Hacete cargo. Sacate la careta que no estamos en carnaval.

Carlos Pérez

23.12.2018

Según informes recientes de organismos internacionales especializados en el tema, la Humanidad ya llegó al punto donde el 1% de la población mundial detenta un patrimonio mayor que el 99% restante. ¿Nadie se hace cargo de esta inequidad en el planeta?  Y no. Los Eischmann del capitalismo miran para otro lado. Son meros administradores del exterminio global. 

La izquierda (incluyendo allí todo lo que no sea derecha o centro derecha, para abreviar) ha tenido, históricamente y hasta el momento, más derrotas que victorias. Mejor dicho, no ha tenido ninguna victoria, por lo menos duradera y representativa de lo que entendemos como "objetivo fundamental" de su propuesta: mejorar las condiciones de vida de la especie humana, a nivel global. Porque en este asunto los resultados parciales no cuentan, o cuentan poco. Las estadísticas, que revelan los índices de pobreza y miseria de vastos sectores de la Humanidad, así lo evidencian. (Vaya: la curva descendente de la década anterior coincidió con el auge de los llamados gobiernos progresistas de América Latina. Ya están diciendo que es una mera casualidad histórica, irrelevante). Habíamos estacionado en una meseta, pero hace ya un par de años la curva ascendente de la gráfica volvió a dispararse.  Y eso aún definiendo la pobreza de acuerdo con los parámetros fijados por las NNUU, porque si el análisis se hace de acuerdo al reparto de los bienes de producción, consumo y servicios (llamémoslo PBI planetario), la realidad es más brutal todavía. La consecuencia inmediata de esta apropiación masiva y privada de los beneficios de la producción, de los avances tecnológicos y científicos, sin distribuirlos a la población del mundo, ya es conocida: más hambre, más mortandad por enfermedades, más vidas miserables. Lo cual hace que aquel porcentaje deje de ser una noticia de puro impacto moral o ético, para ser un escándalo de nivel de deflagración planetaria. Si miramos por la consecuencia de los muertos resultantes de este genocidio, allí hay varias bombas de Hiroshima cayendo al mismo tiempo sobre la Humanidad, todos los días. O varios campos de concentración estilo nazi, diseminados por anchos espacios de continentes pobres. Son números que, por sabidos y manejados, se vuelven banales. Y eso es lo peor, mil veces peor que la banalización de los crímenes del nazismo, que nos describiera la brillante escritora Hannah Arendt. Es un crimen sin criminales, solo con víctimas; un genocidio, sin genocidas. Nadie se hace cargo, los responsables miran para otro lado, no les incumbe, no es su problema. Los culpables, los Eischmann del capitalismo, solo son meros administradores burócratas de esa empresa global de exterminio de la especie.

La izquierda insiste en cambiar este mundo, con una terca búsqueda de los mecanismos adecuados para la empresa, que ha demostrado no ser fácil. Y reconozcamos que en sus intentos se ha equivocado más de una vez; y en su nombre se han cometido crímenes horribles. Millones de personas han sido asesinadas, torturadas, sacrificadas, so pretexto de seguir adelante en los caminos comenzados y difíciles de transitar en una lucha feroz contra un enemigo muy fuerte. De eso no hay duda y hoy nadie debería negarlo, aunque por allí aparezcan fundamentalistas trasnochados que mantenga una pugnaz resistencia a aceptarlo.  

Sin embargo hay una diferencia sustancial: mientras que la izquierda es capaz (no siempre y a veces tarda) de reconocer sus errores, y hasta sus horrores, la derecha, defensora del capitalismo, carece de esa virtud. Y digamos con todas las letras: tampoco pretende tenerla; ni le pasa por la cabeza. Y la explicación es sencilla: no puede reconocer como error algo que es la esencia misma de su existencia. El capitalismo en sí mismo es un sistema de organización económico-social de terror, sanguinario, causante de las mayores injusticias (a niveles de genocidio) para la especie humana que puebla el planeta Tierra. Y nadie se acepta a sí mismo como lo que niega ser. Ningún sistema económico social, aplicado a plenitud y en beneficio de quienes lo sustentan, se suicida, reconociendo las consecuencias nefastas de su propia existencia. No lo pueden hacer tampoco los partidos que defienden el statu-quo del sistema. Hablarán de otros temas: de las leyes, del republicanismo, de derechos ciudadanos o humanos, o de bueyes perdidos, pero no pondrán en entredicho sus fundamentos ontológicos. Mientras que la izquierda puede hacerse cargo de los crímenes cometidos por quienes dijeron o dicen compartir sus ideas, y hasta puede proclamar que esos fenómenos puntuales son desviaciones lamentables del tronco original del marxismo y la socialdemocracia, en el otro bando es inviable exigir la aceptación de que los más grandes crímenes de la Humanidad son provocados por el sistema capitalista, con sus reglas de exclusión, de marginación social, de explotación de las riquezas en beneficios de unos pocos y en detrimento de la mayoría de la población planetaria. ¿Cuántas muertes se han cometido en la lucha por el reparto de las riquezas en el planeta, y por su distribución? ¿Cuántos pueblos han sido sojuzgados, esclavizados y hasta eliminados del escenario, para permitir la imposición del la ley del libre mercado, el robo de tierras y riquezas ganadas por derecho de conquista para solventar desarrollos de fuerzas productivas de países poderosos? ¿Quieren calcular esa deuda? Sería una tarea ciclópea hacer ese conteo, pero bastaría mencionar, solo a vía de ejemplo, las guerras mundiales ocasionadas (que no son solo la primera y la segunda) por algunos de los factores mencionados. Ni hablemos de las conquistas de América y África, o de otros territorios donde vivía una parte importante de la especie Homo Sapiens, luego reducidos a la nada histórica.

En algunos casos, y no siempre en la esfera de la filosofía política, aunque emparentada con ella y en esferas que se interfieren, hay doctrinas conservadoras (y aún progresistas) que reconocen conductas anómalas de parte de sus seguidores. Es el caso, por ejemplo, en el plano religioso, de la Inquisición católica y su acción punitiva entre quienes, durante la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, disentían con la doctrina oficial de la Iglesia. O las oleadas de asesinos que invadieron, a sangre y fuego, las zonas de Asia Menor con la cruz en una mano y la espada en la otra, para devastar, robar y matar gente en nombre de de Dios y con la excusa de recuperar la Ciudad Santa. Desde luego, ambas actividades son duramente censuradas por los católicos modernos, como una "desviación" a los principios de la Religión Católica. Sí, de acuerdo, convengamos que se trató de desviaciones en la línea de conducta principal de la doctrina de la Iglesia. ¿Pero por qué niegan que se pueda manejar el mismo criterio de desviación de las concepciones iniciales del marxismo? Por ejemplo lo que fue la frustrada experiencia soviética, sobretodo en su fase estalinista; o también la conducta genocida de Pol Pot en la antigua Camboya. ¿Para ellos vale la autocrítica y el reconocimiento y para otros no sirve?

El día que las derechas dejen su hipocresía de lado y saquen a la luz su verdadero pensamiento, entonces estaremos en mejores condiciones de ver cómo concebimos un cambio real en las condiciones de vida de todos los habitantes del planeta. Mientras no se hagan cargo y escondan sus verdaderos designios elitistas, egoístas, segregacionistas, la cuestión será más difícil. En Brasil, por lo menos, algo ha salido a luz, la derecha se ha sacado la careta quizás como nunca lo ha hecho en otros sitios. Esperemos que esta claridad sirva para que los pueblos se den cuenta por dónde deberán venir los cambios reales.


Carlos Pérez

Columnistas
2018-12-23T20:29:00

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