Cuando las democracias se confunden con un dato. Fernanda Blanco

21.12.2025

Los resultados recientes en Chile volvieron a activar un reflejo conocido en buena parte del campo progresista latinoamericano: explicar un desenlace adverso apelando a la ignorancia, al desconocimiento del pasado o a la supuesta falta de conciencia política de la ciudadanía.

Es una reacción comprensible desde el desconcierto, pero profundamente problemática desde el punto de vista político.

En el caso chileno, ese facilismo no solo resulta injusto con la sociedad, sino que también oculta responsabilidades políticas concretas. El gobierno de Gabriel Boric asumió con un enorme capital simbólico y una expectativa histórica: la posibilidad de cerrar definitivamente el ciclo heredado de la dictadura mediante una nueva Constitución. Sin embargo, errores de conducción, dificultades para construir mayorías amplias y una desconexión creciente entre el proceso institucional y las preocupaciones cotidianas de amplios sectores sociales terminaron por dilapidar esa oportunidad. La derrota del proceso constitucional no puede explicarse únicamente por desinformación o manipulación: es también el resultado de decisiones, tiempos mal leídos y una narrativa que no logró interpelar más allá de los propios convencidos.

Chile, en ese sentido, no es una anomalía ni un episodio aislado. Es parte de un proceso más amplio que atraviesa a muchas democracias contemporáneas, donde las promesas de transformación chocan con límites reales y donde el desencanto puede ser rápidamente capitalizado por fuerzas reaccionarias.

Desde Uruguay solemos observar estos procesos con una mezcla de preocupación ajena y cierta tranquilidad propia. No es casual: hoy nuestro país es considerado, con razón, la democracia más sólida de América Latina. La fortaleza institucional, la estabilidad del sistema de partidos y una cultura política históricamente moderada nos distinguen en una región marcada por crisis recurrentes.

Pero esa fortaleza corre el riesgo de transformarse en autocomplacencia. Incluso las democracias más robustas conviven con zonas sensibles que erosionan la confianza pública. En Uruguay, una de ellas es la dificultad para aplicar con mayor firmeza la ley de financiamiento de los partidos políticos, ya votada, pero aún lejos de consolidarse como una herramienta plenamente eficaz para controlar el origen de los recursos que ingresan a la competencia electoral.

El financiamiento partidario no es un asunto técnico ni secundario. Es un núcleo central de la calidad democrática. Cuando las reglas existen pero su cumplimiento es laxo, cuando los controles son débiles o las sanciones poco disuasivas, la democracia se vuelve formalmente sólida pero materialmente vulnerable. No hace falta una ruptura institucional para que eso ocurra: alcanza con que el dinero opaco encuentre canales de influencia legítimos en apariencia.

A esto se suma un clima de creciente descreimiento hacia la política, alimentado por la idea de que "todos son iguales" y por discursos que reducen problemas complejos a soluciones simples. La inseguridad y la inmigración reaparecen como organizadores del miedo, aun cuando los datos no siempre respalden esas narrativas. En ese terreno prosperan las derechas más reaccionarias, no tanto por la consistencia de sus propuestas, sino por la eficacia emocional de sus relatos.

El problema no es solo su avance, sino la respuesta que se construye frente a él. Cuando se explica el voto ajeno desde la ignorancia o la manipulación, se renuncia a disputar sentido y se profundiza la distancia entre representación política y experiencia social.

Uruguay no está exento de ese riesgo. La solidez democrática no es un patrimonio garantizado ni un logro definitivo, sino un proceso que exige vigilancia constante, voluntad política y decisiones incómodas. Confiar exclusivamente en la buena reputación institucional o en la comparación regional es una forma sutil de quietismo.

Chile no es un caso ajeno. Es el recordatorio de que incluso las democracias fuertes pueden empezar a vaciarse cuando se las confunde con un dato y no con una tarea.


Fernanda Blanco

Columnistas
2025-12-21T06:57:00

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