De Tabaré a Orsi: auge y decadencia del frenteamplismo posmoderno. Leonardo Rodríguez Maglio

30.09.2025

 

Un abuelo y su nieto paseaban por el parque Rodó de Montevideo, y de pronto, el nieto pregunta:

-Abuelo, ¿por qué Tabaré escondía su apellido y Orsi esconde su nombre?

El abuelo miró con ternura a su nieto; ya estaba acostumbrado a sus preguntas inquietantes, lanzadas como anzuelos bien cebados.

-No, Martín. No esconden nada. Es una forma de nombrarlos inventada por los periodistas, vaya a saber por qué.

Pero el niño no se conformaba tan fácil, e insistió.

-No, abuelo. Estamos hablando de presidentes de la República, son hombres poderosos, si no les gusta algo dan una orden y se acabó.

El abuelo meditó un momento. No quería dejar sin responder la curiosidad de su nieto, y menos que menos enseñarle a faltar el respeto a alguien; pero tampoco tenía muy clara la respuesta. Al final se decidió por ensayar una interpretación arriesgada:

-Quizás ambos tuvieran y tengan vergüenza de algo -dijo.

-¿Vergüenza? ¿Por qué? -preguntó Martín.

-Quizás Tabaré Vázquez tuviera vergüenza o temor de que lo vincularan con un torturador que tenía el mismo apellido; y quizás Yamandú Orsi no quiere que su nombre recuerde la matanza de charrúas que se le atribuye a Rivera, otro presidente que tuvo nuestra república.

El niño quedó pensando un ratito mientras siguieron caminando.

-No, abuelo -dijo finalmente-. Debe haber algo más.

Don Carlos miró los jueguitos del parque, como buscando ayuda.

-Bueno -dijo-, quizás tengas razón y esto sean dos operaciones distintas de marketing, diseñadas desde la Presidencia: Tabaré a secas generaba familiaridad, cercanía, como la profesión de médico que tenía el presidente; en cambio Orsi suena más formal, más distante, como la historia de la cual es profesor; de paso cultiva el respeto asociado al cargo, y se diferencia del anterior líder marcando una impronta propia. Puede ser que esto responda a la necesidad de construir un nuevo liderazgo: el suyo.

El niño se sentó en un banco del parque. El largo discurso de su abuelo parecía haberlo afectado. Aunque pronto se repuso; no en vano se había aficionado a la política desde que sus maestras los habían llevado a conocer el Palacio Legislativo, y los hicieron sentarse a escuchar una sesión del Senado.

-¿Sabes una cosa, abuelo? -dijo-, ellos son representantes del pueblo, de sus votantes, por lo tanto, algo de ellos deben representar en esa manera de hacerse nombrar.

Ahora el que se sentó en el banco fue don Carlos. Paseó su vista por los árboles, e invocó mentalmente el nombre del parque, buscando inspiración.

-Bueno -dijo, mientras acariciaba su mentón barbudo con la mano, como preparándose para narrar un cuento-, tanto Tabaré como Orsi pertenecen al Frente Amplio. Pero hubo un quiebre, allá por 1989, cuando Tabaré fue electo intendente de esta ciudad, y comenzó a sustituir a Seregni en el liderazgo frenteamplista...

Don Carlos hizo una pausa, ordenando sus recuerdos. Martín lo miraba como hipnotizado: lo fascinaban los cuentos del abuelo, narrados con esa voz tan cadenciosa, tan especial suya.

-En aquella época se estaba dando también un quiebre a nivel internacional -continuó-. A nivel de ideas, la posmodernidad sustituía a la modernidad; y a nivel político se caía la Unión Soviética, dando fin a la llamada "guerra fría".

Don Carlos detuvo su relato y miró a su nieto: dudaba sobre las palabras a usar para que él las entendiera, y dudaba también sobre contarle o no acerca de tanto dolor en décadas pasadas. Miró el mar sereno, buscando contagiarse de su calma.

-La modernidad fue una época optimista -prosiguió-. Creía en la ciencia y en la filosofía, en el valor de la razón, y en la posibilidad de construir un mundo feliz para todos. Fue la época de Artigas... y su prédica de la pública felicidad todavía llega hasta algunos de nosotros.

El abuelo entrecerró los ojos, con nostalgia.

-La posmodernidad, en cambio, es una época escéptica y pesimista, sin ideales generosos; proclama el fin de todos los relatos, y lo diga o no, reduce el sentido de la vida a la lucha por los intereses particulares y las ambiciones personales.

Don Carlos escupió con fuerza al suelo, como sacándose de la boca un mal gusto.

-Los máximos dirigentes políticos actuales no tienen ideas propias, todo lo importan -sentenció, y se llevó su mano al pecho, queriendo aliviar el dolor de una pena profunda.

Su nieto apoyó su mano en su rodilla, solidarizándose y animándolo a seguir. Los ojos del abuelo se habían puesto turbios.

-En general, y hasta en los dirigentes medios, pareciera que el slogan que practican es "robar ideas y venderse bien", para trepar y acomodarse -masculló.

Una ráfaga de aire frío sopló en el parque. La temperatura estaba cambiando y el niño se encogió en su asiento.

-Quizás Tabaré -prosiguió el abuelo con voz ronca-, representó, por un lado, la gloria final del frenteamplismo moderno, y por el otro, al mismo tiempo, el comienzo de la supremacía del frenteamplismo posmoderno.

Martín había quedado de cabeza baja, golpeado por el cambio de tono de su abuelo. Con voz tímida preguntó:

-¿Y Orsi?

Don Carlos se tomó su tiempo antes de contestar.

-Orsi -dijo-, quizás represente, por un lado, la cúspide triunfal del frenteamplismo posmoderno, y por otro, el comienzo de su decadencia y el avance de la síntesis: su superación por algo mejor -culminó.

Martín levantó su cabeza y observó el mar -que empezaba a encresparse-, y a lo lejos el horizonte. Luego de un momento dubitativo, saltó del banco y quedó parado frente a su abuelo.

-Tengo un arma para lograr eso -dijo confiado-.

Don Carlos lo miró, sorprendido.

-Un buen ajedrez -dijo Martín, con amplia sonrisa.

El abuelo rio con ganas, y lo abrazó fuerte, con profundo amor, como quien abraza la esperanza más querida.

-Vamos por una buena partida -dijo-, y se levantó, erguido en toda su estatura.

El Parque estaba ahora más bullicioso, y don Carlos sintió que, desde algún lado, Artigas y Rodó hacían un guiño de aprobación.

 

(*) Leonardo Rodríguez Maglio. Licenciado en Filosofía.


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2025-09-30T19:25:00

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