Cuentos para el fin de semana

Cuentos para el fin de semana

13.03.2015

Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com

Los cuentos de este viernes son:

Gran Gamulán, de Raúl Caritat

La imagen, de Miguel Ábalos

Mi primer vehículo, de Carlos Alem

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Gran Gamulán

De Raúl Caritat

En el momento en que su cráneo semi calvo se encontraba librando una batalla decisiva con dos descomunales senos de pezones diminutos, una trémula voz repercutió en el abovedado recinto.

«¿Qué pasa?», gritó Alejandrito con voz entrecortada, abriéndose paso entre las húmedas y blancas pechugas.

«Tenemos que hablar. Es urgente. ¡Interrumpa!», contestó alguien. «¡No puedo!, (Y no debo)», se murmuró.

La voz que lo requería tenía tono de pamento, al igual que en aquel tiroteo demencial en el que cabalgaba a una pelirroja teñida de amplias caderas, con pies medianos, pechos standard y boca de ensueño, coloreada con labial bermellón.

«¡Ya voy, ya voy! Esto es peor que la sala de urgencias de un hospital», le repetía a uno de los remiseros mientras se abotonaba los calzoncillos de tela almidonada con decorado nuevo y se subía los pantalones, en una sola maniobra. La diferencia era apenas perceptible: en la sala de urgencias de un hospital se carece de camas y en una funeraria circunstancialmente, de ataúdes. La materia prima es invariable. El bicho es el mismo, diría el Dr. Telésforo, particular veterinario del departamento de Treinta y Tres.

"¡Tenemos algunos muertos de más!", transmitió el empleado de confianza con temblor en la voz.

"¿Me estás diciendo que nos sobran ociosos?",preguntó Alejandrito frotándose los ojos.

"¡No nos alcanzan los cajones!"

"¡¿No hay estuches suficientes?!"

"Sospecho que no"

El pedido mensual de arcones había tenido un mal cálculo por parte de los funerarios y un retraso de los menestrales. El encargo trimestral se había centrado en la cantidad acostumbrada: un mil doscientos ochenta y dos cajones de dimensiones admisibles para todo público en estado estático y pasivo a utilizarse como soporte y albergue a largo plazo con fines de sepultura sin movimiento previsible (en lo inmediato), para depositarse fuera del contacto de la vista animal, el aire, la luz, agua de lluvia (o similar).

Si bien era un problema sin apuro, había que andar rápido. Actuó con la instantaneidad en que procedió cuando se entreveraron como barajas los restos de seis inertes. En aquella horneada, por un mal intercambio de las planillas de ruta de los choferes, los tres occisos que descansarían para siempre en el Cementerio Central concluyeron el molinete en el Cementerio Hebreo, en la ciudad de La Paz. Los creyentes de la Iglesia Evangélica Pentecostal Misión Unida creyeron que estaban invocando el hábito de un selecto hermano cuando en realidad atizaban el fuego del mal comportamiento de un defraudador del Fisco. Quienes dejaban sus huellas digitales en el caja mortuoria dando el último adiós al ser querido, despedían a una funcionaria pública que había deambulado por todos los Entes del Estado por mala conducta, ya que no se le pudo despedir por regir aquello de la inamovilidad del funcionario público. Las rosas recién cortadas de las plantas vigorosas del fantástico vivero de la opulenta casa situada al este de la ciudad de Montevideo, viajarían con la marchita alma de un indigente, que nunca hubiera soñado en vida estar amortajado en un lujoso ataúd de roble y aromatizado por rosas fecundadas in vitro, en vez de los mustios malvones del corredor de su precaria vivienda al sur del Barrio Sur.

«No tenemos más remedio que estibarlos en las cuchetas de emergencia en el depósito cuatro. No te olvides de sellar el nylon, de perfumarlos y de que estén bien vestidos. El maquillaje corre por mi cuenta», indicó, mientras se disponía a terminar lo que había dejado empezado.

 

La escuela Nº134 de Práctica, República de Venezuela, situada a la vuelta del establecimiento no ofrecía reparos geográficos para la llegada intempestiva del pequeño colegial ávido de pretextos amorosos capaces de hacer soplar vientos de lujuria en las tenues faldas de sus compañeritas de estudio y recreación. Desde niño había tenido contacto con las consecuencias prácticas del último estadio de la vida y diferenciaba perfectamente en su mente lo último de lo penúltimo, el cuerpo, el alma y, claro está, el deseo latente que queda en una dama luego de que las vísceras del que hubo de contentarla yacen ahora, frías y envueltas; listas para viajar.

Para sus propósitos sicalípticos ideó un laberinto con cinco galerías: Acercamiento y claudicación. Concientización y despojo. Botanización y nomenclatura. Atajo y locura. Locación y polvo.

Había adquirido la aparente insensibilidad de un médico forense para exponer lo inevitable del trágico final, a un familiar o persona interesada. Como un político de oficio, variaba el tono del discurso resaltando o apocando los detalles necesarios para situar a los parientes de sexo femenino frente a los despojos del inerte y catapultarlas al próximo escalón con las intenciones ya sabidas. Culminaba el primer módulo con una sonrisa publicitaria y extendía sus dos manos hacia la presa. Una vez en su poder, pasaba indistintamente al segundo o tercer laberinto.

Para sus andanzas, las flores jugaron un papel de vital importancia. Contó con la complicidad de éstas para sus labores libidinosas; siempre supieron alumbrar en el oscuro atajo del luto e irradiar el imperceptible perfume de la lujuria en los momentos no esperados por casi todos. El principio era universal e inocente: un entierro sin flores no es un entierro, en todo caso algo similar. En las coordenadas funerarias no hay nada más conmovedor para una mujer que el regalo inesperado de un capullo por alguien ajeno a su tertulia luctuosa: sensación contradictoria exacta entre la congoja ante la pérdida del ser querido y la gratificación de sentirse nuevamente mujer. La resultante de esa incompatibilidad era derivada con su habilidad conocida, en el momento de la entrega de algún tallo perfumado, previamente sustraído de alguna corona. Prontamente, si era de su agrado, le realizaba la nomenclatura.

A la tetona, cincuentona y delirante la etiquetó Clemátide ya que «La Clemátide se sirve de las moscas para asegurar la polinización. El color y el olor a pescado podrido que desprende la planta atraen a las moscas, que quedan atrapadas en su interior durante una noche entera; al día siguiente, la flor se marchita y la mosca, bien impregnada de polen, vuela hacia otro ejemplar, en el cual queda de nuevo atrapada». La conoció en Angra Dos Reis cuando acudió al Congreso Extraordinario de Muertes Súbitas. Una pelirroja suelta con la que tuvo sobrios encuentros, la llamó Lirio, ya que «el capullo floral, estimulado sobre todo por el acortamiento de los periodos de oscuridad en primavera, se abre y despliega pétalos de colores vivos que atraen a los insectos buscadores de néctar. Una vez polinizada la flor, los pétalos se marchitan y caen».

Los apodos se fundamentaron en un antiguo libro de botánica de sus hermanos mayores. En él encontró el paralelismo casi inexplicable entre las actitudes y efluvios de las féminas y la obra casi perfecta de la naturaleza. La lista es larga y quien haya sido el nomenclator de tales especies y andanzas habrá quedado con la mano dolorida y sin carboncillo en el lápiz. «Contra la ciencia no se puede luchar», se autoconsolaba mientras leía e inhalaba un párrafo del libro de botánica: «Los perfumes naturales se elaboran con flores como jacinto, heliotropo, mimosa, jazmín, azahar, rosa y violeta. Las fragancias atraen a los polinizadores».

 

 

«Era un avanzado en el amor», recordaron a principios del año mil novecientos noventa y nueve, María Noelita, Cecilita y Dorita (ésta última llegada del Estado de Israel días antes). Alejandrito con sólo una mirada a los ojos, testear las manos y recibir su perfume, le bastaba para realizar la primera aproximación. Era un cazador nato. Tenía ese don y había perfeccionado los múltiples mecanismos de aproximación y ataque, con la exactitud de un verdadero depredador desde su más tierna infancia.

El momento de estudio y calibración ocurría a la llegada del edificio de estudios. Cuando se realizaban las formaciones de los grupos delante del gimnasio en el asfaltado y escalonado patio antes de entrar al salón de clase; mientras la inmensa mayoría de los escolares correteaban, gritaban, reían, se empujaban, se desataban las grandes moñas azules, se pateaban las pesadas carteras, intercambiaban las chapitas de las botellas de leche Conaprole, figuritas, bolitas, caramelos y piedritas que recogían por la calle; en el momento en que se contaban lo que las madres habían determinado para la merienda, qué y cuánto habían almorzado, el color que habían utilizado para el sombreado del mapa, cuánto papel glasé tenían, el lápiz nuevo que sus hermanas mayores les habían obsequiado, el nuevo sacapuntas que sustituía al viejo de plástico de color amarillo, la reparación de la cartuchera, el compás de fierrito, la tiza que durmió en el bolsillo de la túnica por olvido, el libro de segunda mano que sus padres les habían comprado en la Librería Ruben de la calle Tristán Narvaja; al tiempo que las damitas se admiraban mutuamente en grupos de dos, de tres y de cinco el brillo de sus zapatos, la prolijidad y el resultado del ejercicio de matemáticas de los deberes domiciliarios y cotejaban la corrección del verbo, sujeto, predicado, adjetivos y sustantivos, lo perfecto de las tablas de sus pulcras túnicas y el orden de sus cartucheras, Alejandrito ya había dejado su cartera en lo de Elvira (su madrina protectora), se acicalaba su jopo (como Julita al Cuqui en el día de su ascensión), subía por la estrecha escalera, se ajustaba la corbata y con las manos totalmente libres realizaba sus acercamientos previamente depurados.

Desde su corta edad escolar, supo discernir y traducir el verdadero significado de las palabras pronunciadas por niñas, adolescentes y mujeres. En la libreta en que apuntaba los deberes domiciliarios, llevó en columnas torpes y desparejas los dichos y los contradichos de las niñitas de su época. Los textos se adornaban con ilustraciones eróticas dibujadas en grandes pliegos por El Pechuga. Lamentablemente, la humedad erosionó las siluetas representadas en dinámicas asombrosas estampadas en las hojas finales de los cuadernos de cien páginas, rescatándose en la actualidad los colores blancos de las túnicas y de la ropa interior de las niñas y algún trazo azul de las moñas varelianas.

Afortunadamente, la caligrafía infantil (aunque tenue) es legible. «Cuando una compañerita de clase dice Sí, es No y No es Sí. Quizá también es No. Lo siento significa Lo vas a sentir. Necesitamos es el singular de Quiero. Si se hace la buenita y se le escapa Decidí vos es porque La decisión es obvia. Cuando hay temblor en sus labios y pronuncia Tenemos que hablar es Me voy aquejar. Por supuesto, hacelo siempre es No quiero que lo hagas. No estoy enojada =Por supuesto que lo estoy. Estás muy galán = Quiere bajarme la bombacha en el garaje. Sé romántico, vamos a un lugar oscuro equivale a Tengo las medias rotas. Decime que soy linda se traduce: Espero que no se dé cuenta de los granitos que brotaron como hongos detrás de mis orejas. Cuando preguntan: ¿Me querés?, seguramente van a pedir algún caramelo o chocolatín. Si cuantifican y cuestionan ¿Cuánto me querés?, no hay dudas de que sus palabras deberían ser: Hice algo que no te va a gustar nada. Tenés que aprender a comunicarte, a trasmitir tus sentimientos es un resabio del matriarcado: Tenés que estar de acuerdo conmigo. ¡No estoy gritando! es simplemente Sí. Estoy gritando porque creo que esto es importante. La contestación a ¿QUE TE PASA?: Lo mismo de siempre esNada. Nada es Todo. Todo claramente es Estoy con síntomas de cambios hormonales propios de mi sexo. Nada, de verdad es un juicio de valor :Sos un tarado».

El capítulo dos del ensayo fue escrito por Raulito con un título visionario: La lógica femenina en la red de redes y en ciudades con menos de un prostíbulo y con más de una pulpería. Luego de su sistematización fue publicado en las revistas Ocho Días, Mecánica Popular, Billiken y en el Libro Gordo de Petete. Algunos de los periódicos afortunados fueron La Voz del Paso del Molino y la separata de Karibe con K; también vieron la luz las tres leyes del comportamiento femenino en las ofertas semanales de CAMBADU.

 

Los hoteles de rápido duelo no le ofrecieron a Alejandrito las garantías suficientes para acometer amoríos pre y pos morten.

Luego de incursionar las más variadas moradas eróticas, (Lacios y Enrulados, Doble Espejo-Doble Polvo, Virus Benigno, El Abrigo Gélido, Locura Cuerda, Carruaje en Subida, Testigo sin Acusado, Para Subida y tantos otros) llegó a la conclusión de que a las palomas raptadas no debía ofrecerles el mismo grano que otrora comieron obligadas. El movimiento pélvico debía desarrollarse en lugares cómodos, novedosos.

Con más de una Lenteja de Agua realizó el fogueo en los lugares donde la noche lo encontrara: en los interiores de las lamparitas de focos de automóviles, cajas de discos compactos, inodoros de casas en desuso, alambres de colgar la ropa y en los paspartú de cuadros de autores nacionales.

El ser habitué de los lugares de zafarranchos de combate y girar por todos sus ambientes lo hicieron conocer de los peligros que corren quienes acuden de forma intempestiva a despojarse de sus ropas y reflejarse en los espejos de dudosa visibilidad, mal iluminados por las cansinas penumbras de las luces mortecinas.

La reserva acústica mereció reiteradas interrupciones, no tanto por el sobresalto propiamente dicho, sino por el desafío de su descifrado. Empardar la caricia con el alarido aguzó el ingenio de más de una que, desafiando al acertijo pospusieron la parábola erótica.

Una doctora en medicina se anticipó ante el ataque de epilepsia de una dama de la habitación contigua. Aquella hermosa fonoaudiológa deslizó una tarjeta con sus datos personales por debajo de la puerta de una sonora habitación para tratar los problemas de dicción de una quejosa.

La funcionaria del INAU detectó a una menor de edad por las expresiones vocales de una supuesta colegiala.

La Criptógrafa enseguida supo distinguir por sus chillidos -cortos como el vuelo de un canario- a una taquígrafa del Palacio de las Leyes.

Las devotas de la Iglesia de San Agustín y Medalla Milagrosa elevaron una plegaria por la hermana que les aseguró haber escuchado la voz del Espíritu Santo en la ligera pensión.

Una rubia estaba segura –por intuición femenina- que la enhebrada era una morocha; una morocha –en esa misma habitación- apostaba un ovario a que la gritona era pelirroja.

Con una Ingeniera en Sistemas Computarizados sucumbió ante el empecinamiento de ella, de que eran más de una, las que pronunciaban bramidos de amor y -por si fuera poco-estaban en una red y además, tenían forma de chip.

Con una oceanógrafa australiana no quiso acalorarse en discernir la procedencia de los ecos, de lo que ella creía un delfín, que retornaban del pasillo.

Fue imposible sostener el argumento de una traductora pública sobre si los berridos lujuriosos eran o no anglosajones.

No pudieron determinar cuántos del mismo sexo se encontraban en la habitación medianera con una funcionaria de la Corte Electoral.

Una psicóloga interpretó la queja desgarradora como segregación racial.

El cuerno al unicornio se lo puso una militante de un partido de izquierda radical cuando, con el puño levantado, en posición vertical en el catre, terminó cantando el himno de los trabajadores al escuchar un ¡HURRA! redentor.

Harto, Alejandrito, gritó: «¡No puedo seguir cogiendo adentro de la vejiga natatoria de una ballena!»

Al darle las quejas al pistero, se sorprendió con un particular cuadro viviente al sortear la puerta de la oscura pieza: una mucama de rodillas con su boca en la bragueta del encargado de turno. «Me está cosiendo un botón», dijo éste. Ella tenía el hilo entre sus dientes. En ese momento comprendió el verdadero significado de la palabra pecera en la jerga pistera de los hoteles de alta rotatividad: una estrecha ventana permitía la visión del acto amoroso de la pareja ubicada en la habitación con características particulares. Graduando el audio a placer de los miradores, se observaba el accionar de los amantes urgidos, fuera de toda sospecha. Video en vivo para pobres. Esa noche se fue sin pagar y con las `manos vacías´.

 

Los nuevos desafíos activaron inmediatamente la hélice de su ingenio libidinoso. Tenía que procurarse un nido de amor para acurrucar a las palomas enlutadas para despojarlas de sus lienzos lúgubres con la calma necesaria. Armonizar congoja y gratificación en las viuditas era la clave para la rendición incondicional de sus pubis tristes y angustiosos. Esta mezcla explosiva se lograba en un tiempo breve, brevísimo, donde la reflexión no tiene la capacidad para llegar, siempre y cuando los familiares no se preocupen por las andanzas de la flamante enlutada. Combinó fuerza y velocidad y encargó a los menestrales un cajón de medidas especiales, so pretexto de realizar un entierro de lujo. «Ármenlo en el depósito tres, encima de la grúa», les ordenó.

La facha del arcón no tenía igual: estilo Art Decau rejuvenecido, roble aireado naturalmente al igual que las famosas maderas para pianos, incrustaciones con madera de Tala Trepador, un metro veintiséis centímetros de espacio interior en el ancho. Dos metros cuarenta y nueve largo. Colchón de resortes y sistema hidráulico incorporado, ventiles imperceptibles, luces graduables no agresivas, generador propio. Tapa desmontable con ojos de buey en la parte superior. Ángulos variables y el movimiento biela manivela perfectamente ajustado por intermedio de un control remoto. Aire acondicionado, air bag y dirección asistida. Música funcional. Capacidad máxima: 7 personas. Totalmente desmontable, lustrado y encerado a mano.

El depósito tres de la empresa de pompas fúnebres se había convertido en el enterradero de las cosas que los familiares o personas interesadas olvidaban luego de dar sepultura los occisos: palitas de playa, baldecitos, rastrillos, moldes con figuras incomprensibles, sandalias, championes, zapatos, gorros y sombreros; los herederos de los extintos suelen no llevarse los dientes postizos, espejuelos, piernas ortopédicas, botas de lluvia, pelucas, botellas de grappa, estrados, corbatas, tazas, vasos, pajitas y tantas otras cosas. Ese lugar olvidado por todos, fue el oasis donde erigiría su templo amoroso.

Al terminar de colocar la última pieza en el arcón amoroso, el ensamblador con casi treinta años en el oficio, comentó:

-"Mete miedo el hombre".

- "Es un patriarca", apuntó otro.

-"Parece cosa e´mandinga", retrucó un tercero.

- "Es un Gran Gamulán, concluyó Alejandrito, y está destinado a elevar esa gota de amor contenida en el alma de las recientes viuditas, a la infinidad eterna de los cielos de los cielos".

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La imagen

De Miguel Ábalos

Mantenía una agradable figura -hasta entonces acrecentada por su alegría de vivir-, a pesar de sus años. Los había vivido intensamente, salvando con acierto los obstáculos que el destino le había deparado.

Esa tibia tarde de setiembre, sentado sobre las rocas, de frente al río, miraba las aguas limpias que se confundían en el horizonte con un cielo claro y azul. Buscaba en ese lugar la serenidad que había perdido hacía varios días.

Se levantó lentamente y se encaminó hacia su casa, a pocas cuadras de allí. La tristeza reflejada en su rostro asombraba a sus conocidos. Había estado ausente una semana. Levantó una persiana y el tibio sol de la tarde que avanzaba reflejó su figura en el alargado y antiguo espejo del dormitorio.

Aparentemente todo estaba igual, el color de las paredes, luces y sombras reflejando sobre la colcha y un leve olor a humedad que había invadido el ambiente desolado. El espejo rectangular le devolvía una imagen de silencio. Se sentó en la cama frente a él sabiendo que a partir de ahora todo iba a ser distinto.

Su amada, amiga y compañera, se había marchado de este mundo dejándole un vacío imposible de cubrir y con él la angustia de la soledad. El espejo, que tantas veces le había devuelto la presencia de los dos, hoy, a su lado mostraba un espacio sin sentido, un abrazo ausente, sus manos vacías... la figura de Matilde se había desvanecido.

Ese antiguo espejo estaba cargado de recuerdos; legado de sus abuelos, había reflejado la fuerza de tres generaciones y muchas historias de vida. Frente a él esforzaba su mente, pretendía extraerle imágenes antiguas y recientes, buscando las de Matilde, pero el viejo cristal se las negaba.

Se le fue acercando en busca de lo que más deseaba y sólo encontró vacío. Con ansiedad lo arrancó de la pared y después, de la madera que lo bordeaba. Ya liberado, comenzó a quitarle el azogue con una espátula, y finas láminas brillantes cayeron al piso. Como pequeños pétalos refulgentes, iban redescubriendo ante sus ojos, como diapositivas, distintos momentos de su vida, y de personas queridas que ya no estaban.

Con afanosa desesperación, buscaba sin éxito que alguna de esas láminas reflejara la figura invocada. Todavía de pie entre sus manos, el cristal desollado le entregó, difusa, la única visión que trataba de olvidar: el rostro de Matilde con profundas ojeras, pálido, ya sin vida.

Al comprender que todo había sido inútil, en vano, golpeó con furia aquel rectángulo de vidrio espectral. De los añicos esparcidos, levantó una esquirla aun con azogue y se miró: Vio su propio rostro, sin duda, la última imagen de su vida.

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Mi primer vehículo

De Carlos Alem

 

La verdad que tuve suerte en la vida, a pesar que jugaba con las cartas de la vida marcadas; puedo asegurar que dentro de las estrecheces que marcó el destino a mi familia fui un niño feliz.

Dentro de esas "suertes" estaba la de ser amigo del jefe de mantenimiento de la fabrica de Cementos Pórtland, las de las cuatro chimeneas que se veían desde cualquier punto alto de Montevideo, y cuando digo alto me refiero a parte del Cerro o de cualquier edificio alto.

Hoy ya no existen, en una de mis vacaciones vi su destrucción.

Como decía antes, ser amigo de Don Carmelo Arrieta alias el vasco, era un privilegio, fue El quién me ayudó a tener mi primer VEHÍCULO.

Una tarde me llamó y me dijo.

.- Carlitos tengo algo para vos que te va a gustar y que llevás tiempo esperando.

Tardé en llegar a su casa poco más que si hubiera sido Superman,y allí estaban sobre el banco de hormigón que el propio Vasco había construido.

Envueltos en papel de diario El Día, el solo compraba ese periódico.

Con los rayos del sol de la tarde relucían ante mis ojos, cuatro hermosos rulemanes del 6022 ZZ, un lujo si eran hasta auto lubricados.

"Eran las ruedas de mi primer vehículo, MI CHATA DE DOS PLAZAS.

Con maderas de lo que un día fue una mesa, comencé la construcción. Los clavos los compré por unidad en el boliche de Arturo, los tornillos se los pedí al chapista de Versalles y Ganaderos (El Chiche) poco a poco fue tomando forma. En la feria de los sábados en Mazangano, compré dos cuerdas y un resto de pantazote. Una de las cuerdas era la dirección que era ayudada con los pies.

Los frenos eran dos antiguas sandalias clavadas al eje delantero, que duraban menos que billete de diez pesos, en el suelo a la salida del colegio; en mi caso la Escuela Suiza nº 62.

Dos sabanas muy viejas (no podía ser de otra forma)hacían de relleno al pantazote rojo que iba por encima, clavado con tachuelas a los costados, regalo del zapatero de la esquina de Versalles y Antonio Díaz (ElCacho)¡¡que belleza¡¡

El estreno fue un sábado a la hora de la siesta montevideana, a eso de las dos de la tarde. Mi acompañante o copiloto fue mi hermano Williams (El Chiquito), y allá nos fuimos, yo todo orgulloso la llevaba de remolque tirando de la cuerda, camino de la cuesta arriba de Ganaderos, allí donde estaba el bar EL Tanque, teníamos desde allí unos doscientos cincuenta metros de emoción y empacho de adrenalina.

Por fin llegamos a Raffo, principio de la aventura, con cierto desprecio los empleados de la gasolinera, nos miraban. ¡¡Claro viajábamos sin repostar combustible¡¡

Que se jodan, nosotros viajamos gratis y sin olor a nafta. Con mucho cuidado me senté y preparé la salida cual si fuera un piloto de Pluna, ¿frenos? OK ¿dirección? OK ¿cuerda de respaldo aguanta? OK Venga Chiquito p'a allá abajo vamos.

A esa hora de la tarde solo los Paraísos de la vereda, fueron testigo de la primera salida.

Con las precauciones propias de la primera vez, no le di toda la potencia a la chata. Que bien se comportaba, apenas una pequeña presión a la izquierda para ese sitio iba y a la inversa.

¡¡Y el silencio de su rodadura¡¡ Un lujo...bueno hasta un poco antes de llegar a Versalles, allí justamente comenzó la ruina de aquel maravilloso sábado a la hora de la siesta.

Todos la dormían menos la vieja Petrona, la del Club de la lista 16 de Bagalciague, que además era la única que en aquellos tiempos tenía teléfono en todo el barrio.

Pues ella no tuvo mejor ocurrencia que cruzarse en nuestro camino, venìa del almacén de Don Simón Silva, con una sandía bajo el brazo. 

No sabría decir si fue la vieja o la sandía en volar primero, lo cierto que ambas se hicieron mierda contra la calle, la vieja a unos cinco metros de la chata, lo que había quedado de la sandía como a veinte metros.

Mi hermano en esta ocasión voló más rápido que Superman, porque cuando fui a pedirle que me ayudara a levantar a la vieja, había desaparecido del entorno. Así que yo con mis 10 añitos y flaco como vara de mimbre, tuve que hacerme cargo de los70 kilos de vieja, como pude la levanté, recomponer la sandía ya fue otra cosa. La vieja no paraba de gritar y amenazarme, algo que cumplió a rajatabla.

Con la chata debajo del sobaco, corrí a buscar refugio a mi casa, algo que duró una hora.

Dos milicos en bicicletas marca Phillits, llamaron con las palmas desde el portón de casa, mi vieja con los ojos de horror y sin saber de que iba la cosa, les pregunta.

.Señores agentes ¿Qué necesitan?

-.Hablar con Usted Señora.

Una hora después estábamos los tres en la comisaría de la seccional 20ª, en Millán y Raffo, Mi madre, yo y la chata.

Transcurrida otra hora salíamos los dos mi madre y yo, la chata había sido confiscada.

Por supuesto que además había quedado en el registro de partes la denuncia de la vieja Petrona, que solo retiró después que mi madre la indemnizó con un sweter de color negro que mi tía Nenucha , hizo en su maquina de tejer traída de contrabando desde Argentina.

Nunca más tuve una chata, de la misma forma que nunca más pase por la vereda de la vieja Petrona.

Si alguna vez se me presentara un ángel y me diera la oportunidad de hacerle tres preguntas, una de ellas sería.

.- ¿Qué fue de la historia de mi primer vehículo?

Un día me contó un amigo que vio al comisario y un cabo, patrullar el barrio en mi chata,.............. "era tan bonita, que…"

Cuentos para el fin de semana
2015-03-13T10:46:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias