Cuentos para el fin de semana

Cuentos para el fin de semana

12.06.2015

Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com

Los cuentos de este viernes son:

Rosita, de Félix Duarte

Las puertas del pecas, de Solum Donas

Carta de Manuelita para "El Pepe", de Manuelita

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Rosita

De Félix Duarte

Toda ciudad, pueblo o aldea, sean grandes o sean chicos tiene sus personajes propios. Identifican el lugar porque son de ahí y de ningún otro lado. A Montevideo le dicen "gran ciudad" pero no lo es. Toda ella cabe en un barrio de la vecina Buenos Aires, de San Pablo o algo más allá, de Méjico... Por no ser una "gran ciudad" a Rosita la conocían todos, aunque sus ambientes digamos naturales, eran en días laborables la zona céntrica. En fines de semana o feriados, los parques cuando ocurría algo, en cualquier zona o barrio, que reuniera gente, Rosita nunca faltaba.

De figura delgada, pañuelo en la cabeza, dejando escapar mechones de cabello canoso, con un andar rápido. Pasos cortos, nerviosos, ropas modestas y limpias. Una madera hacia las veces de bastón, en su izquierda. Era claro que no necesitaba tal apoyo Tal vez sería elemento de utilería para componer el personaje, que se basaba en una latita en su derecha, que cada tanto movía para que las monedas pidieran compañía. No hablaba nunca. No insistía. Caminando, se colocaba al costado de la persona y en silencio hacía notar la latita, con actitud estudiada de suplica y humildad. O recorría las colas, cuando había...

En jornadas de intenso calor, se vendaba una pierna. Sentada en un lugar en que hubiera sombra y que por cierto, hubiera gente que por allí transitara. Recibía con rostro imperturbable y en silencio, las bromas a veces crueles, sobre la "gravedad" de su "dolencia", porque solo algún turista no conocía a Rosita. Tenía sus "recursos" para días de lluvia o de mucho frío. Era una verdadera profesional. El personaje que había elaborado, irradiaba compasión, lastima tal vez. Y todo en el buen sentido y era habitual que algún pequeño le dijera a la mama..." ¿tenés una moneda para Rosita…?" Así de simple…

En aquella época, alguna década más sobre la mitad del siglo pasado, hacía poco que trabajábamos en un Banco y. pocos días que nos pasaron a una agencia en 18, la calle principal. Aquella tarde era de terrible temporal. Salvo coches o buses no se veía a casi ninguna persona por las aceras. La oficina estaba vacía. Ante falta de clientes para atender, cada cual se ocupaba de sus asuntos pendientes, taza de café humeante por delante. En aquel silencio, de pronto el ruido de unos pasos, nos hace levantar la vista. Una señora menuda, de cierta elegancia, con paraguas en mano, pilot, cartera, cabello canoso.

Repicaban sus pasos, cortos y rápidos, rumbo al fondo, donde el gerente, que la vio llegar, esperaba con la puerta abierta de su despacho. Entro la señora y la puerta volvió a cerrarse. "¿La conoces?" nos dice uno de los compañeros, al ver nuestra actitud de interés hacia ella. "Lo que voy a decirte es un absurdo, pero algo –no sé que- en esa señora, me recuerda a Rosita, la de las monedas que todos conocemos…Ridículo…" – "Pues no tan absurdo ni ridículo…esa elegante señora es Rosita. Una vez por mes, cuando el tiempo esta como hoy, sin gente en la calle, ella nos visita. Ven…con el café… que te cuento…"

"Yo hace seis meses que estoy en esta Agencia. Como te decía viene cada mes y hace un depósito. Y la atiende el Gerente, quien nos llama para indicarnos. Lo que hace es cobrar intereses de otros depósitos y con eso hace uno nuevo a plazo fijo. El Gerente nos da las libretas, que guarda él, que la última vez eran 22. ¿Por qué las guarda él, dirás tú? Es que Rosita vive en una pensión muy modesta, aquí cerca, no quiere que puedan ver esas libretas. También con la ropa, que no es la que vemos en la calle, pasa algo parecido. La guarda una señora. Y no sabemos mas." El Gerente debe saber pero es claro se lo reserva. Solo gasta a veces alguna broma …" Si mañana hay sol…Rosita estará en lo suyo…

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Las puertas del pecas

De Solum Donas

El Pecas dio un paso adelante y se le oscureció la vida. El sol brillante a esa hora del día, se reflejó en los hierros platinados de la puerta que se cerró detrás de él; la misma puerta que veinte años antes se abrió delante de él, para recibirle. Veinte años, veinte años de cárcel.

El chirrido de la puerta le sonó como una voz irónica que le dijo: ahora verás lo que es la libertad.

Ahora eres libre. Pero libre, ¿para qué?, se había preguntado durante meses en su celda por aquel crimen que cometió por mera ofuscación, que con los años pensó ridícula y sin sentido.

Ahora eres libre. Nadie le esperaba; sabía bien que eso sucedería: nadie le visitaba, ni recibía cartas o llamadas telefónicas. No había dejado esposa, ni hijos, ni otros familiares; solo algunos amigos que con el paso de los años lo olvidaron. Ahora, sus amigos eran los que convivieron con él por diversos lapsos. ¡Veinte años!

Libertad, ¿para qué? En el afuera, se sabía solo. Ese afuera que no lograba imaginar cómo es en el presente. Un presente brumoso, sin calles luminosas, ni avenidas fantaseadas, ni futuro predecible.

Irónica libertad. Quiso sonreír sin lograrlo.

En su espalda cargaba una pequeña mochila con alguna ropa, en su pantalón, algo de dinero que había ganado trabajando y aprendiendo en el taller de ebanistería, y sus nuevos conocimientos y vivencias, que, le dijeron en el servicio social, le abrirían la puerta de la nueva vida. Otra puerta pensó, sin mucho entusiasmo. Sus compañeros del adentro, le festejaron su regreso a la libertad y atravesó por última vez, la puerta de su calabozo.

Cuando comenzó a caminar, echó una mirada hacia atrás, para contemplar lo que fue su casa, su vida durante veinte largos años; luego se encaminó al azar por alguna calle aledaña, que le llevaría probablemente, a un lugar donde comer y saborear una buena cerveza, donde dormir; luego, mas tarde, buscar trabajo, y una mujer.

Sabía que el camino será tortuoso y que debería golpear muchas puertas.

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Carta de Manuelita para "El Pepe"

De Manuelita

Montevideo, 1° de marzo de 2010

Querido Pepe:

Yo estaba muy contenta porque eras el candidato a la Presidencia, y te aseguro que si hubiera podido votar, mi voto era tuyo. Sin embargo, ahora que llegaste a tan alto cargo, me he dado cuenta de que no es tarea fácil ser la perrita del Presidente de la República. Ahora, hasta las murgas hablan de mí y entonces me invade la timidez y no sé cómo manejar la situación.

Además, me he puesto a pensar en lo ocupado que vas a estar siempre, y quizás no tengas tiempo para mí.

De la firmeza de tu cariño, no tengo dudas. También Lucía sé que me quiere mucho, pero… nos vamos a ver muy poco.

Voy a pedirles a los dos que recuerden que ustedes siempre están rodeados de gente y todo el mundo los adora, pero yo, sólo los tengo a ustedes.

Les cuento que en mis sueños, creía que iban a traer a casa un lujoso sillón presidencial, mullidito, tibio, y que yo iba a dormir en él. No hubo sillón nuevo pero no importa, porque después me acordé de aquello de la austeridad, y no me quejo.

Ahora quiero decirte algo que siento desde hace mucho tiempo y siempre lo guardé para mí: Yo sé que me querés mucho porque somos amigos y no porque tengo sólo tres patitas. Ése es un detalle que te obliga sin duda a tener cuidados especiales conmigo, pero no a quererme más que a los otros perros.

Yo siento que me querés porque sos bueno, porque sos mi amigo, porque compartimos la vida y esta casita tan cálida que habitamos. ¿Es así?

Me queda otra pregunta que da vueltas en mi cabecita: ¿Me vas a seguir paseando en el tractor cuando trabajes la tierra, o vas a llegar cansado, sólo a dormir?

Te cuento algo más y es una decisión que me emociona y me llena de alegría: Voy a empezar a llamarte "papá".

Una tibia lamidita.

Cuentos para el fin de semana
2015-06-12T12:34:00

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