¿Somos lo que hablamos?
Consuelo Pérez
07.11.2013
En concordancia con el paulatino y sostenido descenso de la calidad de nuestra educación pública, constatamos a diario que el uso del idioma se va deteriorando inexorablemente, al punto de que términos o expresiones reservadas otrora para los insultos, forman parte habitual de las comunicaciones formales, y hasta institucionales o de colectivos relevantes.
“La lengua española es rica en expresiones idiomáticas” sentenciaba un profesor en un programa humorístico de nuestra TV de los años setenta, cuando intentaba enseñar el arte de expresarse correctamente a su parco alumno.
Jugábamos en nuestra adolescencia a quién encontrase más sinónimos para unas palabra determinada, mucho antes de que nuestro “mouse”, nos lo proveyese con un simple clic en el botón derecho.
Es que expresarse correctamente, o encontrar la palabra adecuada ha sido en otros tiempos un desafío que enfrentábamos a diario, y eso valía para todas las instancias: en la escuela, en el liceo, en la universidad, en “el boliche”. En la reyerta más acalorada o en el amor...
“No tengo palabras para expresar lo que siento” era entonces una declaración de impotencia ligüística ante el reconocimiento de no encontrar la mejor forma de expresar algo trascendente.
Es que nuestro lenguaje, que dispone de un idioma fonético para expresarse, nos distancia de los animales.
Ciertamente, si conocimos y recordamos la excelente intervención de Roberto Fontanarrosa en el lll Congreso Internacional de la Lengua Española en su “Amnistía para las Malas Palabras” – por supuesto que disponible y sin desperdicio en la web - quizá compartamos el criterio de que no existen buenas o malas palabras, sino que directamente existen palabras, y está en nosotros la forma en que las usemos.
En ese sentido, y a modo de ejemplo, en la obra del escritor Charles Bukowski, conocido por el apodo de el “viejo indecente”, el uso de “palabrotas” o “malas palabras” es habitual, y forma parte de su irreverencia hacia las normas del buen comportamiento y la moral atribuibles al establishement . Es su visión y su forma de trasmitirla. Se toma o se deja. No hay por supuesto obligación de leer la obra o de compartirla, y no deja de ser por lo expuesto un virtuoso en el uso del lenguaje.
La cosa empieza a complicarse cuando la palabrota pasa a ser un instrumento habitual para comunicarnos, o para intentar trasmitir un concepto o pensamiento.
Cuando el uso inadecuado del idioma, y el alarde del mal uso es una constante, hay que preocuparse.
Cuando el niño y el adolescente utilizan cada vez menos palabras, y las que usan son inadecuadas, son escritas con faltas de ortografía o directamente no existen como tales, recordamos que la educación está en franco deterioro, y que sin educación no hay futuro.
Cuando en los medios de comunicación empiezan a repetirse textualmente palabrotas proferidas antes por personajes públicos, sindicalistas o dirigentes de partidos políticos, y que no gozan del contenido estructural que les hubiese dado un Charles Bukoski, y son sólo eso, palabrotas, quizá nos entristezcamos.
Y cuando encumbrados y muy encumbrados – por su cargo - funcionarios públicos – porque su sueldo es pagado por todos – que hace muchas décadas dejaron las aulas insisten en el uso de conceptos y palabras que al “viejo indecente” – Bukowski - le son habituales, pero no forman parte de ninguna obra o expresión de importancia literaria, buscando además que las mismas sean ofensivas, directamente nos indignamos, y constatamos con congoja la decadencia en la que transitamos, además de otros tópicos que no son objeto de esta reflexión.
Pero el camino es reversible, y hay que retomarlo en sus inicios.
Cuando nuestra Educación Pública vuelva a transitar por caminos de cordura y normal funcionamiento, por ejemplo.
Ciertamente, no está previsto un reingreso a la misma para repasar, pero ése es otro tema.
Para bien de todos, esperemos encontrar cuanto antes la senda del retorno.
Consuelo Pérez
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias