se viene. Porque el próximo gobierno se topará con grandes dificultades, y habrá que saber lidiar no solo con una situación nacional estancada, sino también con muchos factores negativos, que lanzarán a nuestra barcaza por aguas procelosas. Como dirían allá por Punta de Mangueras: no es pa cualquiera la bota de potro.
El anuncio del ministerio de Astori, fue calificado como un "manotazo inteligente" en la estrategia electoral de la izquierda, para llegar al gobieno. "Decisivo", dirían después los entendidos. El beneplácito no fue solo de los actores económicos y fianacieros que mueven los hilos de la sociedad (muchos a regañadientes y obligados por la realidad). También esa elección provocó que mucha gente optara por una propuesta de izquierda para un nuevo gobierno. La mayoría se jugó por un cambio, y en esa actitud definitoria, pesaron las personalidades de Tabaré y de Astori. Un cambio (con estabilidad y racionalidad) era necesario y ambos eran su garantía; había que dar un fuerte golpe de timón a la situación caótica a la que habíamos llegado, merced a los descalabros de los últimos gobiernos de la centro-derecha.
Asumido el gobierno, el cambio vino casi de inmediato. Con una crisis estructural que llegó al límite de la resistencia (sostuvieron el mostrador el hermano pianista de Jorge Batlle, amigo de Busch, y la buena gestión del ministro Atchugarry), cuando ya los partidos tradicionales se quedaban sin estrategia para encontrar salidas, aparecía una izquierda enérgica, innovadora, racionalmente ubicada en un contexto nacional e internacional hostil, con crisis globales galopantes y a punto de estallar. Y se plantó firme, ordenó la economía nacional, higienizó su sistema bancario estatal y equilibró las cuentas fiscales, pagó las deudas vencidas e inició el ahorro de fondos. De los muros de la ciudad desapareció, como un milagro, la repetida consigna NO AL FMI. Se recuperaron las carteras incobradas e "incobrables", se asentó al BROU que pasó a ser el primer Banco de plaza y uno de los más importantes de Sudamérica, y se aplicó un agresivo sistema tributario (paga más el que gana más) que renovó los fondos públicos, de modo de poder financiar una política social con recuperación de salarios, jubilaciones y pensiones. El desbloqueo de las fuerzas productivas, mediante ágiles políticas de inversiones útiles, multiplicó por cinco el PBI, pero, a diferencia de otras multiplicaciones, esta vino con redistribución de los beneficios. Y hubo un crecimento del salario REAL en más de un 43%, en menos tiempo del que pudo preverse.
Pero no todos los bueyes tiraban en la misma dirección y con la misma energía. Esa política astorista tuvo que confrontar no solo a la oposición natural de la derecha humillada y ofendida, sino que además debió resistir el francotiroteo del "fuego amigo", proveniente de las propias baterías ubicadas de este lado la línea de separación. Y vimos fenómenos como el "doble gabinete", atrincherado en una OPP que tomó por su cuenta y orden la administración de las empresas públicas (haciendo rabiar a Astori), más planteos trasnochados de los autodesignados "economistas de izquierda" (otro palo para Astori), algún planteo cuasi-ezquizoide de "gobierno en disputa", que luego se transmutó en un silente pero fuerte barboteo de "un Frente Amplio en disputa", el uso indiscriminado y sin planes a corto y mediano plazo de inversiones futuras (todos sabemos cuáles son, cuáles se cumplieron y cuáles quedaron en el camino, generando espectativas frustradas y gastos innecesarios).
Y Tabaré, Danilo y Mario Bergara salieron adelante y, si bien el segundo gobierno del FA, el de Mujica, fue más apronte en la línea de partida que concresión de un programa de cambios, resistió el embate. Tanto y tan bien había sido el gobierno de Tabaré, que Mujica hasta pudo lucirse haciendo un buen gobierno, que solo tuvo que mantenerse por encima de la línea de flotación y un buen desempeño comunicacional, sobretodo en los escenarios internacionales. Pero las circunstancias negativas se fueron acumulando (disminución de precios de commodities), y no permitieron que el desarrollo desatado, siguiera adelante y el PBI se mantuvo en los mísmos guarismos. Y hubo que regresarlos al ruedo de la Economía. Cascoteados, heridos, maltrechos, al punto tal que a Danilo hubo que contenerlo cuando, a raíz de su enfermedad, insinuó el retiro definitivo de la política. Y luego a Tabaré hubo que ir a rogarle, frente a su propia casa, para que agarrara viaje por segunda vez, porque, como dijo en su momento, con total lucidez, Lucía Topolanski: ganaremos el tercer gobierno si Tabaré se decide a ser candidato. Si no es así, la veo difícil.
Lo cierto y concreto es que, tanto en el ambiente doméstico como en el contexto regional o mundial, las crisis frecuentes son como arrugas en el tiempo, que no vaticinan salidas rápidas, por más vértigo que se pongan en las palabras, en los discursos y aun en los programas. Y es muy distinto decir (y sentir) que el Frente saldrá solo de las dificultades, que pensar hoy en acordar políticas en las que podamos convenir con quienes serán nuestra oposición. Por ejemplo, en asuntos de seguridad, que debería ser acordado ya con todos los partidos. Un gobierno del FA tendrá la misma o peor situación que la que padece actualmente el gobierno de la coalición. No debemos actuar como lo hicieron ellos: nos ganaron prometiendo soluciones inmediatas, y lo que hicieron fue escupir para arriba. No es buena política engañar a los votantes.
Y cuando Mario Bergara plantea que no hagamos lo mismo porque nos costará caro, desde nuestras propias tiendas salen las voces contrarias. No ha lugar. Veremos qué pasa. O sea: nos la buscamos.
Entendamos que no es más radical el que poda las ramas, que el que prepara la tierra para el crecimiento de la planta. Tarde o temprano, como Lucía Topolanski, alguien irá a golpear la puerta donde habita el espíritu de Tabaré, a ver si sale a cargar en sus hombros el desafío que no podemos enfrentar.
Y es que el astori-bergarismo (bien definido por un militar que sabe de estrategias, aunque de derecha) sigue estando vigente. Y sería necesario que lo entendieran, no solo quienes hemos decidido votar por Mario Bergara, sino también por quienes, buscando polarizar la contienda, nadan a contracorriente del frenteamplismo que rechaza toda polarización.
Quisiera que fuera ahora que esa visión estuviera integrada a la estrategia de todos los candidatos y de todos los frenteamplistas, para dejar de apelar a las pataditas por debajo de la mesa entre nosotros. Saber que esa presencia es mejor antes de las elecciones, con honestidad y con la verdad a la gente. Y no después, cuando las falsas radicaleces se agoten y tengan que golpear a las puertas pidiendo ayuda y gritando disculpas por los exabruptos amigos, dichos en estos días, en seco o con vaselina.
Carlos Pérez Pereira
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias