La delgada línea separatoria entre un frente y el sectarismo del pensamiento único

Carlos Pérez

11.12.2018 09:38

Consenso, disenso y unidad son (los tres juntos) condición indispensable para la existencia de un partido político, producto y productor de cambios sociales. Una organización política que no refleja en su interior las propias contradicciones de la sociedad de la cual emerge, corre el riesgo de transformarse en una secta separada de los intereses a los cuales dice representar.

Por más que la moderna politología y otras ciencias sociales me quieran convencer, no hay caso. Los partidos políticos (organizaciones surgidas para la lucha por el poder) siguen siendo -cada vez más- producto de intereses de sectores, estamentos, franjas, grupos, etc., formados por ciudadanos que, en última instancia, son integrantes de clases sociales de una sociedad dada. A veces se juntan y forman frentes políticos; otras veces expresan solo a un segmento social determinado.

En una sociedad conformada por sectores con intereses diferentes, como son todas las sociedades capitalistas, necesariamente, para hablar en clave de democracia republicana, los partidos son frentes políticos para la lucha por el gobierno (poder político). Difícilmente expresen a un solo estamento y, si quieren llegar al gobierno mediante sus programas, deberán aliarse con quienes no tienen todos los intereses en común. Algunos sí, otros no. Y en la correcta articulación y equilibrio entre los consensos y las demandas sectoriales, radica la posibilidad de vida o de muerte de un frente político, o de un simple acuerdo entre partidos o sectores.

Los programas de esos partidos deben contemplar los intereses de sus aliados, si quieren llegar al gobierno mediante acumulación de votos. Como ejemplo tenemos la experiencia del Frente Amplio de Uruguay. Este frente, cuando surgió en 1971, tenía un programa bastante acotado para construir alianzas efectivas, por lo que debió licuarlo considerablemente, durante los años ochenta y noventa, para intentar aproximarse al gobierno. Como todos saben, aquellos discursos en los que se planteaba la nacionalización de la banca y del comercio exterior, de cambios en los parámetros de propiedad de la tierra, etc., ideas de corte socializante (no "socialistas") poco a poco fueron cambiando. Se dejaron algunas banderas, caras a la izquierda tradicional, para ir hilvanando propuestas más amplias. El maximalismo radical, proto-socialista, pasó a planteos diluidos, con contenidos genéricamente conocidos como de "democracia avanzada" "progresistas" o "de avanzada". En general, el mismo esquema, con matices locales, se reprodujo en otros países (Ecuador de Correa, el Brasil de Lula, Bolivia de Evo Morales, Venezuela de Chávez, Argentina de Néstor Kirchner, Nicaragua de Ortega y Uruguay de Tabaré Vásquez). Si la izquierda no hubiera hecho esto, hubiera permanecido como fuerza testimonial, quizás aceptada por quienes agitaban ideas tan principistas como impracticables.  Pero este no es el tema que me ocupa ahora, aunque sirve de premisa para lo que diré a continuación.

Pero además, un frente político debe reflejar en su organicidad la suficiente flexibilidad para permitir que se expresen internamente las diferencias principales que existen en la sociedad de la cual es producto y productor. Una organización que se vuelve selectiva, elitista, solo receptiva de pensamientos homogéneos, sin fisuras, impermeable a la sensibilidad (en otras épocas le llamaría "contradicciones") de la propia sociedad que le da vida, tarde o temprano se transformará en una secta inflexible, dogmática, refractaria al disenso, blindada a los desacuerdos. Y eso es lo que no ha sido y no es el Frente Amplio, por lo menos en el que conozco desde siempre y en el que estoy ahora. Aunque en algún momento le han quitado dramatismo a demandas muy fuertes de apertura de cerrojos que, a entender de los demandantes, bloquean el ejercicio de la democracia interna, imprescindible para la vida de la organización y su proyección como representación política del pueblo. Y esto también es real. Aunque sigue vigente la idea de que es en la lucha interna permanente donde hay que poner una atención constante a esa premisa que le da vida y energía, para posicionarse en el escenario político y llegar al gobierno por cuarta vez. Un frente político nunca puede ser imposición, sino permanente búsqueda de consenso, ese concepto al que era tan adicto el general Seregni y al que quería llegar "empecinadamente" siempre, contra viento y marea, y por lo cual entregó hasta sus últimas gotas de energía. Es la premisa indispensable para lograr la acción política común. Seregni comprendió mejor que nadie que ahí estaba la esencia, es decir, la vida del Frente Amplio que él, más que nadie, contribuyó a crear y, sobretodo, a mantenerlo en el tiempo. De allí que entre dejar que funcionen con naturalidad los disensos e impedir que se expresen en discusiones francas y abiertas, hay una delgada línea de separación que no hay que rebasar, para evitar volcarse hacia el lado equivocado de la barranca. Es una línea tenue, fácil de pisotear si no estamos atentos a mantener el principio de la unidad en la divergencia, que pregonó Liber Seregni hasta su muerte.

Carlos Pérez Pereira

Columnistas
2018-12-11T09:38:00

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