Carta a mi sangre (1973)

Daniel Vidart

16.03.2019

Delgado  río rojo de mi sangre,

eres la viviente hidrografía de mi cuerpo

y en él, en su cauce de músculos y nerviosrepartes las aguas que del corazón descienden,

 

que el latido estruja con su puño

en rítmico vaivén

de noria sumergida.

 

Caminas cambiando de colores

camaleón viajero

de la especie,

transitas por elásticos canales,

dibujas paisajes debajo de la piel,

recorres victoriosa

 los misterios

escondidos  en los hondos terciopelos

de mi  arcaica  biología animal.

 

Se te advierte

en el pulso y sus discretos relojes arteriales,

y así

elaboras sin pausa la vigilia,

modelas panales con el polen

del sueño,

goteas sin pausa

en la inquieta clepsidra de las  horas.

 

 

Eres la madre de las vísceras,

la miel  de las colmenas vasculares,

el jugo de las uvas que maduran

al sol de los espacios interiores.

 

Por eso te asemejas

a un émbolo sin prisa,

a un ofidio repartido

por todo mi cuerpo transitorio

recamado por un traje de luces  

en el que arden fatigadas  lentejuelas.

 

Visitante de cuevas, de vasos capilares,

acequia intermitente de la vida,

motor salobre nacido del Océano

que diriges mis pasos por la Tierra:

un dia

correrás lentamente

te asomarás, oscura,

en el temblor de mis muñecas grises

y bajarás más bien como un derrumbe,

como un alud de sordos materiales,

como un triste reptil

jadeando a las orillas de un pantano.

 

El corazón colgará su ciruela taciturna

del árbol   deshojado de mi pecho

y entonces

ya no serás la flecha de oro, la exacta puntería,

la lanzadera que teje un manto tibio

sino un cansado surtidor, un alquitrán viscoso,

un raido murciélago, cegado

por el rayo final del desconsuelo.

 

Y te irás coagulando en tu sistema,

en tu red convertida en telaraña,

haciéndote raíz

en busca inexorable de la roca

y después geología, mineral sin destino,

coágulo de piedra, veta en el granito,

ágata congelada por el soplo

de la muerte.

 

Pero entretanto mantén la forma de las mías 

y otras manos,

que se abren con tu savia como  estrellas,

que señalan los puntos cardinales

del terrible y hermoso oficio de vivir,

que apuntan a las diarias injusticias y a  las que llevan siglos,

que ayudan a transformar el  mundo en el lugar de todos,

que trabajan, que acarician mientras la noche duerme,

que empuñan en la aurora  tu insignia de rubíes.

 

Sangre mía, una gracia

solamente   te pido:

guía al humilde lápiz con que yo, el poeta,

te escribo en mi media centuria ya cumplida.

Daniel Vidart
2019-03-16T19:36:00

Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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