EPITAFIOS: La menor de musas
Daniel Feldman
03.02.2021
Aneka Skovgaard vio frustrados -en un subsuelo de la isla de Hven- sus sueños de ser la musa de la astronomía.
¿A quién se le puede ocurrir que en la década de 1570 una mujer fuera a ponerle nombre a algún objeto celeste?
Dicen que Tycho Brahe fue el astrónomo más excéntrico de la historia -o uno de los más- al punto que hasta su muerte tiene ribetes de novela. Cuentan que el hombre con la nariz de latón -que presumía era de oro-, fruto de la pérdida de parte del apéndice en una pelea por una diferencia "matemática" con el aristócrata coterráneo Manderup Parbjerg, murió por buena educación.
Tycho -tratémoslo con familiaridad- dejó este mundo el 24 de octubre de 1601, en pleno albor del siglo XVII.
De acuerdo a las crónicas de la época, el sábado 13 de octubre asistió a un banquete en la corte del barón Rosenberg, a la sazón su protector en Praga. Su gusto por el alcohol lo condujo a una importante ingesta y, como en aquellas épocas se consideraba de mala educación levantarse de la mesa antes que concluyera la velada o que el anfitrión lo hiciera, nuestro astrónomo le hizo una exigencia desmesurada a su vejiga, ocasionándole una infección que tras once días de evolución lo arrojó a una repentina muerte.
Unos años atrás, en 1597, había renunciado a su sueño danés luego de perder el favor del joven rey Cristián IV. Era historia vieja ya el apoyo de Federico II para construir Uraniborg -el castillo de Urania- en el islote de Hven, en el estrecho de Öresund, posesión dinamarquesa en 1576 cuando comenzara su construcción, y que en 1658 pasara a manos suecas, luego del Tratado de Roskilde.
En Urania, Brahe comenzó a ser feliz, construyó sus propios instrumentos y hasta una imprenta tenía, para dar a luz sus obras. La hija de Zeus y Mnémosine parecía mostrarse plenamente complaciente al treintañero investigador.
Poco tiempo después comprobó que Uraniborg no brindaba la estabilidad necesaria para sus instrumentos de gran porte pero también de excelsa precisión. Y fue entonces que se construyó, a pocos metros pero bajo tierra, Stjernborg -el castillo de estrellas, cuyos cimientos recién fueron encontrados en excavaciones realizadas en 1671. Esa es muy resumida la génesis del que se puede afirmar es el primer centro de investigaciones astronómicas conocido, en el que llegaron a trabajar 40 personas.
Solo una de ellas era mujer: nuestra Aneka Skovgaard.
Hija ilegítima de un noble de poca monta, tuvo la temprana estimulación de su madre para soñar con algún día "alcanzar su estrella".
El pensamiento de Inga, la madre de Aneka, era más bien práctico y trivial: que su hija pudiera conseguir algún hombre de buen pasar que se hiciera cargo de ella. Sin embargo, la joven era más dada a la abstracción y se ajustó a la literalidad del deseo materno.
No se sabe bien cómo llegó a Uraniborg, pero no se descarta que su aceptación haya sido otra de las excentricidades de Tycho. Una mujer en la ciencia no era moneda corriente en el último trecho del siglo XVI.
El rastro de Aneka se perdió cuando Brahe hubo abandonado Hven, dejando al pillaje las construcciones de Uraniborg y Stjernborg.
La esfera armilar es un dispositivo que algunos atribuyen su invención a Eratóstenes, allá por el siglo III aC. Se trata de un modelo del cosmos a escala -como se lo percibía en esa época- desde la perspectiva terrestre, y era usado para la determinación de la posición de los cuerpos celestes. Está constituido por una serie de círculos (de ahí su nombre, armilla en latín) insertos uno en el otro, que representan el ecuador, la eclíptica, el horizonte, etc.
Si habrá sido importante que en la bandera de Portugal la esfera amarilla que envuelve el escudo es una esquematización de este instrumento, y remite a la época del país ibérico como potencia marítima en el siglo XV.
Los restos de una esfera armilar que parece haber sido de importantes dimensiones se encontraron en las excavaciones en el castillo de las estrellas, y junto a estos, un esqueleto que, de acuerdo a los investigadores, posiblemente sea el de Aneka Skovgaard, que aparentemente habría muerto abrazada al aparato, fiel custodia del legado del centro de investigaciones astronómicas.
No fue noticia de tapa de la prensa, pero parece ser que también se encontraron junto al cuerpo algunos escritos, la gran mayoría ilegibles o entrecortados, lo que hacía muy difícil descifrar el contenido. Sin embargo, una frase en latín logró sortear las centurias: Non frustra vixisse vidcor: que no haya vivido en vano.
Curiosamente, en su lecho de muerte en Praga, Tycho Brahe repetía constantemente durante sus últimos días y a manera de epitafio, Non frustra vixisse vidcor.
Esfera armilar - Museo Galileo (Florencia)
Imagen de portada: Urania, musa de la astronomía/Museo del Prado
"EPITAFIOS" es una serie de narraciones históricas reimaginadas por el autor.
Daniel Feldman | Periodista