Bueno, bonito y barato: La actividad física como estrategia para prolongar y mejorar la vida
Carlos Vivas; Homero Bagnulo
07.09.2019
En estos últimos años se ha insistido por parte de reconocidas organizaciones sobre la importancia de la actividad física como promotora de una mejor calidad de vida, e incluso como determinante de una menor mortalidad.
Esto último específicamente vinculado a afecciones cardiovasculares y a ciertos tipos de cánceres. Sin embargo, la evidencia científica que apoyaba estas recomendaciones no era de buena calidad y se insistió por parte de diversos autores que en la distintas evaluaciones se entremezclaban conductas diversas, por lo que las mejoras no podían atribuirse únicamente a la actividad física. Por tanto, se consideró que las personas que desarrollaban actividad física eran "usuarios saludables", lo que implica que el mismo adopta simultáneamente varias conductas recomendables (dietas , consultas medicas frecuentes y precoces, evitar tabaco y alcohol, etc), por lo que era difícil atribuirle dichos beneficios únicamente al ejercicio físico .
Por tanto son muy bienvenidos varios trabajos publicados en el trascurso de este año, cuyo mejor diseño aporta sólidas evidencias en cuanto a los beneficios de la actividad física. Consideramos de interés resumir los hallazgos de un par de ellos muy recientemente publicados: A.Mok y sus coautores acaban de publicar (British Medical Journal 26 de junio 2019 : Physical activity trajectories and mortality: population based cohort study), sus resultados sobre la relación entre la actividad física y la mortalidad para un grupo de 14.599 hombres y mujeres, cuyas edades oscilaron entre 40 y 79 años. Estás personas fueron seguidas promedialmente durante 12 años y medio. Dicha cohorte provenía de la ciudad de Norfolk (Gran Bretaña) y forma parte de un proyecto prospectivo europeo sobre investigación en cáncer y nutrición. Las personas fueron reclutadas entre los años 1993 a 1997 y se les realizó un cuestionario al año y medio, a los 3 años y medio y a los 7 años y medio. Mediante estos cuestionarios se tomaron medidas reiteradas en cuanto a la actividad física, especialmente si dicha actividad se incrementaba, se mantenida incambiada o disminuía. También se evaluó la actividad ocupacional de acuerdo a 3 niveles: 1)- desempleado u ocupación sedentaria, 2)- trabajar de pie, 3)- actividad física u ocupación manual. Se midió mediante cuestionarios ( calibrados con medidas de movimiento y frecuencia cardíaca ) la actividad física que se clasifico en 4 categorías.
Los resultados que los autores comunican son impactantes. Comparando con aquellos individuos que fueron consistentemente inactivos durante todo el seguimiento las personas que mantuvieron una actividad física mediana presentaron 28% menor riesgo de mortalidad por cualquier causa. Los que desarrollaron elevada actividad física alcanzaron un 33% de menor mortalidad respecto a los inactivos. Lo que los autores tomaron como actividad física moderada se compara cercanamente con la recomendación de la OMS de 150 minutos a la semana, mientras que la actividad física elevada es de una hora diaria o más. También se comprobó un gradiente de dosis - respuesta en relación de los niveles basales de actividad física. El riesgo de mortalidad fue menor cuando las personas incrementaron su actividad física, tanto para los de escasa, mediana o elevada actividad; el riesgo de mortalidad disminuyó un 24 % para los de baja,38% para los de mediana y 42% para los de alta. Cuando las personas de la cohorte disminuyeron su actividad, perdieron parte de los beneficios, pero a pesar de ello aún mantienen un menor riesgo de mortalidad respecto a quienes se mantuvieron todo el tiempo inactivos.
Otra estimación a la cual arribaron es que si la entera cohorte hubiera permanecido inactiva todo el tiempo, hubiera habido 24% de muertes adicionales (la mortalidad global de los 14599 pacientes fue de 2840 fallecidos). Dado el estricto seguimiento del grupo, los autores pudieron independizar la actividad física de otros factores de riesgos, tales como la calidad de la dieta, el índice de masa corporal, la presión arterial , el colesterol, los triglicéridos y el tabaquismo.
La disminución de la mortalidad global se explicó en gran medida por una significativa disminución de la mortalidad cardiovascular y también por una disminución , aunque menor, de la mortalidad por cáncer. Otro elemento muy destacable fue que la disminución de la mortalidad se comprobó tanto en aquellos que no presentaban enfermedades al inicio del estudio, como en aquellos que sí presentaban antecedentes de afecciones previas.
La conclusión más destacable se refiere al beneficio en longevidad que se obtiene por el incremento o el mantenimiento de una actividad física moderada o alta, sostenida en el tiempo. Este beneficio es cuantificado por los autores en un 24% de menor mortalidad de todas las causas. Se valida la recomendación de las Guías de la OMS respecto al desarrollo de una actividad moderada mínima semanal de 150 minutos, lo que para la población es relativamente fácil de cumplir. Se alcanzarían beneficios adicionales realizando 300 minutos por semana de ejercicio físico. Todo lo cual puede ser realizado por diferentes actividades durante el trascurso de la semana. Otro hallazgo de interés es la demostración de que cuando se abandona la actividad física por parte de personas previamente activas, no se pierden todos los beneficios adquiridos, si bien la longevidad disminuye en relación a aquellos que mantienen su nivel de actividad. También importa recordar que aún las personas enfermas, se benefician de la realización de actividades físicas.
Pero este estudio abre un nuevo interrogante que ya algunos autores se habían planteado previamente. Cuáles serían los otros mecanismos potenciales que explicarían los efectos del ejercicio , más allá de los ajustes cardio metabólicos que promueve. Se han propuesto diferentes mecanismos potenciales, pero ninguno parece tener una comprobación indiscutible ( mejora en las funciones vasculares, mejora en las funciones del sistema nervioso autonómico, cambios en el perfil lipídico, etc). Los beneficios en la longevidad se vinculan en mayor medida a la prevención de muertes cardiovasculares. Sin embargo, también reflejan una menor mortalidad por cánceres, aunque esta asociación es más débil, lo que podría vincularse a la etiología diversa de esta última afección.
Pero el ejercicio físico no solo prolongaría la sobrevida, sino que además implicaría una mejor calidad de la misma. Eso es lo que nos describe otro interesante artículo, publicado en JAMA Neurology el 15 de julio del 2019 por investigadores del Sunnybrook Research Institute de Toronto Canada (J . Rabin y otros: Associations of Physical Activity and B-Amyloid With Longitudinal Cognition and Neurodegeneration in Clinically Normal Older Adults.). Dichos autores siguieron 182 pacientes durante 8 años, que provenían de la cohorte del estudio de Harvard sobre envejecimiento cerebral. A todos ellos se les había medido la sustancia Beta- amiloide por tomografía de emisión de positrones . La actividad física se midió mediante podómetro. La cognición fue medida anualmente mediante escalas cognitivas. A la finalización del estudio los autores comprobaron que la mayor actividad física se vinculó a una menor declinación de las actividades cognitivas y menor volumen de pérdida de materia gris. El efecto se observó ya desde los 8.900 pasos por día. Al igual que en el estudio anterior los mecanismos incriminados en el beneficio vinculado a la actividad física, se desconocen .
Estos dos estudios analizados y algunos otros también de reciente publicación aportan elementos altamente confirmatorios de la importancia de la promoción de la actividad física como una estrategia sanitaria de la mayor importancia. Se hace necesario educar a la población a este respecto y proporcionar los medios adecuados y las oportunidades para la realización de actividades físicas seguras y estimulantes.
Dres. Homero Bagnulo; Carlos Vivas