PAISAJES URBANOS – El perverso sueño de un gigante
Daniel Feldman
02.08.2021
¿Quién no recuerda a Carl Sagan? Astrónomo, astrofísico, cosmólogo; uno de los más importantes divulgadores de la ciencia, que adquiriera gran celebridad en la década de 1980 a partir de la serie televisiva Cosmos: Un viaje personal.
Llegué a Sagan a través de su libro El cerebro de Broca, conformado por una selección de discursos y artículos publicados en diversas revistas entre 1974 y 1979.
Algo menos conocido, aunque no menor en su dimensión de divulgador de la ciencia fue Stephen Jay Gould, paleontólogo. Su obra El pulgar del panda, una colección de ensayos sobre diversos temas de biología y evolución, editada en 1980, me atrapó y ya no pude escapar al embeleso de su prosa, cargada con el más estricto rigor científico.
Leí en algún lado hace ya tiempo una entrevista en la que Gould hacía referencia a su relación con Sagan, y afirmaba que, como él era más bien bajo de estatura, siempre miraba hacia el suelo y terminó dedicándose a la paleontología; en tanto que Sagan, sensiblemente más alto, apuntaba su vista al cielo y terminó en la cosmología.
Salvando todas las distancias y "comparancias", al decir de un docente que tuve en un curso de economía hace ya unos cuantos años, al caminar la ciudad uno es un poco paleontólogo y otro poco cosmólogo.
En esa alternancia, es que a veces encontramos algo que creemos digno de desencadenar alguna reflexión, un recuerdo o simplemente detenerse a observar con dedicación.
Me llamó la atención la pared lateral del edificio que ilustra la nota, donde en su austeridad gris y blanca destacan ocho ventanas, en cuatro pisos. Me pregunté por qué solo en cuatro pisos; me pregunté también si eso era una medianera, si era legal ese tipo de construcción, qué pasaría si se construyera un edificio al lado y tapara la vista que se derrama sobre la rambla.
Reflexión, recuerdo, observación, decía un par de líneas más arriba.
Como un resorte vino a mí una escena familiar, cuando mi nieta Macarena, de cinco años, un día nos asaltó con el desafío "levante la mano quien a veces no entiende su mente".
Pasada la estupefacción inicial por la interrogante, derivamos en una discusión filosófica y, como ella es siempre quien tiene la última palabra, concluyó manifestando que se preguntaba si en realidad no somos el sueño de alguien, y que, a veces, tenía la sensación que éramos marionetas que maneja algún gigante.
Volví a la esquina de la foto, me paré en el mismo lugar desde donde la tomé y permanecí un largo rato, tal vez esperando ver a algún gigante cambiando de lugar las ventanas.
Daniel Feldman | Periodista