La parte invisible del iceberg. Acerca de la marihuana y otras yerbas (Sexta nota)

Daniel Vidart

06.09.2012

En estos días el parlamento uruguayo ha comenzado a debatir el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo sobre la despenalización del consumo controlado de marihuana.

No van a parar aquí las cosas: de a poco, o a paso redoblado, irán llegando, transportados por Icaros diligentes, los decretos reglamentarios. Como decía Borges, hay “senderos que se bifurcan”, pero en este caso no se trata de un Jardín donde aquellos se abrían, y menos el del Paraíso.

Sin duda alguna, nuestros legisladores han de estar bien documentados acerca de los aspectos farmacológicos, sociales y legales que giran en derredor de la droga más consumida en el mundo. Del mismo modo, se supone que conocen con mas o menos detalles las propiedades de los otros generadores de estados alternos (¿o alterados?) de conciencia que giran en el inmenso planetario de las drogas hoy adueñadas, al igual que siempre, de buena parte de la humanidad.

A la civilizada y a la mal llamada salvaje. Ya veremos, en futuras notas, cono los “inocentes” pueblos preletrados le dan, y fuerte, a los enteógenos, satanógenos. dinamógenos y otros psicotrópicos activantes o alucinatorios.

Y digo, regresando a las bancas del parlamento, que en materia tan delicada no se puede improvisar, ni rendirse ante el prejuicio, ni jugar a la mosqueta con las sustancias psicoactivantes, ni tirar la taba para que al traficante le toque suerte y no culo. Como simple ciudadano que soy les ruego comedidamente a los señores representantes nacionales y senadores, incluso a los bien informados, que estudien el estado del tema en los tiempos que corren, que se documenten a fondo, que sopesen los pro y los contra del uso de la yerba y , paralelamente, que consulten el prontuario de la pasta base, el basuco, para evitar que, al entreverar las cartas del mazo, la benevolencia populista o el bizantinismo jurídico tapen los ojos de la justicia, o que la tradición folklórica se imponga al conocimiento verdadero.

No obstante estas respetuosas demandas de atención a legisladores altamente responsables y bien informados, mi intención, que corre por cordón separado, es otra. En tal sentido, espero que estos apuntes sirvan a los lectores de Bitácora para hacer claridad en los rincones oscuros donde se empollan las falacias del tercero excluido y los sofismas de distracción. En otras palabras, resulta imprescindible que entre todos, sine ira et studio, analicemos el pro y el contra de la legalización del cannabis según las distintas modalidades de su consumo, a partir de la resina, el cogollo floral o la hoja. Este no es un dato nimio. Se trata de intensidades crecientes: en el caso de la resina ya entramos en los territorios del haxix, el hermano adulto del porro, el generador de los hashsh ashin (asesinos) consumidores de haxix, los soldados musulmanes del Viejo de la Montaña.

Ello exige una doble tarea vestibular, si cabe el término.

1ª. Es preciso concentrar la atención en el vaivén dialéctico de las actitudes asumidas ante su uso recreativo por parte de las hegemonías del Poder con Botas de los represores y las contraculturas del Poder Descalzo, esgrimidas por los adictos. Y no solamente aquí y ahora, sino a lo largo del siglo XX y los anteriores, cuando todavía no funcionaban ni el miedo ni el garrote. De tal modo, trayendo a cuenta los hechos y examinando las opiniones de quienes han trabajado sobre estos graves asuntos, será posible trepar a la copa del Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Y ello debe ser sin dilaciones porque las sirenas, a todo grito, advierten que solo hay un pequeño trecho entre la delicia del Paraiso y la puerta del Infierno.

También existe una historia mucho más antigua, a la que voy a referirme en el momento oportuno: la peripecia terrenal del cáñamo arranca desde el Paleolítico, nada menos. Conociéndola, y no inventándola, o barriéndola debajo de la alfombra, se podrá desatar, sin cortarlo de un tajo, el nudo gordiano que hoy a todos acogota, tanto aquí como en otros países del ancho mundo.

Así como existen unas - bastante inservibles- Naciones Unidas, resulta perentorio crear un superorganismo planetario, en el que estén representados todos los países, para que, conjuntamente, denunciando y conjurando esa peste llamada corrupción, unifique voluntades para acabar, a sangre y fuego si es preciso, con los narcotraficantes, los mundiales empresarios de la muerte. El narcotráfico es un pulpo que extiende sus tentáculos por la tierra entera, que corrompe voluntades, que amenaza, chantajea y asesina, que tiene valedores de cuello blanco, que se ha convertido en la Peste Negra de nuestro tiempo. Si no se le combate en todos los frentes, si no se le rompen a la vez todas sus inmundas patas, va a suceder como con la mítica Hidra de Lerna, a quien Herakles le cortaba las cabezas una por una y luego estas renacían. Fue preciso recurrir al fuego para achicharrar el cuerpo del monstruo, acabando así con su peligrosa presencia. A grandes males, grandes remedios. Nada de leguleyerías ni de argucias posmodernas. Regresar a Talión, si es preciso: el que a hierro mata, por solapado que este sea, a hierro debe morir.

2ª Debemos tambien efectuar una excursión por los dominios de la cocaína para remarcar las diferencias existentes entre la pasta base y el crack, y las de ambas basuras con la coca y la cocaína propiamente dichas. Existe toda una constelación sociocultural en derredor de la Mama Cuca de los indígenas andinos. Le dediqué un libro a todo cuanto hay de mítico, de sagrado, de convivial y también de estimulante en su uso. La hoja de coca, caleador mediante, no solamente se convoca a la Pacha Mama: su alcaloide sosiega el hambre, quita el frío, concede fuerzas y espanta al soroche, el mal de las montañas. Chacchar o mambear coca al natural no es lo mismo que aspirar el blanco polvo de la cocaína o caer en las garras de las bestias dañinas nacidas de sus residuos.

La marihuana apunta a otros blancos, si bien hay todo un abanico entre los estados que mete de contrabando en la conciencia. Ellos van desde el aéreo bienestar y la locuacidad risueña hasta las alucinaciones leves, la modorra soñadora y la cansera del espíritu. Y también el cuerpo, si bien no revienta, a la larga sufre. Maruja y pasta base no son intercambiables; sus objetivos no son los mismos; apuntan, con desigual puntería, a distintos blancos.

Una historia de bandidos
Ya los lectores, tal como lo expuse en un artículo anterior, fueron enterados de la presencia del cáñamo en los EE.UU. a partir de la colonia inglesa fundada por los cuáqueros.
El cáñamo, hasta principios del siglo XX, fue considerado como una planta muy útil, que no solamente guardaba en su tallo una fibra multiuso: también proporcionaba con su hoja, sus flores y su resina, un psicotónico cuyos efectos eran disfrutados tanto por las personalidades políticas como por unos pocos outsiders del pueblo llano.

La historia que a continuación contaré se desarrolla en los EE.UU. Hay otras, también apasionantes – y terroríficas- que tuvieron por escenarios distintos paises y regiones del mundo. Pero voy a limitarme, por lo ejemplar y pedagógico que ello entraña, a la suerte que corrió el cáñamo luego de la penalización de la marihuana. Tal episodio no fue originado por razones de salud pública sino por mandato de la voracidad financiera que caracteriza al capitalismo salvaje.

A principios del siglo XX se plantaba, con provecho, el cáñamo en los EE.UU., y a tal punto, que en el año 1916 el Departamento de Agricultura vaticinó que para el 1940 no habría necesidad de talar bosques enteros porque todos los libros y los diarios se imprimirían en papel de fibra de cannabis. Los agrónomos habían demostrado que una hectárea de cáñamo producía tanto papel como cuatro de árboles.

Entre tanto, la marihuana entraba al país por dos grandes bocas geográficas. Desde las Antillas y Centroamérica ingresaba a New Orleans la que consumían los músicos de jazz y las gentes de la noche. Desde México llegaban los braceros chicanos, gente pobre y malconsiderada, que encontraban en su querida yerba consuelo para sus tristezas y alivio para sus fatigas. Como ya conté, desde 1895 los soldados de Pancho Villa la designaban con el nombre de Marihuana, la más servicial de las soldaderas.
Nadie sabía, entre los desinformados ciudadanos norteños de aquel país, ya en camino de ser una potencia, que el cáñamo era el padre de la marihuana y que en una misma planta se albergaban la vigilia y el sueño, el trabajo y el ocio.

La presencia industrial del cáñamo, que competía ventajosamente con los troncos arbóreos, convertidos en blanda y servicial materia pastosa, aunque no podía aún hacer lo mismo con el algodón, se convirtió en una amenaza para los productores de pulpa de madera y los terratenientes algodoneros, a partir del año 1917. ¿Por qué?

Porque por ese entonces se inventó el descortezador mecánico del cáñamo, una máquina infernal para los señores del bosque, que iba a abaratar grandemente la obtención de sus subproductos. Terminaría este aparato con la pesada recolección de los tallos y un demorado procesamiento en aguas nauseabundas. Se calculaba que alrededor del 1930 la descorticadora iba a entrar en funciones de modo masivo. Entonces, desde dos frentes, los magnates de las industrias del papel y del algodón, alarmados ante una inminente y ruinosa competencia, apuntaron con su artillería pesada a la atrevida plantita y su aliado tecnológico.


¿Quiénes son estos personajes?

En un comienzo fueron dos cabezas de serie, dos industriales sin escrúpulos, como convenía a un Golem capitalista que ya usaba pantalones largos. Uno se llamaba William Randolph Hearst y era por ese entonces, según se decía, el hombre más rico del mundo. El otro, Pierre du Pont, descendía de una familia francesa inmigrada en el año 1802 a cuyo frente estaba el economista Pierre Samuel du Pont de Nemours, discípulo del economista fisiócrata François Quesnay.

Hearst, entre otras cosas, era el propietario de una gran cadena de periódicos que demandaban ingentes gastos para la adquisición de papel. En uno de ellos publicaba, al finalizar el siglo XIX, una tira cómica de la cual surge un personaje, The Yellow Kid, - el muchacho amarillo- cuyo nombre caracterizaría a la prensa sensacionalista, como la de Hearst, que desde entonces pasó a denominarse “amarilla”. Para abaratar el costo de sus impresos Hearst agarró al toro por las guampas: compró todos los aserraderos de los EE. y se convirtió en el productor monopólico de la pasta de papel. Había sembrado en México alrededor de 250.000 hás. de árboles, con idénticos fines. Pero no pudo utilizarlas por mucho tiempo. Pancho Villa y sus tropas las expropiaron en 1895. Entonces comenzó a vomitar sapos y culebras contra los “ladrones chicanos”.

Los braceros inmigrantes que, como una hemorragia humana, inundaban el sur de los EE.UU. provenían de un país “mestizo y bárbaro”. Por añadidura, venían fumando marihuana, oliendo a vicio, a miseria, a humo dulzón. No podían los estadounidenses caer en tamaña trampa. El ejército mediático de Hearst entró en acción y derribó los muros de la ignorancia: la marihuana era la otra cara, la perversa, de una misma moneda. Para acabar con la maléfica fumata que transformaba a los hombres en seres violentos, violadores y asesinos – tales fueron los epítetos que a diario comenzaron a utilizar sus periódicos – era preciso quemar los plantíos del cáñamo, ícono de la abyección, la locura y el crimen. Hasta entonces no se había publicado un solo informe médico acerca de los desastres que se le achacaban, tanto desde el punto de vista patológico como el social. Concedamos que era aún temprano para el dictamen de la ciencia. Había si un antecedente. El Panamá Canal Zone Report informaba que no se había advertido perturbación psíquica o física alguna entre los soldados allí destacados que fumaban, y con hartura, la consoladora yerba.

El aliado de Hearst fue la empresa du Pont, a cuyo frente estaban varios renombrados miembros de una poderosa familia. Esta importante petroquímica le vendía el ácido sulfúrico a las procesadoras de papel de Hearst, y ganaba millonadas con tal negocio. También, a partir del petróleo, había logrado sintetizar los elementos que le permitieron fabricar dos fibras artificiales que prontamente se apoderaron de la plaza. Se trataba del nylon y del rayón. Los tejidos, más económicos y limpios del cáñamo, de prosperar el empleo de la descorticadora, iban a convertirse en tremendos competidores. Era preciso, pues, aniquilar a la entrometida fibra. Falta agregar que la firma Dupont era dueña de la mitad de General Motors, la fábrica de automóviles a quien Ford le hacía roncha con sus modelos populares. El cáñamo constituía un peligroso enemigo en dicho rubro: sus subproductos podían competir ventajosamente con los hules, plásticos y pinturas desarrollados mediante procesos químicos más costosos por los laboratorios du Pont.

Por añadidura, una buena parte de las cuantiosas ganancias de esta empresa provenían de los blancos horizontes de algodón que se dilataban en los paisajes del sur y sus contrastes hirientes. En los bordes de las enormes plantaciones, coronadas por residencias señoriales, se hacinaban los residuos humanos de la esclavitud. Y el fantasma de la fibra barata y obediente, convocado por la temible maquinita, desvelaba las noches de aquellos implacables hombres de presa: de ponerse en marcha la nueva tecnología se irían al diablo todas sus redoblonas. Muerte al cáñamo, pues, a las buenas o a las malas, pero pronto y rápido.

No quiero terminar esta relación sin dar a conocer un dato curioso y harto significativo. Ford había construido carrocerías de automóvil resistentes a los golpes. Eran de fibra prensada de cáñamo. Así nacieron los primeros coches de la famosa serie T., pero por muy poco tiempo. Recurrió luego a los materiales metálicos clásicos. Sin embargo, no adivino por qué motivo, años más tarde quiso demostrar la nobleza de las primeras cachilas. Allá por los años 40 convocó a la prensa, empuño un hacha y le dio con fuerza a la carrocería de una de sus forchelas: esta no se melló bajo el filo del pesado instrumento.

También había fabricado carburantes más económicos que el petróleo a partir de la destilación de los aceites del cáñamo. De prosperar ambos inventos, se podría haber desatado una tremenda y doble competencia. Sin embargo, todo se redujo a esta sensacional demostración. El proyecto, tardío, fuera de contexto por ese entonces, murió en el huevo. No se dieron explicaciones públicas acerca del por qué del desistimiento. Cuando evoco este episodio viene a mi recuerdo una frase de Napoleón: “Todo hombre tiene un precio”. Ya por entonces Ford era millonario. Era ridículo querer comprarlo con dinero. Pero no olvidemos que la Mafia no pregunta cuanto dinero tienes sino en cuánto disminuyes sus ganancias para enviarte dos sicarios y cocinarte a balazos. Estos silencios de la historia hacen pensar en los drásticos procedimientos de la Cos Nostra cuando se lastiman sus intereses. Manejo meras suposiciones. La parte hundida del iceberg es invisible…

Vuelvo a lo que contaba, a cómo ya se estaba excavando la fosa donde iría a parar el cadáver del cáñamo. Para hacerlo se necesitaba una mano dura, un seguro servidor, una guadaña legal. Y no fue difícil encontrarla. El Mellon Bank proveía de fondos a la firma du Pont (que ya se escribía Dupont) y el dueño de este pulmón financiero, Andrew Mellon, la tercera fortuna de los EE.UU., era un comprometido compinche de los directores de aquella empresa, omnipresente en casi todas las actividades industriales y comerciales del país.

No había necesidad de sacar un conejo de la galera. Estaba ahí, al alcance de la mano, el hombre del Destino. Se trataba de Henry Anslinger, que esos momentos le arrastraba el ala a la sobrina de Mellon, con la cual, al cabo se casó. Este sórdido personaje, echado a la calle en 1962 por el presidente John F.Kennedy, secreto fumador de marihuana, según se chismeaba, fue entonces nombrado Director de la Agencia de Narcóticos y Drogas Peligrosas y, sin dolerle prendas, aceptó también la dirección de la Agencia Federal de Narcóticos, a la que dotó de poder y presencia en todo el territorio.

El nombramiento no cayó de las nubes. Hearst y Dupont, si bien estrechamente relacionados con los poderes Ejecutivo y Legislativo, no tenían atribuciones legales para designar un esbirro de confianza para practicar el fitocidio, que iba más allá del reino botánico y golpeaba en el del Homo sapiens, donde nunca dejaron de rondar las alimañas morales. Pero la Realpolitik desconoce la palabra casualidad. Quien se había convertido en la fuente financiera de la empresa Dupont, Andrew Mellon – oh coincidencia - fue designado secretario del Tesoro por el Presidente de los EE.UU. que por entonces era Herbert Hoover. Y a partir de su investidura, se abrió un ancho camino para la aplanadora manejada por Anslinger, quien se convirtió en el primer cruzado en la lucha contra la marihuana. Su misión secreta, como se comprenderá, era acabar con los cultivos de cáñamo, que tantos dolores de cabeza había provocado a Hearst y los Du pont. Para evitar los dolores de bolsillo allí estaban la F.B.N.D.D. (Agencia de Narcóticos y Drogas peligrosas) y la F.B.N. (Agencia Federal de Narcóticos) y, tras ellas, un hombre de recursos, no importa si lícitos o ilícitos, si leales o tramposos. Anslinger entra velozmente en acción y monta todo un circo propagandístico. Los periódicos de Hearst, el cine y le radio (cuyos primeros programas se habían iniciado en el 1920) desencadenan una feroz ofensiva contra la marihuana.La cuenta regresiva para la liquidación del cáñamo estaba ya en marcha.


Crónica de una muerte anunciada
Anslinger aceitó cuidadosamente su maquinaria destructiva. Apuntaba, según sus estridentes anuncios, a la hierba infernal, pero el objetivo no declarado era la extirpación del cáñamo y su fibra tan temida. Era preciso que el Congreso aprobara una ley para que, definitivamente, cayera la hoja de la guillotina sobre la fibra útil. Para ello, los señores legisladores debían denunciar los efectos destructivos de su alter ego mortal. Cuando levantaran las manos y bajaran los pulgares, al modo el vae victis romano, al condenar a muerte la marihuana también darían de baja al cáñamo.

Para que ello sucediera, con beneplácito de toda la población, era preciso montar un gran circo. Comienzan a circular películas terroríficas en los cines de los EE, UU., diseminados en su inmenso territorio. Sus títulos son muy dicientes: Locura de Porro, Marihuana, la hierba del diablo, El asesino de la juventud, etc. Por su parte en la prensa amarrilla de Hearst menudeaban frases - textuales- como las siguientes: “La marihuana es una droga adictiva que provoca locura, criminalidad y muerte”, “Fuma un porro y probablemente matarás a tu hermano”, “La marihuana es la droga que mas violencia ha provocado en toda la historia humana”. Estas escalofriantes y pedagógicas “noticias” – hay gentes que creen a pie juntillas lo escrito en los periódicos- eran, si así puede decirse, genéricas o neutras. Pero las hubo específicas, racistas, insultantes, discriminatorias:” La mota hace creer a los morenitos que son tan buenos como el hombre blanco”. (Aquí hay un malintencionado juego de palabras: mota se le llama a la disposición capilar en la cabeza de los negros y mota es uno de los nombres de la marihuana). En uno de los editoriales de los diarios panfletarios de Hearst, publicado en el año 1934, se podía leer “La marihuana invita a los negros a encarar de frente los ojos a los blancos, a pisar su sombra y a mirar dos veces a la mujer blanca que pasa a su lado”.”La mayoría de los 100.000 fumadores de marihuana de los EE.UU. son negros, hispanos, filipinos y malentretenidos. Sus músicas satánicas, jazz y swing, nacen del consumo de marihuana. Si una mujer blanca la fuma busca relaciones con negros y todo tipo de rufianes”.

Tampoco los legisladores vinculados con los dos grandes trusts se quedaban callados. Un senador de Texas dijo que “todos los mexicanos están locos a causa de esa cosa de porquería”. Se estaba refiriendo, en un encendido discurso, a los “pavorosos males” provocados por la marihuana.
Todas esas voces, sagazmente sincronizadas, le estaban administrando el óleo al agonizante cáñamo. La muerte no se hizo esperar. En el año 1937 se aprueba en el Congreso – después de sesgadas maniobras - la ley que ilegalizaba la “droga heroica” contenida en el cannabis: un entierro de primera para el cáñamo, que ya no perturbaría el sueño de los millonarios.

Como dato al margen, informo a quienes no lo saben que Orson Welles, al filmar la considerada mejor película de todos los tiempos, El Ciudadano Kane, se inspiró en la poco edificante vida de Hearst, quien, coronando una carrera despiadada, indiferente a los medios con tal de alcanzar los fines, se declaró admirador de Hitler y su racista discurso del Mein Kampf. Publicó en sus diarios los consabidos ditirambos al fogonero del Holocausto, antes de que los EE.UU. entraran en la guerra. Duró lo suficiente (hasta 1951) como para ver la caída de su ídolo y la derrota del nazismo.

Y finalizo esta rápida excursión a un capítulo de la historia universal de la infamia – y no como defensor de la marihuana sino como un cronista de la vida y pasión del cáñamo en los EE.UU.- con una noticia sorprendente. Por los años cincuenta, cuando se desató la caza de brujas del macarthismo, Anslinger se traslada a la otra cara de la luna. El hombre no quería pasar por blando o filocomunista: era preciso alentar el poder y la valentía del ejército estadounidense. La marihuana no enloquece, sino que apacigua demasiado, mina el ardor guerrero, sosiega el espíritu de lucha. Que los soldados de la patria no la fumen. El pacifismo provocado por la fumata los convertiría en combatientes inservibles, y no en locos delincuentes, como antes afirmaba. 

 

Daniel Vidart
2012-09-06T14:34:00

Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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