El jardin del edén (Parte I)
Daniel Vidart
26.07.2011
Quizá por el descuido de los exégetas bíblicos, o tal vez por la negligencia de los lingüistas, a lo que se agrega la creciente ignorancia de los legos, existe y persiste desde siempre un notable error acerca del significado de la voz Edén.
En efecto, el Eden se ha considerado, desde ayer hasta hoy, como sinónimo de Paraíso. Gan Eden, se dice en el Tanaj hebreo, al que sin mayor precisión nosotros denominamos Viejo Testamento cuando enrealidad se trata de la Vieja Alianza (Berit).
"Esto es un Edén ", se exclama cuando nos envuelve la frescura de la vegetación, y el agua de un arroyo "canta y corre sobre la espalda dorada de la arena , y "las mariposas de alas tornasoladas, amén de otros lugares comunes del bucolismo, deletrean el santo y seña de la belleza en el paisaje circundante.
Pero el Edén, el climático producto de la desertificación de las actuales extensiones áridas que hace 5.000 años eran feraces praderas, no es un rincón colmado de gracia ni el alarde estético de un florido ecosistema local. Es un sitio inhóspito, en el que la presencia humana tiende puntos suspensivos a lo largo de las travesías o se concentra fugazmente en un aduar temporario; constituye, en definitiva, una antiecumene hostil a la vida, aunque las especies animales y vegetales que lo habitan, pocas y recursivas, apelan a curiosas estrategias para no sucumbir de sed bajo un sol de bronce derretido.
En el caso de la fauna, ésta se las ingenia de mil sutiles formas para protegerse del calor despiadado escondiéndose bajo tierra durante las bochornosas horas del día y correteando al aire libre durante las frías horas de la noche. Lo mismo sucede con la flora. Cuando la hay, las raíces de los arbustos se hunden, casi con desesperación, hasta las remotas napas subterráneas o, en otros casos, como sucede con las " rosas de Jericó", se enrollan sobre sí mismas hasta fabricar una bola vegetal, se desarraigan suavemente y luego, así livianas y libres, se entregan al viento que las lleva a sitios donde hay agua subterránea. Entonces un secreto hidrotropismo avisa a las raíces que allí deben fijarse para que la planta se aferre y reviva.
En el sertao nordestino del Brasil, un árbol, el joazeiro, crece bajo tierra y desparrama en el aire seco, en imprevistos islotes, el matorral de sus ramas escondidas, apenas recubiertas por un centelleo verde de hojas duras, brillantes como cantáridas.
El Gan del Tanaj
Leamos de nuevo aquel fragmento del Génesis bíblico para entender la verdadera naturaleza del Gan, que significa jardín en hebreo, y del Eden, la estepa pedregosa, el erial sediento donde, gracias a la presencia del agua soterrada, florecía aquel milagro de humedad y verdor en medio de un horizonte calvo, afeitado al ras por la navaja del viento.
Recurro a la muy fiel versión contemporánea de André Chouraqui, quien trasladó al francés la áspera y fuerte escritura del redactor original del Bereshit ( Génesis en la versión griega ) que en el hebreo antiguo significaba " A la cabeza" o " El encabezamiento". Para facilitar su lectura a esta nueva generación que de las lenguas extranjeras únicamente entiende el inglés básico, escondido en los ordenadores, traduzco el fragmento al español: YHWH Elhoim plantó un jardín en Eden, hacia el Oriente y colocó allí al hombre que había formado. YHWH Elhoim hizo brotar del suelo toda especie de árbol agradable a la vista y bueno para comer.
Y el Árbol de la Vida, en medio del Jardín y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
Un río atraviesa el Edén para regar el Jardín y desde allí se divide en cuatro brazos, a los que el viejo poeta y narrador jahvista designa con sus respectivos toponímicos. Pero dejemos esto de lado, aunque se refiera, nada menos, que a la tetrapartición del universo, según el modelo templario que califica y deifica los puntos cardinales. (Al escribir templario me refiero al templum, espacio orientado por los etruscos e itálicos según el cardo y el decumanus, y no a la posmoderna invasión literaria de los
caballeros templarios).
Quedémonos acá, en el Edén, y preguntemos qué cosa es esta extensión que en el libro del Génesis aparece en solitario, desnuda de atributos.
La estepa del árido Edén
El territorio identificado con el nombre de Edén, que abraza y circunda el verde islote del Jardín, es, como ya dije, un cuasi desierto. Existe un notorio parentesco entre el Edén hebreo, el édin sumerio y el édinu akkadio, el idioma hablado en Babilonia. Las dos últimas voces significan por igual estepa árida, plexo geológico escaso de vegetación y carente de redes fluviales. No obstante, el Edén en hebreo quiere decir deleite, delicia.
¿Deriva este nombre de aquella vieja voz, dando vuelta su significado, trocando lo insufrible en placentero?¿ O nada tiene que ver con la desolación antigua, ofreciendo en cambio un marco de esplendor y frescura a la pareja inicial? Las opiniones están divididas en este caso. Yo me inclino por la de los comentaristas dirigidos por L. Pirot y A. Clamer, que apuntan a la realidad geográfica de la zona, donde los oasis son islas de verdor en medio de una polvorienta y estéril extensión pedregosa.( La Sainte
Bible.Tome I, 1re partie, Letouzey et Ané, Paris,1953)
Acepto, pues este criterio, y prosigo, en el entendido de que se trata de un desierto, como lo corrobora la tónica ambiental de estos escenarios. Y bien, sobre la costra reseca que recubrió, luego de un proceso de lenta desertificación, aquellos horizontes otrora empastados, los antiguos cauces por donde circulaba el agua han excavado estrechos valles que dibujan tatuajes arborescentes sobre la faz de una calavera planetaria. Por el fondo de los uadi ( empleo un término árabe, no muy diferente al hebreo) semejantes a las venas abiertas de un gigante calcinado, transitan a veces las caravanas, aprovechando la suave arena dejada en el lecho por los muertos ríos del ayer, cuyos caudales eran abundantes antes del proceso de desertización que acabó con la gran pradera.
No obstante, cuando llueve, cosa que sucede de tanto en tanto en todo desierto, salvo en el de Atacama, cada ued se convierte en una poderosa torrentera que todo lo arrasa. Los dromedario -de dromás, corredor en griego- que circulan con sus cargas y guías, oyen el lejano trueno y trepan prestamente al pedregoso reg. Y si demoran los arrastra la terrible torrentera que surge súbitamente, como llegada de otro planeta.
Pero volvamos a los paisajes antehistóricos de la reseca Tierra Prometida, integrante minúscula del megadesierto afroasiático.
El Gan, el Jardín, es el Paraíso. Esta última denominación viene del griego, que a su vez la tomó del zend, un idioma iranio. Paradeisos en griego significa jardín y la voz fue introducida por Xenofonte, el conductor de la Retirada de los Diez Mil , quien la utilizó tanto en la Anábasis, el título griego del citado libro, como en la Cyropedia, dos obras memorables que, salvo los helenistas, nadie consulta en la actualidad: los tecnócratas echaron a empujones al idioma griego de las universidades. Paradeisos
deriva de la voz pairidaeza (pairi, alrededor; daeza, cerco), término que para los persas significaba espacio cercado, parque de recreo, coto de caza, o sea vergel limitado por la valla infranqueable que impone la esterilidad del desierto.
En realidad, dicho hortus conclusus no es otra cosa que un oasis, un sitio lleno de verdor donde Adam, el mítico ser que lleva el nombre de la tierra con que fue amasado ( adamah), y Eva - La Viva , La que da la Vida , La Madre de todos los Vivientes , según las diversas acepciones de la voz Hawaah, ya que hai en hebreo, significa vida. Ellos disfrutaban, en su calidad de huéspedes sedentarios y haraganes
del jardín plantado por Dios, las delicias del agua, la bendición de la sombra y el hartazgo de una alimentación gratuita.
En el Génesis 2 se dice que Yahvé Elohim, el hacedor y plantador del Jardín, puso a Adam en esa verde delicia para que la trabajase y cuidase. Pero en aquel lunar de fertilidad sempiterna donde, a la hora de la frescura vespertina se paseaba el Creador, antropomorfizado por el relato jahvista -recordemos al Dios barbudo de los ilustradores y artistas de Occidente - no existían merodeadores hambrientos
rondando por los límites.
Tampoco prosperaban los cardos y espinas que recién aparecerán en la adâmâh a raíz de la maldición de Yahvé Elohim, luego de cometido el presunto Pecado Original por la pareja antrópica. No era necesario,
pues, realizar trabajo alguno ni requería vigilancia aquella isla florida que desafiaba la aridez de un derredor desolado.
En efecto, en el Gan estaba concentrada toda la flora y la fauna entonces existentes. Esto permite descubrir otra incongruencia mítica en la Biblia: Noé carga solo parejas animales en el Arca.¿Y las especies vegetales?
¿Cómo fue posible que sobrevivieran al peso, persistencia e impregnación de las aguas sin perecer?¿Qué secreto mecanismo las mantuvo vivas? A estos misterios solo los resuelve la omnipotencia de Adonai, El, o Elhoim, que pasó a llamarse Yahvé luego que Moisés lo levantó del oasis de Maidan en su marcha hacia la Tierra Prometida.
Pero el Dios bíblico no se limitó a la pura creación del macho y la hembra, cuya trágica progenie inauguró la especie humana. Ese acto de la Divina Providencia no era gratuito: estaba sujeto a una prohibición y. en caso de violarla, a un castigo. Al efectuar la maravillosa pero condicionada donación de la vida Dios habló a Adam de este modo: " Podrás comer de todo árbol del huerto, pero no comerás el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, porque entonces morirás sin remedio".
Nada pudo prohibirle a Eva, pues ésta aún no había sido creada a partir de una costilla de Adam, lo que la condenó a ser torcida como el hueso genitor. Per ello y para siempre, por lo menos en el mundo semítico los árabes no se quedaron atrás- fue colocada después y detrás del macho, en su eterno papel secundario de hembra curiosa, parlanchina y enredadora, amén de impura durante el período menstrual.
Un ser inferior, en suma, como luego lo ilustraron, elocuentemente, los Padres de la Iglesia. Y no por su pura misoginia. En el Deuteronomio se la condena a lapidaciones cuando comete determinados pecados o los cometen sobre ella. Y quienes, desde el cristianismo destierran al Viejo Testamento judío a todos los malos de la historia , que lean estas palabras de San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo, hechas a medida para corroborar lo antes expresado: La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. No permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio pues Adán fue formado primero, después Eva, y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.
No todo es irremediable: San Pablo consiente una escapatoria redentora sexo: Pero se salvará engendrando hijos si permanece en fe, amor y de pronto el remedio es peor que la enfermedad. No por los hijos, que deificador de Cristo, sino por la imperativa demanda de modestia, de silencio, de cabeza agachada, de obediencia perruna.
La mítica pareja primordial
Los humanoides (y no humanos todavía, como luego se verá) residentes en el Paraíso Terrenal constituían, etnográficamente hablando, una pareja de recolectores de frutos, raíces, bayas y demás alimentos vegetales, puesto que en la versión jahavista del Génesis 3, la que describe la Tentación, el Pecado y la Caída, no considera a los animales como presas alimenticias de sus hermanos antrópicos, con los cuales compartían un inteligible lenguaje común. Valiéndose de esa comunicación oral se dirigió a la mujer la por entonces erguida Serpiente, considerada bastante más tarde y en otros capítulos de la Biblia como Satán, el Obstaculizador, el Adversario, el Acusador, llamado Samael por una tradición rabínica que otorgaba a la letra samesh del alfabeto hebreo el significado de serpiente.
Vistas las condiciones de descansada supervivencia a las que estaba entregada la pareja, no existía el rigor del trabajo en aquel oasis benéfico .El trabajo constituye un tormento, como lo señala el posible origen latino de su nombre, ya que el tripalium es un cepo, un artefacto de tortura fabricado con tres palos. Ese duro menester cotidiano de ganarse el pan a puro sudor y fatiga muscular recién aparecerá cuando Adam comience a carpir y cultivar la tierra reseca, luego de su expulsión del fecundo y bien
provisto huerto.
Dicho oasis, por gracia del Gran Jardinero, era el biotopo donde holgaba la inmortal pareja antropomorfa - se trataba de homínidos pero no todavía de humánidos, lo repito- ayuna por entonces de ardor sexual, inteligencia y entendimiento. Aquellos bípedos desnudos, animales superiores al fin, transcurrían, es decir comían, dormían y defecaban, a espaldas de la peripecia de la historia.
Estaban condenados a la mera duración en un estado pueril, ya que no zoológico, pues la tragicomedia humana recién comenzó cuando comieron el fruto prohibido del Paraíso Terrenal: tal vez un dátil, y de pronto un hongo -según opinan algunos estudiosos actuales- , y jamás una manzana, que por otra parte tampoco se nombra.
La mítica secuencia es por demás conocida. Un buen día la melosa serpiente les promete ser como dioses si se atrevían a comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que , según Frazer, era el Árbol de la Muerte y que, según mi opinión, era el Ärbol de la Conciencia Moral. De tal modo engañados - ¿ cómo ,si aún no existía el discernimiento entre el bien y el mal ?- pagarán con una vida perecedera ( Adam, empero, vivió 930 años, según el relato jahvista) la fatal desobediencia. Se trata, para el despreciado segundo santificación, con modestia. vendrán sin que los llame el servidumbre fiel, de sumiso nada menos, que de la partida de nacimiento del Pecado Original, definido teológicamente por San Pablo y dogmatizado eclesiásticamente por San Agustín.
¿Pecado Original?
Quiero insistir en el peliagudo asunto del Pecado Original. Dios prohíbe y la serpiente, -el mas sabio de los animales según la correcta traducción, y no astuto como se la desfigura interesadamente- incita a comer el fruto del árbol interdicto.
Pero, insito, antes de probarlo ni Adam ni Eva conocían la norma ética que discierne el sentido de lo correcto y lo incorrecto, de lo justo y lo injusto, de lo bueno y de lo malo, de los derechos y los deberes de los hombres. Dicho sentido moral es corroborado por el don del libre albedrío y la incesante lucha entablada en el alma humana entre Eros, el amor y Thánatos, la muerte, o, en otros términos, entre Dios, el Misericordioso Padre del Universo y de la Vida, y Satán , el viejo maquinador del mal, artífice de la perdición y emisario de la mentira.¿Y quien crea a Lucifer, el caído Ángel de la Luz? Por cierto que no nació por generación espontánea, ni al soplo de un dualismo semejante al mazdeista.
Resulta ser también, como todo lo surgido en el inicial Fiat Lux, un hijo de Dios. Quien, en nombre de la razón, quiera luchar con las contradicciones, que lo haga. Pero es más cómodo recurrir a la fé, que traga las aldabas de cualquier misterio.
No olvidemos que pisamos el cenagoso territorio de los mitos y no el reluciente piso de lo que se llama Revelación. Dios no juega a los dados, decía Einstein, ni comete, de ser infinita su sabiduría e irrebatible su lógica, los disparates del redactor jahvista del segundo y tercero libros del Bereshit. Hay en el libro primero otro redactor sacerdotal mas atildado y conciso en la narración de los seis días de la Creación. El sexto no cuente.En él Dios, fatigado, descansó.
Según el folclórico relato jahvista, antes de comer el fruto del arbol del Conocimiento del Bien y del Mal la pareja fundadora de la humanidad estaba en cueros, dado que el clima de aquel húmedo y tibio pulmón, como sucede con la floresta amazónica, no requería prenda alguna de abrigo. Pero a pesar de exhibir los sexos y los vellos, Adam y Eva no advertían su desnudez. Si el sentimiento del pudor aún no había turbado aquellas almas en estado de naturaleza ¿no debía suceder lo mismo con las demás
reglas de conducta, con los mandamientos y las restricciones, con los futuros valores y desvalores, aún desconocidos por ellos?
Dejando de lado la inexistencia del sistema social, ese fabricante de las normas de convivencia y connivencia, en aquel estado amoral del espíritu el hecho de no comer o comer el fruto del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal no podía tener el carácter de un pecado de desobediencia, en el caso de la prohibición de Yahvé, ni el de un desafío a la divinidad, en el caso de la tentación de la serpiente.
Creados por el Gran Hacedor, Adam y Eva medían con la misma vara de la ignorancia las terribles advertencias divinas y las capciosas insinuaciones ofídicas, ya que no demoníacas. Y de algún modo el reclamo del dulce y perfumado alimento del árbol, grato al paladar, prevalecía sobre las inocuas prohibición y tentación impuestas al alma, tanto la del no divino, como la del si satánico.
Sin conciencia moral lo bueno y lo malo no tienen sentido: esta conciencia sobrevino después de comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Así lo entendió también Giordano Bruno, que acabó en la hoguera, pero por otros motivos.
Ergo, no hubo ni hay Pecado Original, pues antes de saber qué significaba lo bueno y lo malo la pareja paradisíaca, todavía en la categoría animal que la relegaba a la inconsciencia o a la falta de conciencia, era mas congruente con su estado de naturaleza el engullir un manjar vegetal que pasar a su lado sin manducarlo. Estamos, se comprende, lidiando con un mito, pero detrás de lo fantástico y lo maravilloso
de la arcaica narración se constela un sistema de símbolos que van desde la orilla de lo poético a la de lo patético.
Y, sobre todas las cosas y los casos, la transgresión del mandamiento de Yahvé desencadenará un drama histórico que ya dura milenios. El pecado de desobediencia a la prohibición divina instaló el Mal y la Muerte en el mundo e inauguró el reinado terrenal de Satán. Dicha catástrofe, que rompe las fronteras del dominio teológico, ha sido manejada con mano maestra, y a la vez implacable, por esa institución política y policial conocida como la Santa Madre Iglesia.
Las condenas al infierno, las hogueras de la Inquisición, los ataques a los judíos, las Cruzadas contra el Islam, -que de paso arrasaron con la ortodoxa Constantinopla-, los terrores y sufrimientos caídos sobre la cristiandad a raíz de nuestra presunta esencia pecadora, no fueron , por cierto, instaurados por Jesús, el Hijo del Hombre, sino por quienes desvirtuaron el mensaje fraternal del Nazareno. Alcanza con hojear un libro de historia para comprobar que aquellos crímenes obedecían a un ciego dogmatismo que impuso, por siglos, la muerte a mano armada, la tortura desquiciante y el fuego purificador.
La tradición rabínica ha sido mas sabia al interpretar la inexistente desobediencia con mejor conocimiento de la condición humana. Dicha tradición desestima el dualismo impuesto por los autores apocalípticos y proclama el monismo de un Dios benévolo. El nacimiento del Mal no responde a la desobediencia de la pareja del Gan sino de la imperfección de lo creado y el uso erróneo del libre albedrío.
Satán representa la inclinación al mal que aqueja a los hombre, de por sí contingentes e imperfectos: todo ser creado está sujeto a la incompletud del espíritu y a la corrupción de la carne. En cada criatura humana existen dos fuerzas, don entidades, dos tendencias antagónicas representadas por el yetser ha-tob, que inclina hacia el bien y el yetser ha-sara, que desvía hacia el mal. Me animaría a decir que este yetser equivale, o por lo menos se aproxima, al daimon griego y al djinn árabe.
"Esto es un Edén ", se exclama cuando nos envuelve la frescura de la vegetación, y el agua de un arroyo "canta y corre sobre la espalda dorada de la arena , y "las mariposas de alas tornasoladas, amén de otros lugares comunes del bucolismo, deletrean el santo y seña de la belleza en el paisaje circundante.
Pero el Edén, el climático producto de la desertificación de las actuales extensiones áridas que hace 5.000 años eran feraces praderas, no es un rincón colmado de gracia ni el alarde estético de un florido ecosistema local. Es un sitio inhóspito, en el que la presencia humana tiende puntos suspensivos a lo largo de las travesías o se concentra fugazmente en un aduar temporario; constituye, en definitiva, una antiecumene hostil a la vida, aunque las especies animales y vegetales que lo habitan, pocas y recursivas, apelan a curiosas estrategias para no sucumbir de sed bajo un sol de bronce derretido.
En el caso de la fauna, ésta se las ingenia de mil sutiles formas para protegerse del calor despiadado escondiéndose bajo tierra durante las bochornosas horas del día y correteando al aire libre durante las frías horas de la noche. Lo mismo sucede con la flora. Cuando la hay, las raíces de los arbustos se hunden, casi con desesperación, hasta las remotas napas subterráneas o, en otros casos, como sucede con las " rosas de Jericó", se enrollan sobre sí mismas hasta fabricar una bola vegetal, se desarraigan suavemente y luego, así livianas y libres, se entregan al viento que las lleva a sitios donde hay agua subterránea. Entonces un secreto hidrotropismo avisa a las raíces que allí deben fijarse para que la planta se aferre y reviva.
En el sertao nordestino del Brasil, un árbol, el joazeiro, crece bajo tierra y desparrama en el aire seco, en imprevistos islotes, el matorral de sus ramas escondidas, apenas recubiertas por un centelleo verde de hojas duras, brillantes como cantáridas.
El Gan del Tanaj
Leamos de nuevo aquel fragmento del Génesis bíblico para entender la verdadera naturaleza del Gan, que significa jardín en hebreo, y del Eden, la estepa pedregosa, el erial sediento donde, gracias a la presencia del agua soterrada, florecía aquel milagro de humedad y verdor en medio de un horizonte calvo, afeitado al ras por la navaja del viento.
Recurro a la muy fiel versión contemporánea de André Chouraqui, quien trasladó al francés la áspera y fuerte escritura del redactor original del Bereshit ( Génesis en la versión griega ) que en el hebreo antiguo significaba " A la cabeza" o " El encabezamiento". Para facilitar su lectura a esta nueva generación que de las lenguas extranjeras únicamente entiende el inglés básico, escondido en los ordenadores, traduzco el fragmento al español: YHWH Elhoim plantó un jardín en Eden, hacia el Oriente y colocó allí al hombre que había formado. YHWH Elhoim hizo brotar del suelo toda especie de árbol agradable a la vista y bueno para comer.
Y el Árbol de la Vida, en medio del Jardín y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
Un río atraviesa el Edén para regar el Jardín y desde allí se divide en cuatro brazos, a los que el viejo poeta y narrador jahvista designa con sus respectivos toponímicos. Pero dejemos esto de lado, aunque se refiera, nada menos, que a la tetrapartición del universo, según el modelo templario que califica y deifica los puntos cardinales. (Al escribir templario me refiero al templum, espacio orientado por los etruscos e itálicos según el cardo y el decumanus, y no a la posmoderna invasión literaria de los
caballeros templarios).
Quedémonos acá, en el Edén, y preguntemos qué cosa es esta extensión que en el libro del Génesis aparece en solitario, desnuda de atributos.
La estepa del árido Edén
El territorio identificado con el nombre de Edén, que abraza y circunda el verde islote del Jardín, es, como ya dije, un cuasi desierto. Existe un notorio parentesco entre el Edén hebreo, el édin sumerio y el édinu akkadio, el idioma hablado en Babilonia. Las dos últimas voces significan por igual estepa árida, plexo geológico escaso de vegetación y carente de redes fluviales. No obstante, el Edén en hebreo quiere decir deleite, delicia.
¿Deriva este nombre de aquella vieja voz, dando vuelta su significado, trocando lo insufrible en placentero?¿ O nada tiene que ver con la desolación antigua, ofreciendo en cambio un marco de esplendor y frescura a la pareja inicial? Las opiniones están divididas en este caso. Yo me inclino por la de los comentaristas dirigidos por L. Pirot y A. Clamer, que apuntan a la realidad geográfica de la zona, donde los oasis son islas de verdor en medio de una polvorienta y estéril extensión pedregosa.( La Sainte
Bible.Tome I, 1re partie, Letouzey et Ané, Paris,1953)
Acepto, pues este criterio, y prosigo, en el entendido de que se trata de un desierto, como lo corrobora la tónica ambiental de estos escenarios. Y bien, sobre la costra reseca que recubrió, luego de un proceso de lenta desertificación, aquellos horizontes otrora empastados, los antiguos cauces por donde circulaba el agua han excavado estrechos valles que dibujan tatuajes arborescentes sobre la faz de una calavera planetaria. Por el fondo de los uadi ( empleo un término árabe, no muy diferente al hebreo) semejantes a las venas abiertas de un gigante calcinado, transitan a veces las caravanas, aprovechando la suave arena dejada en el lecho por los muertos ríos del ayer, cuyos caudales eran abundantes antes del proceso de desertización que acabó con la gran pradera.
No obstante, cuando llueve, cosa que sucede de tanto en tanto en todo desierto, salvo en el de Atacama, cada ued se convierte en una poderosa torrentera que todo lo arrasa. Los dromedario -de dromás, corredor en griego- que circulan con sus cargas y guías, oyen el lejano trueno y trepan prestamente al pedregoso reg. Y si demoran los arrastra la terrible torrentera que surge súbitamente, como llegada de otro planeta.
Pero volvamos a los paisajes antehistóricos de la reseca Tierra Prometida, integrante minúscula del megadesierto afroasiático.
El Gan, el Jardín, es el Paraíso. Esta última denominación viene del griego, que a su vez la tomó del zend, un idioma iranio. Paradeisos en griego significa jardín y la voz fue introducida por Xenofonte, el conductor de la Retirada de los Diez Mil , quien la utilizó tanto en la Anábasis, el título griego del citado libro, como en la Cyropedia, dos obras memorables que, salvo los helenistas, nadie consulta en la actualidad: los tecnócratas echaron a empujones al idioma griego de las universidades. Paradeisos
deriva de la voz pairidaeza (pairi, alrededor; daeza, cerco), término que para los persas significaba espacio cercado, parque de recreo, coto de caza, o sea vergel limitado por la valla infranqueable que impone la esterilidad del desierto.
En realidad, dicho hortus conclusus no es otra cosa que un oasis, un sitio lleno de verdor donde Adam, el mítico ser que lleva el nombre de la tierra con que fue amasado ( adamah), y Eva - La Viva , La que da la Vida , La Madre de todos los Vivientes , según las diversas acepciones de la voz Hawaah, ya que hai en hebreo, significa vida. Ellos disfrutaban, en su calidad de huéspedes sedentarios y haraganes
del jardín plantado por Dios, las delicias del agua, la bendición de la sombra y el hartazgo de una alimentación gratuita.
En el Génesis 2 se dice que Yahvé Elohim, el hacedor y plantador del Jardín, puso a Adam en esa verde delicia para que la trabajase y cuidase. Pero en aquel lunar de fertilidad sempiterna donde, a la hora de la frescura vespertina se paseaba el Creador, antropomorfizado por el relato jahvista -recordemos al Dios barbudo de los ilustradores y artistas de Occidente - no existían merodeadores hambrientos
rondando por los límites.
Tampoco prosperaban los cardos y espinas que recién aparecerán en la adâmâh a raíz de la maldición de Yahvé Elohim, luego de cometido el presunto Pecado Original por la pareja antrópica. No era necesario,
pues, realizar trabajo alguno ni requería vigilancia aquella isla florida que desafiaba la aridez de un derredor desolado.
En efecto, en el Gan estaba concentrada toda la flora y la fauna entonces existentes. Esto permite descubrir otra incongruencia mítica en la Biblia: Noé carga solo parejas animales en el Arca.¿Y las especies vegetales?
¿Cómo fue posible que sobrevivieran al peso, persistencia e impregnación de las aguas sin perecer?¿Qué secreto mecanismo las mantuvo vivas? A estos misterios solo los resuelve la omnipotencia de Adonai, El, o Elhoim, que pasó a llamarse Yahvé luego que Moisés lo levantó del oasis de Maidan en su marcha hacia la Tierra Prometida.
Pero el Dios bíblico no se limitó a la pura creación del macho y la hembra, cuya trágica progenie inauguró la especie humana. Ese acto de la Divina Providencia no era gratuito: estaba sujeto a una prohibición y. en caso de violarla, a un castigo. Al efectuar la maravillosa pero condicionada donación de la vida Dios habló a Adam de este modo: " Podrás comer de todo árbol del huerto, pero no comerás el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, porque entonces morirás sin remedio".
Nada pudo prohibirle a Eva, pues ésta aún no había sido creada a partir de una costilla de Adam, lo que la condenó a ser torcida como el hueso genitor. Per ello y para siempre, por lo menos en el mundo semítico los árabes no se quedaron atrás- fue colocada después y detrás del macho, en su eterno papel secundario de hembra curiosa, parlanchina y enredadora, amén de impura durante el período menstrual.
Un ser inferior, en suma, como luego lo ilustraron, elocuentemente, los Padres de la Iglesia. Y no por su pura misoginia. En el Deuteronomio se la condena a lapidaciones cuando comete determinados pecados o los cometen sobre ella. Y quienes, desde el cristianismo destierran al Viejo Testamento judío a todos los malos de la historia , que lean estas palabras de San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo, hechas a medida para corroborar lo antes expresado: La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. No permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio pues Adán fue formado primero, después Eva, y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.
No todo es irremediable: San Pablo consiente una escapatoria redentora sexo: Pero se salvará engendrando hijos si permanece en fe, amor y de pronto el remedio es peor que la enfermedad. No por los hijos, que deificador de Cristo, sino por la imperativa demanda de modestia, de silencio, de cabeza agachada, de obediencia perruna.
La mítica pareja primordial
Los humanoides (y no humanos todavía, como luego se verá) residentes en el Paraíso Terrenal constituían, etnográficamente hablando, una pareja de recolectores de frutos, raíces, bayas y demás alimentos vegetales, puesto que en la versión jahavista del Génesis 3, la que describe la Tentación, el Pecado y la Caída, no considera a los animales como presas alimenticias de sus hermanos antrópicos, con los cuales compartían un inteligible lenguaje común. Valiéndose de esa comunicación oral se dirigió a la mujer la por entonces erguida Serpiente, considerada bastante más tarde y en otros capítulos de la Biblia como Satán, el Obstaculizador, el Adversario, el Acusador, llamado Samael por una tradición rabínica que otorgaba a la letra samesh del alfabeto hebreo el significado de serpiente.
Vistas las condiciones de descansada supervivencia a las que estaba entregada la pareja, no existía el rigor del trabajo en aquel oasis benéfico .El trabajo constituye un tormento, como lo señala el posible origen latino de su nombre, ya que el tripalium es un cepo, un artefacto de tortura fabricado con tres palos. Ese duro menester cotidiano de ganarse el pan a puro sudor y fatiga muscular recién aparecerá cuando Adam comience a carpir y cultivar la tierra reseca, luego de su expulsión del fecundo y bien
provisto huerto.
Dicho oasis, por gracia del Gran Jardinero, era el biotopo donde holgaba la inmortal pareja antropomorfa - se trataba de homínidos pero no todavía de humánidos, lo repito- ayuna por entonces de ardor sexual, inteligencia y entendimiento. Aquellos bípedos desnudos, animales superiores al fin, transcurrían, es decir comían, dormían y defecaban, a espaldas de la peripecia de la historia.
Estaban condenados a la mera duración en un estado pueril, ya que no zoológico, pues la tragicomedia humana recién comenzó cuando comieron el fruto prohibido del Paraíso Terrenal: tal vez un dátil, y de pronto un hongo -según opinan algunos estudiosos actuales- , y jamás una manzana, que por otra parte tampoco se nombra.
La mítica secuencia es por demás conocida. Un buen día la melosa serpiente les promete ser como dioses si se atrevían a comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que , según Frazer, era el Árbol de la Muerte y que, según mi opinión, era el Ärbol de la Conciencia Moral. De tal modo engañados - ¿ cómo ,si aún no existía el discernimiento entre el bien y el mal ?- pagarán con una vida perecedera ( Adam, empero, vivió 930 años, según el relato jahvista) la fatal desobediencia. Se trata, para el despreciado segundo santificación, con modestia. vendrán sin que los llame el servidumbre fiel, de sumiso nada menos, que de la partida de nacimiento del Pecado Original, definido teológicamente por San Pablo y dogmatizado eclesiásticamente por San Agustín.
¿Pecado Original?
Quiero insistir en el peliagudo asunto del Pecado Original. Dios prohíbe y la serpiente, -el mas sabio de los animales según la correcta traducción, y no astuto como se la desfigura interesadamente- incita a comer el fruto del árbol interdicto.
Pero, insito, antes de probarlo ni Adam ni Eva conocían la norma ética que discierne el sentido de lo correcto y lo incorrecto, de lo justo y lo injusto, de lo bueno y de lo malo, de los derechos y los deberes de los hombres. Dicho sentido moral es corroborado por el don del libre albedrío y la incesante lucha entablada en el alma humana entre Eros, el amor y Thánatos, la muerte, o, en otros términos, entre Dios, el Misericordioso Padre del Universo y de la Vida, y Satán , el viejo maquinador del mal, artífice de la perdición y emisario de la mentira.¿Y quien crea a Lucifer, el caído Ángel de la Luz? Por cierto que no nació por generación espontánea, ni al soplo de un dualismo semejante al mazdeista.
Resulta ser también, como todo lo surgido en el inicial Fiat Lux, un hijo de Dios. Quien, en nombre de la razón, quiera luchar con las contradicciones, que lo haga. Pero es más cómodo recurrir a la fé, que traga las aldabas de cualquier misterio.
No olvidemos que pisamos el cenagoso territorio de los mitos y no el reluciente piso de lo que se llama Revelación. Dios no juega a los dados, decía Einstein, ni comete, de ser infinita su sabiduría e irrebatible su lógica, los disparates del redactor jahvista del segundo y tercero libros del Bereshit. Hay en el libro primero otro redactor sacerdotal mas atildado y conciso en la narración de los seis días de la Creación. El sexto no cuente.En él Dios, fatigado, descansó.
Según el folclórico relato jahvista, antes de comer el fruto del arbol del Conocimiento del Bien y del Mal la pareja fundadora de la humanidad estaba en cueros, dado que el clima de aquel húmedo y tibio pulmón, como sucede con la floresta amazónica, no requería prenda alguna de abrigo. Pero a pesar de exhibir los sexos y los vellos, Adam y Eva no advertían su desnudez. Si el sentimiento del pudor aún no había turbado aquellas almas en estado de naturaleza ¿no debía suceder lo mismo con las demás
reglas de conducta, con los mandamientos y las restricciones, con los futuros valores y desvalores, aún desconocidos por ellos?
Dejando de lado la inexistencia del sistema social, ese fabricante de las normas de convivencia y connivencia, en aquel estado amoral del espíritu el hecho de no comer o comer el fruto del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal no podía tener el carácter de un pecado de desobediencia, en el caso de la prohibición de Yahvé, ni el de un desafío a la divinidad, en el caso de la tentación de la serpiente.
Creados por el Gran Hacedor, Adam y Eva medían con la misma vara de la ignorancia las terribles advertencias divinas y las capciosas insinuaciones ofídicas, ya que no demoníacas. Y de algún modo el reclamo del dulce y perfumado alimento del árbol, grato al paladar, prevalecía sobre las inocuas prohibición y tentación impuestas al alma, tanto la del no divino, como la del si satánico.
Sin conciencia moral lo bueno y lo malo no tienen sentido: esta conciencia sobrevino después de comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Así lo entendió también Giordano Bruno, que acabó en la hoguera, pero por otros motivos.
Ergo, no hubo ni hay Pecado Original, pues antes de saber qué significaba lo bueno y lo malo la pareja paradisíaca, todavía en la categoría animal que la relegaba a la inconsciencia o a la falta de conciencia, era mas congruente con su estado de naturaleza el engullir un manjar vegetal que pasar a su lado sin manducarlo. Estamos, se comprende, lidiando con un mito, pero detrás de lo fantástico y lo maravilloso
de la arcaica narración se constela un sistema de símbolos que van desde la orilla de lo poético a la de lo patético.
Y, sobre todas las cosas y los casos, la transgresión del mandamiento de Yahvé desencadenará un drama histórico que ya dura milenios. El pecado de desobediencia a la prohibición divina instaló el Mal y la Muerte en el mundo e inauguró el reinado terrenal de Satán. Dicha catástrofe, que rompe las fronteras del dominio teológico, ha sido manejada con mano maestra, y a la vez implacable, por esa institución política y policial conocida como la Santa Madre Iglesia.
Las condenas al infierno, las hogueras de la Inquisición, los ataques a los judíos, las Cruzadas contra el Islam, -que de paso arrasaron con la ortodoxa Constantinopla-, los terrores y sufrimientos caídos sobre la cristiandad a raíz de nuestra presunta esencia pecadora, no fueron , por cierto, instaurados por Jesús, el Hijo del Hombre, sino por quienes desvirtuaron el mensaje fraternal del Nazareno. Alcanza con hojear un libro de historia para comprobar que aquellos crímenes obedecían a un ciego dogmatismo que impuso, por siglos, la muerte a mano armada, la tortura desquiciante y el fuego purificador.
La tradición rabínica ha sido mas sabia al interpretar la inexistente desobediencia con mejor conocimiento de la condición humana. Dicha tradición desestima el dualismo impuesto por los autores apocalípticos y proclama el monismo de un Dios benévolo. El nacimiento del Mal no responde a la desobediencia de la pareja del Gan sino de la imperfección de lo creado y el uso erróneo del libre albedrío.
Satán representa la inclinación al mal que aqueja a los hombre, de por sí contingentes e imperfectos: todo ser creado está sujeto a la incompletud del espíritu y a la corrupción de la carne. En cada criatura humana existen dos fuerzas, don entidades, dos tendencias antagónicas representadas por el yetser ha-tob, que inclina hacia el bien y el yetser ha-sara, que desvía hacia el mal. Me animaría a decir que este yetser equivale, o por lo menos se aproxima, al daimon griego y al djinn árabe.
Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias